5. Su deber es cumplir.

Viktor

El aire de la mañana era frío, pero vigorizante, mientras caminaba por los terrenos cercanos al río. Los charcos helados reflejaban la luz del sol, creando destellos que dotaban al paisaje de una belleza efímera. Alrededor mío, el gobernador y dos nobles discutían reformas y presupuestos. Sus voces eran como un murmullo lejano; mi atención estaba fija en las cabañas a lo lejos, humildes refugios para quienes más lo necesitaban. 

Los trabajadores seguían mis pasos en silencio respetuoso. Sus rostros, curtidos por el esfuerzo y el clima, mostraban signos de esperanza, una llama tenue que me esforzaba por avivar. 

—¿Están seguros de que estas reformas serán suficientes para este invierno? —pregunté al gobernador, deteniéndome a observar los planos que sostenía con sus manos enguantadas. 

—Absolutamente, señor conde —aseguró con vehemencia, desplegando cifras y proyecciones frente a mí. Sus palabras buscaban transmitir confianza, pero no lograban disipar mis dudas. Había aprendido que los números en el papel a menudo diferían de la realidad en el campo. 

Mientras inspeccionábamos las nuevas construcciones, uno de los nobles se acercó para mencionar un tema que parecía entusiasmarlo. 

—Mi señor, el evento en la casa real ha generado interés entre los italianos. Algunos de los hombres más influyentes de Roma desean colaborar con sus proyectos. 

Asentí, permitiéndome una ligera sonrisa de aprobación. 

—Eso es alentador. Esos “comités de benefactores” —dije, reflexionando en voz alta— suelen ser útiles cuando se manejan con cuidado. Asegúrese de que nuestros términos sean claros; no toleraré compromisos que pongan en peligro la independencia de nuestros planes. 

Tras la inspección en los albergues y las cabañas que comenzaban a levantarse en las laderas de la montaña, me dirigí al parlamento junto al gobernador y otros miembros clave del consejo. Allí revisamos los documentos necesarios para formalizar las proyecciones de pequeñas clínicas en cada condado. Las firmas requeridas fueron estampadas, y luego brindamos con copas de vino tinto. 

Cuando salí del edificio, mi teléfono comenzó a vibrar. Al ver la pantalla, chasqueé la lengua antes de contestar. 

—¿Cómo está Conde Viktor? —dijo una voz femenina que reconocí al instante. 

—Luciana, me encuentro bien —respondí con cortesía. 

—Acabo de regresar de Roma y quería verte. Tenemos tantas cosas de las que hablar. 

—Lamento decirte que ahora mismo estoy muy ocupado. Mis deberes me mantienen ocupado todo el día. 

—Entiendo —respondió, aunque había un dejo de decepción en su voz—. Mi padre también está en la ciudad y desea reunirse contigo. 

—Muy bien, organizaremos algo pronto. Te enviaré la invitación. Buenas tardes, señorita Orlova. 

Corté la llamada y subí a la limusina, indicando al chofer que me llevara a la mansión. El viaje de regreso fue tranquilo, y en mi mente repasaba los asuntos del día. 

Al llegar a la mansión, el aroma a flores frescas llenaba el aire. Entré al salón principal, donde encontré a mi madre, Natalia y a mi hermana menor, Aleksandra, tomando el té en compañía de dos damas distinguidas.

—Viktor, querido, llegas justo a tiempo —dijo mi madre, con su habitual elegancia. 

Aleksandra me miró con una sonrisa divertida. 

—Hermano, las damas estaban hablando maravillas de tus últimos proyectos. Al parecer, te estás convirtiendo en el tema favorito de conversación entre las familias nobles. 

Me permití una inclinación de cabeza hacia las invitadas, damas de la alta sociedad que no reconocía. Sin embargo actué como si ya las había visto.

🖤

Después de saludar a todos en el salón, me dirigí a mi despacho. La puerta se cerró detrás de mí. Abrí la computadora y comencé a investigar a los asistentes que habían llegado esa noche a la casa real. Me interesaba particularmente la participación de los italianos, entre ellos el señor Lorenzo Bianchi, quien, según los rumores, tenía un interés particular en uno de nuestros proyectos: apoyar el desarrollo de hospitales y hogares para aquellos en situación de vulnerabilidad.

Lo que más me llamó la atención fue su presencia esa noche, en la que bailó con Kamila, mi esposa. Observé con cierto detenimiento su interacción. Era claro que había una chispa, una conexión en su mirada, pero no me dejé llevar por impulsos. Con calma, pasé a investigar más sobre él. Encontré que Lorenzo Bianchi era un magnate de la industria, dueño de varias mansiones y empresas de renombre, con una fortuna considerable que podría ser clave para asegurar la expansión de nuestros proyectos.

