Tras acabar con aquello que la llenaba de repulsión, un silencio abrumador descendió sobre la diminuta celda, envolviéndolos a ambos en un manto denso y opresivo. Solo el eco de las respiraciones entrecortadas y el susurro distante de la cañería rompían la quietud, creando una atmósfera cargada de tensión y desolación.
Alex se apartó ligeramente de Camila, pero sus manos seguían posadas sobre sus hombros, como si temiera perder aquel contacto físico. Aunque el acto había llegado a su fin, su presencia parecía persistir en la habitación, como una sombra que se aferraba a cada rincón, impidiendo que el ambiente se disipara. Era como si Alex no quisiera soltarla emocionalmente, como si buscara mantenerla atrapada en un vínculo invisible que se negaba a romper.
—Escúchame bien, Camila —dijo con un tono que exigía atención, y ella levantó la mirada hacia él—. Si quieres que tu padre salde su deuda, tendrás que hacer mucho más que esto —añadió, lamiéndose los labios antes de esbozar una sonrisa siniestra, que le erizó la piel—. Perdiste tu pureza fuera del matrimonio. ¿Qué pensaría él si lo supiera?
Las palabras de Alex golpearon a Camila como un puñetazo en el estómago. La idea de que su padre pudiera enterarse de lo que había hecho la llenaba de angustia y de vergüenza. Se mordió el labio inferior, conteniendo las lágrimas que amenazaban con derramarse de sus ojos. La sola idea de que su padre lo supiera, a pesar de que sabía que la entendería, la hacía sentirse sucia y avergonzada.
En los ojos de Alex, Camila pudo ver su determinación y comprendió que no tenía escrúpulos; estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para lograr su objetivo.
—¿Qué quieres? —preguntó la joven, resignada a escuchar lo que él tenía para decir.
—Casémonos —respondió Alex con una seriedad que hizo que el corazón de Camila diera un vuelco.
—¿Qué? ¿Casarnos? —repitió, sintiendo que el mundo se tambaleaba a su alrededor.
—Sí. Tómalo como un negocio, una transacción. De esa manera, tu padre jamás se enterará de lo que ha ocurrido hoy —explicó Alex con una calma que contrastaba con la tormenta de emociones que se desataba en el interior de Camila.
—¿Y tú qué ganas en todo esto? —preguntó, incapaz de comprender las motivaciones detrás de aquella propuesta.
—Eso no importa. ¿Vas a dejar que tu padre y tu hermana mueran solo porque no quieres aceptar un simple matrimonio? —preguntó Alex, clavando sus fríos ojos azules en ella, como si pudiera leer cada pensamiento que pasaba por su mente.
Camila observó a Alex con ojos llenos de angustia mientras pronunciaba esas palabras cargadas de amenaza. La tensión en la habitación era palpable, como si el aire mismo estuviera cargado con el peso de las consecuencias de su decisión.
—¿Y si no acepto? —preguntó ella con voz temblorosa, tratando de contener el miedo que amenazaba con desbordarse.
—Puedes hacerlo, no te obligaré. Pero ten presente que la deuda volverá a estar vigente y esta vez no pienso aceptar menos que su propia vida. Y tal vez también la de tu hermana —respondió Alex con un encogimiento de hombros, como si la posibilidad de destruir más vidas no le importara en lo más mínimo, antes de soltar una carcajada, como un recordatorio siniestro de la crueldad que estaba dispuesto a ejercer.
El dilema de Camila se reflejaba en sus ojos mientras luchaba con la agonía interna que le provocaba la situación. La idea de engañar a su padre le revolvía el estómago, pero la imagen de él en el suelo, vulnerable y herido, no dejaba de atormentarla. Ni siquiera podía pensar en que Andrea, su querida hermana, corriera con esa misma suerte. ¡No, no podía permitirlo!
—En serio, Camila, no te conviene negarte. No cuando la vida de tu padre, y quizás la de tu hermana, está en juego —insistió Alex con una sonrisa torcida que no alcanzaba a ocultar la malicia en sus palabras—. Y no te preocupes —añadió, como si fuera un consuelo—, seré un esposo... tolerable.
La palabra "tolerable" resonó en la mente de la joven, trayendo consigo una sensación de desesperación. ¿Era eso lo que le esperaba si aceptaba su oferta? ¿Un matrimonio sin amor, basado en la manipulación y la conveniencia?
Se quedó paralizada por un momento, sintiendo el peso abrumador de la decisión que se le presentaba. El recuerdo del sonido de los golpes y de los gritos de su padre resonó en su mente, recordándole la violencia y el sufrimiento que había presenciado. En lo más profundo de su ser, sabía que no tenía otra opción. No importaba cuánto lo pensara, no tenía escapatoria. Se sentía como una presa acorralada por un cazador, sin posibilidad de huir.
