Los pasillos de la prisión se extendían como un laberinto de ecos y sombras, sumiendo a Camila en un mundo que nunca había imaginado conocer. Cada paso la llevaba más adentro, hacia la oscuridad de aquel lúgubre lugar. El sonido de sus propios pasos resonaba en las paredes de concreto, mezclándose con el murmullo distante de los reclusos, haciéndola sentirse desamparada.
—Es aquí —le informó el hombre, inexpresivo, cuando llegaron frente a una solitaria puerta de metal gris y oxidado.
Camila tomó una respiración que intentaba ser profunda, pero que se quedó corta, atrapada por la ansiedad que le oprimía el pecho. Aunque sabía, en teoría, lo que podía esperar al otro lado de aquella puerta, no podía ni siquiera imaginarlo con precisión. El terror la invadía, haciéndola temblar por dentro. Sin embargo, se obligó a mantener la compostura. No podía permitirse flaquear.
—Solo tiene dos horas —le indicó el oficial, mientras ella dudaba, con la mano en el pomo de la puerta.
Al oír sus palabras, su corazón comenzó a latir con aún más fuerza y el nudo que se le había formado en la garganta, amenazó con asfixiarla.
«No puedo dar marcha atrás», se dijo, intentando hacer a un lado sus sentimientos.
Por lo que, pensando en su padre, en la promesa que se había hecho, en la vida que aún esperaba recuperar, abrió la puerta y cruzó el umbral hacia lo que le aguardaba en el interior.
Al otro lado de la puerta, Camila se encontró con una habitación austera, donde la luz fría de un solitario foco apenas lograba disipar las sombras que se aferraban a las paredes. En el centro de la estancia, una mesa y dos sillas ocupaban el espacio, destacando en la desnudez del entorno. Un hombre se encontraba sentado en una de las sillas, y su presencia imponente llenaba la habitación de una tensión palpable. Sus ojos se encontraron en un instante, y en ese breve contacto visual, el mundo pareció detenerse, como si el tiempo mismo hubiera decidido pausar su curso.
La realidad que se desplegaba ante sus ojos era mucho más impactante de lo que había anticipado. El hombre frente a ella era considerablemente mayor que en la foto del falso certificado de matrimonio. Tenía al menos treinta y cinco años, una década más que ella. Sin embargo, a pesar de la diferencia de edad, su presencia resultaba atractiva. Sus rasgos finos, su cabello oscuro y sus ojos azules, tan claros como el cielo despejado, ejercían una extraña fascinación y magnetismo sobre ella.
Sin embargo, bajo esa apariencia atractiva, Camila percibía una sombra de algo más oscuro y perturbador. Había algo en él que le producía un profundo rechazo, una sensación de inquietud que le erizaba la piel y le hacía desear alejarse de él lo más rápido posible. Era como si su propio instinto le advirtiera del peligro que representaba aquel hombre, pero, a pesar de ello, se vio obligada a permanecer allí, enfrentándolo, sin otra opción que seguir adelante con lo que había comenzado.
Después de que el guardia cerrara la puerta con un estruendo sordo y se alejara, dejándolos a solas en la fría habitación, el hombre se acercó a Camila con pasos lentos y calculados. Su mirada penetrante la atravesó, como si intentara escudriñar cada rincón de su alma.
—¿Eres la hija de James Goodwin? —preguntó con una voz grave y profunda que rompió en el silencio, haciendo que un intenso escalofrío recorriera la espalda de Camila.
Ella asintió, mientras sentía que un nudo de ansiedad le apretaba la garganta, haciéndole imposible hablar.
—Interesante que tú hayas sido la prostituta que me han conseguido... —murmuró el hombre, más para sí mismo que para ella, con una sonrisa que no alcanzaba a ocultar su lascivia.
En verdad, aquello era sorprendentemente agradable. Una oportunidad que no pensaba dejar pasar.
La crudeza de sus palabras hizo que Camila se sintiera repugnada, pero se obligó a mantener la compostura, sin dejar que su expresión mostrara el torrente de emociones que la invadían.
