—Si no tienes ningún problema, firma el divorcio.
En la villa de los Salamanca, ubicada en la Ciudad Ríomar.
Una mujer hermosa, en un vestido de gala, puso los papeles del divorcio delante de Miguel Rodríguez.
Esta mujer era, justamente, su suegra, Ana Gómez.
Con la mirada puesta en los papeles, Miguel frunció levemente sus cejas rasgadas.
—¿Qué pasó, madre?
Ana, con sus brazos cruzados frente a su pecho, replicó sin demudarse:
—Ahora, el conglomerado de nuestra familia ya es una empresa cotizada. La distancia entre Alicia y tú solo se va agrandando, encima, no le ayudas nada a Alicia en los negocios. En vez de obstaculizar su desarrollo, es mejor que ustedes se separen cuanto antes.
Miguel esbozó un rictus de amargura, devolviéndole la pregunta:
—¿Es idea de Alicia? ¿O es su idea?
El rostro de Ana se puso serio.
—Es idea de todos los Salamanca. Alicia se casó contigo en aquel entonces simplemente para cumplir con el compromiso matrimonial que había hecho el abuelito. En estos tres años, te alimentamos y te fardamos, ya cumplimos con todas las exigencias de la caridad y la justicia. Si eres sensato, ¡apresúrate a firmar!
Miguel respiró profundamente.
Recurrió a todas sus relaciones para agilizar el desarrollo de la familia Salamanca en estos tres años, de una tienda pequeña, duramente, a una empresa cotizada.
Sin embargo, para ellos, él no era más que un gorrón.
¡Qué ridículo!
—Vale, pero quiero hablar con Alicia.
—Mi hija no tiene tiempo para ti —repuso Ana con indiferencia.
—¿Cómo? ¿Me planteó el divorcio, y ni siquiera tiene una gota de tiempo para verme?
—¡Hum! —se le escapó una risa ligera e irónica a Miguel.
—Ya te he dicho que hay una brecha entre ustedes, pero no te lo crees. Ni siquiera tienes un trabajo honesto, ¿cómo puedes entender lo difícil que pasó mi hija?
Miguel asintió con la cabeza:
—No lo comprendo, pero me temo no poder firmar sin ver a Alicia Salamanca hoy.
—¡Pum! —resonó un sordo estruendo.
Ana pegó fuertemente en la mesita de té y dirigió una mirada fulminante a Miguel.
—Miguel Rodríguez, ¡no des la cara si no quieres quedar en vergüenza! Te lo digo por guardarte apariencias, solo tienes que firmar los papeles.
—Ja, ja, ja... ¿Apariencias? —Miguel rio a carcajadas, levantando la cabeza.
Entreabrió los ojos y miró a Ana de repente:
—En unos tres años, la familia Salamanca ya anda con tanta ostentación pese a sus negocios todavía pequeños.
—Tú... —se amordazó Ana.
En cuando Ana quería llamar al sirviente, se oyó un ligero grito desde el piso de arriba.
—Basta.
Al escuchar, Miguel alzó la mirada.
Se le asaltó a la vista una hermosa en traje negro, que bajaba por las escaleras con pasos largos.
Tenía una figura grácil, cimbreándose a cada paso.
Su piel era tan suave y blanca como la nieve, su cara, tan bella como la flor y la luna.
Su hermosura era realmente única.
Alicia se detuvo ante Miguel y dijo:
—¿No querías verme? Dime directamente lo que quieras.
Miguel miró a su esposa que tenía delante y la frialdad en sus ojos se disipó gradualmente.
—Dame una razón para el divorcio.
Hace tres años, Miguel y Alicia contrajeron matrimonio.
Aunque la familia Salamanca quedó casi arruinada, los dos se ayudaron mutuamente y los días que transcurrieron juntos podían ser considerados dulces.
Miguel se había jurado a sí mismo que convertiría la familia Salamanca en la familia más rica en la Ciudad Ríomar.
A medida que se hacía más poderosa la familia, Alicia pasó cada vez más tiempo en la empresa.
Por eso, las relaciones entre los dos se veían cada vez más alejadas.
La muchacha ingenua de aquel momento ya se convirtió en una mujer fuerte.
Miguel se sintió contento, a la vez, lastimado.
Alicia habló andándose por las ramas:
—Miguel, yo sé que tienes resentimientos. En este caso, es verdad que estoy en deuda contigo.
Cuando terminó la frase, le deparó una tarjeta bancaria.
—Depositaré un millón de dólares en la tarjeta, y la villa en el centro de la ciudad también te la regalo. Todo esto es como recompensa para ti.
—Hasta ahora, ¿todavía piensas que el dinero puede resolver todos los problemas? —suspiró Miguel.
—Por supuesto. Si no se solucionan los problemas, esto solo significa que no es lo suficiente el dinero —Alicia inclinó la cabeza.
Miguel meneó la cabeza desesperado.
—El valor de mercado del conglomerado de la familia Salamanca es de 280 millones de dólares, ¿acaso esto no es suficiente?
Alicia se extendió los brazos y miró los alrededores.
—Miguel, ya has pasado demasiado tiempo en un lugar acomodado. Siempre eres así, te conformas con lo suficiente, y piensas a muy corto plazo. Para ti, esta villa es el destino, pero para mí, solo supone un inicio —declaró firmemente y se vislumbró una fe inquebrantable en sus ojos.
—Sí, tengo una visión a corto plazo, ¿pero quién es clarividente? ¿Tú? ¿O Francisco Ramos de la familia Ramos?
Alicia se quedó en blanco por un segundo, ya que nunca pensó que Miguel, que no había salido en muchos años, conocía a Francisco.
Era cierto que últimamente tenía mucho contacto con Francisco.
No obstante, todo esto no era más que una estrategia por la cual llevaría a la familia Salamanca a otro nivel.
Nada más querer dar unas explicaciones, atragantó lo que estaba en la punta de lengua.
Hizo una respiración a fondo y asintió:
—Así es, Francisco pertenece a la familia Ramos, una familia de primera clase en Ríomar. Su visión empresarial es mucho más a largo plazo. Además, la riqueza de la familia Ramos también es más profunda, no veo nada malo en las cooperaciones con ellos.
Miguel asintió con la cabeza.
Supo que por más que dijera, no cambiaría sus ideas.
Era imposible que volvieran tal y como eran en el pasado.
—Pues, que tengas buena suerte con tu carrera empresarial.
En el acuerdo de divorcio ya se veía la firma de Alicia.
Miguel firmó sin vacilación.
Le devolvió la tarjeta a la mesita con una mirada sumamente despiadada.
—Quédate con este dinero. A partir de ahora no tendré nada que ver con la familia Salamanca.
—Pretencioso.
Ana puso los ojos en blanco gruñendo y se precipitó a recuperar la tarjeta.
La espalda de Miguel hizo que Alicia comenzara a lagrimear.
No sintió ningún alivio, en cambio, se abrió un agujero en su corazón.
Era como si algo importante se hubiera perdido.
—Mamá, yo... me siento un poco arrepentida.
—No te hace falta arrepentirte. En el futuro, debes desarrollar relaciones más íntimas con Francisco. ¡Se espera mucho que nuestra familia figure en las familias de primera clase en Ríomar! —escarmentó seriamente Ana.