Capítulo 2 —Yo soy quien manda
Narrador:
—Permanece aquí. Vendrá alguien a tomar tus datos. —le ordenó
Aylin parpadeó, aún aturdida.
—No. Volveré mañana.
Roman inclinó la cabeza apenas, con la paciencia de alguien que ya conoce la respuesta.
—No. Te quedarás.
Aylin sintió su cuerpo tensarse.
—No tengo por qué…
No terminó la frase. Antes de que pudiera reaccionar, sus manos firmes se cerraron sobre sus hombros. El contacto la sacudió como un golpe eléctrico. El calor de su piel traspasó la tela de su ropa. Sus ojos la atraparon. Impenetrables. Demasiado cerca. Su respiración se volvió errática. El aire caliente chocó contra su mejilla. Se inclinó apenas. Solo un poco. Lo suficiente para que sintiera la amenaza en su proximidad.
—Vas a obedecer. —Aylin abrió la boca, pero el nudo en su garganta le impidió hablar. El perfume de él la envolvió, amaderado y oscuro, como un veneno que se infiltraba en su sistema. Y luego, sin previo aviso, la empujó, con la firmeza exacta para que cayera sentada en el sillón de cuero. El aire escapó de sus labios en un jadeo de sorpresa. Su pulso martillaba en su cuello. Roman se enderezó, imponente, mirándola desde arriba con el control absoluto de la situación. —Si realmente quieres pagar tu deuda —su voz sonó profunda, lenta, devastadora— y llevarte bien conmigo… —Aylin tragó saliva, sintiendo un escalofrío treparle por la espalda. —…entonces más vale que empieces a obedecer. —Su mirada la sujetó como grilletes invisibles. —Porque aquí —susurró, como si fuera un secreto oscuro— yo soy quien manda. — se giró para salir, pero antes de alcanzar la puerta, se detuvo. La miró por encima del hombro, con ese aire de superioridad tan suyo. —Dime una cosa —preguntó, sin apuro, como si la curiosidad le hubiera nacido de pronto—. ¿Sabes quién soy?
Aylin levantó la vista, tragando saliva.
—Claro que sí… —respondió, con voz baja pero firme—. El mafioso más famoso del estado.
Roman alzó una ceja, divertido.
—¿Ah, sí?
—Es un secreto a viva voz —añadió, encogiéndose ligeramente de hombros, como si no quisiera entrar en más detalles—. Todos saben quién es usted.
Él sonrió apenas, de esa forma peligrosa que no prometía nada bueno.
—Bien. Entonces espero que también sepas lo que les pasa a los que me desobedecen.
Y sin decir más, abrió la puerta y se fue, dejándola con el corazón latiéndole en los oídos y la certeza de que había firmado su sentencia.
Y en ese instante, Aylin entendió la gravedad de su error. Se quedó en el sillón, con el pecho subiendo y bajando en un ritmo descontrolado. Un jadeo se escapó de sus labios. Susto, excitación, incertidumbre. El aire a su alrededor seguía caliente, cargado con la tensión de lo que acababa de pasar.
No entendía qué la aterraba más: si el poder absoluto que él tenía sobre ella, o la reacción que su cuerpo había tenido ante su cercanía.
Se llevó una mano temblorosa al pecho, intentando calmar el frenético latido de su corazón.
Pero el sabor de la amenaza de Roman aún estaba en el aire.
En el pasillo, Adler caminó con la misma seguridad implacable de siempre.
Dominic Russo, su mano derecha, lo esperaba al otro lado con una media sonrisa, apoyado contra la pared.
—Eso fue rápido —murmuró.
Roman apenas le lanzó una mirada.
—En el privado está la joven que rompió la escultura.
Dominic arqueó una ceja.
—¿Sigue viva?
Roman no sonrió.
—Ve y toma sus datos. Dale la dirección de la mansión.
Dominic lo miró con más atención, como si buscara algo en su expresión.
—¿Y qué más?
—Que se presente mañana a las ocho para empezar a trabajar.
Dominic soltó un silbido bajo.
—Vaya, vaya… esto será interesante.
Roman no respondió.
Solo se ajustó los puños de la camisa con la misma calma meticulosa de siempre.
Pero en su mente, ya tenía claro que Aylin Escalante acababa de entrar en su mundo. Y que no la dejaría salir fácilmente.
Dominic abrió la puerta con total tranquilidad, como si no acabara de presenciar desde lejos la escena que todos en la galería comentaban en susurros.
Aylin levantó la vista al escucharlo entrar.
