La semana posterior al maldito encuentro que había tenido su padre con aquellos cinco matones, y que había cambiado la vida de Camila por completo, resultó ser una completa agonía para ella. Cada día que pasaba, la ansiedad no había hecho más que apoderarse de ella, al punto en el que por momentos no había podido siquiera respirar con normalidad. La incertidumbre de a qué tenía que enfrentarse la había carcomido por dentro y, ahora, sentada en el asiento trasero de aquel coche de vidrios tintados, se sentía aún peor.
En ese instante, sus dedos, impacientes, jugueteaban con el borde del falso certificado de matrimonio que le había dado el líder de la banda, ni bien se había montado en el coche, a unos metros de la entrada de su casa. Sin embargo, cuando le preguntó que significaba aquello, más que aclarar sus dudas, su respuesta enigmática las acrecentó, por lo que decidió no indagar más y limitarse a permanecer sentada, prácticamente inmóvil, en el asiento trasero del vehículo.
Intentando distraerse, para no imaginar los peores escenarios posibles, observó el certificado de bodas en el que figuraba su nombre completo: Camila Goodwin, y el de un hombre totalmente desconocido para ella; un tal Alex Johnson. Debajo de cada nombre, había dos fotos, una de ella y otra de aquel hombre misterioso. La sonrisa confiada y los ojos penetrantes de aquel sujeto le hacían sentir incómoda, pero, sobre todo, le transmitía una familiaridad que no era capaz de explicar.
¿Acaso lo conocía? Y si era así, ¿de dónde?
Con el ceño fruncido y los ojos fijos en el acta de matrimonio, se esforzó al máximo por encontrar una respuesta a aquellas preguntas. Sin embargo, antes de que siquiera pudiera hallar una pista, por mínima que fuera, el coche se detuvo abruptamente con una sacudida, rompiendo el silencio y sacándola de sus cavilaciones.
Desviando los ojos del papel, miró a través de la ventana, donde una imagen desconocida se extendía más allá del cristal.
Una prisión imponente se erguía frente a ella, y sus muros altos parecían tocar el cielo, coronados por alambres de espino electrificados que relucían con una amenazante energía. La estructura, fría y desolada, emanaba una sensación de opresión y desesperanza, como si el simple acto de acercarse a ella fuera suficiente para sofocar cualquier esperanza de libertad. Los muros de piedra grisácea estaban marcados por el paso del tiempo y la indiferencia, testigos silenciosos de los sufrimientos que albergaban en su interior.
El hombre a su lado, que había permanecido en silencio, se volvió hacia ella con una expresión severa. Sus ojos, oscuros y penetrantes, parecían buscar algo en los profundos abismos de los de ella. Sin decir una palabra, su mirada era suficiente para comunicar una advertencia silenciosa: era mejor no hacer preguntas.
—Es la hora —dijo con voz imperativa.
Ella sintió un escalofrío recorrerle la espalda, una sensación de peligro inminente que la hizo retroceder de manera instintiva. La imponente figura del hombre a su lado contrastaba con la fragilidad de su propia existencia en aquel lugar.
Sin saber qué hacer, Camila reunió valor y preguntó:
—¿Una prisión? —Su voz temblaba por los nervios y el frío la calaba pese al calor del verano—. ¿Qué se supone que debo hacer aquí?
El hombre a su lado la miró con severidad, como si evaluará si merecía una respuesta.
—Baja y pide la visita conyugal con Alex Johnson.
—¿Qué? —preguntó, abriendo los ojos sorprendida.
«¿Visita conyugal? ¿Eso significa que…?», se preguntó para sus adentros, sin atreverse a decirlo en voz alta.
—¡Vamos, no pierdas tiempo! —la apremió—. Recuerda que la vida de tu padre depende de tu comportamiento.
Camila tragó saliva, sintiendo el peso de la responsabilidad aplastándola. Sabía que no podía darse el lujo de dudar, que la vida de su padre pendía de un hilo y ella era su única esperanza, pero, aun así...
