Prólogo
Levantó su vista todo lo que pudo para divisar la punta de la torre, donde de seguro se encontraba el dragón que iba a devorarla. Tomó mucho aire, el sitio era impresionante, muy luminoso, e igual, aterrador. Veía entrar y salir a muchas personas, y ella seguía ahí, con los pies pegados a la fina baldosa negra, esperando algo que la empujara hacia fuera y le hiciera desistir de la idea de pedirle ayuda al enemigo.
Pero ella, no tenía de otra. Amy estaba atrapada en una pobreza asquerosa, tanto como lo era la riqueza de Jerom, su única salvación en ese momento. Se miró a sí misma un poco en el cristal que la separaba de la entrada, con esa ropa ahora tan sencilla, tan falta de colores, lo más formal que tenía. ¿Dónde quedó el esplendor de su belleza, de años atrás?, seguramente se había esfumado con los kilos que perdió por aguantar tanta hambre.
—O es Jerom, o no es nada —susurró sin atreverse a cruzar la entrada aún.
Lo peor de todo, es que no parecía ser el momento para que ella hablara con él. Día incorrecto, hora y lugares incorrectos. Así de desesperada estaba, que solo a unos días de que «Barba Azul», enterrara a su esposa, ella estaba ahí, para tirarse de rodillas y suplicarle por ayuda.
Arriba, en su trono particular, el CEO, dueño y señor de las industrias de licores más prósperas del mundo, veía por la ventana de su oficina hacia la ciudad tan llena de edificios, de gente que estaría feliz o triste y en ninguna parte él podría encontrar ya a su amada que estaba muy muy lejos, bajo tierra, junto a otras de sus amadas. Jerom Tramonte no sonreía, sus preciosos ojos verdes se ocultaron bajo su ceño fruncido y sus cabellos oscuros tan prolijos hacían juego con su viudez.
Se levantó de la silla y fue hasta su bar privado, tenía que turbar un poco la nostalgia con alcohol. Solo así se soportaban un poco las pesadillas y las burlas.
—Señor, ya está aquí —dijo su amable secretaria abriendo un poco la puerta.
—Haz que pase.
Él, vestido de negro, oliendo a la mejor colonia existente, se miró un poco en el vidrio de su ventanal. Perfecto peinado, barba, expresión. Era hora de recibirla.
Amy se levantó de prisa cuando la chica de la recepción le pidió que siguiera. Abrió una puerta de cristal y tras esta un largo corredor, que la llevaría al encuentro con ese hombre al que le tenía ahora tanto miedo. Estaba encantada con el lujo de todo aquello, uno solo de esos cuadros podría pagar su vida entera y la cirugía de su pequeña hermana.
La puerta estaba entreabierta, solo debía empujar un poco. Su cuerpo temblaba entero, quiso salir de ahí corriendo, pero ya había llegado lo demasiado lejos como para arrepentirse. Tocó un poco y de esa voz tan gruesa e intimidante, salió el «adelante», que no deseaba.
Amy empujó y entró, dando a penas unos pasos. Jerom volteó a verla, ella no podía mirarlo al rostro, no entendía por qué el pánico en esa situación.
—Bien, te escucho. Sé que quería hablar conmigo.
Amy por fin levantó la mirada, y la fijó en él.
—Jerom… Señor Tramonte, necesito de su ayuda y solo Dios sabe lo difícil que es para mí estar hoy frente a ti… usted. Vengo a suplicarle, me preste dinero para poder hacer una cirugía a mi hermanita pequeña, que de verdad necesita con urgencia…
—¿Julia está enferma? —respondió sin moverse de su lugar—. ¿Cuánto es?
Amy sacó un papel y lo dejó sobre el escritorio, luego volvió de regreso a su lugar cerca de la puerta. Jerom hizo una mueca que pareció una sonrisa, y tomó el papel. El ambiente que los rodeaba era frío, triste. Un retrato en la pared de esa esposa que acababa de perder, era todo el adorno de esa oficina.
—Por favor, Jerom… estoy dispuesta a trabajar en lo que sea que me pidas…
—Siéntate en el sofá y abre las piernas.
Amy abrió mucho los ojos, y sus labios empezaron a temblar, al igual que sus manos. El hombre la veía con mucho interés, esperando que obedeciera.
—Por favor… todo menos eso… por favor, no…
—Haré el cheque por la cantidad que está acá y un poco más. Siéntate en el sofá y abre las piernas.
Amy temblaba, era imposible para ella controlar su cuerpo. No soportó y empezó a llorar, no podía hacer otra cosa. De nuevo miró a Jerom, con la copa en la mano, vestido de negro, tan atractivo, tan perfecto. Tragó saliva y caminó un poco hasta él.
—Yo seré tu sirvienta, te lo juro, si quieres humillarme mientras limpio tu mansión, lo permitiré, pero eso no.
