Capítulo 3

Las chicas subieron al auto y se fueron a su trabajo. Al llegar, como siempre, estaba Adrián, su supervisor, esperando en la entrada de la oficina. Ariana ya conocía la rutina y se puso en los labios la sonrisa más impactante, que, en su rostro hermoso, la hacía ver como un querubín sonriente.

— Hola, Adrián, que guapo te ves con ese traje ¿es nuevo? — tocó la corbata a rayas del hombre descansando su mano en el pecho de él, como al descuido. El supervisor, se sintió confundido con aquel gesto y bajó la guardia, momento que Alex aprovechó para escurrirse hasta su cubículo mientras Ariana coqueteaba descaradamente con su superior. Los compañeros de trabajo que se encontraban cerca sonrieron ante la estratagema de las mujeres.

— Ay, Adrián, qué horrible tránsito hay, parece que hubo un accidente, no había paso hacia ninguna calle, me costó un mundo llegar, ¿me perdonas ésta, por favor? — hizo un puchero gracioso y el hombre quedó desarmado ante ella.

— Procura evitar estos retrasos, nos van a terminar botando a los dos — la miró con ojos embobados. Esa preciosa rubia lo tenía fascinado desde hacía mucho tiempo, aunque no hacía nada por lograr algo con ella por las rígidas políticas de la empresa en cuánto a relaciones entre empleados.

Ariana le coqueteaba cada vez que llegaba tarde, pero reconocía que lo disfrutaba. Adrián era un tipo guapo y dulce y le resultaba muy atractivo.

— Lo siento, no volverá a pasar —le sonrió de nuevo y fue a su cubículo justo al lado del de Alex. Al pasar frente a ésta, le hizo un guiño cómplice y se fue a su mesa y ambas mujeres comenzaron a trabajar.

— Manuel, te llaman de la General — dijo la secretaria del hombre refiriéndose a la oficina de Asuntos Generales, donde llegaba todo tipo de casos y ellos se encargaban de distribuirlos con el departamento adecuado.

En esa intendencia se manejaban diferentes clases de inspecciones y cuando algún caso prometía complicarse demasiado o requería una persona que no se dejara convencer por los interesados, sabían que era un caso para Manuel García.

Manuel salió de su oficina y se dirigió a donde lo solicitaban. Tocó la puerta con los nudillos y abrió.

— Entra, Manuel, — le dijo su jefe al verlo en la puerta — qué bueno verte.

— Dime, Antonio, ¿para qué me necesitas?

— Tengo una denuncia que necesito que atiendas, alguien con demasiados animales.

— Ay, no, otra vieja con obsesión por los gatos — se quejó el hombre.

— Perros, esta vez son perros.

— Es lo mismo, ¿es que esa gente no tiene familia que los controle?

— Al parecer, se salió de control hace mucho, ve a inspeccionar el lugar y me informas. Ya sabes qué hacer, si alguien lo sabe eres tú. No podemos permitir que en plena ciudad tengan esos lugares llenos de animales enfermos y sucios, es un riesgo de salubridad.

— En general es así, gente que no puede ni cuidar de sí mismos y se encargan de animales sabiendo que no deberían. Dame la dirección.

Antonio le extendió una carpeta, con la denuncia y todas las formas para llenar.

— Alguien debería hacer algo con esos ancianos medio locos, nos quitan un tiempo precioso que podríamos dedicar a otras cosas más importantes, te advierto que, si se pone difícil, va a tocar que lo recluyan en algún asilo,

—Ya ha pasado, tampoco podemos recluir a todos los que tengan obsesiones, ve primero qué puedes lograr por las buenas.

— Ya lo veremos.

Tomó la carpeta que su jefe le extendía y antes de salir se volvió a mirarlo y le dijo:

— Soy abogado, si necesitan a alguien que les dé apoyo psicológico deberían darle el caso a otro departamento, mi trabajo es que se atengan a la ley. Me ocuparé ahora mismo— expresó sabiendo que en un par de horas sería la hora de ir al gimnasio y ninguna vieja loca se lo iba a retrasar.

Fue a su oficina por su maletín y las llaves de su auto. Le dejó algunas indicaciones a su secretaria y salió.

Rato después detenía su auto delante de aquella casona que, si no estuviera perfectamente limpia, podría decirse que estaba deshabitada. Al bajar del auto, se acercó al portón y llamó al timbre que había a un lado de la puerta.

Nadie salió, volvió a timbrar y esperó. Fue cuando vio cómo una enorme jauría venía corriendo hacia donde se encontraba él y dio gracias porque la reja estaba cerrada, de otra forma esa manada se lo habría comido.

Los perros ladraban enloquecidos hacia él, pero ningún humano salía de la casa, de modo que decidió visitar la casa vecina, para recabar información.

