XVEl lugar estaba tan atestado de gente que le generaba fastidio no encontrar un rincón donde esconderse. Pese a esa incomodidad, logró ubicarse lo más lejos que pudo del todo el mundo, para seguir pensando en Amy.Estaba muy confundido con su proceder, además de no entender el magnetismo que ella ejercía sobre él. Movía constantemente su cabeza en negativa, de vez en cuando sonreía, después sus ojos cambiaban a una expresión peligrosa, cuando pensaba en lo bien que se sentía hacerle el amor.—Mírenlo ahí, barba azul está enamorado. De seguro pensar en su próxima víctima lo tiene en las nubes.—Qué horror, como puedes decir algo así —intervino una mujer, que con un grupo de amigos, observaban a Jerom desde cierta distancia.—Linda, él es la muerte. ¿Tres esposas? Por favor —insinuó un tercero en la conversación.—Yo me he divorciado tres veces y eso no me hace una mala persona. Aunque sí hubiera querido ver muerto a algunos de mis exmaridos.Lo dicho por Linda les hizo reír mucho, co
PrólogoLevantó su vista todo lo que pudo para divisar la punta de la torre, donde de seguro se encontraba el dragón que iba a devorarla. Tomó mucho aire, el sitio era impresionante, muy luminoso, e igual, aterrador. Veía entrar y salir a muchas personas, y ella seguía ahí, con los pies pegados a la fina baldosa negra, esperando algo que la empujara hacia fuera y le hiciera desistir de la idea de pedirle ayuda al enemigo.Pero ella, no tenía de otra. Amy estaba atrapada en una pobreza asquerosa, tanto como lo era la riqueza de Jerom, su única salvación en ese momento. Se miró a sí misma un poco en el cristal que la separaba de la entrada, con esa ropa ahora tan sencilla, tan falta de colores, lo más formal que tenía. ¿Dónde quedó el esplendor de su belleza, de años atrás?, seguramente se había esfumado con los kilos que perdió por aguantar tanta hambre.—O es Jerom, o no es nada —susurró sin atreverse a cruzar la entrada aún.Lo peor de todo, es que no parecía ser el momento para que
I El punto equidistante entre él, el ataúd y el sacerdote, lo estaba analizando con mucho cuidado, entrecerrando los ojos. ¿50 centímetros, 20? Quizás podía estar equivocado en esas medidas. Las hojas secas bailaban en el viento para caer sobre aquella cama cubierta de caoba y que resguardaría el cuerpo de su amada, su tercera amada. A todo lugar al que Jerom fijara su mirada, encontraba la compasión, el pesar e incluso la sospecha sobre su horrendo destino. El ministro pidió que se pusieran todos de pie, para la última oración a la señora Tramonte.Él no lo hizo. Jerom se quedó sentado haciendo sus mediciones mentales, haciéndole el quite al desgarrador dolor que lo estaba arañando por dentro. Ahora habría un lugar vacío en su mesa, en su cama, en su casa. No estaría el aroma a ese delicioso perfume, ni esa vocecita aguda que lo llamaba con ganas de que la tocara. Por ninguna parte ya la encontraría, más que hecha recuerdo en ese cementerio, donde sus dos esposas anteriores también r
IIMirando a la nada, revolviendo su copa de brandi a la vez que escuchaba la algarabía del lugar, Jerom esperaba. Vio la hora en su reloj digital, uno de marca bastante económica, pero que llevaba ese día en especial, ya era el que le había regalado su última esposa cuando lo conoció. Ella no tenía muchos recursos, aun así, quiso halagarlo con algo.Recordó las muchas recomendaciones que recibió de sus conocidos que le advertían la posibilidad de que ella podría ser solo una vividora. Que quizás solo estaba con él por su fortuna y miles de cosas más, que tuviera cuidado. Si hubiera sabido la pobre señorita que era ella quien debía tener cuidado de la mala suerte de Jerom, hubiese corrido tan rápido como sus piernas le hubieran permitido.—Yo también tengo lo mío, no solo dinero —susurró el abatido hombre a la copa, probando otro sorbo.—¿Peter?La voz suave y dulce de una dama lo sacó de sus pensamientos, haciendo que moviera su cabeza para observarla. Estaba bien, muy hermosa y olía
