El fin y comienzo de una vida (2)

Para Lotte, Siem no era el hombre que me iba a dar lo que yo necesitaba, ella lo afirmaba siempre, porque ella experimentó lo mismo que yo sentí cuando perdimos a nuestros padres, ella sintió como nos desprendieron el alma cuando nos bajaron del auto para llevarnos a la delegación y de ahí más nunca los volvimos a ver, ni sabemos si fueron sepultados dignamente, solo nos alejaron y nadie nos dio explicaciones. Al día de hoy aún buscamos respuestas sin preguntar a nadie. Aprendimos que es mejor no hablar sobre ese tema con nadie más que la una con la otra. La vida nos ha convertido en dos chicas hermosas, pero reservadas y tristes, tanto que en nuestros ojos se refleja el vacío del alma.

Estuvimos trece años encerradas en un internado en Inglaterra, hasta que ella cumplió diecisiete años, que logró independizarse y con el fideicomiso que ellos nos dejaron, ella pudo comprar un departamento en una zona exclusiva de Ámsterdam, cumplió su sueño de comenzar a estudiar arquitectura en la Academia de Arquitectura, un año después yo la seguí y como no tengo la misma dedicación que ella ni el deseo de ser tan aplicada en la vida, por su insistencia ingresé a estudiar diseño gráfico. Ahí fue que conocí a Siem, y al ver todas las bondades que me daba estar en libertad afuera de ese internado donde supuestamente intentaron convertirnos en unas niñas de sociedad, cuando en mí hicieron a un ser incapaz de soñar con las cosas buenas, con la posibilidad de creer que podía ser feliz, comencé a vivir mi vida sin límites, a los dos días de salir con Siem hicimos el amor de manera descontrolada, esa locura mía lo atrapó. Desde esa primera entrega hizo todo por verme sonreír.

Hasta la llegada de él, Lotte había sido la única que aportó algo bueno a la triste vida que venía viviendo desde que ambas vimos a nuestros padres morir ahí frente a nuestros ojos. 

Dos disparos certeros, solamente dos detonaciones en el centro de sus ojos bastaron para acabar con su vida y la de dos niñas que a tan corta edad no entendían nada de la vida. Les sobrevivimos. Dieciséis años después nos seguimos preguntando por qué lo hicieron, para qué dejarnos vivas y con semejante trauma encima que marcó nuestra infancia, nuestra adolescencia y, en fin, toda nuestra m*****a existencia.

Recuerdo constantemente que abrazadas en los asientos de atrás del auto de nuestros padres, después de compartir en el parque, en el parqueadero dos sujetos aparecieron de la nada y así sin más les dispararon a ambos, uno de ellos revisó a mi madre, movió su rostro hacia la ventana, luego nos miraron y se marcharon caminando en total tranquilidad. Ni Lotte ni yo recordamos sus rostros, era de noche y difícil verlos bien, pero una cosa si nos ha acompañado toda la vida, un dibujo en el antebrazo de una de ellos. Por no comprender lo que pasaba, creíamos que nuestros padres se habían quedado dormidos, esperamos a que despertaran, éramos tan inocentes que creíamos que iban a despertar en algún momento, constantemente una u otra los tocábamos para que reaccionaran, nunca lo hicieron. Siete horas después apareció un hombre uniformado quien nos obligó a salir del automóvil pese a nuestro deseo de permanecer al lado de nuestros padres. Gritamos, lloramos, pataleamos, y les llamamos. Ellos nunca fueron en nuestro auxilio.

—Nadie nos va a venir a salvar, Becca, solo estamos tú y yo, Siem no es quien te va a mostrar lo bonito de la vida, no lo hagas, no sabes quién es él, nadie puede ser tan perfecto para ofrecer tanto amor —me dijo una vez más.

—Es una decisión tomada, Lotte, siempre nos tendremos la una a la otra, eso nadie lo va a cambiar —le dije en voz pausada—. A Siem no, no, si no prosigo con lo que comencé, si desisto sus padres lo van a casar con cualquiera de las resbalosas que tienen en la larga lista que tiré al traste sin mucho esfuerzo. 

Fin del Flashback 

Al ver a Siem, comprobé que no me equivoqué al estar ahí a su lado.

—Si hay alguien que se oponga a la celebración de esta boda que hable ahora o calle para siempre —apenas el sacerdote pronunció estas palabras en toda la catedral se hizo un silencio profundo.