Al llamar acudió un hombre bastante mayor que lo recibió receloso.

— ¿Quién es usted y qué quiere?

—Soy Manuel García, inspector de Intendencia y vengo a atender una denuncia sobre la casa vecina ¿podría informarme algo sobre las personas que viven allí?

— Allí solo vive Alex con sus perros, son muchos y enloquecen al vecindario, lo demás averígüelo usted mismo. — diciendo esto se dio la vuelta y se dirigió a su casa.

Manuel volvió a la casa que debía inspeccionar y llamó de nuevo. Mientras lo hacía vio a una joven que caminaba por la acera acercándose a él y la abordó.

— Disculpe, señorita, ¿es usted de este vecindario?

— Si, lo soy — dijo Alex sin dar más información. Desde la esquina lo había visto que llamaba a su casa y antes de identificarse, quería saber qué buscaba ese hombre con cara de pocos amigos.

— ¿Sabe quién vive aquí? — señaló la casa.

— Si, lo sé ¿por qué pregunta?

— Necesito hablar con el hombre que vive aquí, pero al parecer, no se encuentra.

Alex estuvo tentada de decirle cualquier cosa que le hiciera irse, pero sabía que de todas formas volvería, de modo que decidió ver lo que ocurría.

— ¿Y para qué vino?

— Eso realmente no es asunto suyo, solo necesito que me informe si esa persona podría estar allí dentro. — respondió tajante.

— No, no podría.

— ¿Por qué lo dice?

— Porque estoy aquí afuera hablando con usted — le dijo con tono sarcástico.

— Es imposible, me dijeron que allí vive un hombre llamado Alex, solo con sus perros.

— Pues me llamo Alex y sí, vivo sola con mis perros, soy Alexandra Aldana, pero todos me llaman Alex, ¿qué quiere conmigo?

— Hay una denuncia en su contra en el departamento de Salubridad,

— ¿Basados en qué?

— Al parecer tiene usted demasiados animales hacinados en su casa.

— ¿Hacinados? Usted se volvió loco, mis bebés no están hacinados de ninguna manera.

— ¿Cuántos perros tiene? — preguntó molesto. Ya esa mujer le estaba sacando de sus casillas con sus respuestas odiosas.

— Eh, algunos, pero los cuido muy bien.

— ¿Cuántos?

— Verá, sí tengo bastantes, pero de ninguna manera podrán decir que los descuido.

— Le pregunto por última vez ¿cuántos perros tiene en casa?

— No es asunto suyo, ¡quiero que se vaya en este momento de aquí! — no podía responderle, porque ella misma no lo sabía.

— Verá usted, señorita Aldana yo solo quiero hacer mi trabajo que es entrar e inspeccionar el lugar, pero si lo prefiere, podría irme y regresar con la policía para hacerlo, existe una denuncia y voy a realizar la inspección quiera usted o no, decida.

— ¿Por qué se empeñan en molestarme? Yo solo hago lo que el Estado debería hacer, encargarse de esos animalitos abandonados.

—El Estado se encarga, señorita.

— Si, matándolos, ¡así cualquiera lo hace!

— No es mi problema yo solo hago mi trabajo, el resto no me interesa, por última vez le pido que me permita entrar a realizar la inspección para irme, porque tengo cosas qué hacer.

Alex sabía que no deseaba a la policía en su casa. Quizás si ese estúpido inspector veía que sus perros estaban bien cuidados la dejarían en paz.

—Pase — se dio por vencida. Abrió la reja con su llave y entraron. Tan pronto los perros escucharon la llave salieron a recibir a Alex. Por primera vez la chica no sintió alegría de que todos sus bebés salieran a esperarla. Quizás si no los hubiera visto juntos habría pensado que eran menos.

Los perros la rodearon alegres y algunos, los más desconfiados, miraron recelosos al desconocido.

— Entre, no van a hacerle nada —le dijo a Manuel al verlo paralizado ante la numerosa jauría.

— Mejor llamo a control de animales, puede ser peligroso porque estos perros no me conocen.

— Primero, mis niños están educados y si yo le digo que no le va a pasar nada es porque estoy segura de ellos. Segundo, si llama a control de animales, llame también al ejército, porque solo de esa forma va a entrar en esta casa. — le dio la espalda y comenzó a caminar hacia el porche de la casa, dejándolo allí para que decidiera qué haría.

— Le advierto que, si uno de estos animales me agrede, la voy a demandar por todo lo que tenga en la vida.

— Entonces, prepárese para quedarse con mis perros que es lo único que tengo, ahora, ¿va a dejar de ser un gallina y entrará o se va a quedar como un bulto tirado allí? — lo miró desde el porche— ya le dije que no le va a pasar nada, mis niños no son agresivos, no sea cobarde, se veía muy valiente amenazando a una mujer sola.

