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Capítulo 5 —No traes un manual

Capítulo 5 —No traes un manual

Narrador:

Cuando Sasha finalmente salió de casa, arrastrando la mochila con desgano y rodando los ojos como si el simple hecho de existir ya fuera una carga, Aylin dejó escapar un suspiro discreto.

No sabía si alegrarse por el silencio o preocuparse por lo que venía después.

Decidió no quedarse quieta. Vagó por la mansión unos minutos, intentando memorizar pasillos que parecían todos iguales, hasta que encontró a Amelia en la cocina, organizando las compras del día con una eficiencia que intimidaba.

—Disculpe... —Aylin habló en voz baja, aún sintiéndose una intrusa en cada palabra—. Quisiera saber qué se supone que debo hacer ahora.

Amelia levantó la vista solo un segundo, le dedicó un gesto breve y volvió a lo suyo.

—El señor quiere verla.

Aylin parpadeó.

—¿El señor?

Amelia asintió con la misma naturalidad con la que habría dicho que afuera llovía.

—Dijo que la esperaba en su despacho cuando Sasha se fuera.

Aylin sintió un escalofrío, pero se forzó a asentir.

—¿Ahora?

—Ahora.

No hubo sonrisa. Ni amabilidad. Solo la confirmación seca de que no tenía alternativa.

Aylin tragó saliva y acomodó nerviosamente el cabello detrás de la oreja antes de girar sobre sus talones.

Mientras cruzaba los pasillos, cada paso sonaba más fuerte de lo que debería, como si la casa entera quisiera recordarle que estaba cruzando territorio del Diablo.

Y que él ya la estaba esperando.

Aylin llegó hasta la puerta del despacho y se detuvo un segundo frente a la madera oscura, respirando profundo.

Golpeó tímidamente, apenas un roce de nudillos, como si deseara que nadie escuchara.

Silencio.

Exhaló aliviada, dando un paso atrás.

—Perfecto, no está… —girándose para marcharse antes de que alguien más la encontrara allí sin motivo.

Pero no llegó ni a dar dos pasos.

—Entra. —La voz de Roman retumbó desde dentro con ese tono grave, autoritario, como si hubiera estado esperando justo ese momento para detenerla. Aylin cerró los ojos un instante, maldiciendo su suerte en silencio, y volvió sobre sus pasos. Giró el picaporte despacio, empujó la puerta y se asomó con cautela. Roman estaba detrás del escritorio, revisando unos papeles sin levantar la vista, como si darle permiso de entrar fuera apenas un trámite más en su día. —Cierra.

Ella obedeció, tragando saliva mientras sentía cómo la habitación se volvía más pequeña, más pesada, más suya.

Y en ese instante, supo que hablar con él nunca iba a ser solo hablar.

Aylin avanzó hasta quedar frente al escritorio, manteniendo las manos entrelazadas para disimular el temblor.

—Señor Adler… quería saber si… quería verme.

Roman levantó la vista con total calma, como si recién en ese momento reparara en su presencia, aunque ambos sabían que la había sentido desde el segundo en que tocó la puerta.

—Sí. Quería saber cómo te fue con Sasha.

Aylin tragó saliva y dibujó una sonrisa forzada, eligiendo con cuidado cada palabra.

—Es… una chica dulce. Amable. Muy educada.

Roman dejó los papeles sobre el escritorio con lentitud y la observó fijo, arqueando apenas una ceja.

—No me mientas.

Aylin parpadeó, perdiendo la poca seguridad que había conseguido reunir.

—No… yo…

Roman ladeó la cabeza, apoyando los codos sobre la mesa, entrelazando los dedos como si tuviera todo el tiempo del mundo para disfrutar de su incomodidad.

—Sé perfectamente que Sasha es insufrible. No necesito que intentes quedar bien conmigo.

Aylin bajó la vista, avergonzada.

—Lo siento, señor Adler. No quise faltar a la verdad… solo pensé que era mejor no empezar criticando.

—Empieza siendo honesta —replicó él, con ese tono bajo que parecía una advertencia—. Al menos conmigo. Eso te va a evitar problemas. —Roman hizo un gesto breve con la mano, señalando la silla frente a su escritorio. —Siéntate.

