Al llegar a la mansión de su familia, Camila se sintió agotada, como si cada paso hubiera sido una batalla en sí misma. Su cuerpo apenas respondía, pero la urgencia de la situación la mantenía en pie. Sabía que no podía simplemente retirarse a descansar; antes debía desentrañar el misterio que rodeaba la extorsión de la que estaba siendo víctima. ¿Qué había hecho su padre para verse involucrado en esa situación? ¿Qué oscuros secretos se escondían detrás de aquella amenaza que la tenía en jaque mate?
Sin detenerse a reflexionar demasiado, Camila atravesó la vivienda con pasos pesados, cada uno marcado por el peso de la incertidumbre. Se dirigió hacia el despacho de su padre con determinación, confiando en que allí lo encontraría.
Una vez frente a la puerta de la oficina, Camila inhaló profundamente, tratando de calmar los acelerados latidos de su corazón. Flexionó los dedos de las manos y humedeció sus labios resecos, buscando reunir la fuerza necesaria para enfrentar lo que estaba por venir.
Con un ligero golpe, anunció su presencia antes de abrir la puerta y adentrarse en la habitación, cerrándola con suavidad detrás de sí. La figura de su padre, sentado tras el imponente escritorio, la recibió, como siempre, con una sensación de seguridad y protección. Su padre siempre había sido un puerto seguro, un ancla en su vida, y en ese momento lo era más que nunca.
—Camila —la saludó él, dejando entrever en su voz una mezcla de preocupación y de alivio por verla—. ¿Cómo estás?
—Estoy bien, papá —mintió, evitando su mirada. No quería que él viera la tormenta de emociones que se agitaba en su interior, alimentada por el deseo de protegerlo.
—¿Cómo te fue? ¿Qué te hicieron hacer? —preguntó, preocupado.
—Papá, ¿sabes quién es Alex Johnson? —inquirió ella, evadiendo sus preguntas.
—¿Alex Johnson? —preguntó él, frunciendo el ceño mientras jugueteaba con un bolígrafo, entre el índice y el pulgar—. No, realmente no sé quién es —mintió.
—¿Estás seguro? —insistió Camila, buscando alguna señal de reconocimiento en la expresión de su padre.
—Como que me llamo James Goodwin. ¿Por qué? —respondió él, frunciendo el ceño en un gesto de desconcierto.
—No, por nada. Es solo que… uno de los hombres que me vino a buscar, me dijo que él te había otorgado un préstamo.
Su padre negó con la cabeza, con una expresión de confusión cruzando su rostro.
—No, yo no le he pedido ningún préstamo a alguien con ese nombre —aclaró con firmeza.
Camila experimentó un dolor agudo en su interior. Le resultaba doloroso que su padre creyera que podía ocultarle algo tan importante. Por esto, decidió cambiar el enfoque de la conversación.
—Pero, en fin, aunque no sea a él, has pedido un préstamo, ¿verdad? —preguntó con determinación, buscando la verdad en la mirada de su padre.
La pregunta impactó profundamente al hombre, quien bajó la mirada y se quedó inmóvil, con el bolígrafo entre el índice y el pulgar, sumido en sus pensamientos. Realmente, había esperado no tener que enfrentar nunca aquella conversación.
—Papá, ¿no piensas responderme? ¿Has pedido un préstamo? ¿Hay algo que deba saber? —insistió Camila, sintiendo que el silencio se alargaba demasiado.
Su padre inspiró profundamente y exhaló con lentitud antes de mirarla a los ojos.
—Hija, no conozco a ese hombre —aclaró—, pero sí, pedí un préstamo. La empresa comenzó a decaer demasiado. La curva económica se fue en picada. Pensé que podría devolverlo pronto, pero no fue así. Desde entonces, todo ha ido de mal en peor.
—¡Papá! —exclamó Camila, con los ojos abiertos de par en par—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Porque no quería preocuparte —respondió con un tono de obviedad—. Ahora dime tú, ¿a qué vienen tantas preguntas?
