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CAPÍTULO 4 – El juego ha comenzado.

Tras acabar con aquello que la llenaba de repulsión, un silencio abrumador descendió sobre la diminuta celda, envolviéndolos a ambos en un manto denso y opresivo. Solo el eco de las respiraciones entrecortadas y el susurro distante de la cañería rompían la quietud, creando una atmósfera cargada de tensión y desolación.

Alex se apartó ligeramente de Camila, pero sus manos seguían posadas sobre sus hombros, como si temiera perder aquel contacto físico. Aunque el acto había llegado a su fin, su presencia parecía persistir en la habitación, como una sombra que se aferraba a cada rincón, impidiendo que el ambiente se disipara. Era como si Alex no quisiera soltarla emocionalmente, como si buscara mantenerla atrapada en un vínculo invisible que se negaba a romper.

—Escúchame bien, Camila —dijo con un tono que exigía atención, y ella levantó la mirada hacia él—. Si quieres que tu padre salde su deuda, tendrás que hacer mucho más que esto —añadió, lamiéndose los labios antes de esbozar una sonrisa siniestra, que le erizó la piel—. Perdiste tu pureza fuera del matrimonio. ¿Qué pensaría él si lo supiera?

Las palabras de Alex golpearon a Camila como un puñetazo en el estómago. La idea de que su padre pudiera enterarse de lo que había hecho la llenaba de angustia y de vergüenza. Se mordió el labio inferior, conteniendo las lágrimas que amenazaban con derramarse de sus ojos. La sola idea de que su padre lo supiera, a pesar de que sabía que la entendería, la hacía sentirse sucia y avergonzada.

En los ojos de Alex, Camila pudo ver su determinación y comprendió que no tenía escrúpulos; estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para lograr su objetivo.

—¿Qué quieres? —preguntó la joven, resignada a escuchar lo que él tenía para decir.

—Casémonos —respondió Alex con una seriedad que hizo que el corazón de Camila diera un vuelco.

—¿Qué? ¿Casarnos? —repitió, sintiendo que el mundo se tambaleaba a su alrededor.

—Sí. Tómalo como un negocio, una transacción. De esa manera, tu padre jamás se enterará de lo que ha ocurrido hoy —explicó Alex con una calma que contrastaba con la tormenta de emociones que se desataba en el interior de Camila.

—¿Y tú qué ganas en todo esto? —preguntó, incapaz de comprender las motivaciones detrás de aquella propuesta.

—Eso no importa. ¿Vas a dejar que tu padre y tu hermana mueran solo porque no quieres aceptar un simple matrimonio? —preguntó Alex, clavando sus fríos ojos azules en ella, como si pudiera leer cada pensamiento que pasaba por su mente.

Camila observó a Alex con ojos llenos de angustia mientras pronunciaba esas palabras cargadas de amenaza. La tensión en la habitación era palpable, como si el aire mismo estuviera cargado con el peso de las consecuencias de su decisión.

—¿Y si no acepto? —preguntó ella con voz temblorosa, tratando de contener el miedo que amenazaba con desbordarse.

—Puedes hacerlo, no te obligaré. Pero ten presente que la deuda volverá a estar vigente y esta vez no pienso aceptar menos que su propia vida. Y tal vez también la de tu hermana —respondió Alex con un encogimiento de hombros, como si la posibilidad de destruir más vidas no le importara en lo más mínimo, antes de soltar una carcajada, como un recordatorio siniestro de la crueldad que estaba dispuesto a ejercer.

El dilema de Camila se reflejaba en sus ojos mientras luchaba con la agonía interna que le provocaba la situación. La idea de engañar a su padre le revolvía el estómago, pero la imagen de él en el suelo, vulnerable y herido, no dejaba de atormentarla. Ni siquiera podía pensar en que Andrea, su querida hermana, corriera con esa misma suerte. ¡No, no podía permitirlo!

—En serio, Camila, no te conviene negarte. No cuando la vida de tu padre, y quizás la de tu hermana, está en juego —insistió Alex con una sonrisa torcida que no alcanzaba a ocultar la malicia en sus palabras—. Y no te preocupes —añadió, como si fuera un consuelo—, seré un esposo... tolerable.

La palabra "tolerable" resonó en la mente de la joven, trayendo consigo una sensación de desesperación. ¿Era eso lo que le esperaba si aceptaba su oferta? ¿Un matrimonio sin amor, basado en la manipulación y la conveniencia?

Se quedó paralizada por un momento, sintiendo el peso abrumador de la decisión que se le presentaba. El recuerdo del sonido de los golpes y de los gritos de su padre resonó en su mente, recordándole la violencia y el sufrimiento que había presenciado. En lo más profundo de su ser, sabía que no tenía otra opción. No importaba cuánto lo pensara, no tenía escapatoria. Se sentía como una presa acorralada por un cazador, sin posibilidad de huir.

La realidad de su situación la golpeó con fuerza. Solo tenía dos opciones, dos caminos que se extendían ante ella, ninguno de los cuales era fácil. Podía oponerse, negarse a aceptar la propuesta de Alex, y enfrentar la posibilidad de que su familia muriera. O podía sacrificarse por ellos, aceptar un destino que nunca había imaginado para sí misma, y casarse con un hombre al que apenas conocía, todo por el bien de aquellos a quienes amaba.

Alex observó a Camila con una sonrisa que parecía insinuar que conocía cada pensamiento que cruzaba por su mente. Sus palabras resonaron en el aire, ofreciendo una pequeña tregua en medio del torbellino de emociones que la envolvía:

—No te preocupes. No tienes por qué decidirlo ahora. No creerás que seré tan descortés después de cómo te has comportado —dijo con una sonrisa, como si estuviera disfrutando de algún juego secreto que solo él entendía—. Tienes tiempo hasta la próxima semana, en la siguiente visita conyugal.

El término «siguiente visita conyugal» caló profundo en ella, provocándole una oleada de confusión y ansiedad. ¿Cómo podía ser que aquello no fuera simplemente un evento único y traumático?

—¿Creías que esto era de una vez y ya? —preguntó Alex, y su sonrisa adquirió un matiz más oscuro pero igualmente atractivo—. Pues sí. La semana próxima quiero que vengas. Salvo que quieras rechazarme; algo que nadie nunca se ha atrevido. O, mejor dicho, nadie con la suficiente inteligencia. No querrás lamentarlo, ¿o sí?

Las palabras de Alex golpearon a Camila como pesados yunques, recordándole la abrumadora responsabilidad que ahora recaía sobre sus hombros. Se sentía como si hubiera asumido el papel de un dios, con el destino de su familia en sus manos. Era una carga que nunca había pedido, pero que ahora estaba obligada a llevar.

—Está bien, volveré —dijo, finalmente, con una resignación pesada en su voz, consciente de que no tenía más alternativa que enfrentarse a lo que el destino le deparara.

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