Camila se sintió desconcertada, sin saber cómo reaccionar ante la repentina actitud del hombre. Su mente se nubló por un momento, incapaz de comprender lo que estaba sucediendo. Sin embargo, antes de que pudiera hacer o decir algo, el hombre se abalanzó sobre ella, envolviéndola en un abrazo que la hizo sentir atrapada y vulnerable.
—Es mejor que comencemos. El tiempo es oro, cariño —repuso Alex, con una voz que intentaba sonar suave pero que en verdad se oía con una autoridad que no admitía réplicas.
Podía sentir el temor que invadía a aquella muchacha y eso lo hacía sentirse aún más excitado. Sin lugar a dudas, aprovecharía el momento al máximo.
Camila, sintiéndose atrapada en una pesadilla que superaba cualquier horror que hubiera imaginado, dejó que el hombre comenzara a la acariciarla con una familiaridad que la llenó de repulsión, explorando cada centímetro de su cuerpo con una intensidad que la hacía temblar.
Sin embargo, a pesar de la lucha que libraba en su interior, Camila era consciente de lo que estaba a punto de suceder. Estaba a punto de perder su virginidad y, lo que era más doloroso, su dignidad. Sin embargo, recordó por qué estaba allí. Era por su padre, por su hermana y, de alguna manera irónica, también por ella misma.
—¿Quién eres? —preguntó, sin poder contenerse.
—Eso ahora no importa —respondió él, mientras besaba su clavícula y comenzaba a quitarle la ropa—. Ya habrá tiempo para presentaciones. Ahora tu cuerpo es mi prioridad. Por un momento, eres mi «esposa» —dijo, poniendo énfasis en esa última palabra—, y debemos comportarnos como marido y mujer.
Divertido por la situación, Alex, poco a poco, la guio hacia el camastro, que se encontraba contra una de las paredes de la diminuta habitación, y la obligó a recostarme sobre el duro colchón.
Camila se sintió irremediablemente incómoda, al encontrarse desnuda frente a él, un completo desconocido, de quien solo sabía su nombre: Alex Johnson.
En un abrir y cerrar de ojos, Alex se recostó sobre ella, abriéndole las piernas, para, un segundo más tarde, juguetear con su dedo en su intimidad.
«Sin lugar a dudas, esto es mucho mejor de lo que esperaba», pensó Alex, esbozando una sonrisa cargada de deseo, pero también de algo mucho mayor: anhelo de venganza.
—¿Eres virgen? —preguntó, buscando confirmar lo que ya sabía.
Camila, sin saber muy bien qué hacer, tragó saliva y se limitó a asentir. ¿Qué sentido tenía mentirle?
Tras confirmar sus sospechas, Alex, extasiado, penetró a aquella tierna y dulce muchacha, sintiendo que tenía el poder. Siempre lo había tenido.
Al sentir aquel brusco contacto, Camila no pudo evitar gritar de dolor, por lo que Alex se apresuró a taparle la boca con una mano.
—No, cariño, no grites. Al menos no por ahora. ¿No querrás que el guardia piense que te estoy haciendo daño? —Sonrió con lascivia, con sus cristalinos ojos oscurecidos.
Decidiendo dejar sus pensamientos a un lado, Camila se dejó llevar por las caricias y los movimientos expertos del hombre, sintiendo una extraña atracción hacia él, que la confundía y la asustaba. Parecía como si estuviera fuera de su propio cuerpo, observando todo desde lejos, como si nada de lo que sucedía fuera real.
Pero era real. Lamentablemente, lo era.
A pesar de todo, sintió que el deseo crecía dentro de ella, horrorizándola y avergonzándola al mismo tiempo. En lo más profundo de su ser, sabía que aquello no era lo que quería, que estaba allí contra su voluntad y que su virginidad estaba siendo arrebatada como precio por la vida de su familia.
«Cuando salga de aquí, me iré y no volveré a ver a este hombre», se repetía, una y otra vez, en un desesperado intento por encontrar un poco de consuelo en medio de la oscuridad que la rodeaba.
Él no era su esposo. Era solo un extraño, un hombre que le había sido impuesto como parte de un trato cruel y despiadado. Y, aunque intentara convencerse a sí misma de que todo sería diferente cuando saliera de esa habitación, en el fondo sabía que las cicatrices nunca sanarían por completo.