—Alex Johnson, a quien dices no conocer, es quien te prestó ese dinero que no puedes devolver. Es un criminal, un usurero. Y tú le debes. Ahora, para no acabar contigo, me ha pedido que me case con él.
—¿Qué? —preguntó su padre, con los ojos abiertos de par en par, y Camila simplemente asintió, confirmando que había escuchado bien—. ¿Qué piensas hacer?
—No lo sé. Aún no lo sé…
***
Después de hablar con su padre, Camila subió a su cuarto, donde se quitó la ropa, la colocó en el cesto, y tomó una ducha reconfortante, en la que el agua caliente calmó sus tensos músculos, aunque el dolor no desapareció del todo.
Sintiendo que sus movimientos eran más lentos que de costumbre, Camila se vistió con ropa cómoda, tras lo cual se dirigió hacia el escritorio de su habitación, el cual estaba ubicado junto a la ventana; un lugar desde el cual solía contemplar el mundo exterior en busca de respuestas que ahora parecían más esquivas que nunca.
Sintiéndose exhausta, pero decidida a obtener respuestas, abrió su ordenador con determinación, y el familiar zumbido del portátil cobró vida. No estaba del todo segura de qué buscaba ni qué esperaba encontrar, pero el desconocimiento era abrumador. Pese a que solo tenía dos opciones, necesitaba saber a qué diablos se enfrentaba.
Con determinación, Camila escribió rápidamente el nombre: «Alex Johnson» en el buscador. Sin embargo, por más que buscó, no encontró nada relevante a simple vista. La información que había disponible en línea sobre él era limitada.
Solo pudo descubrir que era un hombre de treinta y cinco años, nacido en Estados Unidos, y dueño y CEO de un conglomerado de empresas que abarcaban desde el diseño de modas hasta empresas aeroespaciales. Aunque parecía un empresario exitoso, para Camila, su vida personal seguía siendo un misterio.
—¿Qué ocultas? ¿Por qué estás en prisión? —murmuró Camila, mientras continuaba buscando, incansablemente.
Decidiendo indagar más a fondo, rápidamente tecleó en el buscador:
¿Por qué Alex Johnson está en prisión?
Y, con el ceño fruncido, seleccionó la primera opción que encontró.
Cuando finalmente encontró la respuesta que necesitaba, sus ojos se abrieron de par en par al leer una palabra que sobresalía de entre las demás.
—Asesinato —articuló con los labios, sintiéndose incapaz de decirlo en voz alta.
El miedo se apoderó de su cuerpo, nublando su pensamiento, mientras se preguntaba cómo había llegado a estar involucrada con él. Sobre todo, se cuestionaba qué había llevado a su padre a solicitar un préstamo a alguien con ese tipo de antecedentes.
La angustia la invadió una vez más, haciéndola estremecer y temblar como una hoja en otoño. La idea de que su padre estuviera vinculado de alguna manera con un asesino era casi insoportable.
Sin embargo, no podía quedarse con la incertidumbre y continuó leyendo, buscando desesperadamente respuestas sobre quién había sido la víctima y cuál había sido el motivo del crimen.
No obstante, por mucho que leyó y releyó hasta el cansancio, ninguna de las páginas le proporcionó una respuesta clara. La falta de información la desconcertó y perturbó, haciéndola sentirse aún más perdida.
Era una situación extraña y aterradora, y no podía evitar sentirse abrumada por la magnitud de lo que acababa de descubrir. No solo había perdido su virginidad con un extraño, sino que ese extraño resultaba ser un asesino.
¡Un asesino que le había dado dos opciones!
¡Dos opciones, y una decisión que determinaría el futuro de su padre y, posiblemente, el de su hermana!
