Capítulo 6

Esa tarde, Alex volvió a su casa sola, porque Ariana tenía compromisos. Al llegar a la esquina volvió a ver el auto de ese hombre parado frente a su casa y supuso que él estaría dentro del mismo, porque no se veía en los alrededores.

Se acercó y al asomarse por la ventanilla, allí estaba Manuel, leyendo algunos papeles mientras la esperaba.

— Finalmente llega, hace rato que la espero— se quejó Manuel molesto.

— ¿Se supone que yo debería saber que usted vendría de nuevo a perturbar mi paz? ¡Ni que fuera adivina! Yo trabajo ¿lo sabía? Y tengo un horario que cumplir.

— No es algo común en personas como usted,

— Con eso se refiere a "locos", presumo. Creo que debería irse. — le indicó impaciente.

— No es que me encanté venir aquí, ya le dije que no me gustan los perros.

— No se sienta mal por eso, usted tampoco les gusta a ellos— expresó cínica.

— Vine a traerle el oficio donde se le indica el plazo que se le concede para resolver este asunto de los perros, necesito la documentación que tenga de los animales.

— ¿Qué espera que tenga, actas de nacimiento y pedigree? No entiende que los rescaté de la calle, solo tengo los reportes de vacunas y atención médica.

— Eso me sirve, así podría al menos hacer un cálculo de la cantidad de animales.

— Venga conmigo.

Alex abrió el portón y los perros salieron a recibirla. Nuevamente Manuel se sintió aterrado de entrar y Alex lo miró impaciente.

— Ya sabe que no le van a hacer nada, tan grandote y con tanto miedo de unos perritos indefensos.

— Con dientes afilados.

— Están vacunados — le dijo con sorna— Ande ya, no sea tonto, mire que hoy no estoy de humor, aunque parece que usted nunca lo está ¿Por qué siempre se ve tan tieso? Relájese.

Manuel miró sin entender a esa mujer que hablaba sin parar como un radio y en cierta forma le hizo gracia su manera tan directa de decir las cosas. Todos pensaban como ella en cuanto a su carácter, pero esta mujer se lo lanzaba a la cara sin ningún tapujo. Caminó tras ella entre el montón de perros y la observó enfundada en aquellos jeans descoloridos, con la camisa azul que le quedaba tan grande que debía doblar las mangas, para que no le sobrepasaran las manos. “Alguien debería darle algunos consejos de modas a esta chica” pensó Manuel observando su cuerpo, un poco más visible que el día anterior.

“No es tan horrible, pero debería hacer algo con ese cabello, parece que tuviera vida propia"

— Va a tener que esperar un poco por los papeles, los chicos están hambrientos— comenzó a servir la comida del enorme saco, pero no podía moverlo sola, porque apenas lo acababa de abrir— Sea amable y ayúdeme con el saco, es muy pesado.

Él la miró con asombro de que pidiera semejante cosa.

—Pero… ¡me voy a ensuciar el traje!

— Ay, no sea así, eso no lo va a matar, venga, deme una mano. Tanto músculo inútil, al menos deles uso, ¿o son solo para llamar la atención?

Lo empujó hasta donde se encontraba el saco, ella lo tomó de un lado y esperó a que él lo asiera del otro. Manuel se quedó viendo el bulto sin decidirse a tocarlo.

— Ayude, que el saco no muerde.

Finalmente, Manuel tomó un lado del saco y lo arrastró casi sin esfuerzo hasta donde le indicó Alex y se quedó mirándose las manos.

— Que bien, no son músculos de utilería— se rio Alex y continuó sirviendo platos para los perros— Lávese allí antes de que le dé un infarto— le señaló el fregadero.

Manuel fue hasta el fregadero y se lavó las manos a conciencia y las secó con una servilleta de papel del rollo que estaba a su lado. Luego se volvió a mirar a Alex.

— Necesito irme, por favor consígame los documentos.

— En la sala hay un mueble con gavetas, allí está todo lo que tengo, pero no puede llevárselo, debo tenerlo para las personas que adopten a mis niños.