La idea de perder su virginidad siempre había sido algo lejano, y siempre había imaginado que sería un momento único, de amor y cuidado, y no que sería en la frialdad de una celda. Sin embargo, las circunstancias habían cambiado drásticamente y se encontraba en una encrucijada de un destino que no había elegido pero que había aceptado.
Camila recordaba las conversaciones con sus amigas sobre el amor y la intimidad, los planes para el futuro y las ilusiones compartidas. Nunca había imaginado que la realidad pudiera ser tan diferente, que la vida le tendría reservado un giro tan cruel y despiadado.
Sin embargo, pese al malestar que aquello le producía, no le quedaba más alternativa que aceptar las consecuencias de sus actos, por lo que, tras inspirar profundamente, asintió en silencio y abrió la puerta del coche. La sensación del aire cálido de la tarde la envolvió, recordándole la gravedad de la situación en la que se encontraba. Sin mirar atrás, se dirigió hacia la entrada de la prisión, con pasos firmes pero llenos de ansiedad.
Cuando llegó frente al guardia, este la observó con suspicacia mientras ella le explicaba el motivo de su visita, y le mostró el falso certificado de matrimonio con manos temblorosas, consciente de que todo dependía de la veracidad de aquel documento. Sin embargo, la mirada del hombre era inexpresiva, como si estuviera acostumbrado a recibir visitantes con historias complicadas y mentiras bien elaboradas.
—¿Es tu primera vez aquí? —preguntó con un tono amable, pero un tanto monótono.
—Sí —respondió Camila, intentando ocultar el temblor de su voz—. Recién me animé a hacerlo… —dijo, intentando mantener la compostura.
El guardia asintió como si entendiera más de lo que ella se atrevía a decir.
—Las primeras veces siempre son difíciles, pero estará bien —dijo, intentando consolarla antes de dejarla a solas en la sala de espera.
La habitación era pequeña y austera, con paredes desnudas que reflejaban la luz tenue que provenía de una lámpara de techo oscurecida por el polvo. El único mobiliario era una mesa de metal anclada al suelo, cuya superficie estaba marcada y desgastada por años de uso y de abandono. Sobre la mesa, había un único objeto: un viejo reloj cuyo tic-tac resonaba en la habitación, marcando el paso del tiempo de manera implacable.
Sin embargo, Camila sintió que para ella el tiempo se había detenido, mientras sus pensamientos se agitaban en un torbellino de dudas y temores.
Cuando ya había perdido la noción del tiempo, los pasos del guardia resonaron en la sala, rompiendo el silencio tenso que la envolvía y sobresaltándola. Al entrar, su figura imponente parecía llenar el espacio, y su voz grave resonó en la habitación al informarle:
—Puede pasar.
Cada palabra caló en la mente de Camila, aumentando su temor y haciendo que su corazón latiera desbocado en su pecho.
Sintiendo que sus piernas se habían convertido en gelatina, se puso de pie y, tambaleante, siguió al guardia por el pasillo, hacia una puerta que se encontraba al final de un largo pasillo.
Cada paso que daba era como si estuviera caminando hacia el abismo, sintiendo como si cada uno la llevara más cerca de una sentencia inevitable. El miedo la envolvía, paralizándola casi por completo.
La idea de lo que estaba por suceder la llenaba de un terror angustiante. No era solo el acto en sí, sino lo que simbolizaba: su intimidad invadida por un completo extraño, la vulnerabilidad de su situación, y la falta de control sobre su propio destino.
