Alex llegó al restaurante donde se había citado con Humberto Mendoza y al anunciarse le dijeron que le esperaban en la mesa reservada por él.La condujeron a su encuentro y el elegante caballero se puso de pie y se saludaron con un abrazo, luego se sentaron y ordenaron algo para tomar.—Disculpa la espera, Humberto, se me presentó algo que debía resolver.—Valió la pena, espero que te guste este lugar. Si deseas ordenar, puedo darte algunas sugerencias excelentes.—Seguro…Rato después se encontraban disfrutando de la deliciosa comida y conversaban animados sobre todo tipos de cosas. Humberto era el representante de una empresa que recién se había unido a la clientela de Alex para sus servicios digitales. Era un hombre encantador y amable, culto y divertido. Tenían que discutir algunas cosas de trabajo e insistió en que almorzaran juntos para hacerlo. Se habían reunido un par de veces para afinar detalles y se dieron cuenta que tenían mucha afinidad. Alex le habló de Huellas de Amor y
El cerebro de Alex trabajaba a una velocidad vertiginosa sin lograr el orden.Veía a Manuel allí, a solo un paso de ella, podía verse reflejada en la tristeza de su mirada, oscura pero ya no esquiva. Lo miraba fijamente y buscaba cómo decirle a ese hombre lo que le hacía perder el aliento.—¿No tienes nada que decirme? ¿Tanto así te lastimé que llegaste a odiarme? Por supuesto, no podría culparte por eso, pero me duele haber hecho justo lo que quise evitar. Si consideras que no puedes perdonarme, lo entiendo, pero dímelo, para hacerme a un lado y dejarte ser feliz. Dime todo lo que desees porque lo merezco y estoy preparado para escucharlo, pero habla conmigo, por favor. Tu silencio es demasiado para mí.Al decir esas palabras, introdujo sus manos en los bolsillos de su pantalón con impotencia y se dio la vuelta para ocultar su rostro lleno de tristeza.—Manuel…sé que debo decir algo, pero aún estoy tratando de comprender este momento. Esperé tanto escuchar lo que dijiste, me obligué
Capítulo 1 — ¡Esa mujer es un peligro! —gritaba aquel hombre enfurecido, mientras se frotaba la cabeza, donde se le comenzaba a formar una protuberancia— ¡Exijo que la pongan tras las rejas! — le ordenó al policía que trataba de mediar en la pelea. — ¡Tras las rejas deberías estar tú, basura! — le espetó la mujer en cuestión— ¡No mereces ni el aire que respiras! — la chica trató de zafarse de quienes la detenían, para que no continuara agrediendo al hombre y a quien le corría un hilillo de sangre desde la frente— ¡Suéltenme ya verás cómo te doy lo que te mereces! — Señorita, por favor, guarde la compostura, no es necesario que sea tan violenta. — Es que aún no le he hecho nada — dijo ella mirando con rabia al hombre— ¡Suélteme para terminar lo que empecé! — volvió a batirse para quitarse las manos de los dos fornidos hombres que la sostenían. — ¿Por qué no te pones con uno de tu tamaño? ¡Lánzame la piedra a mí, que me puedo defender! ¡Y después llaman animales a los perros! Cuando
Cuando el despertador sonó, Manuel no sentía deseos de levantarse. Pensar en ir a continuar batallando con gente que no deseaba entrar en razón en cuanto a la legalidad de las cosas, le hacía sentir ganas de no quitarse las cobijas de encima. Sin embargo, la obligación era ineludible y aunque su trabajo no era el más querido o apreciado, menos aún respetado, alguien debía hacerlo. Generalmente, las personas lo odiaban cuando debía obligarlos a comparecer y atenerse a las leyes. Mala suerte para ellos, porque a Manuel no le importaban esas personas, solo que cumplieran lo establecido. Pensando así, se levantó de la cama y se fue al cuarto de baño. Llevaba puesto solo un bóxer negro, que no dejaba nada a la imaginación de aquel cuerpo firme, de abdomen plano y trasero espectacular. Ese físico era el producto de su bien definida rutina de ejercicios diarios. Independientemente de lo que tuviera que hacer, su paso por el gimnasio cada día era inamovible. Su alta estatura lo había obligad