— Allí le voy a dejar el oficio que le envía el departamento, pero necesito que firme la copia en señal de recibido, luego no salga con que nadie le informó cual era el plazo,

Alex se volteó para quedar de frente a Manuel.

— Pese a lo que usted piensa, no estoy loca ni hago idioteces, soy una persona seria y responsable, ya me dijo que tengo un mes para esto y voy a hacer lo posible por lograr lo mejor para mis perros. Aunque usted tenga esa actitud de superioridad, eso no lo hace más consciente ni mejor persona que yo, revise lo que necesite en el mueble, pero deje todo en su lugar.

Se volvió hacia Igor quien ya hacía intentos de caminar con su patita enyesada y le dio su medicina.

Manuel sin saber qué hacer ante la actitud de aquella joven, se quedó mirándola mientras se movía por todo el lugar hablándoles a los perros.  De verdad, esa mujer era todo un personaje.

Miró su reloj y vio que se le hacía tarde para ir al gimnasio y Alex no tenía ni la menor intención de atenderle hasta terminar con los perros. Tomó una decisión.

— Vendré mañana a buscar esos documentos, procure tenerlos a mano para revisarlos y no me haga perder el tiempo.

— ¿Usted es así de antipático naturalmente o practica a diario? Con esa actitud no creo que tenga muchos amigos.

— La amistad está sobrevalorada y no es asunto suyo cómo sea yo.

— Si lo es, si está parado en mi cocina y se porta como un patán. Me tiene sin cuidado si al salir de aquí lo arrolla un tren, pero mientras se encuentre en mi casa, va a ser una persona respetuosa, bueno, con que sea "una persona" creo que se logra bastante.

— Volveré mañana.

— Uf, tres visitas seguidas, van a pensar que usted y yo podríamos ser amigos, ¡qué horror!

— Debo irme— miró a los perros dudoso de moverse del lugar.

— Ellos ni recuerdan que usted está aquí, su comida es todo lo que les importa en estos momentos, salga tranquilo, mañana puede venir temprano si lo desea, porque solo saldré por la mañana.

Manuel se decidió a salir y abandonó la cocina. Alex apenas escuchó la vieja y pesada puerta al cerrarse tras él.

— Qué tipo tan extraño y me llama loca a mí.

Mientras pensaba en eso, continuaba con sus labores y tan pronto terminó con todo, se metió a la ducha y se preparó un sándwich que se llevó a la cama. Comió con desgano mientras veía la televisión, sin prestarle ninguna atención. Miró los noticieros hasta quedarse dormida, pensando en todo lo que tendría que hacer a la mañana siguiente.

Al día siguiente, más temprano que de costumbre, saltó de su cama y comenzó el trabajo de cada mañana, para poder salir a dedicarse a las cosas que en su mente había planificado.  Con su computador portátil se sentó a buscar opciones entre las organizaciones que podrían ayudarla. Un par de horas más tarde, tenía una lista de lugares a los que iría a solicitar apoyo para lo que había planificado junto a Ariana.

Corrió a su habitación y se vistió con jeans, playera y tenis y salió.

Durante toda la mañana visitó las instituciones de su lista para intentar organizar la feria de adopción para sus bebés. Al regresar a casa, una sensación agridulce la acompañaba ya que, a pesar de haber conseguido una gran acogida para el evento, eso significaría tener que decirles adiós a sus perros. Pero se ocuparía de conseguirles buenos hogares a los chicos.

Al mediodía, se preparó un sándwich y comió sin ganas rodeada de los perros. Luego salió al jardín y sentada en el piso del porche, se dedicó a jugar con los perros, disfrutando sus últimos días juntos. Un rato después la llamaba Ariana a su teléfono para darle noticias sobre sus intentos y le comunicó que ya había contactado a varias personalidades que estaban dispuestos a apoyarla en la búsqueda de familia para los perros.

Cuando ese hombre de Salubridad viniera, tendría información para él y así quizás la dejaría en paz por un tiempo.

Llamó al número que le dieron en el servicio de información telefónica para comunicarse con las autoridades del parque cercano, de modo de solicitar los permisos correspondientes para realizar allí la feria de adopciones. Le indicaron los documentos que debería consignar y le propusieron una fecha en dos semanas, cuando el parque estaría libre. Podría realizar allí las actividades.

