II
Mirando a la nada, revolviendo su copa de brandi a la vez que escuchaba la algarabía del lugar, Jerom esperaba. Vio la hora en su reloj digital, uno de marca bastante económica, pero que llevaba ese día en especial, ya era el que le había regalado su última esposa cuando lo conoció. Ella no tenía muchos recursos, aun así, quiso halagarlo con algo.
Recordó las muchas recomendaciones que recibió de sus conocidos que le advertían la posibilidad de que ella podría ser solo una vividora. Que quizás solo estaba con él por su fortuna y miles de cosas más, que tuviera cuidado. Si hubiera sabido la pobre señorita que era ella quien debía tener cuidado de la mala suerte de Jerom, hubiese corrido tan rápido como sus piernas le hubieran permitido.
—Yo también tengo lo mío, no solo dinero —susurró el abatido hombre a la copa, probando otro sorbo.
—¿Peter?
La voz suave y dulce de una dama lo sacó de sus pensamientos, haciendo que moviera su cabeza para observarla. Estaba bien, muy hermosa y olía delicioso. Jerom se levantó y extendió su brazo para indicarle el camino a la joven. No había dado su nombre verdadero y esperaba que ella no lo reconociera. Igual, de hacerlo, solo fingirían ambos, era su obligación.
Del bolsillo de su pantalón sacó la tarjeta magnética y la puerta de esa elegante Suite se abrió, deslumbrando un poco a la bonita mujer. Ese lugar se hubiera visto mucho mejor con pétalos de rosas, bandejas de chocolatitos, y una champaña enfriándose. Esa noche solo era un sitio bonito y elegante para acostarse con una dama de una compañía de citas.
—Sabrina… ¿Así debo llamarte? —preguntó él, quitándose su abrigo negro. Ni siquiera había ido a la casa después del cementerio a cambiarse.
—Sí, si quieres saber mi nombre real, te costará más.
La joven hizo una sonrisa pícara esperando que Jerom sonriera igual, pero solo recibió una mirada distante, desolada.
Él se recostó en la cama, solo esperando ver y hacer lo que ella quisiera. Sabrina abrió su gabán y tras este había una mujer preciosa, de cintura muy definida y caderas bastante amplias. Esas ligas negras eran tremendamente provocativas, enloquecerían a cualquier hombre que tuviera al frente. No supo la chica qué pensaba Jerom, pues parecía una estatua. Tomó algo de aire, sabía que él no era de esos que le gustaba el juego previo, o el coqueto, así que desabrochó su sostén y fue a posarse encima de él.
Él agradeció mucho que la comunicación no verbal hubiera funcionado. Con sus manos la acomodó más sobre su cuerpo, para poder darle atención a sus senos hermosos y meterlos en su boca. Eran tan suaves, cambiaban con facilidad a los movimientos de su boca y lengua, los amó. Sabrina lo estaba disfrutando, sabía lo que hacía. Los dedos largos y cuidados del CEO se enredaron en las ligas de sus piernas, de las cuales tiraba para atraerla más, como si fueran unas riendas.
—Eres muy bueno… —susurró ella, agitada, ya empezando a exudar su precioso aroma a rosas.
Jerom se detuvo. No, no lo era. En ese momento en que debía estar llorando a mares en casa, maldiciendo su vida y su horrorosa fortuna con las mujeres a las que amaba, él se hallaba en la cama de un hotel, prendido a los senos de una prostituta, muy costosa, pero al fin y al cabo eso. Aquella era su manera de desprenderse del dolor que lo consumía, al menos por un rato, por un instante, en que los orgasmos le quitaban de la cabeza la imagen de su mujer agonizando, con su rostro pegado a sus huesos, sin cabello y sin ilusiones. Esos segundos en que eyacularía, no estarían los pesares de las otras personas que ahora lo verían con miedo. Esos que sí pensaban en él como Barba Azul.
La tiró a la cama sin delicadeza, ella solo observaba cómo se quitaba la ropa y lo bien dotado que estaba. Iba a disfrutar mucho de aquella penetración, claro que sí. La bestia se le fue encima y se dio, esa unión hombre mujer, que disfrutaban como nadie en el mundo.
***
—¡Hermanita! —saludó con alegría una jovencita, a quien llegaba con una bolsa de comida—. ¡Trajiste frutas!
