III
Las chicas se despertaron, como si tuvieran que hacerlo para correr de un sismo. No estaban entendiendo nada y el pánico fue mayor cuando la puerta de su departamento se abrió y varios hombres entraron sin pedir permiso, con enormes cajas de cartón.
—¡¡AUXILIO!! ¡¡NOS ASALTAN!! —gritaba Marcia, temblando de terror.
—Por favor, Marcia, ¿qué van a querer robarnos? —intervino Julia abrazándose a ella, en una esquina del comedor.
Amy se soltó de sus hermanas, corriendo hasta la entrada. Iba a pedir ayuda, hasta que vio una figura muy elegante, de guantes blancos, al igual que su cabello.
—Señorita Amy, es un gusto verla de nuevo…
—Lionel… —susurró la joven dama, pálida y temblorosa.
Amy empezó a entender un poco lo que sucedía. Lionel, era el mayordomo superior de Jerom, el que tenía el mando de la casa principal y de todos los menesteres de la empresa, en cuanto al arreglo de esta, claro. Lo conocía de siempre, de cuando ella misma tenía mayordomos y los trataba como basura.
Marcia y Julia salieron al pasillo, solo que al ver al espigado hombre, saltaron a sus brazos para saludarlo. La más joven se tropezó un poco, entendiendo el mayordomo lo mal que estaba de sus ojos.
—Hoy he venido, por órdenes del señor Tramonte, a hacer cumplir un trato en el que la señorita Amy y él quedaron.
—¿Trato? ¿Qué trato? —intervino Amy, casi molesta—. Yo no voy a hacer nada de esas cosas que Jerom… propuso.
—Bueno, señorita Amy, acá dice que usted se ha ofrecido como doméstica, y señorita de oficios varios, a cambio de la ayuda económica del señor, para la costosa cirugía y tratamiento de la joven Julia… todo está en esta nota que el señor Tramonte ha enviado.
La nota, que claro, no iba con su puño y letra, sino que parecía más la lista de un mercado, decía, grosso modo, que Jerom aceptaba la propuesta de Amy de ser su «sirvienta», por eso, a partir de ese día viviría en la casa de huéspedes que estaba atrás de la mansión principal. Las cosas de su departamento serían embodegadas para que no se dañaran y la pequeña Julia estaría en un costoso instituto, hasta que todo con su visión quedara perfecto.
En cuanto a Marcia, sería enviada a una universidad en el extranjero, para que terminara la carrera que se vio truncada por la pobreza, así de sencillo.
—Dios mío… —susurró la futura doméstica de Tramonte. Entonces, después de todo, sí aceptó…
—Los detalles se los dará en la mansión. Por favor, les pido que se pongan algo de ropa, en una hora vendrán a buscar a sus hermanas. Usted debe venir conmigo de inmediato, señorita Amy.
Las hermanas hablaron del tema y claro que las dos menores no estuvieron de acuerdo con ese despropósito. Amy les rogó que aceptaran, que era la oportunidad de todas de ganar algo de dignidad, de estar tranquilas con la situación de Julia. La chiquilla se lamentó, que por su culpa llegaran a eso.
—Por favor, Julia, una vez que estés curada por completo, todo esto se acabará. Te lo prometo.
Las hermanas se dieron un abrazo, no se habían separado casi nunca. Amy entró en su departamento y tomó lo que pudo en una pequeña y gastada bolsa de viaje. Se avergonzó al ver que hasta sus pantaletas estaban ya en tiempo extra. Su ropa no era mucha, así que también tuvo que sacar de la que estaba sucia para llevar.
Un abrazo más a sus hermanas y subió a la limusina, derrotada, resignada. Desde ahí llamó a sus jefes, que le desearon lo mejor, y con gentileza le dijeron que siempre tendrían lugar para ella en su tienda.
—Jerom tiene la mejor servidumbre de la ciudad… ¿Te dijo específicamente para qué me quiere? —preguntó Amy, sin atreverse a mirar al mayordomo.
—Creo que el señor desea una empleada que se encargue de sus cosas más personales. —La joven hizo una mueca que el hombre entendió muy bien—. No, señorita, no implica nada íntimo. Él me ha jurado que no la hará su amante.
