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3. Una boda por compromiso.

Recuerdos 2019

Kamila

El vestido de novia colgaba frente a mí, inmenso, pesado y cargado de significado. Observé cada detalle de la tela blanca como si fuera ajena a mi cuerpo. No sentía emoción alguna. Para mí, no era más que un símbolo de la prisión en la que había estado atrapada desde que llegué a esta mansión. Nunca imaginé que este día llegaría, y mucho menos que sería así: frío, distante y sin amor.

Todo empezó cuando mi madre, en un acto de altruismo, salvó la vida del viejo Conde. Desde entonces, él decidió que su familia se encargaría de mí. Cuando ella murió, me dejaron aquí, cuidada pero aislada, marcada por un destino que no había elegido. El conde decretó que sería la esposa de su nieto, Viktor, el futuro Conde Romanov. Ahora, a mis dieciocho años, mi vida estaba sellada con esta unión.

Viktor no me quería. Nunca me quiso. Desde niños, su desprecio era evidente, y ahora, su odio parecía multiplicado. Según él, yo era la causa de este matrimonio forzado. Pero la verdad era otra: yo no pedí nada de esto. Nunca exigí vivir en esta mansión, ni mucho menos convertirme en su esposa. Solo obedecí. Porque eso era lo que siempre se esperaba de mí.

La ceremonia fue como un mal sueño, rápida y llena de miradas de juicio. Mientras el sacerdote pronunciaba las palabras que nos unían, yo sentía cómo mi corazón se rompía en mil pedazos. Él no me miraba. Apenas si me tocó la mano al ponerme el anillo. Cuando terminó, Viktor desapareció entre sus familiares, riendo y burlándose con sus primas, mientras yo quedaba sola en una esquina, una sombra más en su mundo.

Subí a la habitación que ahora compartíamos, seguida por Ariel, mi fiel sirvienta. Ella había sido mi única amiga desde que llegué aquí. Siempre dispuesta, siempre cuidándome.

—Señorita Kamila, ¿quiere comer algo? ¿Le ayudo a quitarse el vestido?

—Quítame este maldito vestido, Ariel. No soporto ni un minuto más con esto puesto.

Ariel comenzó a desatar los botones del corset. Sentí cómo la opresión en mi pecho disminuía, pero antes de que pudiera terminar, la puerta se abrió de golpe. Viktor entró con una fuerza que hizo temblar mis nervios.

—Ariel, sal de aquí. —Su voz era autoritaria, helada.

Ariel me lanzó una mirada preocupada, pero obedeció sin decir una palabra, dejándome sola con él.

—¿Qué quieres? —pregunté, tratando de sonar firme.

—Para ti, soy el Conde. No lo olvides, Kamila. Y tú eres mi Condesa.

—Eso no cambia nada, Viktor. Sabes que este matrimonio no significa nada.

—Tal vez no para ti. Pero hay cosas que debemos cumplir. Mi abuelo quiere pruebas de que esta unión es real, y no me importa si te gusta o no.

—¿Pruebas? —repliqué, incrédula—. ¿Esperas que me someta a ti solo porque tu abuelo lo exige?

—No espero nada de ti. Solo hago lo que se espera de mí.

Se acercó a mí con pasos firmes, su mirada intensa clavándose en la mía. Podía sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su piel mezclado con el ligero perfume que siempre llevaba.

—Eres una marioneta, Kamila. Toda tu vida lo has sido. Este es solo tu siguiente acto.

—No soy una marioneta —murmuré, pero mi voz sonaba débil incluso para mí misma.

Antes de que pudiera retroceder, su mano se posó en mi cintura, firme, posesiva. Mi respiración se detuvo cuando sentí cómo su otra mano bajaba lentamente el zipper del corset, dejando mi espalda expuesta al frío aire de la habitación.

—A pesar de todo, eres hermosa —murmuró, sus ojos recorriendo cada centímetro de mi piel.

Quería odiarlo, rechazar cada caricia, pero mi cuerpo no respondía a mi mente. Su aliento cálido rozó mi cuello, y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Sus labios se posaron en mi clavícula, dejando un rastro de fuego que encendía cada rincón de mi ser.

—No temas —susurró, su tono ahora más suave, casi seductor—. Sé que es tu primera vez. Seré cuidadoso.

Mis piernas temblaron cuando sus manos continuaron su camino, explorando mi cuerpo con una mezcla de firmeza y delicadeza. Cerré los ojos, tratando de controlar mi respiración, pero era imposible. Viktor sabía exactamente lo que hacía, y aunque mi mente gritaba que lo detuviera, mi cuerpo se entregaba a cada una de sus caricias.

—Eres mía, Kamila. Siempre lo has sido.

Sus palabras me provocaron un nudo en el pecho, una mezcla de rabia y deseo. Sabía que no había amor en lo que hacía, que para él esto no era más que cumplir con un deber. Pero su toque me hacía olvidar, aunque fuera por un momento, todo el odio que nos rodeaba.

Cuando sus labios encontraron los míos, el mundo pareció detenerse. Su beso fue intenso, demandante, como si quisiera borrar todas las dudas de mi mente. Y por un instante, lo logró.

—Tranquila —dijo contra mi oído, su voz baja y profunda—. No te haré tanto daño.

Me recostó sobre la cama con una delicadeza inesperada. Su cuerpo, cálido y fuerte, se unió al mío, creando un contraste que me hacía sentir vulnerable y poderosa al mismo tiempo. Sus manos exploraron cada rincón de mi piel, encendiendo fuegos que nunca supe que existían.

Quise resistirme, quise mantener mi orgullo intacto, pero Viktor me envolvía en una red de sensaciones que no podía ignorar. Sus labios viajaron por mi cuello, descendiendo hasta mis pechos, donde se detuvo para jugar con ellos, provocándome suspiros que intentaba reprimir.

—No luches contra esto, Kamila. Solo déjate llevar.

Cerré los ojos, dejando que sus palabras me envolvieran como un susurro prohibido. Me aferré a las sábanas mientras él continuaba, lento, preciso, como si supiera exactamente cómo derribar mis barreras.

Cuando finalmente se unió a mí, sentí un dolor breve, seguido por una calidez que me dejó sin aliento. Su ritmo era firme, pero no apresurado, dándome tiempo para adaptarme, para sentir.

No había amor en ese momento, pero tampoco había odio. Solo dos personas cumpliendo con un destino impuesto, encontrando un efímero consuelo en un mundo el cual no pertenecía.

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