Los pasillos de la prisión se extendían como un laberinto de ecos y sombras, sumiendo a Camila en un mundo que nunca había imaginado conocer. Cada paso la llevaba más adentro, hacia la oscuridad de aquel lúgubre lugar. El sonido de sus propios pasos resonaba en las paredes de concreto, mezclándose con el murmullo distante de los reclusos, haciéndola sentirse desamparada. —Es aquí —le informó el hombre, inexpresivo, cuando llegaron frente a una solitaria puerta de metal gris y oxidado. Camila tomó una respiración que intentaba ser profunda, pero que se quedó corta, atrapada por la ansiedad que le oprimía el pecho. Aunque sabía, en teoría, lo que podía esperar al otro lado de aquella puerta, no podía ni siquiera imaginarlo con precisión. El terror la invadía, haciéndola temblar por dentro. Sin embargo, se obligó a mantener la compostura. No podía permitirse flaquear. —Solo tiene dos horas —le indicó el oficial, mientras ella dudaba, con la mano en el pomo de la puerta. Al oír sus pal
Tras acabar con aquello que la llenaba de repulsión, un silencio abrumador descendió sobre la diminuta celda, envolviéndolos a ambos en un manto denso y opresivo. Solo el eco de las respiraciones entrecortadas y el susurro distante de la cañería rompían la quietud, creando una atmósfera cargada de tensión y desolación. Alex se apartó ligeramente de Camila, pero sus manos seguían posadas sobre sus hombros, como si temiera perder aquel contacto físico. Aunque el acto había llegado a su fin, su presencia parecía persistir en la habitación, como una sombra que se aferraba a cada rincón, impidiendo que el ambiente se disipara. Era como si Alex no quisiera soltarla emocionalmente, como si buscara mantenerla atrapada en un vínculo invisible que se negaba a romper. —Escúchame bien, Camila —dijo con un tono que exigía atención, y ella levantó la mirada hacia él—. Si quieres que tu padre salde su deuda, tendrás que hacer mucho más que esto —añadió, lamiéndose los labios antes de esbozar una so
Al llegar a la mansión de su familia, Camila se sintió agotada, como si cada paso hubiera sido una batalla en sí misma. Su cuerpo apenas respondía, pero la urgencia de la situación la mantenía en pie. Sabía que no podía simplemente retirarse a descansar; antes debía desentrañar el misterio que rodeaba la extorsión de la que estaba siendo víctima. ¿Qué había hecho su padre para verse involucrado en esa situación? ¿Qué oscuros secretos se escondían detrás de aquella amenaza que la tenía en jaque mate? Sin detenerse a reflexionar demasiado, Camila atravesó la vivienda con pasos pesados, cada uno marcado por el peso de la incertidumbre. Se dirigió hacia el despacho de su padre con determinación, confiando en que allí lo encontraría. Una vez frente a la puerta de la oficina, Camila inhaló profundamente, tratando de calmar los acelerados latidos de su corazón. Flexionó los dedos de las manos y humedeció sus labios resecos, buscando reunir la fuerza necesaria para enfrentar lo que estaba p
Siete días después de su primer encuentro con Alex, Camila se encontraba una vez más frente al a imponente prisión. En aquella ocasión, los hombres de Alex la habían llevado hasta allí y la habían dejado sola, como una especie de prueba para medir su fiabilidad y determinar si era capaz de cumplir con su palabra. Por esto, pese a que Camila era consciente de que, si quería, podía escapar de allí, descartó esta posibilidad por completo. Sabía que su presencia en aquel lugar tenía un propósito claro, y ese era tan complejo e importante como salvar la vida de su familia, aun cuando aquello significara perderse a ella misma en el proceso. Además, no era ninguna tonta y su instinto le decía que, si no cumplía con su palabra, las consecuencias serían más que desfavorables. Alex tenía la autoridad suficiente como para enviar a alguien en su búsqueda; después de todo, conocía su dirección y no dudaba de que tuviera acceso a información sobre su persona, que ella misma desconocía. Camila tra