Aquellas palabras le llegaron como un puñal a Amy. Jerom jamás mentiría a Lionel, entonces era cierto que no la tocaría. Eso era lo que quería después de todo, ¿no?... por dentro la muchacha se debatía, para el CEO, no era una mujer deseable, y solo le había dicho esas horribles cosas en su oficina para fastidiarla. Un fragmento de su corazón, le estaba lastimando desde adentro.
La casa era absurdamente grande, y eso que era la de los invitados. Dos pisos de ventanales impecables, puertas de cedro y lujo a más no poder. Para Amy era todo aquello exagerado, e iba a hacérselo saber a Lionel, hasta que él le dijo que esa casa había sido idea de la segunda esposa de Jerom.
—Oh… ya veo…
Se bajó de la limusina y vio a unos metros la casa principal. Esa era la mansión pretenciosa y casi tenebrosa, que había pertenecido a los Tramonte por generaciones.
—Una de las condiciones del señor, es que usted no puede entrar jamás a la mansión principal.
—Entiendo. Solo sería una vergüenza para el “señor”.
Amy entró en la casa de huéspedes y dio un breve recorrido con Lionel. Él le dijo cómo funcionaban algunas cosas, y luego le mostró su habitación en el segundo piso. Este no daba vista a ninguna parte. Se sintió un poco mal, pero al menos podría ver al jardín desde la primera planta.
—Gracias, Lionel. Es más de lo que pudiera esperar. Por ahora iré al primer piso, quiero…
—Lo siento, señorita, pero no puede salir de esta habitación, a menos que lo ordene el señor Tramonte. Ha dejado unas instrucciones…
—¡¡No!! ¡¡No me va a secuestrar de esta manera!! ¡¡Me largo ahora mismo!!
Decidida, tomó su pequeño bolso y pasó por un lado del mayordomo. El refinado hombre le recordó que ella había dicho específicamente que haría «lo que sea», menos ser su amante.
A mitad de las escaleras, Amy recordó la situación de su hermanita, que ya no soportaría más sin esa cirugía. Apretó los párpados y tragó saliva. Se devolvió, tendría que obedecer por ahora, no tenía de otra. Tomó con delicadeza el papel que Lionel tenía en las manos y solo había una instrucción. Debía estar preparada para dar un baño.
—¿Qué significa esto, Lio? —preguntó sentándose en la cama, que era un deleite a su trasero.
—No puedo hablar de eso. El señor puso la hora, así que, a esa hora, tendrá que estar en el baño.
Amy viró su vista, mirando a la puerta que señalaba el mayordomo. Curiosa fue hasta ese baño y casi se le cae la quijada al verlo, esa era casi otra casa. Un jacuzzi, una tina, una mesa de hidromasaje, duchas muy amplias, todo un lujo.
Mientras veía aquella excentricidad, Lionel la dejó sola. Había un intercomunicador que él usó para decirle que en media hora llevarían su almuerzo.
La jovencita se sentó de nuevo en la cama, se sentía como una pulga en el pelaje de un perro del mejor pedigrí. El almuerzo llegó como le dijeron, comió sin ganas, aunque no pudo negar lo delicioso que estaba. Un rato después, pudo hablar con sus hermanas, que estaban en el aeropuerto, con rumbo a una nueva vida.
—Marcia… por favor esfuérzate mucho. Queda muy poco para que obtengas tu título, así entonces podrás vivir sin arrepentimientos.
—Julia y yo estaremos contigo pronto. Nosotras hablamos y decidimos que no podemos ponernos orgullosas con la ayuda de Tramonte, pero no te vamos a dejar sola. Una vez la cirugía y la recuperación sean exitosas, iremos contigo para ayudarte a trabajar en esa casa.
Amy se estremeció ante aquella bonita respuesta. Ellas no habían sido muy unidas, hasta que la desgracia les cayó encima. Y fue gracias a la inteligencia de Marcia que no habían perdido también el departamento y les quedó un pequeño monto, con el que sobrevivieron mucho tiempo. Con esa promesa, se despidieron, ya debían ir a sus destinos.