Siete días después de su primer encuentro con Alex, Camila se encontraba una vez más frente al a imponente prisión. En aquella ocasión, los hombres de Alex la habían llevado hasta allí y la habían dejado sola, como una especie de prueba para medir su fiabilidad y determinar si era capaz de cumplir con su palabra. Por esto, pese a que Camila era consciente de que, si quería, podía escapar de allí, descartó esta posibilidad por completo. Sabía que su presencia en aquel lugar tenía un propósito claro, y ese era tan complejo e importante como salvar la vida de su familia, aun cuando aquello significara perderse a ella misma en el proceso. Además, no era ninguna tonta y su instinto le decía que, si no cumplía con su palabra, las consecuencias serían más que desfavorables. Alex tenía la autoridad suficiente como para enviar a alguien en su búsqueda; después de todo, conocía su dirección y no dudaba de que tuviera acceso a información sobre su persona, que ella misma desconocía. Camila tra
Para Camila, la última semana había pasado a la velocidad de un rayo. Aún no podía creer que habían transcurrido más de veinte días desde que había conocido a Alex y que aquel día, por tercera semana consecutiva, debía regresar a verlo a la prisión. Durante aquellos últimos siete días, Camila se había sentido desfallecer, al punto de perder el apetito. Alex se había infiltrado de tal manera en su vida que no podía dejar de ver su rostro, ni siquiera en sueños. Era como si se hubiera apoderado por completo de ella. «¿Cómo sí…?», se preguntó, soltando una risita despectiva. «Efectivamente, se ha apoderado de mí y yo fui quien se lo permitió». Sin embargo, ser consciente de esto, no alejaba el miedo que sentía. Luego de que Camila había accedido a casarse con él, Alex le había ordenado que se vistiera y tomara asiento en una de las sillas de la celda, tras lo cual comenzó a darle las indicaciones detalladas de lo que debía hacer desde ese momento. Una de ellas, era la condición de que
Intentando mantener la compostura a pesar de la tormenta de pensamientos y emociones que le invadían, Camila se acercó a Andrea, quien la observaba con la interrogación grabada en la mirada. —¿Esperas a alguien? —le preguntó, tratando de desviar su atención. —No, ¿y tú? —respondió Andrea, frunciendo el ceño ante la extraña pregunta. Camila negó con la cabeza, incapaz de siquiera considerar esa posibilidad en medio de su turbación emocional. —Quizás es alguien que viene a ver a papá —sugirió Andrea, levantándose de su asiento y observando el desastre que había causado la sopa derramada—. ¡Mira el lío que has armado! Vamos a ver quién es y te calentaré un poco más. Camila tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta ante la posibilidad de enfrentarse a lo que temía, mientras asentía con resignación y recogía el cuenco y la cuchara y los depositaba en la bandeja, con manos temblorosas. Acto seguido, las hermanas se dirigieron hacia el pasillo que conducía a las escaleras, mientras
—Camila —la llamó su hermana, en un momento dado, sacándola de sus pensamientos—. ¿Me explicarás qué demonios está pasando? —inquirió, con los brazos en jarra—. ¿Cómo es eso de que te vas a casar con ese hombre? ¿Es que acaso no viste las noticias…? ¡Fue condenado por asesinato! —Shh —la acalló Camila, apresurándose a taparle la boca con una mano, mientras se cercioraba que ni su padre ni Alex la hubieran oído—. ¡Cállate! —susurró—. No digas esas cosas. Él no es un asesino. Se comprobó que es inocente. —Pues, por la cara que pusiste al verlo en la tele, no creo que sea tan inocente como dices —repuso Andrea, con una mueca de incredulidad. —¡Vamos, Andre!, ¿en serio no crees en mí? —preguntó, fingiendo sentirse ofendida. Sin embargo, no podía culparla, ya que no estaba equivocada en lo absoluto—. No le faltes el respeto a tu cuñado —añadió, sintiendo cómo la última palabra le hacía daño—. Ven, mejor vamos a ayudarle a Fiona a preparar el café. Tras decir esto, Camila la tomó por el
