13. El primer paso al plan

Lorenzo

Los dados chocaron contra la mesa con fuerza. Si pudiera, los haría añicos con mis propias manos. La frustración bullía dentro de mí mientras observaba con desinterés a la mujer que bailaba para mí. Sus movimientos eran sensuales, diseñados para provocarme, pero mi deseo no se encendía por ella. No por esa mujer.

La única que quiero en mi cama tiene unos ojos azules tan intensos que parecen esculpidos por los dioses. Su cuerpo es una obra de arte, delgado y perfectamente moldeado, como una muñeca de porcelana. Su cabello rubio es un torrente de oro que enmarca su rostro con una perfección insultante. Tiene un nombre y un maldito apellido que deseo arrancarle cuanto antes.

Kamila de Romanov.

Ella es la única joya que quiero en mis manos. Mi obsesión. Mi delirio. Muero por hacerla mía, y no habrá nada ni nadie que me lo impida. Sonreí con esa certeza mientras deslizaba mis manos sobre el incómodo vestido de la mujer que me acompañaría esta noche. Un entretenimiento vacío
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