Ahora pensaba en eso, de “dar un baño”. No lograba entender nada, hasta que recordó los rumores de que Jerom, quizás, tenía un hijo no reconocido. Todo no eran más que chismes, aunque ahora las cosas tendrían sentido. Ella estaba ahí, como escondida, secuestrada, para cuidar del hijo secreto de Jerom. De hacerlo público, su fama de “Barba azul” podría empeorar, ya que con sus esposas no pudo tener un hijo.
—Voy a cuidar de un pequeño… no está tan mal.
Amy se tendió en la cama y cayó dormida. Era su primer sueño en años, en el que su cuerpo descansaba tanto. Horas después, sonó el intercomunicador y Lionel le indicó que llegaba su hora de estar lista para ese baño.
La joven se levantó, y buscó lo necesario para un niño. Solo había toallas grandes, no tenía alternativa más que usarla. Puso fragancias en el agua de la tina, encontró un patito de caucho y lo dejó flotando en la mitad del agua.
Escuchó la puerta. Su pulso se desbocó, casi podía verse el corazón palpitarle en la blusa. Tomó aire y se puso muy derecha para recibir a los invitados.
—Bienveni… dos…
Amy tuvo que dejar de hablar, al ver que solo entraba Jerom, y no parecía venir precisamente de la oficina. Estaba cubierto por una bata de baño negra y en la mano, traía lo que parecía ser un champú.
—Me gustan los aromas. Aunque parecen más para un niño —dijo soltando la botella de champú a borde la tina.
—No entiendo lo que… ¡¡Dios mío!!
El grito no era para menos. Jerom se quitó la bata y se dejó ver al desnudo por completo, dándose cuenta Amy, que estaba muy, pero muy bien dotado. Como si no fuera poco, empezó a caminar dándole la espalda, para colgar la prenda. Su trasero también estaba perfecto.
—¡¿Qué estás haciendo?! ¡¡YO TE DIJE QUE NO SERÍA TU AMANTE!!
—No estoy acá para eso. Ahora, báñame.
—¿Qué, qué? —preguntó ella, viéndolo meterse a la tina, sin pudor alguno.
—Amy, tú dijiste que serías mi sirvienta, o que harías cualquier cosa, menos abrirme tus piernas, o ser mi amante. Este es tu trabajo, serás mi nana personal. Ahora, dame un baño.
Ella no sabía qué hacer, a dónde correr, o si ahogar a Jerom en esa tina en la que él se estaba sentando. Entendió que el muy maldito quería jugar, bueno, entonces ella también jugaría.
Con una pequeña taza empezó a mojarle el cabello, a la vez que él cerraba los ojos y se relajaba, con el patito en la mano. Ella no podía desprender la mirada de esa hombría muy sobresaliente y que por fortuna estaba quieta. Entendió que esa botella era el champú personal de Jerom, así que lo usó, y empezó a masajear su cabello tan oscuro.
—Gracias, eso se siente muy bien. No suelo tener una marca especial de jabón, así que puedes usar el que está acá.
Amy sumió los labios y tomó un jabón líquido, lo puso en una esponja de baño y siguió con los brazos, el pecho y la espalda. Ella, desde afuera inclinada, de verdad parecía bañando a un niño. Llegó entonces la hora de pasar la esponja en sus partes, así que le pidió que lo hiciera él mismo.
—El trabajo debe ser completo, pero esta vez lo dejaré pasar. Por favor, hazlo entonces en mis pies.
Sacó sus piernas un poco por el borde de la tina, ante la sonrisa postiza de Amy. Pasó esa esponja por la planta de los pies y en medio de los dedos, sacando una risilla al CEO.
—«Después de todo, si es humano» —pensó echando un poco de agua en sus piernas.
A pesar de todo, logró darle un baño al niño de 33 años. Él quedó muy satisfecho, se levantó y se secó el mismo, aunque le dijo que esa era una tarea que a futuro debía cumplir también. Lo vio salir del baño, sin tener ni idea que pasaría luego, entendiendo un poco lo que quería el señor Tramonte de ella. Humillarla a más no poder.
