Capítulo 1: Barba Azul

I

El punto equidistante entre él, el ataúd y el sacerdote, lo estaba analizando con mucho cuidado, entrecerrando los ojos. ¿50 centímetros, 20? Quizás podía estar equivocado en esas medidas. Las hojas secas bailaban en el viento para caer sobre aquella cama cubierta de caoba y que resguardaría el cuerpo de su amada, su tercera amada. A todo lugar al que Jerom fijara su mirada, encontraba la compasión, el pesar e incluso la sospecha sobre su horrendo destino. El ministro pidió que se pusieran todos de pie, para la última oración a la señora Tramonte.

Él no lo hizo. Jerom se quedó sentado haciendo sus mediciones mentales, haciéndole el quite al desgarrador dolor que lo estaba arañando por dentro. Ahora habría un lugar vacío en su mesa, en su cama, en su casa. No estaría el aroma a ese delicioso perfume, ni esa vocecita aguda que lo llamaba con ganas de que la tocara. Por ninguna parte ya la encontraría, más que hecha recuerdo en ese cementerio, donde sus dos esposas anteriores también reposaban.

¿Se verían en las noches, sus almas inmortales para hablar de él? ¿Quejarse de sus ronquidos o sus niñerías? Tal vez, eso sería demasiado lindo. No lo sabría nunca, y ya no quería enterarse. Su vida ahora era un eterno invierno, donde el sol tenía que quedarse oculto, o se arriesgaría a otra pérdida.

El cajón empezó a bajar, despacio, como si se despidiera de todos, diciéndoles que debía estar ahora oculto, pues era un tesoro muy preciado. Jerom no se movió, desde su silla bajaba la mirada despacio y ya entonces no pudo verlo más. Había un sentimiento diferente, como si él no estuviera ahí, como si no fuera ya el último adiós de su amada. No lloraba, no podía, ya no. Su corazón se había secado por completo, rogando por una oportunidad, pidiendo a ese que estaba en el cielo que esta vez no le quitara nada de nuevo. No fue escuchado, ninguna de las desesperadas veces en que de rodillas suplicó y suplicó.

—Jerom, vamos, te llevaré a casa —dijo un hombre joven, tanto como lo era él, tomándolo con cuidado por el hombro.

—No primo, yo me quedo un poco más. Joan siempre fue muy detallista, todo debe quedar como a ella le gusta, o se va a enfadar.

El otro hombre no pudo decir nada, solo tragarse el dolor y morderse los labios. Se sentó junto al viudo, viendo a todos irse del lugar. No dijo nada, solo era una silla más, pero si acaso Jerom quería hablar con el viento, estaría ahí.

—Barba azul… no suena tan mal… —susurró Jerom a su primo, mientras veía a los encargados de la tierra hacer todo lo posible por hacer una tumba bella.

—Vamos a demandar ese pasquín de quinta, no te preocupes. No se pueden burlar así de tu dolor.

—Liam, no hagas nada de eso, ya deja que hablen. Ahora hagamos que hablen por nuestro trabajo.

Su primo, ese del alma, el que lo había acompañado en todas esas últimas batallas para evitar que se rindiera, sentía que le apuñalaban el corazón, ahora más con ese sobrenombre horrible que le pusieron a Jerom. Era injusto, ridículo que siquiera se insinuara que le hizo daño a sus esposas; él no hizo que una de ellas muriera junto a su bebé, dando a luz, tampoco provocó el accidente de su segunda mujer y menos puso el cáncer en el cuerpo de la última, la que estaban honrando en ese lugar de flores muertas. Lo que sí podía decir, es que pareciese que estuviera bajo una horrible maldición, como si alguien lo odiara tanto, como para que deseara tanta desgracia en su vida.

Soplaba el viento y en los ojos de Jerom Tramonte, se asomó un leve destello, algo brilló y luego se deslizó sobre su mejilla. La última lágrima para su amada, con la que creyó que sí podría compartir canas y arrugas, hijos, tal vez nietos. Ahora ya nada podría venir con ella, solo recuerdos taciturnos de su risa y su contagiosa alegría.

—Ya es suficiente, Jerom, debemos irnos.

—Yo tengo una cita más tarde. Ve tú y nos vemos en un par de días en el castillo.

El castillo era la manera en que le decía a su oficina. Era tan ostentoso todo que rayaba en lo absurdo. Fue su padre y su madre quienes hicieron de aquel lugar una réplica de un pasillo de un palacio real. Horrible.

Liam no podía creerse lo que estaba escuchando, no era posible que tuviera una cita en ese momento, ese día. Aun así, no quiso decir nada más, debía dejarlo ir y que purgara su dolor como se le diera la gana. Se levantaron ambos y en autos diferentes, partieron a puntos distintos de la ciudad.

***

—Qué horrible lo que dicen de ese pobre hombre —habló una de las chicas de la tienda, mientras seleccionaba las frutas frescas de las ya blandas, mirando al televisor—. No creo que él hubiera hecho algo a sus mujeres.

—No lo hizo —intervino Amy, conmovida—. Jerom no dañaría a nada ni a nadie.

Las otras jóvenes de la tienda se miraron entre sí, confundidas. Amy hablaba como si lo conociera y eso no podía ser posible, eran de universos diferentes.

La dueña tomó las frutas que estaban por desecharse y escogió las que aún podían servir, para hacer una bolsa y dárselas a quien más las necesitaba. La niña de rizos oscuros saltó de alegría, podría hacer mucho con aquella comida para sus hermanas. Sonrió pensando en los postres y jugos que beberían.

Todas la veían con mucho pesar, casi el mismo con el que miraban a Jerom ahora. Nadie sabía bien cómo fue que llegó a esa tienda, pero parecía que no tenía otro lugar a donde ir. Ya tarde, tomó las bolsas de sobras y esperó a que la señora cerrara la tienda y así poder irse tranquila.

—Niña, no tendrías por qué estar haciendo algo así —dijo la regordeta señora, con voz consoladora.

—Debo hacerlo, estoy ahorrando para la cirugía de mi hermanita…

—Lo has hecho por años, jamás lograrás esa suma. Yo creo que es hora de pedirle ayuda. Es horrible lo que te voy a decir, pero quizás en este momento esté vulnerable y no le importe ya lo que pasó. Entonces, te prestará ese dinero.

—¿Cómo podría devolvérselo? —habló Amy, algo afectada.

—Puedes trabajar como su sirvienta, o como algo en su compañía. Para él, esa cantidad es como quitarle un pelo a un gatito. Para ti, la luz que la pequeña tanto necesita.

Amy miró al cielo, la noche tan estrellada, tan hermosa. Ella ya no lo era, el trabajo excesivo, las escasas veces que comía, le estaban pasando factura. La señora tenía razón, ¿qué podía perder? Lo máximo que podría decir, era que no. Suspiró un poco, y luego sonrió para sí misma, lo enfrentaría y tal vez él olvidara ese pasado y la ayudara. Estaba desesperada.

***

Fin capítulo 1

¡Bienvenidas a esta historia, hermosas lectoras! Espero encuentren en mis letras y en mis protagonistas, lo que desean para soñar. Gracias por su apoyo :D mil abrazos. Esta historia es de actualización L-V

Con cariño: Milerna. 

Barba Azul: Cuento de hadas europeo, en el que un noble de espesa barba con matices azules, desposaba y enviudaba muy rápido, hasta que su última esposa descubre los cuerpos de las anteriores señoras, en un cuarto que le estaba prohibido ver.

 

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