Capítulo 4

Manuel asintió y salió de la cocina con su carpeta en las manos, haciendo anotaciones.

Caminó de regreso por el pasillo y revisó un par de salones alternos al principal, cuyas puertas permanecían abiertas y sostenidas cuidadosamente con trancas, para que no se cerraran. Allí vio una multitud de camas para perros organizadas contra las paredes. Había muy pocos muebles. Parecía que hubieran sido sacados para hacer espacio para los muebles y juguetes para el entretenimiento perruno.

Luego subió la escalera y desde allí la casona con altos techos y grandes lámparas colgantes, le produjo una sensación de soledad peor que la que sintió al entrar. Caminó por el amplio pasillo y vio muchas más camas para perros a lo largo de éste. Había varias puertas cerradas y se dirigió a la más cercana. Era una habitación, en la que se notaba que no era usada por nadie. Los muebles apenas tenían una leve capa de polvo, de pocos días, quizás una semana, pero no había adornos ni artículos personales. Abrió un armario y como esperaba, no había nada en él. Salió de allí y entró a la siguiente y se repitió la escena. Igual en las siguientes habitaciones, de las cuales, una parecía ser la principal, por el espacio y el tipo de mobiliario. Llegó luego a la última y al abrir la puerta, se encontró con la única que parecía ser usada por alguien. Una cama grande, peinadora con taburete con poquísimas cosas encima, una cómoda con un tv sobre ésta y un par de mesas de noche era todo el mobiliario. Dos puertas parecían ser el baño y un armario. Sin embargo, Manuel, por algún motivo, se sintió renuente a entrar allí e invadir la privacidad de la mujer y salió, cerrando la puerta tras de sí.

Bajó la escalera y regresó a la cocina. Allí encontró a Alex hincada con un gotero en las manos, al lado de Igor.

— ¿Qué le ocurrió a ese animal?

— Un bastardo lo golpeó en la calle ayer y le rompió la pata, lo llevé a curar y lo traje a casa, parece haberse perdido de su casa porque tiene un collar, pero no tiene dirección escrita, trataré de encontrar a su familia— miró al perrito con profundo amor y Manuel no pudo dejar de advertir que aquella loca realmente amaba a esos animales.

Alex se puso de pie y se dirigió a la puerta que daba acceso al patio. Le sorprendió ver que la puerta había sido adaptada con una ventanilla que les permitía a los perros entrar y salir cuando lo desearan.

— Voy a limpiar mi patio, como lo hago cada día, por si desea anotarlo en su carpeta —lo miró molesta— y si le parece puede venir conmigo para que vea que mis niños están mejor atendidos que muchos humanos en sus horribles asilos.

Salió al patio y la brisa fresca de la tarde no era agradable como debería por el olor de los desechos de los perros. Alex sabía que era así, pero ella trabajaba duro cada día para mantener el lugar limpio.

Se calzó sus botas de hule, mientras Manuel la observaba y comenzó a recoger todo, luego procedió a lavar muy bien el lugar con desinfectantes hasta dejarlo completamente limpio.

Manuel no podía creer que realmente alguien se diera todo ese trabajo cada día para mantener sus animales adecuadamente cuidados. Había que reconocer que la loca se daba un maratón con esos bichos.

—Y bien… — dijo Alex cuando se volvió a mirar a Manuel— ¿qué va a decirme ahora?

— Verá, señorita Aldana...

— Alex.

— Alex, bien— carraspeó Manuel— Sé que hace esto por un motivo que para usted es válido, aunque reconozco que mantiene el lugar lo más limpio que puede en estas condiciones. Esto es, como le dije, una zona residencial y los estatutos municipales no permiten que usted tenga tantos animales haci...

— Si dice "hacinados" una vez más, lo mataré con esa pala y lo enterraré en mi jardín.

— Lo dice con la convicción de quien ya lo ha hecho— observó Manuel tajante.

— Quizás ese sea mi verdadero secreto, mato inspectores de salubridad y colecciono sus cuerpos en mi jardín, debería traer a sus policías y revisar, ¿quién dice que no los use como alimento para mis chicos? — levantó la barbilla retadora.

— Con los dementes no se sabe cuándo podrían estar diciendo la verdad.

— Además me está llamando demente… Voy a decirle algo, estoy siendo amable, no quiero problemas, pero usted viene a mi casa con su cara de matón a entrometerse en nuestras vidas, ya vio que los perros son atendidos adecuadamente, trabajo muy duro para que sea así. No puedo evitar que hagan "cosas" porque es antinatural pensarlo, pero limpio todo muy bien, ¿qué más quiere de mí? — exclamó exasperada. Ese tipo en serio la sacaba de sus casillas con su actitud de robot.