Era extraño que todo el mundo estuviera tan entusiasmado y que las cosas parecían alinearse casi sobrenaturalmente para sus propósitos y ella se sintiera tan miserable. No era justo. Esos perros eran su familia, quienes la amaban, le daban afecto, la hacían sentir viva y necesitada.

Las lágrimas corrían por su rostro, mientras abrazaba al dulce Igor y sentada allí rodeada por su manada, lloró desconsolada y sus pequeños deseando consolarla se acurrucaban contra ella. Era lo que hacían siempre que sentían que algo la entristecía. La adorable y vieja Candy lamía su rostro secándole las lágrimas.

No notó que un auto se detenía frente a su casa, ni que Manuel había bajado de aquel auto y la observaba con curiosidad.

Algo de esa escena tocó alguna fibra en el alma de aquel hombre rígido, porque sus ojos se entrecerraron y la miró sin anunciar su presencia hasta que los perros lo vieron y fueron hasta la reja a recibirlo. Al parecer, a ellos también les llamó la atención tener esa visita durante tres días seguidos.

Alex volvió el rostro para ver qué atraía a sus perros y lo vio allí de pie, mirándola. Sus ojos se encontraron y se miraron por un instante, sin decir nada. Alex observó que en ese momento los ojos de Manuel no eran fríos ni duros como las otras veces. Había algo en ellos, como cierta una tristeza escondida detrás de la dureza de aquel rostro.

Alex tardó unos segundos en reaccionar y cuando lo hizo, le señaló el portón.

— Está sin llave, entre— dijo sin ánimos de hablar.

Ese hombre significaba la separación de su familia canina y aunque deseaba entender que él solo hacía su trabajo, no podía dejar de verlo como el enemigo.

Esta vez, Manuel solo se acercó al portón y lo abrió. Los perros se acercaron a olfatearlo y luego se alejaron de él. Ya no era un extraño para ellos. El hombre caminó hasta donde se encontraba Alex sentada, sin hacer ningún ademán de querer levantarse de allí.

— No deseo molestarla, veo que no es un buen momento —dijo Manuel como único saludo.

— No hay un buen momento para nada de esto. Todo lo que concierne a usted implica separarme de estos chicos, así que no se preocupe, voy a hacerlo, aunque me duela en el alma— los ojos de Alex brillaron con lágrimas retenidas y se volvió a mirar hacia otro lado para que Manuel no las viera. — Ya estoy organizando algo para conseguirles hogar, a los que pueda, no sé qué voy a hacer con los que no logren conseguir familia… algo se me ocurrirá— habló con voz pesarosa, que le llegó profundo a Manuel.

Generalmente, mantenía perfectamente las distancias con las personas con quienes debía tratar en su trabajo, pero era cierto que no le había tocado lidiar con alguien como ella antes. Casi siempre quienes estaban en esa situación eran ancianos, con demencia senil, a quienes les hacía un favor sacándolos de esos agujeros malolientes y llenos de desechos en los que vivían y eso lo hacía sentir que hacía lo correcto. Sin embargo, esta mujer no se asemejaba a ninguna situación que hubiera vivido antes y por momentos sentía que le hacía daño. Inmediatamente se llamaba al orden y se decía a sí mismo que era lo que debía hacerse. Pero aquellos ojos verdes como canicas llenos de lágrimas, le creaban un pesar que no había sentido antes.

— No es algo que hago para causarle problemas, solo hago que se cumplan las leyes.

— Ya no tiene importancia— la chica se movió sobre sí misma para levantarse del piso y Manuel le ofreció la mano para ayudarla. Alex la tomó y se impulsó sostenida por él y sintió en su mano la fuerza de aquella que le apoyaba. La retiró inmediatamente cuando se puso de pie y lo miró con las manos metidas en los bolsillos traseros de su pantalón.

