Capítulo 4: Opulencia asquerosa

IV

Cuando la joven princesa abría los ojos, había doncellas a su servicio, tanto como para ayudarla a vestirse, como para peinar su cabello y darle el desayuno. La arrogancia y desprecio con la que las trataba era aprendida de su querido padre y querida madre, que desquitaban con sus sirvientes la desgracia que podía ocultarse bajo la riqueza.

Amy no era ajena a tanto esplendor que casi le derretía el cerebro. Desde niña supo que gran parte de los que vivían en su casa besaban el suelo que ella pisaba y se aprovechaba de eso para hacer travesuras terribles y culpar conscientemente a alguna de las chicas de la limpieza. Igual, nadie la iba a castigar, ni siquiera importaba su existencia.

A medida que crecía, vio en sus hermanas menores, pequeños seres a quienes fastidiar. Pese a creer que por ser la mayor sería siempre la consentida, Marcia, la hija del medio, se enfrentaba con ella en casi sangrientas disputas por hacerse respetar. Julia, en cambio, era la maravillosa piedra angular donde las dos hermanas podían descansar.

—Es ese —dijo de manera despectiva una ebria amiga de Amy, en una de las mesas del club al que pertenecían sus familias.

—Dios, qué asco… —replicó la Amy de 16 años, que observó al nuevo integrante de una élite, a la que no pertenecía.

Y es que no había mucho que decirse del jovencito lleno de granos en el rostro y de cabello hecho un casco por tanto gel. Él ahora era el hijo reconocido, pero ilegítimo de los Tramonte, uno que el señor tuvo con la criada. Se hubiera quedado todo bajo la mesa, de no ser porque la señora Tramonte no pudo tener hijos.

El jovencito se llamaba Jerom. Al inicio, por supuesto, no encajó en ninguna parte, era demasiado retraído, y de gestos en extremo humildes. Esto lo hizo objeto de crueles burlas por parte de esas figurillas sin empatía y con dinero para comprar lo que les daba la gana.

Sin embargo, el hecho de que Jerom fuese sencillo, humilde y silencioso, no lo hacía estúpido. Empezó a destacar en diferentes áreas, se decía que era el mejor en sus estudios, además, que era de opiniones mordaces con los amigos de su padre.

Amy lo vio como un gusanillo insignificante, aunque mucho más rico que ella. Quizás no sería tan malo ser algo así como una «amiga», para sacarle información sobre las industrias de las que sería heredero, para llevarla luego a su padre.

Jerom detestaba ir al club, o a las muchas fiestas a las que estaban acostumbrados los hombres de poder. Fue en una de estas que Amy, luciendo como si fuera una niña buena, a pesar de que todos conocían su mala fama, se acercó a él.

—Siempre tienes cara de fastidio, ¿te caemos tan mal? —preguntó la jovencita, acercándole un cóctel sin alcohol.

—Todos me odian, solo soy un advenedizo. Tú también, he visto los simpáticos comentarios que has hecho de mí con tus amigos, que parezco un hombre de cera.

—Por favor, Jerom, siento que mis tonterías te alteraran, pero son eso, tonterías. Mucho gusto, soy Amy.

—Yo sé quién eres, por eso me sorprende que me hables. Apuesto que quieres información de trabajo del señor Tramonte, para dársela a tu papá.

Amy hizo una mueca de desagrado, al parecer no era la única que trató de ganarse su confianza para lo mismo. Su cinismo sin límites le hizo admitir que para eso se le acercaba, y, a pesar de todo, la sincera respuesta de Amy, le cayó muy simpática a Jerom.

Desde ese día, el muchachito de inquietantes ojos de esmeraldas, comenzó a cambiar su apariencia. Poco a poco los granos horrendos empezaron a mermar y su cabello suelto, se veía sedoso. Bajo ese mar de hormonas mal distribuidas, parecía que había un muchacho muy guapo, de seguro sería un hombre precioso a futuro.

Para Amy, solo era un pretendiente más que le importaba un pepino. Sin embargo, sus amigos le empezaron a cuestionar que se acercara tanto a ese pobre diablo, que aunque lucía un poco mejor, no dejaba de producir asco.

—Por favor, Amy. Tú nos has enseñado que no puedes confundir el pudín con la m****a. Y ese Jerom, es una porquería —le cuestionaba una de esas amigas, que tampoco tenía escrúpulos.

