La Cautiva Del CEO
La Cautiva Del CEO
Por: Milerna Doménico
Prólogo

Prólogo

Levantó su vista todo lo que pudo para divisar la punta de la torre, donde de seguro se encontraba el dragón que iba a devorarla. Tomó mucho aire, el sitio era impresionante, muy luminoso, e igual, aterrador. Veía entrar y salir a muchas personas, y ella seguía ahí, con los pies pegados a la fina baldosa negra, esperando algo que la empujara hacia fuera y le hiciera desistir de la idea de pedirle ayuda al enemigo.

Pero ella, no tenía de otra. Amy estaba atrapada en una pobreza asquerosa, tanto como lo era la riqueza de Jerom, su única salvación en ese momento. Se miró a sí misma un poco en el cristal que la separaba de la entrada, con esa ropa ahora tan sencilla, tan falta de colores, lo más formal que tenía. ¿Dónde quedó el esplendor de su belleza, de años atrás?, seguramente se había esfumado con los kilos que perdió por aguantar tanta hambre.

—O es Jerom, o no es nada —susurró sin atreverse a cruzar la entrada aún.

Lo peor de todo, es que no parecía ser el momento para que ella hablara con él. Día incorrecto, hora y lugares incorrectos. Así de desesperada estaba, que solo a unos días de que «Barba Azul», enterrara a su esposa, ella estaba ahí, para tirarse de rodillas y suplicarle por ayuda.

Arriba, en su trono particular, el CEO, dueño y señor de las industrias de licores más prósperas del mundo, veía por la ventana de su oficina hacia la ciudad tan llena de edificios, de gente que estaría feliz o triste y en ninguna parte él podría encontrar ya a su amada que estaba muy muy lejos, bajo tierra, junto a otras de sus amadas. Jerom Tramonte no sonreía, sus preciosos ojos verdes se ocultaron bajo su ceño fruncido y sus cabellos oscuros tan prolijos hacían juego con su viudez.

Se levantó de la silla y fue hasta su bar privado, tenía que turbar un poco la nostalgia con alcohol. Solo así se soportaban un poco las pesadillas y las burlas.

—Señor, ya está aquí —dijo su amable secretaria abriendo un poco la puerta.

—Haz que pase.

Él, vestido de negro, oliendo a la mejor colonia existente, se miró un poco en el vidrio de su ventanal. Perfecto peinado, barba, expresión. Era hora de recibirla.

Amy se levantó de prisa cuando la chica de la recepción le pidió que siguiera. Abrió una puerta de cristal y tras esta un largo corredor, que la llevaría al encuentro con ese hombre al que le tenía ahora tanto miedo. Estaba encantada con el lujo de todo aquello, uno solo de esos cuadros podría pagar su vida entera y la cirugía de su pequeña hermana.

La puerta estaba entreabierta, solo debía empujar un poco. Su cuerpo temblaba entero, quiso salir de ahí corriendo, pero ya había llegado lo demasiado lejos como para arrepentirse. Tocó un poco y de esa voz tan gruesa e intimidante, salió el «adelante», que no deseaba.

Amy empujó y entró, dando a penas unos pasos. Jerom volteó a verla, ella no podía mirarlo al rostro, no entendía por qué el pánico en esa situación.

—Bien, te escucho. Sé que quería hablar conmigo.

Amy por fin levantó la mirada, y la fijó en él.

—Jerom… Señor Tramonte, necesito de su ayuda y solo Dios sabe lo difícil que es para mí estar hoy frente a ti… usted. Vengo a suplicarle, me preste dinero para poder hacer una cirugía a mi hermanita pequeña, que de verdad necesita con urgencia…

—¿Julia está enferma? —respondió sin moverse de su lugar—. ¿Cuánto es?

Amy sacó un papel y lo dejó sobre el escritorio, luego volvió de regreso a su lugar cerca de la puerta. Jerom hizo una mueca que pareció una sonrisa, y tomó el papel. El ambiente que los rodeaba era frío, triste. Un retrato en la pared de esa esposa que acababa de perder, era todo el adorno de esa oficina.

—Por favor, Jerom… estoy dispuesta a trabajar en lo que sea que me pidas…

—Siéntate en el sofá y abre las piernas.

Amy abrió mucho los ojos, y sus labios empezaron a temblar, al igual que sus manos. El hombre la veía con mucho interés, esperando que obedeciera.

—Por favor… todo menos eso… por favor, no…

—Haré el cheque por la cantidad que está acá y un poco más. Siéntate en el sofá y abre las piernas.

Amy temblaba, era imposible para ella controlar su cuerpo. No soportó y empezó a llorar, no podía hacer otra cosa. De nuevo miró a Jerom, con la copa en la mano, vestido de negro, tan atractivo, tan perfecto. Tragó saliva y caminó un poco hasta él.

—Yo seré tu sirvienta, te lo juro, si quieres humillarme mientras limpio tu mansión, lo permitiré, pero eso no.

—Amy, sigo esperando que cumplas mi orden. De lo contrario no habrá dinero.

La jovencita, de largo cabello grisáceo, tomó aire y limpió sus lágrimas. De su bolso tomó un pañuelo facial y se compuso un poco, entendiendo el error que había cometido al ir a ese lugar. Jerom no iba a perdonarla nunca.

—Eres un cerdo asqueroso, aun así, es mi culpa por haber creído que te quedaba algo de humanidad y compasión. Ahora entiendo el porqué en tu vida, no existe más que muerte. ¿Irónico, no? Adiós, Barba Azul.

Amy salió de ahí, cerrando la puerta lo más fuerte que pudo. Mientras caminaba por el largo corredor de regreso a la recepción de ese piso, quiso devolverse y abrir las piernas para ese hombre. Porque siempre lo había deseado, aunque no de esa forma. Ella quería que él la amara, por lo menos un poco. Ahora la dignidad que todavía guardaba, la dejaba sin el dinero que tan desesperadamente necesitaba. La esperanza se iba por el caño.

***

Fin prólogo.

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