***
Fin capítulo 3
IV Cuando la joven princesa abría los ojos, había doncellas a su servicio, tanto como para ayudarla a vestirse, como para peinar su cabello y darle el desayuno. La arrogancia y desprecio con la que las trataba era aprendida de su querido padre y querida madre, que desquitaban con sus sirvientes la desgracia que podía ocultarse bajo la riqueza.Amy no era ajena a tanto esplendor que casi le derretía el cerebro. Desde niña supo que gran parte de los que vivían en su casa besaban el suelo que ella pisaba y se aprovechaba de eso para hacer travesuras terribles y culpar conscientemente a alguna de las chicas de la limpieza. Igual, nadie la iba a castigar, ni siquiera importaba su existencia.A medida que crecía, vio en sus hermanas menores, pequeños seres a quienes fastidiar. Pese a creer que por ser la mayor sería siempre la consentida, Marcia, la hija del medio, se enfrentaba con ella en casi sangrientas disputas por hacerse respetar. Julia, en cambio, era la maravillosa piedra angular
VLe encantaba cuando el sudor se le deslizaba por el rostro y se quedaba atrapado en su barba. Luego, en ese movimiento, saltaba al pecho de ella que gemía sin cesar ante las embestidas.Jerom era un amante voraz, el sí quería todo de una mujer. Que sus dedos recorrieran las curvas preciosas que cambiaban al son de sus arremetidas, cómo los senos de ella subían y bajaban cuando el aire entraba a sus pulmones, la forma en que su cuello se tensaba al sentir el placer, todo aquello era lo que más disfrutaba al hacer el amor.Ahí, con esa dama de compañía, que era indiscutiblemente muy hermosa, teniendo sus piernas en los hombros, cayendo sobre su cuerpo, aun así, él daba el 100% para dejarla satisfecha, para que no tuviera que fingir nada, solo por el hecho de que le estuviera pagando.—¡¡Ah!! ¡¡Peter!! —gritaba la joven de cuerpo perfecto, sintiendo que se moría.Peter. Ese era su nombre nocturno, uno que tenía que llevar ahora para no levantas más habladurías. Además del hecho de que
VIJerom llegaba a su propia fiesta de manera discreta, por una de las puertas del jardín principal. Desde que sus destellantes ojos verdes hicieron presencia, las miradas de lástima y temor no pudieron evitar llegar a su ser, que en ese momento se encontraba descansado y relajado luego de esa tarde de sexo.Después de saludar muy escueto, vio a lo lejos a su primo y con una media sonrisa se acercó hasta él. Hablaba con un catador que había encontrado en uno de los vinos de la empresa, el más delicioso deleite.—Jerom, qué bueno que llegas —saludó Liam dándole un golpecito en el hombro—. El señor dice que desea hablar contigo, tiene una propuesta para abrirnos un poco más al mercado asiático con nuestras propias tiendas.—Asia es un mercado muy difícil, en extremo tradicional. Lo hemos intentado antes y no pasamos de un intercambio diplomático de palabras —agregó Jerom, poniéndose algo serio.—Lo entiendo, también fue muy difícil para nosotros. Lo que se necesita es un intermediario.
