Cuando Leo oyó la detonación dentro de la fábrica el corazón se le desbocó. ¿Qué diablos acababa de suceder? —Leo, ¿qué sucede? —preguntó Andrea, al otro lado de la línea. En cuanto su amigo le pidió que saliera, Leo había llamado a la policía, por lo que pudiera suceder, antes de ponerse en contacto con Andrea. La ansiedad que sentía en ese momento era tal que no podía estar en silencio, en medio de la noche, esperando que su amigo saliera de aquella fábrica abandonada. —No lo sé, Andre, no tengo idea. Déjame que vea y luego te llamo, ¿sí? Estos dos… —Suspiró, mientras se acercaba a los enormes portones. —Tranquilo, ve y fíjate, pero ten cuidado, ¿sí? —repuso Andrea, con voz preocupada. —No te preocupes. Hablamos luego —dijo Leo y cortó la comunicación. Sin perder tiempo, se guardó el móvil en el bolsillo y corrió hacia el interior, al vislumbrar, a lo lejos, que Alex se encontraba de rodillas. —¡Alex, ¿qué ha pasado?! —preguntó Leo, en cuanto llegó junto a su amigo. Alex, qu
—¿Qué? —exclamó Leo, alertando a Alex, quien lo miró con los ojos abiertos de par en par, mientras arrullaba a la pequeña quien se quejaba en sus brazos—. ¿Han revisado las cámaras? ¿Crees que ha podido salir del hospital?—Sí, Leo, revisamos las cámaras y no aparece en ninguna de las salidas. Pero hay ciertas secciones del hospital que no tienen cámara por protocolo y, aunque llevamos una hora buscándola, no hemos podido encontrarla. No sabemos dónde se puede haber metido —respondió Andrea, agitada—. No sé en qué momento se ha marchado, porque solo me ausenté unos diez minutos, que fui al bufete a buscar algo de comer y de beber. —Está bien, ahora mismo vamos para allá, pero si la encuentras dile que hemos encontrado a la pequeña —le informó, con la esperanza de que esa noticia relajara a Camila. —¿Qué? ¿Es en serio? —preguntó Andrea y Leo se pudo imaginar cómo se llevaba una mano al pecho. —Sí, Andre, la hemos encontrado y está con Alex. Pero ahora vamos de camino hacia allí. Cu
CAPÍTULO 96 – —¡Camila! —gritaron, a su vez, el doctor McCarthy y Andrea, con los ojos abiertos de par en par. Camila se precipitó al vacío, dejando a todos completamente helados, hasta las fuertes manos de Alex, quien corrió a toda velocidad y se acostó boca abajo contra el borde del edificio, asieron uno de los brazos de Camila. Alex se aferró con todas sus fuerzas al brazo de Camila, sintiendo cómo la fuerza de la gravedad tiraba de ella hacia abajo. —¡Camila, agárrate a mí! ¡No te sueltes! —exclamó, su voz resonando en la noche, mientras sentía el miedo y la desesperación, abriéndose paso en su pecho.El doctor McCarthy y Andrea se acercaron rápidamente.—Vamos, Camila, alza el otro brazo —la apremió Andrea, tendiendo sus brazos, al igual que el doctor McCarthy—. No te dejaremos caer. —No creo poder hacerlo —dijo Camila, bajando la mirada y viendo el precipicio que se extendía bajo sus pies. Era una caída de más de treinta metros y, si caía, no habría Dios que pudiera salvar
DOS MESES DESPUÉS Después de dos semanas más después del accidente en la azotea y de que Camila hubiera buscado apoyo de un psicólogo, además del de su hermana, de Leo y del propio Alex, a quien había decidido darle una nueva oportunidad, Camila había sido dada de alta y ahora se encontraba en la seguridad de la mansión, en la habitación de los trillizos, junto a Andrea. La noche era tranquila y serena. —¿A dónde vas? —preguntó Camila, sorprendida, al ver que su hermana se dirigía a la puerta de la habitación, mientras ella se encontraba dándole el pecho a uno de los trillizos, mientras los otros dos dormían apaciblemente. —Acabo de recibir un mensaje de Leo. No sé qué quiere, pero ya regreso. Camila alzó una ceja y sonrió, divertida. —Luego dices que no hay nada entre tú y él. —La miró por entre las pestañas sin dejar de sonreír. —No hay nada. Si lo hubiera, serías la primera en saberlo. —Ya lo sé, solo que tú no lo quieres reconocer. Andrea la fulminó con la mirada, mientras