Seguía sentada en el sillón, con las manos apretadas sobre sus rodillas y la respiración aún desacompasada. El temblor en sus dedos la delataba, pero intentó recomponerse.
Dominic cerró la puerta detrás de él, apoyándose con despreocupación sobre el marco, observándola como si fuera una curiosidad más del evento.
—Vaya noche, ¿eh? —comentó con un tono ligero, casi divertido, como si no acabara de ser arrastrada por Roman Adler como si fuera nada—. No todos los días alguien logra romper una pieza de esa magnitud.
Aylin apretó los labios.
—Lo lamento… —murmuró, aunque no sabía si hablaba con él, con ella misma o con el maldito destino que la había metido ahí.
Dominic sonrió apenas, como si disfrutara del espectáculo en silencio.
—Bueno, malas noticias: ya no sirve de nada lamentarse. Pero al menos —le dio un vistazo rápido—, parece que sobreviviste a la primera parte. —Aylin no respondió. El corazón le seguía latiendo demasiado fuerte. —Te explicaré cómo sigue esto —añadió Dominic mientras sacaba su móvil—. Vas a darme tus datos. Nombre completo, teléfono. Todo lo necesario. —Ella obedeció, dictándole en voz baja. Cuando terminó, él guardó el teléfono y le entregó una tarjeta ne*gra con letras doradas. —Mañana, a las ocho en punto, en esa dirección. Es la mansión Adler. —Aylin bajó la mirada hacia la tarjeta, apretándola entre los dedos. Dominic se encogió de hombros, como si de pronto le diera igual todo.
—¿Mañana…?
—Sí, mañana —repitió Dominic, como si no hubiera margen de error—. Ocho en punto. Y créeme, cara, te conviene llegar temprano.
Ella tragó saliva, guardando la tarjeta en su bolso con manos torpes.
—¿Y… qué… qué se supone que haré allí?
Dominic sonrió, divertido.
—Eso tendrás que preguntárselo al jefe. Aunque te adelanto algo… —la miró de arriba abajo, sin disimulo—. Va a ser interesante verte intentando manejar a Sasha.
Aylin frunció levemente el ceño.
—¿Quién es Sasha?
Dominic rió suavemente antes de girarse hacia la puerta.
—La hija de Roman. —se detuvo antes de abrir la puerta, girándose apenas hacia ella con esa media sonrisa despreocupada que parecía no tomarse nada en serio. —Solo un consejo... —murmuró antes de girarse hacia la puerta—. No esperes demasiado. Desde que la madre de Sasha murió, nadie ha durado cuidándola. —dijo, como si fuera un detalle menor—. Ah, casi lo olvido, afuera te espera un coche. Te llevará hasta tu casa.
Aylin lo miró, aún sin terminar de procesar todo lo que había pasado.
—No es necesario, puedo…
Dominic negó suavemente con la cabeza.
—No es una sugerencia. Es una orden del jefe.
Ella apretó los labios, comprendiendo que no tenía margen para discutir.
—Entiendo… gracias.
Dominic asintió con un gesto breve.
—Descansa, que mañana empieza lo bueno.
Le guiñó un ojo y salió, cerrando la puerta tras de sí y dejándola nuevamente en silencio. Sin darle tiempo a responder, con la tarjeta temblando entre sus dedos y la certeza absoluta de que acababa de meterse en un problema del que no tenía idea cómo iba a salir.
Salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Caminó por el pasillo con la misma calma de siempre, como si nada de lo que acababa de pasar tuviera importancia. Al fondo, Roman lo esperaba de pie, revisando su móvil con la expresión impasible de quien nunca tiene prisa.
Apenas Dominic llegó a su lado, Roman levantó la vista.
—¿Todo listo?
—Sí, tengo sus datos —respondió Dominic, guardando el teléfono en el bolsillo—. Nombre completo, número de contacto... todo. —Roman asintió sin emoción, pero Dominic no terminó ahí. —Aunque, la dirección… —hizo una pausa breve—. No sé si es real. Me dio una que está en una zona bastante jodida de la ciudad.
Roman lo miró fijo, sin cambiar el gesto.
—¿Te mintió?
Dominic se encogió de hombros.
—Puede ser. O puede que realmente viva ahí. De todos modos, le dije que habías ordenado que un coche la llevara. —Roman entrecerró los ojos, aunque no dijo nada. Solo se giró hacia el ventanal y observó la calle, donde su chofer ya tenía el coche esperando junto a la entrada. Dominic siguió su mirada, sonriendo apenas. —¿Quieres que me asegure de que suba?
