Instintos

El trabajo se hizo más complicado y la estadía de Rachel tuvo que extenderse tres días más, tiempo en que Alexander y Lyall la contemplaban trabajar en el jardín.

«No es casualidad que sea florista, es perfecta en todos los sentidos. Hermosa e inteligente, única» hablaba Lyall con deleite, sintiendo la conexión aún más fuerte.

Necesitaba dar el siguiente paso, pero Alexander sentía que eso sería un error.

«Es excelente en su trabajo sin dudas, pero pronto terminará su trabajo y tendrá que irse»

«Invítala a quedarse a vivir aquí» saltó Lyall con una sonrisa. «¡Es una idea tan genial...!»

«Es una pésima idea» terció Alexander.

«Tú tampoco vas a aguantar tenerla lejos luego de lo que ha pasado» reprochó su lobo de mal humor.

Alexander suspiró, porque sabía que tenía razón.

En ese tiempo que Rachel había estado ahí, se habían encontrado varias veces y en todas sintió una terrible necesidad de besarla, de abrazarla y marcarla como suya.

Sentía que su instinto animal tomaba cada vez más fuerza en su interior. No sabía cómo haría y menos cuando al investigar más cosas sobre ella, supo que no estaba sola.

Lyall quedó hecho una furia.

«Un novio, ¡nuestra Mate tiene novio!» refunfuñó sin parar. «¡Te dije que debíamos marcarla!»

«Sé racional, Lyall»

«Soy un animal, no puedo serlo» se quejó como un niño.

«¡Pues inténtalo o me volverás loco!» espetó Alexander. «No puedo solo quedármela…»

«No veo por qué no» interrumpió Lyall de mal talante. «Ella nos pertenece, es nuestra pareja destinada. Si no haces algo tú, lo haré yo»

«Óyeme, pedazo de…» intentó advertirle, pero su lobo cerró el enlace, molesto.

—Me lleva la diosa luna…

Solo bastó unos segundos para tomar la decisión, aunque tenía que planearlo con mucho tacto.

—El trabajo está terminado, señor —avisó uno de sus criados, provocando una punzada aguda en su pecho.

«No puedes dejarla ir, Alexander» gruñó su lobo, lleno de rabia.

—De acuerdo, haz pasar a la señorita Bennet —carraspeó incómodo por lo que tendría que hacer, ignorando a Lyall.

La chica entró a la sala donde se encontraba el duque Alexander, sintiendo que el estómago le saltaba y que sus manos sudaban.

—Alteza, espero que sea de su agrado el jardín —dijo con una pequeña sonrisa—. Fue hecho con mucho esmero y dedicación.

—Tienes razón en eso, Rachel —dijo Alexander con una sonrisa—. Me gustó tanto que creo que el precio acordado es injusto.

—¿Disculpe? —ella lo miró con ojos muy abiertos—. El pago ya era excesivo, alteza, no creo que sea necesario…

—Te equivocas —se levantó de su asiento, haciendo que ella se removiera inquieta cuando se acercó demasiado—. Quiero darte una mejor recompensa por un magnífico trabajo, ¿entiendes?

—De acuerdo —murmuró, con la mirada fija en él y luego en sus labios.

—Bueno, tendré listo tu pago para mañana, así que lo enviaré a tu puesto sin falta —dijo Alexander, sintiendo su garganta seca.

“Tengo unas enormes ganas de besarla, ¡Maldición! Lyall, esto es cosa tuya”

«A mí no me hables, idiota» refunfuñó su lobo, volviendo a cerrar el enlace.

El corazón de Rachel comenzó a palpitar con fuerza al sentir el calor próximo de Alexander, quería tanto sentir la textura de su piel, si era tan fuerte como parecía o tan cálido.

Se estaba volviendo loca… o eso pensaba.

Salió del castillo con una sensación de pérdida que no había conocido antes, pero intentó pensar en Lucas, quien había sido llamado a un trabajo lejano y ya debía estar de vuelta.

“Cuando lo vea a él, todo volverá a la normalidad,” pensó esperanzada.

Su novio la recibió con entusiasmo, una que ella intentó igualar y por ende, aceptó su invitación a cenar esa noche.

Alexander había quedado hecho trizas en su castillo, solo de pensar en ver a Rachel con aquel tipo, sentía hervir su sangre y que sus instintos más egoístas salían a flote.

«Iremos a verla, no quiero a ese humano insulso cerca de ella» gruñó Lyall de mal humor.

«Hasta que al fin hablas» dijo Alexander algo burlón.

«Solo para advertirte por última vez, no estoy jugando»

Un deseo mayor del que había experimentado antes se apoderó de él y de inmediato se dirigió al pueblo, olfateando el aroma de su Mate rápidamente.

«Maldita sea, lo sabía» gruñó Lyall al verla con Lucas. «Este piltrafa con harapos es realmente feo»

«Lyall…»

En ese momento, Lucas se acercó demasiado al rostro de Rachel con claras intenciones.

«¡Le arrancaré la cabeza! ¡Lanzaré su insignificante cuerpo por un risco! Nadie lo extrañará» varios planes pasaban por la mente macabra del lobo.

«No» soltó Alexander tajante, haciéndolo enfurruñar.

Él sintió escozor en su pecho al ver la escena, pero le alegró que el beso no se concretara. Estaba seguro de que no podría sacar esa imagen de su cabeza, y mucho menos detener a Lyall otra vez.

Al día siguiente, el pago del duque no llegó y Rachel se quedó extrañada, porque sabía que había dado su palabra y era ley.

Al caer la tarde se sentía fatalista, imaginando todo tipo de escenas en donde algo le había pasado al noble que no podía sacar de su cabeza.

—No puedo quedarme en esta incertidumbre —murmuró, tomando una decisión.

El castillo se veía lúgubre a esa hora del día, la chica caminaba por el lugar con el corazón acelerado y la garganta seca, dudando de su cordura.

“¿Qué locura estoy haciendo?,” se reprendió cuando se abrieron las puertas.

—Pase adelante, señorita Bennet, su alteza la está esperando —dijo el hombrecillo, asustándola.

“¿Me espera?”, pensó, sintiendo una especie de euforia.

Sus pies se movieron por inercia hacia el interior, sentía el aura del castillo atraparla por completo y al mismo tiempo, haciéndola sentir reconfortada.

La hicieron pasar a un frío salón solitario que le dio escalofríos, no por la esencia del lugar, sino por la conocida voz a sus espaldas.

—Ahora no podrás salir de aquí, querida Rachel.

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