Capítulo 0008
—¿Ha visto lo suficiente?

Lucía vio que Miguel miraba a Mía fijamente, y no se contuvo de preguntar.

Pese a su talento en artes marciales, sospechó que este tipo tenía pensamientos abyectos contra Mía bajo el pretexto de quitarle la ropa para el tratamiento.

Miguel sonrió, pero no se halló vergüenza alguna en su rostro.

Exclamó sinceramente:

—Es tan linda la señorita Álvarez que no me puedo contener de contemplar.

—Ja, ja, ja...

—Médico Rodríguez, es usted bastante directo.

No era como algunos hipócritas que no se atrevían a admitir lo que había hecho.

—Si el médico Rodríguez realmente me trata, podrá ver hasta que se conforme.

Mía le dirijo una mirada coqueta, con una sonrisa embriagadora.

—No hace falta. Para algo bello, una vez basta para dejar recuerdos de por vida.

Miguel sacudió la cabeza.

Sacó una aguja.

La punta su de dedo se deslizaba por el seno de Mía, cuya textura era muy fina y le producía frescura.

La primera aguja cayó en la parte posterior de su cráneo.

Mía respiró profundamente, y su cuerpo tembló inevitablemente.

Miguel sacó otra aguja, y su dedo se desplazó hacia abajo.

Recorría por su vientre y penetró la aguja en un punto por debajo del ombligo.

Le aplicó en total unas treinta agujas, y cada una afligió más a Mía.

Los dedos blancos de Mía se agarraron a la sábana, y el sudor goteaba de su frente.

Se intensificó su respiración, produciendo oleadas con el pecho.

A veces, se le asaltó a la vista su pecho.

Aunque Miguel estuvo en un matrimonio de tres años con Alicia, y los dos vivieron en la misma casa, no durmieron en la misma cama.

Estaba en su edad de oro, y ahora una hermosa y desnuda chica, se tumbó delante de él.

Era inevitable que estuviera un poco excitado.

Picó la punta de su lengua para eliminar los pensamientos innecesarios. Gracias a este dolor, podía concentrarse en la acupuntura.

Después de mucho tiempo, Mía apretó los dientes y preguntó:

—¿Cuantás quedan?

—Ya es la última.

Mía exhaló un suspiro de alivio, por fin, el dolor estaba por acabar.

—Por favor, acabe tan pronto como sea posible.

Miguel asintió, tamborileando en el ombligo, y su dedo se movía gradualmente hacia abajo.

Mía se puso nerviosa y le preguntó:

—¿Dónde va a aplicar la última aguja?

—En la depresión de la columna vertebral, o mejor dicho, en la depresión entre el ombligo y el hueso púbico.

Mía, pasmada, se sonrojó.

En la depresión entre el ombligo y el hueso púbico, es decir...

Como la señorita mayor de la familia Álvarez, Mía recibía tanto la educación oriental como la occidental.

Era, al parecer, abierta, pero en el fondo, tenía pensamientos conservadores propios del oriente.

Ya llegó a su límite al quitarse la ropa para que Miguel le tratara.

Era imposible que no se avergonzara por la acupuntura en tal lugar.

No obstante, Miguel no notó sus preocupaciones porque ya la había visto desnuda, y no había ninguna diferencia si iba más allá de esto.

Por eso, ya aplicó la aguja sin dar tiempo para que Mía se dispusiera.

Mía sintió un ataque de dolor desde su ombligo, que arrambló con todo su cuerpo.

Toda su energía acumulada en el cuerpo durante tantos años desapareció de un plumazo.

Apretó los dientes a muerte con los ojos cerrados, arqueando tensamente su cuerpo.

El pudor le obligó a aguantar el dolor sin rechistar ningún gemido.

A Miguel, le sorprendió lo fuerte que era su resistencia.

Era muy doloroso desbloquear los canales de energía y disipar la energía guardada. Por eso, esta mujer, que podía aguantar el proceso sin emitir ningún sonido, nació realmente para las artes marciales.

—Mía, ¿estás bien?

Al ver la cara distorsionada de Mía, Lucía estaba ansiosa.

—Sí...

Cuando menguó el dolor, Mía escupió un aliento turbio.

Perdió toda la energía que había acumulado en diez años, pero sintió que los canales eran dos veces más anchos que antes.

Por fin, podía sentir sus extremidades.

Con el Puño Trueno que mejoró Miguel, no le costaría nada regresar a su esplendor.
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