Roman negó con la cabeza.
—Yo me encargo.
Cuando Aylin salió a la calle, con el bolso apretado contra el pecho y la tarjeta aún temblando entre los dedos, se detuvo un instante al ver el vehículo estacionado frente a la galería.
Era imposible no reconocerlo. Ne*gro. Impecable. Vidrios polarizados. El coche de Roman Adler. Y la puerta del copiloto abierta, esperándola.
Capítulo 3 —No tiene opciónNarrador:Aylin salió de la galería con pasos vacilantes, abrazando el bolso contra su pecho como si eso pudiera protegerla de la vergüenza que aún le ardía bajo la piel.Frunció el ceño al ver el coche ne*gro esperándola frente a la entrada. Grande, reluciente, impecable. La puerta del copiloto estaba abierta.Y él estaba allí. Roman Adler, sentado dentro del vehículo, con las manos sobre el volante, aguardando con la misma calma que usaba para firmar sentencias.Cuando Aylin se acercó, dudando frente a la puerta abierta, asomó la cabeza apenas para mirar al interior. Roman inclinó el rostro hacia ella, sus ojos oscuros buscándola bajo la tenue luz de la calle.—Vamos, sube —ordenó con voz baja, pero cortante.Aylin dudó. Solo un segundo.—No hace falta que me lleve. Puedo volver sola…Roman ladeó la cabeza, como si su respuesta le hubiera resultado graciosa.—No te pregunté.Ella tragó saliva.—De verdad, puedo…—Sube, Aylin.La forma en que dijo su nombr
Capítulo 4 —SashaNarrador:La mansión Adler imponía desde la entrada.Aylin bajó del coche con el estómago encogido, repasando mentalmente cada segundo de la noche anterior como si aún pudiera despertarse de aquella locura. Pero no. Estaba allí. De pie frente a un portón inmenso, con jardines que parecían sacados de una revista y una estructura tan elegante como intimidante.La puerta principal se abrió antes de que pudiera tocar el timbre.Una mujer mayor, vestida con impecable discreción y gesto serio, la observó con profesionalidad.—Debe ser Aylin. Buenos días. Soy Amelia, el ama de llaves. Pase, por favor.Aylin asintió en silencio y cruzó el umbral, sintiéndose diminuta en el recibidor que era más grande que todo su departamento.—Aguarde en la sala. Avisaré al señor Adler que ya ha llegado.Aylin dejó el bolso sobre sus piernas mientras se sentaba al borde de uno de los sofás, con las manos entrelazadas, incapaz de decidir si respiraba demasiado fuerte o si debía disimular lo
Capítulo 5 —No traes un manual Narrador:Cuando Sasha finalmente salió de casa, arrastrando la mochila con desgano y rodando los ojos como si el simple hecho de existir ya fuera una carga, Aylin dejó escapar un suspiro discreto.No sabía si alegrarse por el silencio o preocuparse por lo que venía después.Decidió no quedarse quieta. Vagó por la mansión unos minutos, intentando memorizar pasillos que parecían todos iguales, hasta que encontró a Amelia en la cocina, organizando las compras del día con una eficiencia que intimidaba.—Disculpe... —Aylin habló en voz baja, aún sintiéndose una intrusa en cada palabra—. Quisiera saber qué se supone que debo hacer ahora.Amelia levantó la vista solo un segundo, le dedicó un gesto breve y volvió a lo suyo.—El señor quiere verla.Aylin parpadeó.—¿El señor?Amelia asintió con la misma naturalidad con la que habría dicho que afuera llovía.—Dijo que la esperaba en su despacho cuando Sasha se fuera.Aylin sintió un escalofrío, pero se forzó a a
Capítulo 6 —Casas de revistaNarrador:El viaje transcurrió en un silencio denso, cargado de todo lo que ninguno de los dos decía.Roman conducía con la misma seguridad con la que dirigía cualquier cosa en su vida, sin prisa pero sin pausa, como si cada semáforo, cada cruce y cada calle formaran parte de un recorrido que conocía de memoria.Y, en efecto, lo conocía.Recordaba perfectamente el camino hasta aquella zona olvidada, donde las casas parecían a punto de derrumbarse y el asfalto tenía más grietas que promesas rotas.Detrás de ellos, una camioneta ne*gra escoltaba el coche, silenciosa, discreta, pero imposible de ignorar.Cuando Roman detuvo el auto frente al edificio, Aylin se apresuró a bajar, apretando el bolso contra el cuerpo, como si eso pudiera darle algo de protección.Pero Roman también salió.Ella giró sobre sus talones, frenándolo con una mano temblorosa levantada a medias.—Señor Adler, no es necesario que me acompañe… —Roman la observó en silencio, con esa mirada