Las chicas subieron al auto y se fueron a su trabajo. Al llegar, como siempre, estaba Adrián, su supervisor, esperando en la entrada de la oficina. Ariana ya conocía la rutina y se puso en los labios la sonrisa más impactante, que, en su rostro hermoso, la hacía ver como un querubín sonriente. — Hola, Adrián, que guapo te ves con ese traje ¿es nuevo? — tocó la corbata a rayas del hombre descansando su mano en el pecho de él, como al descuido. El supervisor, se sintió confundido con aquel gesto y bajó la guardia, momento que Alex aprovechó para escurrirse hasta su cubículo mientras Ariana coqueteaba descaradamente con su superior. Los compañeros de trabajo que se encontraban cerca sonrieron ante la estratagema de las mujeres. — Ay, Adrián, qué horrible tránsito hay, parece que hubo un accidente, no había paso hacia ninguna calle, me costó un mundo llegar, ¿me perdonas ésta, por favor? — hizo un puchero gracioso y el hombre quedó desarmado ante ella. — Procura evitar estos retrasos,
Manuel asintió y salió de la cocina con su carpeta en las manos, haciendo anotaciones. Caminó de regreso por el pasillo y revisó un par de salones alternos al principal, cuyas puertas permanecían abiertas y sostenidas cuidadosamente con trancas, para que no se cerraran. Allí vio una multitud de camas para perros organizadas contra las paredes. Había muy pocos muebles. Parecía que hubieran sido sacados para hacer espacio para los muebles y juguetes para el entretenimiento perruno. Luego subió la escalera y desde allí la casona con altos techos y grandes lámparas colgantes, le produjo una sensación de soledad peor que la que sintió al entrar. Caminó por el amplio pasillo y vio muchas más camas para perros a lo largo de éste. Había varias puertas cerradas y se dirigió a la más cercana. Era una habitación, en la que se notaba que no era usada por nadie. Los muebles apenas tenían una leve capa de polvo, de pocos días, quizás una semana, pero no había adornos ni artículos personales. Abri
Rato después se encontraban en un bar sentados a la barra, cada uno con una cerveza frente a sí y conversaban sobre sus días. Gabriel era profesor de matemáticas en un colegio de alta categoría y por las tardes trabajaba como encargado y entrenador en el gimnasio.— Y dime, Manuel, ¿cuándo vas a decidirte a dejar ese horrible empleo de Intendencia y dedicarte a ganar dinero en serio como abogado?— Tengo mis objetivos de experiencia trazados, debo alcanzar ciertos cargos y luego de eso, con los conocimientos adquiridos en derecho institucional, podré dedicarme a ciertas ramas del negocio legal, que pocas personas conocen y que se convertirían en mi especialidad, porque conozco las instituciones desde adentro.— Es que no sé cómo puedes vivir con el odio de la gente, creo que te han amenazado más que a nadie en el mundo.— Hoy me amenazaron con matarme con una pala llena de excrementos de perro y enterrarme en el jardín, o servirme de cena para sus perros — una muy leve sonrisa de iron
Esa tarde, Alex volvió a su casa sola, porque Ariana tenía compromisos. Al llegar a la esquina volvió a ver el auto de ese hombre parado frente a su casa y supuso que él estaría dentro del mismo, porque no se veía en los alrededores.Se acercó y al asomarse por la ventanilla, allí estaba Manuel, leyendo algunos papeles mientras la esperaba.— Finalmente llega, hace rato que la espero— se quejó Manuel molesto.— ¿Se supone que yo debería saber que usted vendría de nuevo a perturbar mi paz? ¡Ni que fuera adivina! Yo trabajo ¿lo sabía? Y tengo un horario que cumplir.— No es algo común en personas como usted,— Con eso se refiere a "locos", presumo. Creo que debería irse. — le indicó impaciente.— No es que me encanté venir aquí, ya le dije que no me gustan los perros.— No se sienta mal por eso, usted tampoco les gusta a ellos— expresó cínica.— Vine a traerle el oficio donde se le indica el plazo que se le concede para resolver este asunto de los perros, necesito la documentación que t