— No me gustan los perros— dijo el hombre mirando la manada con desagrado.

— No habría podido imaginarlo si no me lo dice— respondió ella con ironía.

— Llámelos para que se vayan a otra parte, o mejor, enciérrelos para que yo pueda hacer mi trabajo.

— Mis niños jamás han estado encerrados, no existe en esta casa ni una sola jaula y si la hubiera, sin duda preferiría meterlo allí a usted que a alguno de mis perros. ¿Sabe algo? voy a entrar y si se decide a tener gónadas, entre, la puerta estará abierta, no voy a pasar la vida aquí esperando por usted.

La joven se dirigió a la puerta de la casa y comenzó a abrir y Manuel se apresuró a responderle. La alternativa de entrar solo a la casa era mucho peor que entrar con ella, quien aparentemente, dominaba a esos animales.

— Entraré con usted, espéreme. — mientras entre dientes mascullaba "malditos locos que deberían estar en manicomios en lugar de sueltos por la calle"

— ¿Dijo algo? — preguntó Alex sin entender lo que decía el hombre. Manuel negó con la cabeza con expresión preocupada— Cierre el portón, no queremos que entren "animales" desconocidos. — le dijo con una sonrisa sarcástica.

— Muy graciosa — Manuel entró y cerró el portón tras de sí y comenzó a caminar con cautela entre la jauría.

— Los perros huelen el miedo, no le recomiendo que sea tan cobarde o ellos lo sabrán. Camine normalmente, ya le dije que mientras yo esté presente mis niños jamás le harán nada, son muy inteligentes, más que muchos "humanos"— Manuel llegó a su lado y Alex abrió la puerta. Nunca ponía llave a la puerta. No imaginaba que algún ladrón pensara en atravesar un jardín lleno de perros para entrar a su casa en la que no había nada qué robar.

Ella entró primero y le esperó para que entrara Manuel tras ella.

El hombre miró a su alrededor y la casa se le antojó como algo que saldría en alguna película de suspenso. Todo estaba sorprendentemente limpio, pero se sentía un extraño ambiente de tristeza. Había algo en esa casa, con los espacios vacíos en las paredes donde hubo pinturas en otro tiempo, las mesas y columnas sin adornos que evidentemente fueron retirados y dejaban esa sensación de lenta devastación.

Manuel se volvió a mirar a la extraña mujer, que se percibía muy delgada debajo del horrible sweater y la amplia falda.

— Ahora ¿va a decirme de una vez por todas cuántos perros tiene? ¿O tendré que contarlos yo mismo?

— Pues, buena suerte con eso yo no lo he logrado, se mueven demasiado rápido para mí.

— Calculo que hay algunos treinta o más, es una locura.

— Locura es que nadie haga nada por ellos, que dediquen fondos para fiestas y tonterías gubernamentales y no a los albergues para animales, ¡es más importante mantener felices a los políticos que mantener vivas a estas pobres criaturitas!

— Pues como le dije, eso no es mi problema, realmente no me importa lo que hagan con ellos.

— Claro, tendría que tener un corazón para eso y usted hasta ahora no ha dado señales de esa "patología".

— Señorita, no me afecta lo que usted piense de mí, pero a usted si le va a afectar lo que yo opine de su situación, esto es un área residencial y esta cantidad de perros no está permitida aquí — caminó por la casa y Alex sintió un deseo irreprimible de lanzarle algo a la cabeza cuando lo vio dirigirse al pasillo que llevaba a la cocina y se fue tras él.

Al entrar allí los perros instintivamente se ubicaron en sus lugares para comer, de modo que Alex se dedicó a servirles su alimento. Si ese ser odioso iba a ver su casa, también vería lo bien alimentados y educados que estaban sus pequeños.

El hombre no pudo menos que reconocer para sí mismo que era la primera vez que le tocaba un demente acumulador de animales que mantuviera ese orden en el lugar y sobre los animales. Generalmente, eran ancianos que vivían en medio del hedor de los excrementos regados por todas partes y las casas eran verdaderos chiqueros. Esta mujer, por el contrario, mantenía un orden casi militar en los animales, les hablaba y ellos obedecían. Ni siquiera debía ser dura o hablarles fuerte, solo se dirigía a ellos como si lo hiciera con seres humanos. Y ellos parecían comprenderle.

— Sabe, puede revisar toda la casa si lo desea, los chicos van a quedarse aquí conmigo y aún debo darles sus medicinas — señaló a Igor en su camita, con la pata enyesada — No pase al patio porque no he limpiado los regalos de hoy de estos chicos, si no quiere llevarse algo en sus inmaculados zapatos. Luego puede acompañarme mientras lo hago y disfrutar del espectáculo— agregó con sorna.

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