Tras acabar con aquello que la llenaba de repulsión, un silencio abrumador descendió sobre la diminuta celda, envolviéndolos a ambos en un manto denso y opresivo. Solo el eco de las respiraciones entrecortadas y el susurro distante de la cañería rompían la quietud, creando una atmósfera cargada de tensión y desolación. Alex se apartó ligeramente de Camila, pero sus manos seguían posadas sobre sus hombros, como si temiera perder aquel contacto físico. Aunque el acto había llegado a su fin, su presencia parecía persistir en la habitación, como una sombra que se aferraba a cada rincón, impidiendo que el ambiente se disipara. Era como si Alex no quisiera soltarla emocionalmente, como si buscara mantenerla atrapada en un vínculo invisible que se negaba a romper. —Escúchame bien, Camila —dijo con un tono que exigía atención, y ella levantó la mirada hacia él—. Si quieres que tu padre salde su deuda, tendrás que hacer mucho más que esto —añadió, lamiéndose los labios antes de esbozar una so
Al llegar a la mansión de su familia, Camila se sintió agotada, como si cada paso hubiera sido una batalla en sí misma. Su cuerpo apenas respondía, pero la urgencia de la situación la mantenía en pie. Sabía que no podía simplemente retirarse a descansar; antes debía desentrañar el misterio que rodeaba la extorsión de la que estaba siendo víctima. ¿Qué había hecho su padre para verse involucrado en esa situación? ¿Qué oscuros secretos se escondían detrás de aquella amenaza que la tenía en jaque mate? Sin detenerse a reflexionar demasiado, Camila atravesó la vivienda con pasos pesados, cada uno marcado por el peso de la incertidumbre. Se dirigió hacia el despacho de su padre con determinación, confiando en que allí lo encontraría. Una vez frente a la puerta de la oficina, Camila inhaló profundamente, tratando de calmar los acelerados latidos de su corazón. Flexionó los dedos de las manos y humedeció sus labios resecos, buscando reunir la fuerza necesaria para enfrentar lo que estaba p
Siete días después de su primer encuentro con Alex, Camila se encontraba una vez más frente al a imponente prisión. En aquella ocasión, los hombres de Alex la habían llevado hasta allí y la habían dejado sola, como una especie de prueba para medir su fiabilidad y determinar si era capaz de cumplir con su palabra. Por esto, pese a que Camila era consciente de que, si quería, podía escapar de allí, descartó esta posibilidad por completo. Sabía que su presencia en aquel lugar tenía un propósito claro, y ese era tan complejo e importante como salvar la vida de su familia, aun cuando aquello significara perderse a ella misma en el proceso. Además, no era ninguna tonta y su instinto le decía que, si no cumplía con su palabra, las consecuencias serían más que desfavorables. Alex tenía la autoridad suficiente como para enviar a alguien en su búsqueda; después de todo, conocía su dirección y no dudaba de que tuviera acceso a información sobre su persona, que ella misma desconocía. Camila tra
Para Camila, la última semana había pasado a la velocidad de un rayo. Aún no podía creer que habían transcurrido más de veinte días desde que había conocido a Alex y que aquel día, por tercera semana consecutiva, debía regresar a verlo a la prisión. Durante aquellos últimos siete días, Camila se había sentido desfallecer, al punto de perder el apetito. Alex se había infiltrado de tal manera en su vida que no podía dejar de ver su rostro, ni siquiera en sueños. Era como si se hubiera apoderado por completo de ella. «¿Cómo sí…?», se preguntó, soltando una risita despectiva. «Efectivamente, se ha apoderado de mí y yo fui quien se lo permitió». Sin embargo, ser consciente de esto, no alejaba el miedo que sentía. Luego de que Camila había accedido a casarse con él, Alex le había ordenado que se vistiera y tomara asiento en una de las sillas de la celda, tras lo cual comenzó a darle las indicaciones detalladas de lo que debía hacer desde ese momento. Una de ellas, era la condición de que