— Que entienda que no puede tener tantos perros en esta casa, está prohibido porque causa perjuicios a su comunidad y que debe salir de ellos, entregarlos a las autoridades para que se hagan cargo y...

— ¿Está usted loco? No voy a entregarles a mis niños para que "los pongan a dormir" como le dicen porque piensan que es menos horrible llamarlo por su nombre: ¡¡¡asesinarlos!!! ¡Jamás se los voy a entregar, primero muerta!

— Como usted prefiera, a mí me da igual — dijo el hombre con indiferencia— sin embargo, es un hecho que para que pueda conservarlos debería tener un albergue en una zona adecuada, con el personal necesario y lejos de la ciudad.

— Sí, claro y voy a mi trabajo en mi helicóptero privado ¡yo trabajo para vivir, insensato! — le gritó y le molestó más aún que aquel idiota se mantuviera impávido ante su insulto.

— No hay opciones.

— Escúcheme bien, Robocop, no van a matar a mis perros, así que van a tener que conseguir opciones— Alex se alteraba y sentía que la sangre hervía en su cuerpo.

— Señorita, en vista de que usted tiene una situación diferente al común de los locos acumuladores...

— ¡Oiga, respete! — le gritó.

— Igualmente le digo yo, estoy haciendo mi trabajo y usted no ha sido muy respetuosa.

— Ay, pobrecito ¿Lastimé su corazoncito? — preguntó con fingida dulzura— ¿Cómo quiere que sea amable si está amenazando con quitarme a mis bebés y además me llama loca?

— Me disculpo por eso. Entonces, en vista de que las condiciones de su situación no son las que generalmente encontramos en casos como estos ya que la higiene y condición de los animales no está en peligro por el momento, recomendaré a mis superiores se le conceda un plazo para remover a los animales de la casa, bien sea que los lleven a un albergue, les consiga hogares adoptivos, o usted decida mudarse a una zona en la que se permita tener este número de animales, digamos, un mes.

— ¡Ahora el loco es usted! ¿cómo cree que voy a aceptar eso? No pueden obligarme a separarme de mis perros, ¡no es justo! — la voz chillona en esta última frase reveló el estado de alteración de la mujer y que estaba muy cerca de explotar en llanto— ¡no pueden hacerme eso!

—Lo siento señorita Aldana, es ineludible el hecho de que debe hacerlo, los perros no pueden continuar aquí, usted verá cómo lo hace.

—Sí, lo siente mucho, con toda la sensibilidad que lo caracteriza, supongo ¿Cómo pueden pretender separar a mis perros de su familia?

— No voy a seguir discutiendo esto con usted, señorita Aldana, debo irme, se le notificará por escrito la fecha en la cual deberá haberse librado de los animales, pero desde ya, le digo que tiene un mes para eso.

— Es imposible, no puedo conseguir hogar para todos tan pronto, deben darme más tiempo.

— Eso es todo lo que puedo hacer por usted.

— ¡Qué gran favor, todo un mes! Sabe qué, ¡no me haga favores, amigo! Y lárguese de mi casa o lo serviré de cena mañana a mis perros.

— Volveré para inspeccionar los cambios en la situación.

— ¡No se atreva a volver! ¡Largo de aquí!

— Lo dicho, otra loca más— dijo entre dientes Manuel mientras se dirigía a la puerta. Salió de la casa y veloz como un rayo atravesó el jardín antes de que a la loca de los perros se le ocurriera echarle encima su jauría.

Ya en su auto, miró hacia la casa y pensó en aquella mujer. Ciertamente, algo estaba mal en ella, pero era indudable que esos perros eran “sus bebés" como decía. Había visto esa situación varias veces y todos sufrían, sin excepción. La mayoría eran ancianos abandonados que deseaban llenar su soledad con esos animales. Pero era la primera vez que se encontraba con alguien tan joven en esa situación. La mujer tendría unos treinta años, quizás.

— ¿Qué puede desencadenar en alguien así esa dependencia? — pensó en voz alta Manuel, a la vez que encendía el auto y dejaba atrás la casa de los perros.

Condujo calmadamente a través de la ciudad y estacionó en el parqueo de un gimnasio. Sacó de la maleta del auto un bolso con la ropa para ejercitar y entró.

— Buenas tardes, Gabriel— saludó al encargado del lugar, con quien se veía allí cada día y quien en ocasiones entrenaba junto a Manuel. Luego se dirigió a los vestidores y rato después, salía con la ropa adecuada para entrenar.

Caminó con su andar recto y sin vacilación hacia el área de pesas y comenzó su rutina de calentamiento, sin apenas notar al resto de los presentes. Trabajaba concentrado en ello cuando una voz suave le habló a su lado.

— Llegaste tarde hoy, Manuel, supongo que allá afuera debe haber ocurrido algo tremendo para que eso pasara, nunca imaginé vivir para presenciarlo,

— Hola, Isis — respondió Manuel sin detener su entrenamiento y apenas volviendo por un instante la cabeza para mirar a la mujer— Cosas del trabajo.

