DOS MESES DESPUÉS Después de dos semanas más después del accidente en la azotea y de que Camila hubiera buscado apoyo de un psicólogo, además del de su hermana, de Leo y del propio Alex, a quien había decidido darle una nueva oportunidad, Camila había sido dada de alta y ahora se encontraba en la seguridad de la mansión, en la habitación de los trillizos, junto a Andrea. La noche era tranquila y serena. —¿A dónde vas? —preguntó Camila, sorprendida, al ver que su hermana se dirigía a la puerta de la habitación, mientras ella se encontraba dándole el pecho a uno de los trillizos, mientras los otros dos dormían apaciblemente. —Acabo de recibir un mensaje de Leo. No sé qué quiere, pero ya regreso. Camila alzó una ceja y sonrió, divertida. —Luego dices que no hay nada entre tú y él. —La miró por entre las pestañas sin dejar de sonreír. —No hay nada. Si lo hubiera, serías la primera en saberlo. —Ya lo sé, solo que tú no lo quieres reconocer. Andrea la fulminó con la mirada, mientras
La noche estaba templada y la luna llena iluminaba suavemente la ciudad cuando Alex llegó a la mansión para recoger a Camila. Desde el momento en que la vio bajando las escaleras, radiante y hermosa, sintió que su corazón latía con fuerza en su pecho.—¡Wow! —exclamó, admirando su belleza—. Camila, estás deslumbrante esta noche. —Rápidamente, se corrigió—. Siempre eres deslumbrante. —Sonrió. Camila le devolvió la sonrisa, sintiéndose nerviosa y ansiosa por esa noche. Era el primer encuentro que tenían a solas, fuera de las paredes de la mansión, y no sabía qué esperar. —Gracias —respondió, sin saber muy bien qué decir—. Tú también te ves muy guapo. «Pero ¿qué más? Siempre has sido demasiado guapo», pensó, sin animarse a decir aquello en voz alta. El verlo sonreír la hacía sentir como en una nube. Como si nada de todo aquello fuera real. Por momentos, sentía que todo aquello, todo ese cambio que había sufrido su vida, para bien, no era más que un sueño. Temía que, de un momento a
UN AÑO MÁS TARDE —Parece mentira que ya haya pasado un año —dijo Andrea, mientras terminaba de colgar los globos de colores en las paredes del jardín de la mansión, por la celebración del primer año de los trillizos. —La verdad es que yo tampoco lo creo —repuso Camila, con una sonrisa, mientras veía como sus tres hijos jugaban en un corral improvisado—. Están tan grandes… —Suspiró. —No solo eso —comentó Andrea con una media sonrisa—. Tú pareces una persona totalmente diferente, querida. Se ve que Alex y tú por fin se han entendido. —La verdad es que eso… es algo que jamás pensé experimentar. Ese hombre me ha sorprendido gratamente este último año. —Te ama demasiado, se le nota. Le brota el amor por los poros. A veces es desesperante —bromeó Andrea. Camila rodó los ojos. —¿Tan desesperante como lo es Leo contigo? —Leo no es desesperante. —Ah, ¿no? Vive colmándote de regalos, de besos y arrumacos. A veces da vergüenza ajena. —Oye… —replicó Andrea frunciendo el ceño. Camila so
Cuando cruzó los imponentes portones del jardín que rodeaba la mansión, los gritos que llegaban desde el interior la estremecieron por completo. Con el corazón latiéndole desbocado, casi amenazando con salirse de su pecho, Camila corrió hacia la entrada de la mansión. Cruzó el umbral con rapidez y se detuvo abruptamente al presenciar la escena que se desplegaba ante sus ojos en el centro de la sala. Un grito ahogado escapó de sus labios, y se llevó la mano a la boca, horrorizada. La visión frente a ella era tan impactante que le resultaba imposible de procesar. Su padre, el hombre que le había dado la vida y que hubiera dado la vida por ella y por Andrea, su hermana, yacía tendido en el suelo, rodeado por cinco matones que lo golpeaban repetidamente, como si sus vidas dependieran de ello. Cada golpe resonaba en la sala, acompañado por los gritos de dolor de su padre, que parecían perforarle el corazón. El horror inicial pronto dio paso a una oleada de angustia y dolor. Camila no po