Intentando mantener la compostura a pesar de la tormenta de pensamientos y emociones que le invadían, Camila se acercó a Andrea, quien la observaba con la interrogación grabada en la mirada. —¿Esperas a alguien? —le preguntó, tratando de desviar su atención. —No, ¿y tú? —respondió Andrea, frunciendo el ceño ante la extraña pregunta. Camila negó con la cabeza, incapaz de siquiera considerar esa posibilidad en medio de su turbación emocional. —Quizás es alguien que viene a ver a papá —sugirió Andrea, levantándose de su asiento y observando el desastre que había causado la sopa derramada—. ¡Mira el lío que has armado! Vamos a ver quién es y te calentaré un poco más. Camila tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta ante la posibilidad de enfrentarse a lo que temía, mientras asentía con resignación y recogía el cuenco y la cuchara y los depositaba en la bandeja, con manos temblorosas. Acto seguido, las hermanas se dirigieron hacia el pasillo que conducía a las escaleras, mientras
—Camila —la llamó su hermana, en un momento dado, sacándola de sus pensamientos—. ¿Me explicarás qué demonios está pasando? —inquirió, con los brazos en jarra—. ¿Cómo es eso de que te vas a casar con ese hombre? ¿Es que acaso no viste las noticias…? ¡Fue condenado por asesinato! —Shh —la acalló Camila, apresurándose a taparle la boca con una mano, mientras se cercioraba que ni su padre ni Alex la hubieran oído—. ¡Cállate! —susurró—. No digas esas cosas. Él no es un asesino. Se comprobó que es inocente. —Pues, por la cara que pusiste al verlo en la tele, no creo que sea tan inocente como dices —repuso Andrea, con una mueca de incredulidad. —¡Vamos, Andre!, ¿en serio no crees en mí? —preguntó, fingiendo sentirse ofendida. Sin embargo, no podía culparla, ya que no estaba equivocada en lo absoluto—. No le faltes el respeto a tu cuñado —añadió, sintiendo cómo la última palabra le hacía daño—. Ven, mejor vamos a ayudarle a Fiona a preparar el café. Tras decir esto, Camila la tomó por el
Dos días después de la inesperada visita de Alex a la mansión de su familia, Camila se encontraba junto a él en la sala de espera del Registro Civil. La ansiedad la consumía; sentía que todo daba vueltas a su alrededor y apenas podía respirar con normalidad. Observaba a Alex, sentado junto a ella con un impecable traje azul marino, camisa blanca, corbata gris plateado y zapatos de diseñador bien lustrados. Estaba con los brazos y las piernas cruzadas, echado contra el respaldo de la silla de plástico, como si contraer matrimonio con una desconocida fuera una tarea de lo más común. Camila miró su reflejo en el vidrio del vestíbulo, evaluando su imagen. Estaba vestida de manera sencilla, con un vestido color azul claro, que apenas le llegaba hasta las rodillas y que dejaba su espalda al descubierto. Como complemento, se había colocado un colgante de plata y unos aretes a juego, que había heredado de su madre, mientras que sus pies estaban enfundados en delicadas sandalias de tacón de co
Después de recibir el acta de matrimonio, Alex condujo a Camila hasta su lujoso coche. El vehículo era un Cullinan, de Rolls Royce, que contrastaba con la sencilla vestimenta de Camila. —Sube —ordenó Alex, mientras se montaba en el asiento trasero del coche. —¿A dónde vamos? —preguntó Camila, intentando aliviar la incomodidad del ambiente, mientras lo imitaba, y el chofer de Alex ponía el automóvil en marcha. —A casa —respondió él escuetamente, con la vista fija en la carretera, al otro lado de la ventanilla, sin ninguna emoción. —Pero esta no es la ruta para ir a… —intentó decir ella. —No creerás que después de casarte conmigo seguirás viviendo con tu padre, ¿verdad? Ahora eres mi esposa y debes vivir conmigo —la interrumpió Alex, con firmeza. —Yo, esto… yo pensé que… —comenzó a decir en un intento de explicarse. Sin embargo, Alex soltó una sonora y despectiva carcajada, que la dejó en silencio. —Se te notaba lo inocente, pero ¿tanto? ¿En serio? —se burló—. Ya te lo dije: ahor