—Es cierto —afirmó otra—. Es el hijo de la criada, sepa Dios que genes defectuosos traiga encima, o esas enfermedades raras que solo les da a los pobres.

Las estupideces dichas por sus fieles seguidoras, tan falsas como ellas, le pegaron fuerte, quizás su popularidad se viera afectada. En medio de las charlas sin sentido de las chicas con dinero, hicieron un horrendo plan para humillar a Jerom, y recordarle su lugar.

Durante un par de meses, Amy jugó a la amiga del muchacho, solo que él en verdad se estaba interesando en ella. Ella fingió también interés y un día, de la nada, lo citó en un hotel, uno no tan lujoso como a los que estaba acostumbrada.

El chico estaba emocionado, tal vez perdiera su virginidad con ella, que tenía ya bastante experiencia en cuanto al sexo, eso era lo que estaba de boca en boca. Él fue con sus mejores ropas, incluso ropa interior nueva y costosa, quería impresionarla.

Al llegar a la habitación, todo estaba muy oscuro. Él se asustó, quiso buscar el interruptor, hasta que escuchó la voz de Amy.

—Por favor, no enciendas la luz, acá estoy —dijo ella con voz tímida. Antes, quiero que poco a poco te quites la ropa, yo ya estoy desnuda en la cama…

Jerom entendía en su inocencia, que a eso se le llamaba juego previo. Él se desnudó en el pasillo y fue hasta el centro de la habitación, frente a la cama. Ahí en la penumbra, vio a Amy acostada en la cama, entonces sonrió.

—Te ves muy feliz —dijo ella, sonriendo también.

—Voy a estar contigo, eso me hace feliz.

—¿En serio?, bueno, no solo conmigo…

Cuando terminó de decir esto, una luz le llegó a rostro como un destello y muchos móviles apuntaron a él. De la cama, de debajo de esta, de los armarios, salían personas que se reían a carcajadas y le tomaban fotos.

Jerom se paralizó, jamás hubiera imaginado esa humillación. Lanzó una profunda y decepcionada mirada a Amy y caminó hasta el hall donde había dejado su ropa, en medio de las carcajadas. Solo se puso rápidamente el pantalón y salió de ahí.

Pulsó el botón del ascensor, y cuando este abrió, se encontró con Marcia, que se había enterado de lo que iba a hacer su hermana y quiso detener todo. Muy tarde.

—Dios mío… —dijo ella dejando que el muchacho entrara al elevador.

Con paciencia, el joven se puso la camisa, las calcetas, los zapatos. Por fortuna su billetera no la sacó jamás del abrigo. Marcia lo acompañó al auto, y se despidió con un gesto triste.

En casa, todo fue diferente para la señorita malnacida. Marcia, enfurecida, le cayó encima a bofetadas y jalonazos que por poco la dejan calva. Fue tal la ira de la hermana del medio, que tuvieron que intervenir las mucamas.

—¡¡Perra!! ¡¡Eres solo una asquerosa!! —espetaba Marcia, descolocada—. ¡¡Un día, vas a caer tan bajo, que llorarás sangre!!

—¡¡Cállate!! ¡¡Solo fue una broma!! Además, nadie va a mostrar esas fotos…

—Pobre niña… —dijo Marcia en medio de lágrimas—. Cuando regrese esto a ti, nos llevarás a todos por delante. Solo espero sobrevivir.

El escándalo claro que llegó a oídos de los padres, y muchos serios negocios, se afectaron con las industrias Tramonte. Los estúpidos muchachitos sin cerebro y con dinero, no pensaron nunca en las repercusiones de su broma y salió demasiado caro a más de uno.

Pese a lo siniestro de la situación, Jerom empezó a asistir más a los cocteles y al club. Su entereza y los rumores de su enorme «amigo», le hicieron que se viera más apetecible. El cambio le había favorecido y empezó a tener cariño a Marcia. La única que intentó hacer algo.

Pero ahí, no terminaría la historia entre Amy y Jerom.

***

Acostada en la cama, deliciosa y suave, la mujer recordaba que ya había visto desnudo a Jerom, esa vez que lo dañó tanto. No esperaba tener que ser su bañista personal a esas alturas de su vida.

—Perdón, Jerom… Perdón…

Suplicando a la penumbra de un cuarto vacío, se quedó dormida con el nombre de su verdugo en los labios. Uno tan hermoso, tan viril, que no encontraría palabras exactas para describirlo.

***

Fin capítulo 4

 

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