La realidad de su situación la golpeó con fuerza. Solo tenía dos opciones, dos caminos que se extendían ante ella, ninguno de los cuales era fácil. Podía oponerse, negarse a aceptar la propuesta de Alex, y enfrentar la posibilidad de que su familia muriera. O podía sacrificarse por ellos, aceptar un destino que nunca había imaginado para sí misma, y casarse con un hombre al que apenas conocía, todo por el bien de aquellos a quienes amaba.
Alex observó a Camila con una sonrisa que parecía insinuar que conocía cada pensamiento que cruzaba por su mente. Sus palabras resonaron en el aire, ofreciendo una pequeña tregua en medio del torbellino de emociones que la envolvía:
—No te preocupes. No tienes por qué decidirlo ahora. No creerás que seré tan descortés después de cómo te has comportado —dijo con una sonrisa, como si estuviera disfrutando de algún juego secreto que solo él entendía—. Tienes tiempo hasta la próxima semana, en la siguiente visita conyugal.
El término «siguiente visita conyugal» caló profundo en ella, provocándole una oleada de confusión y ansiedad. ¿Cómo podía ser que aquello no fuera simplemente un evento único y traumático?
—¿Creías que esto era de una vez y ya? —preguntó Alex, y su sonrisa adquirió un matiz más oscuro pero igualmente atractivo—. Pues sí. La semana próxima quiero que vengas. Salvo que quieras rechazarme; algo que nadie nunca se ha atrevido. O, mejor dicho, nadie con la suficiente inteligencia. No querrás lamentarlo, ¿o sí?
Las palabras de Alex golpearon a Camila como pesados yunques, recordándole la abrumadora responsabilidad que ahora recaía sobre sus hombros. Se sentía como si hubiera asumido el papel de un dios, con el destino de su familia en sus manos. Era una carga que nunca había pedido, pero que ahora estaba obligada a llevar.
—Está bien, volveré —dijo, finalmente, con una resignación pesada en su voz, consciente de que no tenía más alternativa que enfrentarse a lo que el destino le deparara.
Al llegar a la mansión de su familia, Camila se sintió agotada, como si cada paso hubiera sido una batalla en sí misma. Su cuerpo apenas respondía, pero la urgencia de la situación la mantenía en pie. Sabía que no podía simplemente retirarse a descansar; antes debía desentrañar el misterio que rodeaba la extorsión de la que estaba siendo víctima. ¿Qué había hecho su padre para verse involucrado en esa situación? ¿Qué oscuros secretos se escondían detrás de aquella amenaza que la tenía en jaque mate? Sin detenerse a reflexionar demasiado, Camila atravesó la vivienda con pasos pesados, cada uno marcado por el peso de la incertidumbre. Se dirigió hacia el despacho de su padre con determinación, confiando en que allí lo encontraría. Una vez frente a la puerta de la oficina, Camila inhaló profundamente, tratando de calmar los acelerados latidos de su corazón. Flexionó los dedos de las manos y humedeció sus labios resecos, buscando reunir la fuerza necesaria para enfrentar lo que estaba p
Siete días después de su primer encuentro con Alex, Camila se encontraba una vez más frente al a imponente prisión. En aquella ocasión, los hombres de Alex la habían llevado hasta allí y la habían dejado sola, como una especie de prueba para medir su fiabilidad y determinar si era capaz de cumplir con su palabra. Por esto, pese a que Camila era consciente de que, si quería, podía escapar de allí, descartó esta posibilidad por completo. Sabía que su presencia en aquel lugar tenía un propósito claro, y ese era tan complejo e importante como salvar la vida de su familia, aun cuando aquello significara perderse a ella misma en el proceso. Además, no era ninguna tonta y su instinto le decía que, si no cumplía con su palabra, las consecuencias serían más que desfavorables. Alex tenía la autoridad suficiente como para enviar a alguien en su búsqueda; después de todo, conocía su dirección y no dudaba de que tuviera acceso a información sobre su persona, que ella misma desconocía. Camila tra
Para Camila, la última semana había pasado a la velocidad de un rayo. Aún no podía creer que habían transcurrido más de veinte días desde que había conocido a Alex y que aquel día, por tercera semana consecutiva, debía regresar a verlo a la prisión. Durante aquellos últimos siete días, Camila se había sentido desfallecer, al punto de perder el apetito. Alex se había infiltrado de tal manera en su vida que no podía dejar de ver su rostro, ni siquiera en sueños. Era como si se hubiera apoderado por completo de ella. «¿Cómo sí…?», se preguntó, soltando una risita despectiva. «Efectivamente, se ha apoderado de mí y yo fui quien se lo permitió». Sin embargo, ser consciente de esto, no alejaba el miedo que sentía. Luego de que Camila había accedido a casarse con él, Alex le había ordenado que se vistiera y tomara asiento en una de las sillas de la celda, tras lo cual comenzó a darle las indicaciones detalladas de lo que debía hacer desde ese momento. Una de ellas, era la condición de que
