El Auge de la Rebelión

Más tarde ese día, en la plaza central de la manada, Alexander reunió a todos los betas y lobos de confianza. Frente a ellos, Gamaliel y Thomas estaban arrodillados, con las manos atadas a la espalda.

El aire estaba cargado de expectación; todos sabían que el momento de justicia había llegado.

Alexander se colocó frente a ellos, con la mirada gélida.

—Estos dos lobos —comenzó, su voz resonando entre los presentes—, han intentado destruir la manada desde dentro. Han conspirado, manipulado y engañado a sus propios hermanos por pura ambición.

Gamaliel levantó la cabeza, su semblante endurecido.

—Hice lo que creía correcto para la manada —gruñó—. Alexander, no puedes negar que tus decisiones han sido erráticas. Has mostrado debilidad. Alguien tenía que hacer algo.

— ¿Debilidad? —respondió Alexander con frialdad—. Lo único que has mostrado es tu sed de poder. Has puesto en riesgo la vida de todos por tu propio beneficio.

— ¡Nos estás llevando a la ruina! —espetó Thomas, intentando liberars
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