—Así es, vamos a hacernos una deliciosa ensalada —replicó Amy al ver el entusiasmo de la más joven.
No obstante, la alegría se opacó, cuando la pequeña Julia no pudo tomar a tiempo el paquete y las frutas se esparcieron por el piso. Su visión, cada vez más deteriorada, no le permitía percibir los movimientos rápidos y eso era un problema. Cuando Amy se agachó a recoger todo, se escuchó de nuevo la puerta, Marcia, la hermana del medio llegaba de su trabajo también.
—Ah, ¿qué pasó?, ¿decidieron hacer la ensalada en el piso? —bromeó la bonita joven, colgando su bolso.
—No pude tomarlo a tiempo y se vino al piso todo… —quiso disculparse Julia, tanteando el piso para recoger lo que pudiera.
—No te preocupes, cuando te hagan esa cirugía, podrás exhibir muy bien esos ojitos azules —dijo Marcia sonriendo. No sabía si su hermanita podría verla sonreír, aun así, no le mostraría su tristeza jamás.
Las tres se sentaron a la mesa a comer, esa noche, por fortuna, había mucho en la pequeña mesa. Las hermanas vivían en un departamento que era propio, ubicado en una zona agradable de la ciudad. Fue lo único que lograron salvar de todo lo que una vez tuvieron y que se fue por el caño, o mejor, todo lo que su padre tiró al caño, junto a su dignidad. De ser una de las familias más ricas, ahora comían casi de la caridad de sus jefes.
—Vi en las noticias que hoy fue el funeral de la esposa de Tramonte —dijo de la nada Marcia.
—Sí, pobrecillo —susurró Amy, comiendo algo de manzana—. Tres esposas es algo casi irreal.
—Él no tiene la culpa… solo parece que estuviera atado a una maldición, quizás alguna de esas exnovias le hizo un maleficio…
—Por Dios, Julia, ves o al menos escuchas muchas historias de terror —respondió Marcia riendo un poco—. A veces la mala suerte nos persigue y se manifiesta de formas terribles. Nosotras con pobreza, él con soledad.
Amy suspiró, casi con ganas de echarse a llorar. Ella misma había dicho cosas terribles a Jerom, ¿habían sido sus palabras las causantes de todas las tragedias del CEO Tramonte? Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Si alguien le hubiera enseñado de humildad en la época, cuando se reía de todos por no ser de su estatus, la historia hubiese sido muy diferente.
Julia se fue a dormir, el siguiente día sería para ella otro en el instituto para ciegos que la atendía gratuitamente y en el que la pasaba muy bien. Marcia y Amy limpiaban los trastes, no les gustaba el desorden.
—Voy a pedir una cita con Jerom. Él puede ayudarnos con la cirugía de Julia.
—Amy, no creo que vaya a resultar nada bueno de eso. Aunque ahora está vulnerable, incluso hasta distraído. Podría resultar. No obstante, ¿cómo rayos le vas a devolver el dinero?
—Voy a pedirle que me deje trabajar para él, puedo limpiar, o cocinar…
Marcia hizo una pequeña mueca de desaprobación. De seguro, si él aceptaba ese trato que no lo beneficiaba en nada, iba a querer algo más, quizás solo en venganza de Amy. No podía decir nada, ahora su hermana mayor era diferente, tenía que serlo, a ellas también había llegado la sombra de un «hechizo», como dijo Julia.
—Lo haré en unos días. Lo más malo que puede suceder es que diga que no —habló sonriendo la hermana mayor—. En este momento, debe estar tan triste, no imagino lo que puede estar haciendo.
Tenía razón, no se llegaba siquiera a imaginar lo que hacía Jerom Tramonte a horas de haber sepultado a su tercera esposa. Si le hubiesen dicho que en ese momento él se deshacía en la cama con una mujer, no lo hubiera creído. Que estaba sobre ella, sosteniéndola por la parte trasera de sus piernas para abrirlas de forma obscena y embestirla con más fuerza, no lo hubiera creído. Nadie en realidad. Nadie hubiese podido creer que la forma de llorar de Jerom era ahogarse en gemidos con una desconocida a la que le pagó por sexo, porque después de que terminara se sentirían tan decadente y despreciable, que así aminoraba su dolor. Tan sucio y asqueroso, tan triste, tan solo. Y entonces, todo estaría mejor.