Intentando mantener la compostura a pesar de la tormenta de pensamientos y emociones que le invadían, Camila se acercó a Andrea, quien la observaba con la interrogación grabada en la mirada. —¿Esperas a alguien? —le preguntó, tratando de desviar su atención. —No, ¿y tú? —respondió Andrea, frunciendo el ceño ante la extraña pregunta. Camila negó con la cabeza, incapaz de siquiera considerar esa posibilidad en medio de su turbación emocional. —Quizás es alguien que viene a ver a papá —sugirió Andrea, levantándose de su asiento y observando el desastre que había causado la sopa derramada—. ¡Mira el lío que has armado! Vamos a ver quién es y te calentaré un poco más. Camila tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta ante la posibilidad de enfrentarse a lo que temía, mientras asentía con resignación y recogía el cuenco y la cuchara y los depositaba en la bandeja, con manos temblorosas. Acto seguido, las hermanas se dirigieron hacia el pasillo que conducía a las escaleras, mientras
—Camila —la llamó su hermana, en un momento dado, sacándola de sus pensamientos—. ¿Me explicarás qué demonios está pasando? —inquirió, con los brazos en jarra—. ¿Cómo es eso de que te vas a casar con ese hombre? ¿Es que acaso no viste las noticias…? ¡Fue condenado por asesinato! —Shh —la acalló Camila, apresurándose a taparle la boca con una mano, mientras se cercioraba que ni su padre ni Alex la hubieran oído—. ¡Cállate! —susurró—. No digas esas cosas. Él no es un asesino. Se comprobó que es inocente. —Pues, por la cara que pusiste al verlo en la tele, no creo que sea tan inocente como dices —repuso Andrea, con una mueca de incredulidad. —¡Vamos, Andre!, ¿en serio no crees en mí? —preguntó, fingiendo sentirse ofendida. Sin embargo, no podía culparla, ya que no estaba equivocada en lo absoluto—. No le faltes el respeto a tu cuñado —añadió, sintiendo cómo la última palabra le hacía daño—. Ven, mejor vamos a ayudarle a Fiona a preparar el café. Tras decir esto, Camila la tomó por el
Dos días después de la inesperada visita de Alex a la mansión de su familia, Camila se encontraba junto a él en la sala de espera del Registro Civil. La ansiedad la consumía; sentía que todo daba vueltas a su alrededor y apenas podía respirar con normalidad. Observaba a Alex, sentado junto a ella con un impecable traje azul marino, camisa blanca, corbata gris plateado y zapatos de diseñador bien lustrados. Estaba con los brazos y las piernas cruzadas, echado contra el respaldo de la silla de plástico, como si contraer matrimonio con una desconocida fuera una tarea de lo más común. Camila miró su reflejo en el vidrio del vestíbulo, evaluando su imagen. Estaba vestida de manera sencilla, con un vestido color azul claro, que apenas le llegaba hasta las rodillas y que dejaba su espalda al descubierto. Como complemento, se había colocado un colgante de plata y unos aretes a juego, que había heredado de su madre, mientras que sus pies estaban enfundados en delicadas sandalias de tacón de co
Después de recibir el acta de matrimonio, Alex condujo a Camila hasta su lujoso coche. El vehículo era un Cullinan, de Rolls Royce, que contrastaba con la sencilla vestimenta de Camila. —Sube —ordenó Alex, mientras se montaba en el asiento trasero del coche. —¿A dónde vamos? —preguntó Camila, intentando aliviar la incomodidad del ambiente, mientras lo imitaba, y el chofer de Alex ponía el automóvil en marcha. —A casa —respondió él escuetamente, con la vista fija en la carretera, al otro lado de la ventanilla, sin ninguna emoción. —Pero esta no es la ruta para ir a… —intentó decir ella. —No creerás que después de casarte conmigo seguirás viviendo con tu padre, ¿verdad? Ahora eres mi esposa y debes vivir conmigo —la interrumpió Alex, con firmeza. —Yo, esto… yo pensé que… —comenzó a decir en un intento de explicarse. Sin embargo, Alex soltó una sonora y despectiva carcajada, que la dejó en silencio. —Se te notaba lo inocente, pero ¿tanto? ¿En serio? —se burló—. Ya te lo dije: ahor
Hacía una semana que Camila se había casado con Alex y que, por consiguiente, se había ido a vivir con él. Sin embargo, pese a que se encontraba viviendo entre los lujos que cualquier mujer podía desear, no había podido dejar de llorar todos y cada uno de los días, sintiéndose sola, infeliz y desgraciada. Conforme el tiempo pasaba, Camila sentía que el vacío, que había invadido su corazón el día en que había llegado allí, no hacía más que acrecentarse. A pesar de las comodidades y de la abundancia que la rodeaban, se sentía sola y perdida en aquella imponente mansión; y el silencio que reinaba en las amplias habitaciones solo servía para aumentar su sensación de aislamiento y de desolación. Todos los días, al despertar, lo hacía con la vaga esperanza de que las cosas mejorasen. Sin embargo, cuando caía la noche, y se iba a la cama, sentía el corazón más pesado y el alma más vacía. Después de casarse y mudarse con Alex, la actitud de él había cambiado de manera drástica. Si bien nunca