Yo ni me moví, esperaba que fuera Lotte la que manifestara su rechazo a mi matrimonio, buscando salvarme de la destrucción de mi propia vida, como me dijo apenas nos bajamos en la entrada de la catedral de la limusina que nos fue a buscar. Ella fue la que me entregó a Siem, no quise que fuera su padre. No soy tan falsa como ellos, entiendo, y aunque no sigo reglas, que en el altar te debe entregar es quien te ame de verdad. Se bien que la familia de Siem no me quiere, sus caras me lo han demostrado. Los golpes de la vida nos han enseñado a interpretar a las personas, solo me aceptaron por puro protocolo, porque ya no les quedaba más opción que aceptar la imposición de su consentido.

—Yo me opongo, padre  —de pronto una voz gruesa retumbó en toda la catedral, tanto que creí que hasta las imágenes de yeso dispuestas alrededor se estremecieron, o lo hizo mi cuerpo. Ya ni supe, pero sí me vi obligada a girar a ver de quien se trataba, antes de eso miré los ojos de Siem.

Nos miramos y en simultáneo ambos giramos en dirección a la puerta, nos encontramos con un hombre de aproximadamente treinta y tantos años, casi llegando a los cuarenta, canoso, quien vestía como un invitado más, llevaba un esmoquin gris que le quedaba de muerte lenta, una hermosura de hombre, de esos que solo verás una vez en la vida

«Claro, porque ella es tan perra que no hace replicas de santos tan maravillosos», pensé al ver como los rayos del sol que se colaban por la enorme puerta hacían brillar su cabello gris.

Confundida, sacudí la cabeza al darme cuenta de la forma en la que lo estaba describiendo en mi mente, miré a Siem al sentirme culpable por admirar de esa forma a un hombre distinto a él y ahí vi que algo en su mirada y en su rostro cambió por completo. Abrí los ojos de la impresión, la vena de su frente se marcó de manera exagerada, como cuando agarras un enfado incontenible. Como en cámara lenta vi una habilidad que no le conocía cuando extrajo de la parte de atrás de su pantalón de vestir perfectamente diseñado, un arma.

«¿Un arma?» pregunté en mi mente asustada.

«¿Qué mierdas es esto?», inquirí además en mi mente, de mi mano temblorosa resbaló el ramo, intenté acercarme a él y me empujó para apartarme en un movimiento de su mano. Casi caigo al piso si no es por Lotte que me abrazó.

Fueron solo segundos los que transcurrieron entre el abrazo de mi hermana y mi respuesta correspondiéndole para evitar la caída, nos abrazamos fuerte, como si ella fuera a salvarme de algo peor a tocar el piso, y fue así, inconscientemente Lotte me salvó de ser alcanzada por la avalancha que se vino de inmediato. 

No habíamos reaccionado al abrazo cuando escuchamos seis detonaciones de un arma seguidas una detrás de la otra, nos paralizamos, ya habíamos vivido algo similar, y del mismo modo nos vimos obligadas a mirar alrededor porque eran muchos los gritos aturdidores dentro de la catedral.

—Siemmm —escuché a Lotte gritar su nombre con sus labios pegados a mi oído, sentí que me aturdió.

Como estaba de espalda no pude ver nada, y solo cuando giré sobre mis pies, ahí, al pie del altar, estaba Siem tirado en las escaleras con su tórax brotando sangre a borbotón igual por su boca y sus ojos abiertos, su cuerpo no se movia, parecia un muñeco de cera, estaba inerte, realmente inamovible. Me solté del abrazo de Lotte, busqué acercarme a Siem y en lugar de ello algo me llevó hacía atrás, sentí cuando fui arrastrada hacia atrás. 

No entendí nada, busqué con las manos a Lotte para que me salvara una vez más y al girar el rostro me di cuenta que ya no la tenía cerca, al igual que yo era llevada sobre el hombro de un desconocido afuera de la catedral, un hombre tan alto como nuestro padre, espeluznantemente armado, acompañado de otros tres alrededor de él para impedir que alguien se les acercara.

Mi suerte no estaba siendo más venturosa que la de mi hermanita, porque yo al comenzar a patalear y forcejear fui aprisionada por la cintura y mi estómago. Quien fuera el maldito que me estaba haciendo eso quería matarme, era lo que pensaba porque poco a poco me fue cortando la respiración, me estaba faltando el oxígeno entre más presionaba mi estómago y con eso dejé de luchar. Fui consciente de que terminé como Lotte, sobre el hombro de alguien que no pude identificar, cuando en lugar de ver al frente mi mirada estaba sobre el piso de la catedral.

Gritos, llanto era lo que podía escuchar y en el avance de mi secuestrador miraba los pies de personas corriendo, eso era lo que mis ojos podían ver mientras el desgraciado avanzaba hacia afuera y bajaba las escaleras corriendo como si llevará encima a una niña, o peor aún, a una muñeca.

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