***
Fin capítulo 2
IIILas chicas se despertaron, como si tuvieran que hacerlo para correr de un sismo. No estaban entendiendo nada y el pánico fue mayor cuando la puerta de su departamento se abrió y varios hombres entraron sin pedir permiso, con enormes cajas de cartón.—¡¡AUXILIO!! ¡¡NOS ASALTAN!! —gritaba Marcia, temblando de terror.—Por favor, Marcia, ¿qué van a querer robarnos? —intervino Julia abrazándose a ella, en una esquina del comedor.Amy se soltó de sus hermanas, corriendo hasta la entrada. Iba a pedir ayuda, hasta que vio una figura muy elegante, de guantes blancos, al igual que su cabello.—Señorita Amy, es un gusto verla de nuevo…—Lionel… —susurró la joven dama, pálida y temblorosa.Amy empezó a entender un poco lo que sucedía. Lionel, era el mayordomo superior de Jerom, el que tenía el mando de la casa principal y de todos los menesteres de la empresa, en cuanto al arreglo de esta, claro. Lo conocía de siempre, de cuando ella misma tenía mayordomos y los trataba como basura.Marcia y
IV Cuando la joven princesa abría los ojos, había doncellas a su servicio, tanto como para ayudarla a vestirse, como para peinar su cabello y darle el desayuno. La arrogancia y desprecio con la que las trataba era aprendida de su querido padre y querida madre, que desquitaban con sus sirvientes la desgracia que podía ocultarse bajo la riqueza.Amy no era ajena a tanto esplendor que casi le derretía el cerebro. Desde niña supo que gran parte de los que vivían en su casa besaban el suelo que ella pisaba y se aprovechaba de eso para hacer travesuras terribles y culpar conscientemente a alguna de las chicas de la limpieza. Igual, nadie la iba a castigar, ni siquiera importaba su existencia.A medida que crecía, vio en sus hermanas menores, pequeños seres a quienes fastidiar. Pese a creer que por ser la mayor sería siempre la consentida, Marcia, la hija del medio, se enfrentaba con ella en casi sangrientas disputas por hacerse respetar. Julia, en cambio, era la maravillosa piedra angular
VLe encantaba cuando el sudor se le deslizaba por el rostro y se quedaba atrapado en su barba. Luego, en ese movimiento, saltaba al pecho de ella que gemía sin cesar ante las embestidas.Jerom era un amante voraz, el sí quería todo de una mujer. Que sus dedos recorrieran las curvas preciosas que cambiaban al son de sus arremetidas, cómo los senos de ella subían y bajaban cuando el aire entraba a sus pulmones, la forma en que su cuello se tensaba al sentir el placer, todo aquello era lo que más disfrutaba al hacer el amor.Ahí, con esa dama de compañía, que era indiscutiblemente muy hermosa, teniendo sus piernas en los hombros, cayendo sobre su cuerpo, aun así, él daba el 100% para dejarla satisfecha, para que no tuviera que fingir nada, solo por el hecho de que le estuviera pagando.—¡¡Ah!! ¡¡Peter!! —gritaba la joven de cuerpo perfecto, sintiendo que se moría.Peter. Ese era su nombre nocturno, uno que tenía que llevar ahora para no levantas más habladurías. Además del hecho de que
VIJerom llegaba a su propia fiesta de manera discreta, por una de las puertas del jardín principal. Desde que sus destellantes ojos verdes hicieron presencia, las miradas de lástima y temor no pudieron evitar llegar a su ser, que en ese momento se encontraba descansado y relajado luego de esa tarde de sexo.Después de saludar muy escueto, vio a lo lejos a su primo y con una media sonrisa se acercó hasta él. Hablaba con un catador que había encontrado en uno de los vinos de la empresa, el más delicioso deleite.—Jerom, qué bueno que llegas —saludó Liam dándole un golpecito en el hombro—. El señor dice que desea hablar contigo, tiene una propuesta para abrirnos un poco más al mercado asiático con nuestras propias tiendas.—Asia es un mercado muy difícil, en extremo tradicional. Lo hemos intentado antes y no pasamos de un intercambio diplomático de palabras —agregó Jerom, poniéndose algo serio.—Lo entiendo, también fue muy difícil para nosotros. Lo que se necesita es un intermediario.