Para Camila, la última semana había pasado a la velocidad de un rayo. Aún no podía creer que habían transcurrido más de veinte días desde que había conocido a Alex y que aquel día, por tercera semana consecutiva, debía regresar a verlo a la prisión. Durante aquellos últimos siete días, Camila se había sentido desfallecer, al punto de perder el apetito. Alex se había infiltrado de tal manera en su vida que no podía dejar de ver su rostro, ni siquiera en sueños. Era como si se hubiera apoderado por completo de ella. «¿Cómo sí…?», se preguntó, soltando una risita despectiva. «Efectivamente, se ha apoderado de mí y yo fui quien se lo permitió». Sin embargo, ser consciente de esto, no alejaba el miedo que sentía. Luego de que Camila había accedido a casarse con él, Alex le había ordenado que se vistiera y tomara asiento en una de las sillas de la celda, tras lo cual comenzó a darle las indicaciones detalladas de lo que debía hacer desde ese momento. Una de ellas, era la condición de que
Intentando mantener la compostura a pesar de la tormenta de pensamientos y emociones que le invadían, Camila se acercó a Andrea, quien la observaba con la interrogación grabada en la mirada. —¿Esperas a alguien? —le preguntó, tratando de desviar su atención. —No, ¿y tú? —respondió Andrea, frunciendo el ceño ante la extraña pregunta. Camila negó con la cabeza, incapaz de siquiera considerar esa posibilidad en medio de su turbación emocional. —Quizás es alguien que viene a ver a papá —sugirió Andrea, levantándose de su asiento y observando el desastre que había causado la sopa derramada—. ¡Mira el lío que has armado! Vamos a ver quién es y te calentaré un poco más. Camila tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta ante la posibilidad de enfrentarse a lo que temía, mientras asentía con resignación y recogía el cuenco y la cuchara y los depositaba en la bandeja, con manos temblorosas. Acto seguido, las hermanas se dirigieron hacia el pasillo que conducía a las escaleras, mientras
—Camila —la llamó su hermana, en un momento dado, sacándola de sus pensamientos—. ¿Me explicarás qué demonios está pasando? —inquirió, con los brazos en jarra—. ¿Cómo es eso de que te vas a casar con ese hombre? ¿Es que acaso no viste las noticias…? ¡Fue condenado por asesinato! —Shh —la acalló Camila, apresurándose a taparle la boca con una mano, mientras se cercioraba que ni su padre ni Alex la hubieran oído—. ¡Cállate! —susurró—. No digas esas cosas. Él no es un asesino. Se comprobó que es inocente. —Pues, por la cara que pusiste al verlo en la tele, no creo que sea tan inocente como dices —repuso Andrea, con una mueca de incredulidad. —¡Vamos, Andre!, ¿en serio no crees en mí? —preguntó, fingiendo sentirse ofendida. Sin embargo, no podía culparla, ya que no estaba equivocada en lo absoluto—. No le faltes el respeto a tu cuñado —añadió, sintiendo cómo la última palabra le hacía daño—. Ven, mejor vamos a ayudarle a Fiona a preparar el café. Tras decir esto, Camila la tomó por el
Dos días después de la inesperada visita de Alex a la mansión de su familia, Camila se encontraba junto a él en la sala de espera del Registro Civil. La ansiedad la consumía; sentía que todo daba vueltas a su alrededor y apenas podía respirar con normalidad. Observaba a Alex, sentado junto a ella con un impecable traje azul marino, camisa blanca, corbata gris plateado y zapatos de diseñador bien lustrados. Estaba con los brazos y las piernas cruzadas, echado contra el respaldo de la silla de plástico, como si contraer matrimonio con una desconocida fuera una tarea de lo más común. Camila miró su reflejo en el vidrio del vestíbulo, evaluando su imagen. Estaba vestida de manera sencilla, con un vestido color azul claro, que apenas le llegaba hasta las rodillas y que dejaba su espalda al descubierto. Como complemento, se había colocado un colgante de plata y unos aretes a juego, que había heredado de su madre, mientras que sus pies estaban enfundados en delicadas sandalias de tacón de co