VIIDejó de sentir el calor en su cuerpo, como si el aire frío le tocara la espalda en una ráfaga. Tanteó con su mano y se encontró con el espacio vacío a su lado. De seguro Jerom había dejado esa cama hacía mucho tiempo, saliendo despavorido al darse cuenta en el lugar donde estaba.Amy se sentó en la cama y sollozó un poco abrazando sus rodillas.—¿Sucede algo malo? ¿Despertaste enferma?La gruesa voz de Jerom hizo brincar a la chica en la cama, que tenía el corazón en la boca. Estaba en la puerta del baño, con una bata y con la apariencia de haberse terminado de dar una ducha.—No me pasa nada… solo me has sorprendido, asustado, mejor —respondió la chica, poniéndose en pie.—No podía esperar a que despertaras, por eso me he duchado yo mismo. Esta noche igual, regresaré a mi baño.Amy caminó hasta Jerom, ubicándose muy frente a él. Ahí notó lo tan alto que era. Tuvo un poco de miedo y dio un paso hacia atrás, cosa que él no entendió.—Jerom, ¿cuál es el propósito de tenerme acá, hac
VIIITramonte estaba junto a su padre. Ese que en un inicio ni sabía que existía, pero que de un momento a otro le ofreció un futuro mejor, para que, por favor, heredara su apellido o toda esa fortuna habría que dejarla a los gatos y a la caridad.Y es que Tramonte, padre, toda su vida estuvo amasando dinero, como si de ello se pudiera respirar, solo que no contaba con que por mucho que tuviera, a veces no podía comprar ciertas cosas que alargaran su vida.—Muchacho, debes tener un hijo, como sea —masculló, a penas moviendo los labios. Estaba en completo deterioro.—No voy a casarme otra vez, padre. Menos ahora que todo va tan mal.—No tienes que casarte. El legado Tramonte debe vivir, o todo lo que hacemos y hemos logrado se irá al caño. No tienes mucho tiempo.Tiempo. Esa palabra a sus 33 años parecía profética, una sentencia. Las personas morían en cualquier momento, a cualquier edad, así como sus esposas lo hicieron, solo que la gran mayoría no sabía ni la hora, ni el lugar, menos
IXEra otra noche en que Jerom llegaba medio muerto del trabajo, oliendo a nada esta vez, con ganas de que su nana le diera un baño. Ese había sido un día horrible, pues estaban bajo una investigación por contrabando, hecho que sucedía desgraciadamente desde una de sus bodegas. Alguien los estaba robando.Con ese amargo sin sabor de la traición, el CEO entró a la casa de huéspedes, su lugar favorito ahora. Añoraba lo mucho que se podía ser feliz junto a una mujer, cuando con una sonrisa podía iluminar los días más oscuros, cuando con su cabello que se movía al compás de su cuerpo, alejaba las tristezas, la horrenda sensación de fracaso.Ella salió del cuarto de lavado, hasta ahí podía olerse el chicle. Sonrió, ella también lo hizo caminando hacia él. Esos pasos cortos, aquel cuerpo tan menudo que se bamboleaba, le quitaba los pensamientos pesados del día. Solo que él hubiera querido que fuera el bamboleo de una de sus esposas, esas que ya no regresarían más que en sus sueños.—Te ves
X—Señor Tramonte, entienda que debemos hacer todo este proceso para que la empresa y ustedes los directivos queden exonerados de toda investigación…—Creo que está tomando más del tiempo necesario y no se enfocan en buscar lo realmente importante.Jerom discutía con uno de los detectives que estaba a cargo del tema del contrabando que al parecer se realizaba en la empresa. El CEO ya sabía cómo era todo, dilatarlo hasta tener que ofrecer un soborno, para que la investigación parara. No quería llegar a eso, él era un hombre en extremo honesto, pero ese día en particular tenía la necesidad de salir corriendo a su mansión, más específico, a su casa de huéspedes. Estaba ansioso, aunque tal vez no tanto como Amy lo soñaría.Ella hizo su rutina diaria, lavó y planchó la ropa de su jefe, dobló las camisas almidonadas y apestando a fresas, luego se hizo algo de comer y después se dio un largo baño. Para su sorpresa, cuando salió de su cuarto a prepararse el café del final de la tarde, encontr
XISubía la princesa de cuentos de hadas, con su vestido de villana, con la entrepierna hecha un lío. Podía respirar las ganas que tenía Jerom de romperla en dos, en tres, en mil pedazos, con la finalidad de hacerla suya. Ese momento suspendido por años, debido a la ignorancia y a la pésima suerte, por fin se daba para los dos. Tal vez no tanto como la mujer lo deseaba.Jerom empujó la puerta de la habitación con un pie y luego la bajó a ella de manera delicada. Amy no tuvo mucho tiempo para componerse, pues él atacó a su cuello, cerrando sus enormes manos en los senos aún cubiertos por el vestido. Por cuello y pecho ella recibía los labios del CEO, pero parecía que no encontraban la ruta a su boca.—¡Jerom! —frenó un poco, poniéndole las manos en el pecho—. ¿No piensas besarme nunca?—No.Amy sintió como esa respuesta se le clavaba igual que un puñal muy oxidado, en medio de su corazón. Sonrió un poco, ya no había vuelta atrás, con honestidad no la quería.Él, poseído de placer, empe