—Amy, sigo esperando que cumplas mi orden. De lo contrario no habrá dinero.
La jovencita, de largo cabello grisáceo, tomó aire y limpió sus lágrimas. De su bolso tomó un pañuelo facial y se compuso un poco, entendiendo el error que había cometido al ir a ese lugar. Jerom no iba a perdonarla nunca.
—Eres un cerdo asqueroso, aun así, es mi culpa por haber creído que te quedaba algo de humanidad y compasión. Ahora entiendo el porqué en tu vida, no existe más que muerte. ¿Irónico, no? Adiós, Barba Azul.
Amy salió de ahí, cerrando la puerta lo más fuerte que pudo. Mientras caminaba por el largo corredor de regreso a la recepción de ese piso, quiso devolverse y abrir las piernas para ese hombre. Porque siempre lo había deseado, aunque no de esa forma. Ella quería que él la amara, por lo menos un poco. Ahora la dignidad que todavía guardaba, la dejaba sin el dinero que tan desesperadamente necesitaba. La esperanza se iba por el caño.
***
Fin prólogo.
I El punto equidistante entre él, el ataúd y el sacerdote, lo estaba analizando con mucho cuidado, entrecerrando los ojos. ¿50 centímetros, 20? Quizás podía estar equivocado en esas medidas. Las hojas secas bailaban en el viento para caer sobre aquella cama cubierta de caoba y que resguardaría el cuerpo de su amada, su tercera amada. A todo lugar al que Jerom fijara su mirada, encontraba la compasión, el pesar e incluso la sospecha sobre su horrendo destino. El ministro pidió que se pusieran todos de pie, para la última oración a la señora Tramonte.Él no lo hizo. Jerom se quedó sentado haciendo sus mediciones mentales, haciéndole el quite al desgarrador dolor que lo estaba arañando por dentro. Ahora habría un lugar vacío en su mesa, en su cama, en su casa. No estaría el aroma a ese delicioso perfume, ni esa vocecita aguda que lo llamaba con ganas de que la tocara. Por ninguna parte ya la encontraría, más que hecha recuerdo en ese cementerio, donde sus dos esposas anteriores también r
IIMirando a la nada, revolviendo su copa de brandi a la vez que escuchaba la algarabía del lugar, Jerom esperaba. Vio la hora en su reloj digital, uno de marca bastante económica, pero que llevaba ese día en especial, ya era el que le había regalado su última esposa cuando lo conoció. Ella no tenía muchos recursos, aun así, quiso halagarlo con algo.Recordó las muchas recomendaciones que recibió de sus conocidos que le advertían la posibilidad de que ella podría ser solo una vividora. Que quizás solo estaba con él por su fortuna y miles de cosas más, que tuviera cuidado. Si hubiera sabido la pobre señorita que era ella quien debía tener cuidado de la mala suerte de Jerom, hubiese corrido tan rápido como sus piernas le hubieran permitido.—Yo también tengo lo mío, no solo dinero —susurró el abatido hombre a la copa, probando otro sorbo.—¿Peter?La voz suave y dulce de una dama lo sacó de sus pensamientos, haciendo que moviera su cabeza para observarla. Estaba bien, muy hermosa y olía
IIILas chicas se despertaron, como si tuvieran que hacerlo para correr de un sismo. No estaban entendiendo nada y el pánico fue mayor cuando la puerta de su departamento se abrió y varios hombres entraron sin pedir permiso, con enormes cajas de cartón.—¡¡AUXILIO!! ¡¡NOS ASALTAN!! —gritaba Marcia, temblando de terror.—Por favor, Marcia, ¿qué van a querer robarnos? —intervino Julia abrazándose a ella, en una esquina del comedor.Amy se soltó de sus hermanas, corriendo hasta la entrada. Iba a pedir ayuda, hasta que vio una figura muy elegante, de guantes blancos, al igual que su cabello.—Señorita Amy, es un gusto verla de nuevo…—Lionel… —susurró la joven dama, pálida y temblorosa.Amy empezó a entender un poco lo que sucedía. Lionel, era el mayordomo superior de Jerom, el que tenía el mando de la casa principal y de todos los menesteres de la empresa, en cuanto al arreglo de esta, claro. Lo conocía de siempre, de cuando ella misma tenía mayordomos y los trataba como basura.Marcia y
IV Cuando la joven princesa abría los ojos, había doncellas a su servicio, tanto como para ayudarla a vestirse, como para peinar su cabello y darle el desayuno. La arrogancia y desprecio con la que las trataba era aprendida de su querido padre y querida madre, que desquitaban con sus sirvientes la desgracia que podía ocultarse bajo la riqueza.Amy no era ajena a tanto esplendor que casi le derretía el cerebro. Desde niña supo que gran parte de los que vivían en su casa besaban el suelo que ella pisaba y se aprovechaba de eso para hacer travesuras terribles y culpar conscientemente a alguna de las chicas de la limpieza. Igual, nadie la iba a castigar, ni siquiera importaba su existencia.A medida que crecía, vio en sus hermanas menores, pequeños seres a quienes fastidiar. Pese a creer que por ser la mayor sería siempre la consentida, Marcia, la hija del medio, se enfrentaba con ella en casi sangrientas disputas por hacerse respetar. Julia, en cambio, era la maravillosa piedra angular