IIILas chicas se despertaron, como si tuvieran que hacerlo para correr de un sismo. No estaban entendiendo nada y el pánico fue mayor cuando la puerta de su departamento se abrió y varios hombres entraron sin pedir permiso, con enormes cajas de cartón.—¡¡AUXILIO!! ¡¡NOS ASALTAN!! —gritaba Marcia, temblando de terror.—Por favor, Marcia, ¿qué van a querer robarnos? —intervino Julia abrazándose a ella, en una esquina del comedor.Amy se soltó de sus hermanas, corriendo hasta la entrada. Iba a pedir ayuda, hasta que vio una figura muy elegante, de guantes blancos, al igual que su cabello.—Señorita Amy, es un gusto verla de nuevo…—Lionel… —susurró la joven dama, pálida y temblorosa.Amy empezó a entender un poco lo que sucedía. Lionel, era el mayordomo superior de Jerom, el que tenía el mando de la casa principal y de todos los menesteres de la empresa, en cuanto al arreglo de esta, claro. Lo conocía de siempre, de cuando ella misma tenía mayordomos y los trataba como basura.Marcia y
IV Cuando la joven princesa abría los ojos, había doncellas a su servicio, tanto como para ayudarla a vestirse, como para peinar su cabello y darle el desayuno. La arrogancia y desprecio con la que las trataba era aprendida de su querido padre y querida madre, que desquitaban con sus sirvientes la desgracia que podía ocultarse bajo la riqueza.Amy no era ajena a tanto esplendor que casi le derretía el cerebro. Desde niña supo que gran parte de los que vivían en su casa besaban el suelo que ella pisaba y se aprovechaba de eso para hacer travesuras terribles y culpar conscientemente a alguna de las chicas de la limpieza. Igual, nadie la iba a castigar, ni siquiera importaba su existencia.A medida que crecía, vio en sus hermanas menores, pequeños seres a quienes fastidiar. Pese a creer que por ser la mayor sería siempre la consentida, Marcia, la hija del medio, se enfrentaba con ella en casi sangrientas disputas por hacerse respetar. Julia, en cambio, era la maravillosa piedra angular
VLe encantaba cuando el sudor se le deslizaba por el rostro y se quedaba atrapado en su barba. Luego, en ese movimiento, saltaba al pecho de ella que gemía sin cesar ante las embestidas.Jerom era un amante voraz, el sí quería todo de una mujer. Que sus dedos recorrieran las curvas preciosas que cambiaban al son de sus arremetidas, cómo los senos de ella subían y bajaban cuando el aire entraba a sus pulmones, la forma en que su cuello se tensaba al sentir el placer, todo aquello era lo que más disfrutaba al hacer el amor.Ahí, con esa dama de compañía, que era indiscutiblemente muy hermosa, teniendo sus piernas en los hombros, cayendo sobre su cuerpo, aun así, él daba el 100% para dejarla satisfecha, para que no tuviera que fingir nada, solo por el hecho de que le estuviera pagando.—¡¡Ah!! ¡¡Peter!! —gritaba la joven de cuerpo perfecto, sintiendo que se moría.Peter. Ese era su nombre nocturno, uno que tenía que llevar ahora para no levantas más habladurías. Además del hecho de que
VIJerom llegaba a su propia fiesta de manera discreta, por una de las puertas del jardín principal. Desde que sus destellantes ojos verdes hicieron presencia, las miradas de lástima y temor no pudieron evitar llegar a su ser, que en ese momento se encontraba descansado y relajado luego de esa tarde de sexo.Después de saludar muy escueto, vio a lo lejos a su primo y con una media sonrisa se acercó hasta él. Hablaba con un catador que había encontrado en uno de los vinos de la empresa, el más delicioso deleite.—Jerom, qué bueno que llegas —saludó Liam dándole un golpecito en el hombro—. El señor dice que desea hablar contigo, tiene una propuesta para abrirnos un poco más al mercado asiático con nuestras propias tiendas.—Asia es un mercado muy difícil, en extremo tradicional. Lo hemos intentado antes y no pasamos de un intercambio diplomático de palabras —agregó Jerom, poniéndose algo serio.—Lo entiendo, también fue muy difícil para nosotros. Lo que se necesita es un intermediario.