La noche estaba templada y la luna llena iluminaba suavemente la ciudad cuando Alex llegó a la mansión para recoger a Camila. Desde el momento en que la vio bajando las escaleras, radiante y hermosa, sintió que su corazón latía con fuerza en su pecho.—¡Wow! —exclamó, admirando su belleza—. Camila, estás deslumbrante esta noche. —Rápidamente, se corrigió—. Siempre eres deslumbrante. —Sonrió. Camila le devolvió la sonrisa, sintiéndose nerviosa y ansiosa por esa noche. Era el primer encuentro que tenían a solas, fuera de las paredes de la mansión, y no sabía qué esperar. —Gracias —respondió, sin saber muy bien qué decir—. Tú también te ves muy guapo. «Pero ¿qué más? Siempre has sido demasiado guapo», pensó, sin animarse a decir aquello en voz alta. El verlo sonreír la hacía sentir como en una nube. Como si nada de todo aquello fuera real. Por momentos, sentía que todo aquello, todo ese cambio que había sufrido su vida, para bien, no era más que un sueño. Temía que, de un momento a
UN AÑO MÁS TARDE —Parece mentira que ya haya pasado un año —dijo Andrea, mientras terminaba de colgar los globos de colores en las paredes del jardín de la mansión, por la celebración del primer año de los trillizos. —La verdad es que yo tampoco lo creo —repuso Camila, con una sonrisa, mientras veía como sus tres hijos jugaban en un corral improvisado—. Están tan grandes… —Suspiró. —No solo eso —comentó Andrea con una media sonrisa—. Tú pareces una persona totalmente diferente, querida. Se ve que Alex y tú por fin se han entendido. —La verdad es que eso… es algo que jamás pensé experimentar. Ese hombre me ha sorprendido gratamente este último año. —Te ama demasiado, se le nota. Le brota el amor por los poros. A veces es desesperante —bromeó Andrea. Camila rodó los ojos. —¿Tan desesperante como lo es Leo contigo? —Leo no es desesperante. —Ah, ¿no? Vive colmándote de regalos, de besos y arrumacos. A veces da vergüenza ajena. —Oye… —replicó Andrea frunciendo el ceño. Camila so
Cuando cruzó los imponentes portones del jardín que rodeaba la mansión, los gritos que llegaban desde el interior la estremecieron por completo. Con el corazón latiéndole desbocado, casi amenazando con salirse de su pecho, Camila corrió hacia la entrada de la mansión. Cruzó el umbral con rapidez y se detuvo abruptamente al presenciar la escena que se desplegaba ante sus ojos en el centro de la sala. Un grito ahogado escapó de sus labios, y se llevó la mano a la boca, horrorizada. La visión frente a ella era tan impactante que le resultaba imposible de procesar. Su padre, el hombre que le había dado la vida y que hubiera dado la vida por ella y por Andrea, su hermana, yacía tendido en el suelo, rodeado por cinco matones que lo golpeaban repetidamente, como si sus vidas dependieran de ello. Cada golpe resonaba en la sala, acompañado por los gritos de dolor de su padre, que parecían perforarle el corazón. El horror inicial pronto dio paso a una oleada de angustia y dolor. Camila no po
La semana posterior al maldito encuentro que había tenido su padre con aquellos cinco matones, y que había cambiado la vida de Camila por completo, resultó ser una completa agonía para ella. Cada día que pasaba, la ansiedad no había hecho más que apoderarse de ella, al punto en el que por momentos no había podido siquiera respirar con normalidad. La incertidumbre de a qué tenía que enfrentarse la había carcomido por dentro y, ahora, sentada en el asiento trasero de aquel coche de vidrios tintados, se sentía aún peor. En ese instante, sus dedos, impacientes, jugueteaban con el borde del falso certificado de matrimonio que le había dado el líder de la banda, ni bien se había montado en el coche, a unos metros de la entrada de su casa. Sin embargo, cuando le preguntó que significaba aquello, más que aclarar sus dudas, su respuesta enigmática las acrecentó, por lo que decidió no indagar más y limitarse a permanecer sentada, prácticamente inmóvil, en el asiento trasero del vehículo. Inte