VLe encantaba cuando el sudor se le deslizaba por el rostro y se quedaba atrapado en su barba. Luego, en ese movimiento, saltaba al pecho de ella que gemía sin cesar ante las embestidas.Jerom era un amante voraz, el sí quería todo de una mujer. Que sus dedos recorrieran las curvas preciosas que cambiaban al son de sus arremetidas, cómo los senos de ella subían y bajaban cuando el aire entraba a sus pulmones, la forma en que su cuello se tensaba al sentir el placer, todo aquello era lo que más disfrutaba al hacer el amor.Ahí, con esa dama de compañía, que era indiscutiblemente muy hermosa, teniendo sus piernas en los hombros, cayendo sobre su cuerpo, aun así, él daba el 100% para dejarla satisfecha, para que no tuviera que fingir nada, solo por el hecho de que le estuviera pagando.—¡¡Ah!! ¡¡Peter!! —gritaba la joven de cuerpo perfecto, sintiendo que se moría.Peter. Ese era su nombre nocturno, uno que tenía que llevar ahora para no levantas más habladurías. Además del hecho de que
VIJerom llegaba a su propia fiesta de manera discreta, por una de las puertas del jardín principal. Desde que sus destellantes ojos verdes hicieron presencia, las miradas de lástima y temor no pudieron evitar llegar a su ser, que en ese momento se encontraba descansado y relajado luego de esa tarde de sexo.Después de saludar muy escueto, vio a lo lejos a su primo y con una media sonrisa se acercó hasta él. Hablaba con un catador que había encontrado en uno de los vinos de la empresa, el más delicioso deleite.—Jerom, qué bueno que llegas —saludó Liam dándole un golpecito en el hombro—. El señor dice que desea hablar contigo, tiene una propuesta para abrirnos un poco más al mercado asiático con nuestras propias tiendas.—Asia es un mercado muy difícil, en extremo tradicional. Lo hemos intentado antes y no pasamos de un intercambio diplomático de palabras —agregó Jerom, poniéndose algo serio.—Lo entiendo, también fue muy difícil para nosotros. Lo que se necesita es un intermediario.
VIIDejó de sentir el calor en su cuerpo, como si el aire frío le tocara la espalda en una ráfaga. Tanteó con su mano y se encontró con el espacio vacío a su lado. De seguro Jerom había dejado esa cama hacía mucho tiempo, saliendo despavorido al darse cuenta en el lugar donde estaba.Amy se sentó en la cama y sollozó un poco abrazando sus rodillas.—¿Sucede algo malo? ¿Despertaste enferma?La gruesa voz de Jerom hizo brincar a la chica en la cama, que tenía el corazón en la boca. Estaba en la puerta del baño, con una bata y con la apariencia de haberse terminado de dar una ducha.—No me pasa nada… solo me has sorprendido, asustado, mejor —respondió la chica, poniéndose en pie.—No podía esperar a que despertaras, por eso me he duchado yo mismo. Esta noche igual, regresaré a mi baño.Amy caminó hasta Jerom, ubicándose muy frente a él. Ahí notó lo tan alto que era. Tuvo un poco de miedo y dio un paso hacia atrás, cosa que él no entendió.—Jerom, ¿cuál es el propósito de tenerme acá, hac
VIIITramonte estaba junto a su padre. Ese que en un inicio ni sabía que existía, pero que de un momento a otro le ofreció un futuro mejor, para que, por favor, heredara su apellido o toda esa fortuna habría que dejarla a los gatos y a la caridad.Y es que Tramonte, padre, toda su vida estuvo amasando dinero, como si de ello se pudiera respirar, solo que no contaba con que por mucho que tuviera, a veces no podía comprar ciertas cosas que alargaran su vida.—Muchacho, debes tener un hijo, como sea —masculló, a penas moviendo los labios. Estaba en completo deterioro.—No voy a casarme otra vez, padre. Menos ahora que todo va tan mal.—No tienes que casarte. El legado Tramonte debe vivir, o todo lo que hacemos y hemos logrado se irá al caño. No tienes mucho tiempo.Tiempo. Esa palabra a sus 33 años parecía profética, una sentencia. Las personas morían en cualquier momento, a cualquier edad, así como sus esposas lo hicieron, solo que la gran mayoría no sabía ni la hora, ni el lugar, menos