VIIDejó de sentir el calor en su cuerpo, como si el aire frío le tocara la espalda en una ráfaga. Tanteó con su mano y se encontró con el espacio vacío a su lado. De seguro Jerom había dejado esa cama hacía mucho tiempo, saliendo despavorido al darse cuenta en el lugar donde estaba.Amy se sentó en la cama y sollozó un poco abrazando sus rodillas.—¿Sucede algo malo? ¿Despertaste enferma?La gruesa voz de Jerom hizo brincar a la chica en la cama, que tenía el corazón en la boca. Estaba en la puerta del baño, con una bata y con la apariencia de haberse terminado de dar una ducha.—No me pasa nada… solo me has sorprendido, asustado, mejor —respondió la chica, poniéndose en pie.—No podía esperar a que despertaras, por eso me he duchado yo mismo. Esta noche igual, regresaré a mi baño.Amy caminó hasta Jerom, ubicándose muy frente a él. Ahí notó lo tan alto que era. Tuvo un poco de miedo y dio un paso hacia atrás, cosa que él no entendió.—Jerom, ¿cuál es el propósito de tenerme acá, hac
VIIITramonte estaba junto a su padre. Ese que en un inicio ni sabía que existía, pero que de un momento a otro le ofreció un futuro mejor, para que, por favor, heredara su apellido o toda esa fortuna habría que dejarla a los gatos y a la caridad.Y es que Tramonte, padre, toda su vida estuvo amasando dinero, como si de ello se pudiera respirar, solo que no contaba con que por mucho que tuviera, a veces no podía comprar ciertas cosas que alargaran su vida.—Muchacho, debes tener un hijo, como sea —masculló, a penas moviendo los labios. Estaba en completo deterioro.—No voy a casarme otra vez, padre. Menos ahora que todo va tan mal.—No tienes que casarte. El legado Tramonte debe vivir, o todo lo que hacemos y hemos logrado se irá al caño. No tienes mucho tiempo.Tiempo. Esa palabra a sus 33 años parecía profética, una sentencia. Las personas morían en cualquier momento, a cualquier edad, así como sus esposas lo hicieron, solo que la gran mayoría no sabía ni la hora, ni el lugar, menos
IXEra otra noche en que Jerom llegaba medio muerto del trabajo, oliendo a nada esta vez, con ganas de que su nana le diera un baño. Ese había sido un día horrible, pues estaban bajo una investigación por contrabando, hecho que sucedía desgraciadamente desde una de sus bodegas. Alguien los estaba robando.Con ese amargo sin sabor de la traición, el CEO entró a la casa de huéspedes, su lugar favorito ahora. Añoraba lo mucho que se podía ser feliz junto a una mujer, cuando con una sonrisa podía iluminar los días más oscuros, cuando con su cabello que se movía al compás de su cuerpo, alejaba las tristezas, la horrenda sensación de fracaso.Ella salió del cuarto de lavado, hasta ahí podía olerse el chicle. Sonrió, ella también lo hizo caminando hacia él. Esos pasos cortos, aquel cuerpo tan menudo que se bamboleaba, le quitaba los pensamientos pesados del día. Solo que él hubiera querido que fuera el bamboleo de una de sus esposas, esas que ya no regresarían más que en sus sueños.—Te ves
X—Señor Tramonte, entienda que debemos hacer todo este proceso para que la empresa y ustedes los directivos queden exonerados de toda investigación…—Creo que está tomando más del tiempo necesario y no se enfocan en buscar lo realmente importante.Jerom discutía con uno de los detectives que estaba a cargo del tema del contrabando que al parecer se realizaba en la empresa. El CEO ya sabía cómo era todo, dilatarlo hasta tener que ofrecer un soborno, para que la investigación parara. No quería llegar a eso, él era un hombre en extremo honesto, pero ese día en particular tenía la necesidad de salir corriendo a su mansión, más específico, a su casa de huéspedes. Estaba ansioso, aunque tal vez no tanto como Amy lo soñaría.Ella hizo su rutina diaria, lavó y planchó la ropa de su jefe, dobló las camisas almidonadas y apestando a fresas, luego se hizo algo de comer y después se dio un largo baño. Para su sorpresa, cuando salió de su cuarto a prepararse el café del final de la tarde, encontr