Aylin obedeció sin discutir, acomodándose con cuidado, como si temiera arrugar el aire a su alrededor.

Roman la observó un momento más antes de hablar.

—¿Quieres algo de beber?

Ella negó de inmediato.

—No, gracias, señor Adler. Estoy bien.

Roman sonrió apenas, esa clase de sonrisa que no llegaba a ser amable, sino más bien una advertencia silenciosa.

—Entonces, te lo voy a preguntar de nuevo. —Aylin levantó la vista, sintiendo cómo la tensión le subía por el cuello. Roman apoyó los antebrazos sobre el escritorio, inclinándose apenas hacia ella. —¿Cómo te fue con Sasha?

Esta vez supo que no podía esquivar la verdad.

—Es… complicada, señor —confesó al fin, sin rodeos—. Muy desafiante. No parece interesarle demasiado que yo esté aquí, y dejó claro que no piensa facilitarme las cosas.

Roman asintió lentamente, como si aquello fuera exactamente lo que esperaba oír.

—Bien. Ahora estamos entendiendo cómo funcionan las cosas.

Aylin bajó la mirada, sintiendo que, de alguna forma, había pasado una prueba. Aunque no tenía idea de cuántas más le quedaban.

Aylin dudó un segundo antes de atreverse a hablar.

—¿Está seguro de que quiere que yo sea la niñera de su hija? —preguntó con cautela—. La verdad… no sé qué se supone que debo hacer.

Roman la miró como si la respuesta fuera obvia.

—Justamente por eso. Eso es exactamente lo que necesito.

Aylin frunció ligeramente el ceño.

—¿Qué quiere decir con eso?

Roman se recostó en la silla, sin perderla de vista ni un instante.

—Que no traes un manual bajo el brazo. No vienes programada para seguir reglas absurdas. Actuarás por puro instinto.

Ella apretó las manos sobre su regazo.

—¿Me está diciendo que tengo libertad total para tratar a Sasha como crea mejor?

Roman asintió, con la tranquilidad de quien tiene todo bajo control.

—Exactamente. Haz lo que creas necesario. Mientras ella esté bien y no intente incendiar la casa, no pienso cuestionarte. —Aylin bajó la mirada por un momento, dudando si aquello era una trampa o realmente estaba dándole poder sobre algo. Roman la observó en silencio, como si analizara cada gesto, cada pausa antes de hablar. —¿Tienes hijos? —preguntó de pronto, con ese tono bajo y directo que no admitía rodeos.

Aylin negó despacio.

—No, señor Adler. No tengo hijos.

Roman asintió levemente, como si confirmara algo que ya sospechaba.

—¿Algún hermano, entonces?

—Sí. Tengo un hermano menor, cinco años más joven que yo.

—¿Vive contigo?

—No… Él se quedó en mi país.

No dijo más, pero su voz bajó al final, como si aquello aún le doliera.

Roman no insistió. Solo la miró unos segundos más antes de asentir y retomar su posición relajada en la silla.

—Entonces sabes lo suficiente. Con eso basta. —Roman tomó el teléfono fijo del escritorio sin apartar la vista de ella, marcó con agilidad y esperó apenas unos segundos. —Que preparen mi coche. Salimos en cinco minutos —ordenó, cortando la llamada sin despedirse.

Aylin frunció el ceño, desconcertada.

—¿Salimos?

Roman se levantó del sillón, abotonándose la chaqueta del traje con absoluta calma.

—Vamos a tu casa. A buscar tus cosas.

Ella lo miró como si no hubiera entendido bien.

—¿Perdón?

Roman la miró con paciencia fingida.

—El trabajo es de tiempo completo. Te mudas a la mansión.

Aylin abrió la boca, sorprendida.

—No… no es necesario. Puedo venir todos los días y…

Roman la interrumpió sin alterarse, acercándose lo justo para que su presencia volviera a cortarle la respiración.

—Te lo dije ayer. A mí no se me discute, Aylin. Se me obedece.

Ella tragó saliva, apretando las manos sobre las piernas.

Roman sonrió apenas, ladeando la cabeza como si disfrutara verla perder cualquier intento de defensa.

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