— Hoy te toca entrenar con Gabriel, pero si lo prefieres, puedo trabajar yo en tu rutina — le habló muy bajo con tono seductor y colocó su mano en el brazo del hombre, acariciando ligeramente su piel.

— Me da igual.

La bella entrenadora movió su cabeza con exasperación. ¿Qué debía hacer para lograr el interés de ese hombre? Lo había intentado todo y él no daba señales de que sintiera ni la más leve atracción por ella. ¿Qué le pasaba a ese tipo? Prácticamente se le lanzaba en los brazos, intentó seducirlo con todos los medios que conocía, pero nada daba resultado. Llegó a pensar que era gay y por eso el desinterés por ella, pero había estado preguntando aquí y allá y otros compañeros le aseguraron que no lo era.

Ahora la mujer estaba empeñada en lograr que se fijara en ella.

La alta chica, con cabello rubio perfectamente matizado con reflejos color champaña, un rostro perfecto, de piel suave y delicada, ojos castaños rasgados y un cuerpo que era la envidia de todas las mujeres dentro y fuera del gimnasio, tenía a sus pies a todos los hombres del lugar, menos al único que le interesaba. Desde que comenzó a trabajar allí y conoció a ese hombre altísimo, bien formado, de rostro serio y pocas palabras, le gustó y lo quería para sí, pero ninguna de sus tácticas de seducción había logrado algo más allá de un poco de charla relacionada con el entrenamiento. Sin embargo, no se daría por vencida. Manuel le gustaba en serio y tarde o temprano lograría interesarlo. Aún le quedaban muchas armas por usar.

Se volvió de espaldas y se inclinó a escoger unas pesas, dejando deliberadamente su trasero increíble frente a los ojos de Manuel.

Él, por su parte, no es que no percibiera los esfuerzos de la mujer por conquistarlo y aunque sabía que corrían rumores sobre sus preferencias, se aseguraba de mantener la distancia con las personas de su entorno directo. No gustaba de permitir que muchas personas se acercaran a él o conocieran sobre sí.

Muy seguramente, nadie de su trabajo o del gimnasio conocía nada sobre su vida personal. Sus muy escasos amigos conocían los pormenores porque eran personas de la época de los acontecimientos. Fuera de eso, nadie sabía quién era Manuel García.

Y con Isis no era diferente, no le gustaban las personas materialistas y menos aún la gente vanidosa. Muchas personas podrían ver su afán por el entrenamiento como algo puramente físico, pero nadie entendería jamás que su disciplina era para mantener el control sobre su vida. Estar en forma fue definitivo para su subsistencia y ahora solo lo hacía para mantener su equilibrio y no una forma de destacar entre el sexo opuesto o ser más atractivo.

Isis era hermosa, pero estaba demasiado consciente de eso y lo utilizaba, le gustaba la admiración y saber que los hombres se derretían a su paso y para alguien que ha tratado de mantener un bajo perfil en la sociedad, ella era como una bengala encendida en la noche.

Alguna vez trató de sostener una conversación interesante con ella, pero la chica solo se dedicó a jugar juegos de seducción con él a pesar de que había escuchado comentarios sobre su profesión fuera del gimnasio. A él lo atraía mucho más el cerebro de una mujer que su físico. Siempre buscó personas con quienes pudiera hablar, escuchar y ser escuchado. Definitivamente, Isis era el tipo de mujer para una aventura y él no iba en esa dirección. No estaba interesado en una relación seria por el momento, pero tampoco deseaba acostarse con alguien que no le resultaba interesante. Cada mujer que hubo en su vida estuvo perfectamente enterada de sus intenciones y sabía que sus esfuerzos estaban dirigidos a su trabajo, porque tenía muy bien definidos sus objetivos. Jamás había engañado a una mujer ni la había ilusionado con una relación con fines matrimoniales. No era su objetivo y lo dejaba claro antes de cualquier avance con alguna chica.

Tampoco era que se las diera de galán, no tenía ningún problema con pasar la noche o los fines de semanas solo en su casa, o quizás irse de excursión y acampar en algún lugar remoto, en completa soledad.

A pesar de que sabía las cosas que se decían sobre él y sus preferencias, decidió mantener esa línea sin cruzar en su trabajo y el gimnasio. De modo que los intentos de Isis habían sido inútiles hasta ese momento.

Continuó su rutina, sin darle mayor importancia a la insistencia de la joven entrenadora. Sin duda era muy bella pero no le atraía más que físicamente.

Terminó de entrenar y se fue directo a las duchas. Allí se encontró con Gabriel quien ya terminaba su turno y acordaron salir a tomar algo juntos.

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