Dos días después de la inesperada visita de Alex a la mansión de su familia, Camila se encontraba junto a él en la sala de espera del Registro Civil. La ansiedad la consumía; sentía que todo daba vueltas a su alrededor y apenas podía respirar con normalidad. Observaba a Alex, sentado junto a ella con un impecable traje azul marino, camisa blanca, corbata gris plateado y zapatos de diseñador bien lustrados. Estaba con los brazos y las piernas cruzadas, echado contra el respaldo de la silla de plástico, como si contraer matrimonio con una desconocida fuera una tarea de lo más común. Camila miró su reflejo en el vidrio del vestíbulo, evaluando su imagen. Estaba vestida de manera sencilla, con un vestido color azul claro, que apenas le llegaba hasta las rodillas y que dejaba su espalda al descubierto. Como complemento, se había colocado un colgante de plata y unos aretes a juego, que había heredado de su madre, mientras que sus pies estaban enfundados en delicadas sandalias de tacón de co
Después de recibir el acta de matrimonio, Alex condujo a Camila hasta su lujoso coche. El vehículo era un Cullinan, de Rolls Royce, que contrastaba con la sencilla vestimenta de Camila. —Sube —ordenó Alex, mientras se montaba en el asiento trasero del coche. —¿A dónde vamos? —preguntó Camila, intentando aliviar la incomodidad del ambiente, mientras lo imitaba, y el chofer de Alex ponía el automóvil en marcha. —A casa —respondió él escuetamente, con la vista fija en la carretera, al otro lado de la ventanilla, sin ninguna emoción. —Pero esta no es la ruta para ir a… —intentó decir ella. —No creerás que después de casarte conmigo seguirás viviendo con tu padre, ¿verdad? Ahora eres mi esposa y debes vivir conmigo —la interrumpió Alex, con firmeza. —Yo, esto… yo pensé que… —comenzó a decir en un intento de explicarse. Sin embargo, Alex soltó una sonora y despectiva carcajada, que la dejó en silencio. —Se te notaba lo inocente, pero ¿tanto? ¿En serio? —se burló—. Ya te lo dije: ahor
Hacía una semana que Camila se había casado con Alex y que, por consiguiente, se había ido a vivir con él. Sin embargo, pese a que se encontraba viviendo entre los lujos que cualquier mujer podía desear, no había podido dejar de llorar todos y cada uno de los días, sintiéndose sola, infeliz y desgraciada. Conforme el tiempo pasaba, Camila sentía que el vacío, que había invadido su corazón el día en que había llegado allí, no hacía más que acrecentarse. A pesar de las comodidades y de la abundancia que la rodeaban, se sentía sola y perdida en aquella imponente mansión; y el silencio que reinaba en las amplias habitaciones solo servía para aumentar su sensación de aislamiento y de desolación. Todos los días, al despertar, lo hacía con la vaga esperanza de que las cosas mejorasen. Sin embargo, cuando caía la noche, y se iba a la cama, sentía el corazón más pesado y el alma más vacía. Después de casarse y mudarse con Alex, la actitud de él había cambiado de manera drástica. Si bien nunca
Luego de que Alex le informara, durante el desayuno, que sus abuelos, los patriarcas de la familia, habían organizado una cena esa noche para conocerla, el mundo de Camila se vino abajo. Había imaginado que, con un poco de suerte, podría mantenerse en las sombras, sin llamar demasiado la atención. Sin embargo, ahora se veía obligada a asistir a un evento con el que no se sentía para nada cómoda. No obstante, sabía que, tras haberse casado con Alex, este había asumido que ella era de su propiedad, como una especie de mascota con la que podía hacer y deshacer a su antojo. Lamentablemente, por mucho que le doliera, no tenía más elección que obedecer. Después de todo, si bien el peligro sobre su familia no era inminente, sentía que la única forma de asegurarse de que ellos estuvieran bien, era seguir las órdenes de su esposo, al pie de la letra. No obstante, pese a que comprendía la gravedad de la situación, había una pregunta que no dejaba de rondar su mente: ¿cuánto tiempo más podr