Capítulo 7 —Nada como un refrescoNarrador:Pasaron apenas un par de días y, como Aylin temía, la convivencia con Sasha se transformó en un campo minado.La adolescente no se esforzaba en ocultar su desdén. Contestaba con ironías, ignoraba cada sugerencia, desaparecía durante horas y dejaba la habitación hecha un caos. Pero Aylin respiraba hondo, contaba hasta diez y seguía... hasta ese día.Sasha llevaba dos jornadas negándose a bañar.—No quiero. ¿Y qué? —le dijo encogiéndose de hombros mientras se hundía en el sofá del cuarto, envuelta en una manta que seguramente no veía agua desde que nació.Aylin intentó mantener la calma, optando por el tono cordial que venía usando desde que llegó.—Sasha, deberías ducharte. Hace calor y… bueno… es importante.La adolescente se rió sin levantar la vista del móvil.—¿Importante para quién? A mí me da igual.Aylin apretó los labios, aún aferrándose a la paciencia como si de un hilo se tratara.—Te vas a sentir mejor. Además, no es agradable para
Capítulo 8 —Un buen padreNarrador:Aylin salió del despacho con el vaso vacío en la mano y la respiración contenida.Seguía sin entender en qué momento había pasado de prepararse para ser despedida, humillada y probablemente deportada... a terminar brindando con whisky con Roman Adler, como si aquella locura hubiera sido digna de aplausos.El eco de su risa seguía retumbando en su cabeza. Ese hombre no dejaba de descolocarla.Recorrió el pasillo hasta la cocina, buscando algo que la ayudara a aterrizar.Llegó a la cocina aún con el pulso acelerado, intentando procesar lo imposible. Creyó que entraría al despacho para recibir su sentencia final, y salió con un whisky en el cuerpo y la aprobación del mismísimo Diablo.Cuando cruzó la puerta, Amelia levantó la vista de los tomates que estaba picando y le dedicó una sonrisa amplia, casi cómplice.—Así que sobreviviste —comentó, como si ya supiera perfectamente a qué había ido.Aylin dejó el vaso sobre la encimera y se apoyó con ambas man
Capítulo 9 —Tiene carácter y es lindaNarrador:Dominic entró al despacho sin tocar, como siempre, y se dejó caer en la silla frente a Roman, que revisaba unos informes, aunque claramente tenía la cabeza en otra parte.—Me llegó el rumor... —empezó Dominic, sonriendo de lado —¡Dime que es cierto, te lo ruego!Roman levantó la vista con calma.—Depende de qué rumor hables.—Que Aylin le vació una botella de cola encima a Sasha.Roman dejó los papeles a un lado y soltó una carcajada seca, breve, pero cargada de satisfacción.—Es cierto. La Sasha entró al despacho hecha una furia, casi tirando la puerta abajo para venir a acusarla como si hubiera cometido el peor de los delitos.Dominic soltó una risa más abierta, negando con la cabeza.—¿Y no la echaste? —sonrió —Pensé que no durarían ni una semana antes de que la mandaras de vuelta a donde fuera que la encontraste.Roman giró el vaso de whisky entre los dedos, con gesto pensativo, aunque la diversión aún le bailaba en la mirada.—Estab
Capítulo 10 —Adiós mamáNarrador: Sasha se quedó inmóvil frente a la entrada del cementerio, mirando las rejas ne-gras como si fueran una barrera imposible de cruzar.—¿Esto es una broma? —murmuró, sin apartar la vista del portón, como si no pudiera creer que realmente estuvieran allí.Aylin negó suavemente con la cabeza, manteniendo la voz tranquila.—No, Sasha. Vine a traerte.La adolescente la observó de reojo, desconfiada, como si intentara descifrar qué había detrás de todo eso.—¿Por qué harías algo así?—Porque pensé que te gustaría. Nadie debería impedirte visitar a tu madre.Sasha tragó saliva, pero no respondió. Solo bajó la mirada, cruzándose de brazos como si quisiera protegerse del propio temblor que le nacía por dentro.Aylin le señaló un pequeño puesto que había justo a la entrada, donde varias coronas y ramos coloridos estaban exhibidos.—Ve a comprarle flores. Las que quieras.—¿Y tú?—Voy a la administración a confirmar exactamente dónde está la tumba. No tardaré na