— Venga conmigo, adentro tengo los papeles que me pidió de mis perros y puedo explicarle lo que pienso hacer con ellos, ya hoy logré organizar algunas cosas— caminó hacia la puerta y entró seguida de Manuel. Fue directo al mueble donde guardaba todo lo referente a sus perros, aquel mueble donde una vez su madre guardó todos sus documentos y cosas personales. Por un instante pensó en su madre y su mirada se volvió hacia el cuadro de la pareja en la pared sin que se diera cuenta de que lo hacía. Pensó que había sido algo imperceptible, pero Manuel habló detrás de ella.

— ¿Son sus padres?

— Si — Alex se sorprendió de que la voz de aquel hombre sonó casi normal.

— ¿Ya no viven con usted? — preguntó Manuel antes de percibir que estaba pisando terreno demasiado personal.

— Murieron, ambos. — respondió mecánicamente como se había acostumbrado a hacerlo para evitar preguntas de los curiosos.

La respuesta dejó a Manuel sin deseos de continuar hablando del tema y se dirigió a donde se encontraba Alex con una carpeta en las manos.

— Todo lo que tengo son los certificados de vacunación y algunos informes médicos, de sus esterilizaciones y tratamientos que han requerido.

Manuel tomó la carpeta y fue a sentarse al sofá que estaba cerca de ellos. Comenzó la tarea de contar los certificados y se dio cuenta de que eran muchos.

— Aquí hay más de cuarenta certificados.

— No lo sé, no los he contado, nunca me hizo falta.

— ¿En serio no sabe cuántos perros tiene?

— No me interesa saberlo, igual, para mí nunca son suficientes y para usted todos son demasiados, amo a los perros y supongo que ya le quedó claro.

— ¿Por qué tantos?

— Porque sí, porque son maravillosos, son amables, amorosos, fieles, leales, son mucho mejor que las personas.

— ¿Y su familia?

— No tengo, ya se lo dije.

— ¿No ha pensado que trata de sustituir la falta de su familia con los perros?

— No, los perros son mucho más cariñosos de lo que fue mi familia, no extraño gran cosa de ninguno de ellos y  ya está bueno de hurgar en mi mente, ni usted es psicólogo ni yo estoy loca, solo me enferma que maltraten a los animales, no es que ande por la vida arrastrando traumas— movió la cabeza tratando de sacar esos pensamientos de su mente— Le cuento que vamos a organizar una actividad pública para buscar familia para mis niños, en el parque que está cerca de aquí, conseguí varios patrocinadores que me apoyarán con la logística, será en dos semanas, durante todo un fin de semana me permitirán tener a los perros allí, para que quienes deseen adoptar, lo hagan.

— Me parece buena iniciativa y lo logró pronto.

— No tengo alternativa, no puedo permitir que usted se los lleve y los pongan a dormir — lo miró con ojos acusadores.

— No se trata de que yo desee hacer eso, sino de la ley.

— ¡Váyanse al infierno usted y la ley! ¡Me están quitando a mi familia y no les importa! No haga como si le importara en algo lo que siento. Revise lo que quiera y váyase, tengo cosas que hacer.

— Voy a llevarme esto— señaló la carpeta y al ver que ella abría la boca para protestar continuó— voy a revisarlo bien, a hacer las anotaciones que requiero y se los devolveré muy pronto, se lo prometo.

— No los pierda, son esenciales para quienes los adopten.

— Gracias, debo decirle que me alegra que hayamos podido entendernos y que me satisface ver que está haciendo las cosas por usted misma, no deseo llegar a los extremos de tener que sacar los animales con las autoridades y agradezco su cooperación.

— Si, muy bien, bravo por mí. ¡Buena chica! — dijo con cara de enfado— Ahora váyase— miró a otro lado para no tener que mirar a ese hombre que la felicitaba por tratar de deshacerse de sus pequeños.

Manuel colocó la carpeta dentro de su maletín y se puso de pie.

— Como le dije antes, esto no es algo personal, Alex.

— ¿Aún sigue aquí? — preguntó sin mirarlo y Manuel se dirigió a la puerta. Salió sin que los perros le prestaran mayor atención y Alex escuchó cuando arrancó el motor del auto.

— Y ustedes— les dijo a los perros— podrían al menos haberle dado un susto. Vengan, vamos por su comida.

Se fue con ellos a la cocina.

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