La semana posterior al maldito encuentro que había tenido su padre con aquellos cinco matones, y que había cambiado la vida de Camila por completo, resultó ser una completa agonía para ella. Cada día que pasaba, la ansiedad no había hecho más que apoderarse de ella, al punto en el que por momentos no había podido siquiera respirar con normalidad. La incertidumbre de a qué tenía que enfrentarse la había carcomido por dentro y, ahora, sentada en el asiento trasero de aquel coche de vidrios tintados, se sentía aún peor. En ese instante, sus dedos, impacientes, jugueteaban con el borde del falso certificado de matrimonio que le había dado el líder de la banda, ni bien se había montado en el coche, a unos metros de la entrada de su casa. Sin embargo, cuando le preguntó que significaba aquello, más que aclarar sus dudas, su respuesta enigmática las acrecentó, por lo que decidió no indagar más y limitarse a permanecer sentada, prácticamente inmóvil, en el asiento trasero del vehículo. Inte
Los pasillos de la prisión se extendían como un laberinto de ecos y sombras, sumiendo a Camila en un mundo que nunca había imaginado conocer. Cada paso la llevaba más adentro, hacia la oscuridad de aquel lúgubre lugar. El sonido de sus propios pasos resonaba en las paredes de concreto, mezclándose con el murmullo distante de los reclusos, haciéndola sentirse desamparada. —Es aquí —le informó el hombre, inexpresivo, cuando llegaron frente a una solitaria puerta de metal gris y oxidado. Camila tomó una respiración que intentaba ser profunda, pero que se quedó corta, atrapada por la ansiedad que le oprimía el pecho. Aunque sabía, en teoría, lo que podía esperar al otro lado de aquella puerta, no podía ni siquiera imaginarlo con precisión. El terror la invadía, haciéndola temblar por dentro. Sin embargo, se obligó a mantener la compostura. No podía permitirse flaquear. —Solo tiene dos horas —le indicó el oficial, mientras ella dudaba, con la mano en el pomo de la puerta. Al oír sus pal
Tras acabar con aquello que la llenaba de repulsión, un silencio abrumador descendió sobre la diminuta celda, envolviéndolos a ambos en un manto denso y opresivo. Solo el eco de las respiraciones entrecortadas y el susurro distante de la cañería rompían la quietud, creando una atmósfera cargada de tensión y desolación. Alex se apartó ligeramente de Camila, pero sus manos seguían posadas sobre sus hombros, como si temiera perder aquel contacto físico. Aunque el acto había llegado a su fin, su presencia parecía persistir en la habitación, como una sombra que se aferraba a cada rincón, impidiendo que el ambiente se disipara. Era como si Alex no quisiera soltarla emocionalmente, como si buscara mantenerla atrapada en un vínculo invisible que se negaba a romper. —Escúchame bien, Camila —dijo con un tono que exigía atención, y ella levantó la mirada hacia él—. Si quieres que tu padre salde su deuda, tendrás que hacer mucho más que esto —añadió, lamiéndose los labios antes de esbozar una so
Al llegar a la mansión de su familia, Camila se sintió agotada, como si cada paso hubiera sido una batalla en sí misma. Su cuerpo apenas respondía, pero la urgencia de la situación la mantenía en pie. Sabía que no podía simplemente retirarse a descansar; antes debía desentrañar el misterio que rodeaba la extorsión de la que estaba siendo víctima. ¿Qué había hecho su padre para verse involucrado en esa situación? ¿Qué oscuros secretos se escondían detrás de aquella amenaza que la tenía en jaque mate? Sin detenerse a reflexionar demasiado, Camila atravesó la vivienda con pasos pesados, cada uno marcado por el peso de la incertidumbre. Se dirigió hacia el despacho de su padre con determinación, confiando en que allí lo encontraría. Una vez frente a la puerta de la oficina, Camila inhaló profundamente, tratando de calmar los acelerados latidos de su corazón. Flexionó los dedos de las manos y humedeció sus labios resecos, buscando reunir la fuerza necesaria para enfrentar lo que estaba p