Sonreí ante la posibilidad. Si lograba entablar una relación sólida con él, no solo aumentaría la influencia de nuestra familia, sino que mi nombre podría llegar a ser reconocido internacionalmente. Eso, tal vez, garantizaría mi reinado por muchos años más. Sin embargo, sabía que mi situación era complicada. Mi esposa, Kamila, no era precisamente la aliada que necesitaba para asegurar un heredero. No después de aquella tragedia… Pero ¿qué tan lejos estaba dispuesto a llegar para mantener el poder? Quizá si intentara buscar un heredero o una esposa falsa miéntras la verdadera estaba oculta. Lo que nunca entendí fue porque esa decisión de hacerla pasar como una hermana, ahora las cosas están fuera de control y no sabia por donde cambiar esos ideales que al inicio fue impuesto por mi abuelo.

Cerré la computadora y me dirigí a mi habitación. Antes de entrar, ordené a la servidumbre que llevaran mi cena a la habitación. Quería algo de vino de mi propio viñedo, algo que me relajara después de un día lleno de pensamientos y decisiones.

Al llegar, encontré a Kamila, absorta en su lectura, mientras la criada le ayudaba con unos bordados. La presencia de la criada se desvaneció al verme entrar, y cerré la puerta detrás de mí. Kamila levantó la vista solo por un momento, pero no dijo nada. Podía sentir la distancia entre nosotros, aunque ella lo disimulaba bien.

Me quité el saco y lo dejé sobre el tendedero, ajustándome los botones de la camisa. Sabía que, a pesar de la falta de cariño, de la frialdad de nuestra relación, siempre buscaba algo en ella. No amor, sino algo más superficial, algo que me calmara por un momento.

La observé en silencio, y al acercarme, la levanté en mis brazos y la dejé caer suavemente sobre la cama. Ella intentó apartarse, pero su resistencia era más un acto reflejo que una verdadera oposición.

—¿Qué haces? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y cansancio en su voz.

—Solo quiero desconectarme un poco, olvidarme del estrés por un momento —respondí con tranquilidad, sabiendo que no necesitaba más palabras.

Me acerqué con gesto firme pero sin violencia, la guie hacia la ducha. Kamila no protestó; era consciente de lo que esperaba de ella, de lo que nuestra relación había sido desde el principio. Ella era la única mujer con quien quería intimidar, no solo por ser mi esposa, quizás ese deseo que desde jovencitos me hacía desearla, ni siquiera era amor, si no como un maldito deseo que mi abuelo nos obliga a crear, todo esa obligación se quedó grabado en mi cabeza, en la  que ella, solo sería  la mujer quedaría a luz a mis hijos, los futuros herederos, sin embargo recordar aquellos tiempos hacen que me sienta enfurecido, por lo que decidí borrar cualquier rastro de pensamientos del pasado. Entre junto con Kamila  hacia el jacuzzi, inicie entré  a besar su piel expuesta, su suavidad me volvía loco, ella me volvía como un maldito necesitado de su cuerpo. Es como esas drogas que solo querías consumir día a día.

—Espera Viktor. Pronto vendrá mis días.

—No importa, sabes muy bien cuál es tu deber como esposa. Mientras viene tus días, será mejor, de esa manera empezaras a procrear un heredero, Kamila.

Ella negó, soltó un suspiro para luego sonreír.

—¿Un hijo?—Cuestiono dudosa.

—Luego hablamos de eso Kamila. Estoy ansioso —  le mencione para a continuación bajar mis manos en su intimidad y acariciarla.

Ella cerro los ojos, empezó a gemir despacio. Y yo bese sus labios en el momento en que mis manos hacían un recorrido en su interior. La coloque encima de mí y la penetre sintiendo esa calidez que solo mi condesa provocaba.

—Kamila, aunque no te amo. Tu calor me vuelve loco. — Afirme mordiendo su labio. Ella no dijo nada, eran tan fría a como la acostumbre. Palmeo su trasero sintiendo ese éxtasis emerger de mi, y mis deseos oscuros queriendo salir de mi interior.

—Nunca te entenderé— murmuró jadeando.

Mordí su hombro desnudo, para luego con mi lengua, trazar líneas sobre su pecho, apreté sus nalgas moviéndome con rapidez.

—     Quiero que te muevas Kamila— exigí excitado, ella solo asintió como debía ser.  Obediente y servicial conmigo, porque de esto se trataba nuestro matrimonio… Un matrimonio forzado en el que no había amor, no obstante era una promesa en la cual teníamos  que cumplir para tener el titulo del conde de Romanov, de esta manera ella siendo mi condesa tenía que complacerme quiera o no, y aceptar todos esos deseos oscuros que yo quería cumplir…

Empecé a gemir al sentir su estrechez, mordí su pecho, ella soltó un gemido de dolor y luego me miró molesta.

—¿Por qué haces eso siempre?

—Es lo que me encanta— Respondí sonriendo, la atrapé del cuello besándola para después saborear su lengua, sin importar nada más…— Quiero que cumplas. Eso es lo que quiero… Condesa mía.

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