Capítulo 0005
—Estás bromeando, ¿no? ¡Es demasiado joven!

Le interrumpió en seco José, con una expresión seria:

—Señor Álvarez, todo lo que digo es verdad. Si el señor Rodríguez no puede curar la enfermedad de la señorita Álvarez, quizás no haya nadie que pueda curarla.

Aunque Alejandro no estaba convencido de que Miguel fuera un médico milagroso, José avaló por éste.

No le quedaron otras alternativas que darle una oportunidad.

—Si es así, sígame, señor Rodríguez.

No se percibió ninguna emoción en las palabras de Miguel.

—Sí, por favor, señor Álvarez.

Los dos anduvieron en pos de Alejandro.

Llegaron a una habitación del segundo piso.

Miguel vio a una mujer que guardaba cama.

Su piel era tan blanca como el jade.

Con los ojos nítidos y una nariz recta, se notaron sus bellas facciones.

Como dijo José, era una mujer con una belleza extraordinaria.

A pesar de su aire enfermizo y su figura enjuta, su elegancia y nobleza eran sobresalientes.

Le dieron un toque encantador.

Al lado de la cama, estaba una mujer en traje, parecía que era su guardaespaldas.

Alejandro se acercó rápidamente al lado de su hija y la consoló:

—Hija mía, tu tío José ha encontrado un médico milagroso, esta vez tu enfermedad puede ser curada definitivamente.

Mía estrujó una sonrisa.

—Gracias por tomarte la molestia, tío José.

Sabía muy bien su situación. Durante estos cinco años, muchos médicos milagrosos habían venido a curarla, pero todo acabó en esfuerzos nulos.

Esta vez, ella no abrazó la menor esperanza, solo expresó simbólicamente su gratitud.

—La situación de la señorita Álvarez se ha vuelto más crítica.

José miró a Miguel y dijo:

—Señor Rodríguez, le encargamos la enfermedad de la señorita Álvarez.

Miguel asintió y se acercó a Mía y puso su mano despreocupadamente en su muñeca.

Mía, sorprendida, no esperaba que el supuesto médico divino fuera tan joven.

Miguel frunció el ceño y lo estiró alternativamente.

Después de un largo rato, preguntó:

—A la señorita Álvarez, ¿le gusta practicar artes marciales?

Mía abrió sus labios, de color bermellón, ligeramente.

—Aprendí algo a corta edad de mi maestro, pero solo para fortalecer mi cuerpo.

—¿Qué nivel ha alcanzado usted?

Frunció ligeramente el ceño.

—El nivel avanzado. ¿Por qué usted no me pregunta por la situación de mi enfermedad, sino por mi nivel de artes marciales?

Miguel sonrió con confianza.

—Porque su enfermedad ha sido causada por practicar artes marciales.

—¿Qué? —la multitud se asombró.

¿Cómo pueden las artes marciales causar enfermedades?

—¡Disparates!

La mujer del traje soltó un grito severo:

—Lo que practica la hermana Mía es el Puño Trueno, una técnica que se hereda en nuestra familia. Si la enfermedad fuera realmente causada por el Puño Trueno, entonces ¿por qué a mi padre no le pasa nada?

—No todo el mundo puede practicar esta técnica.

Miguel agregó con aplomo:

—El Puño Trueno es una técnica para los hombres, que no se prepara para las mujeres. Si persisten en practicar esta técnica, solo se provoca un choque de energía en la sangre que bloquea los canales de energía. Por si fuera poco, el nivel de la señorita Álvarez no es bajo. Al alcanzar un nivel avanzado, la energía de los dos lados ya es irreversible. Guardar en cama, como ahora, ya es un caso muy leve. En el peor de los casos, perderá toda la energía que ha guardado durante todos estos años, reventarán los canales de energía, y su vida, estará en peligro.

Cuando terminó la frase, Miguel miró hacia la mujer en traje y recomendó:

—Te conviene dejar de practicar, o te quedarás paralítica en solo tres años.

—¡Mentira! —gritó enfadada la mujer y le dio una bofetada en la cara a Miguel.

Mía y ella eran como hermanas, no solo practicaron artes marciales con su padre, sino que no le dejó sola cuando estaba enferma.

Claramente, este hombre trató de distanciarla de Mía.

No creyó ni una palabra de Miguel, que insinuaba que la técnica de la familia Álvarez causaba enfermedades.

Si no le diera una lección, no aplacaría su rencor contra él.

—Para.

La tez de José palideció.

Nunca se imaginó que la guardaespaldas de Mía tenía la valentía de pelear con Miguel.

No estaba preocupado por Miguel, sino por esta pequeña que no conocía su lugar.
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