LIAM BLAKE
Con el teléfono aún en la mano, le pedí a mi chofer que se detuviera, quería comprender qué era lo que había escuchado.
Desde hacía ocho años tenía a mi servicio a Idris, una mujer de mirada fría y cabello tan rojo como el fuego. Su belleza era sublime y única, jamás había visto una mujer tan encantadora, pero, sobre todo, que parecía poder distinguir muy bien entre el placer y el trabajo, eso era lo que necesitaba, una mujer que no le costara involucrar el corazón.
Durante ocho años fue mi asistente, cumpliendo mis antojos y esperándome en la cama cada vez que regresaba de viaje. Cuando ella se embarazó de Oliver, no entró en pánico, habló con tanta calma y parsimonia que tomé las cosas con tranquilidad. Ella me pidió tener al niño y firmó un contrato donde aceptaba que en un futuro no haría uso de la criatura para chantajearme ni querer obtener un beneficio extra. Me sorprendió lo rápido que aceptó firmarlo.
Después de tener al niño y tomarse la licencia de maternidad, regresó como la asistente profesional de siempre, sin decirme nada en absoluto del niño. Era como si jamás hubiera existido y lo agradecí, no necesitaba preocuparme por algo más.
Últimamente el niño había estado enfermo, lo supe porque Idris me pedía salir más temprano o llegar al trabajo más tarde, pero no era capaz de decirme lo que ocurría y tampoco fui capaz de preguntar, sinceramente no era algo que me importara.
Consideré a Idris la mujer perfecta por ser tan controlada y fría como yo, pero esa llamada me dejaba en claro que me había equivocado.
—Necesito saber dónde está Idris… —le pedí a mi chofer que de inmediato asintió.
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—¡Es una suerte que haya llegado! —exclamó la enfermera con una alegría desagradable que solo me retorcía el estómago—. Lo llevaré al laboratorio para tomarle muestras y ver si es compatible con el niño.
—Quiero ver a Oliver antes… —pedí con seriedad, ignorando la sorpresa en el rostro de la enfermera.
—Claro, si… tiene razón, por aquí —contestó apenada y redirigió sus pasos.
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Al asomarme a la habitación del niño, noté que Idris no se encontraba. El lugar estaba vacío y el niño estaba dormido, pero pude notar esas ojeras rodeando sus ojos. Era triste ver una criatura tan joven con suero en el brazo y ese semblante mortecino.
No solía visitarlo y el niño no portaba mi apellido, ni siquiera sabía que había un parentesco entre él y yo y así era mejor. Para mí era un hijo ilegítimo y no me permitiría que el resto de mi familia se diera cuenta de que había permitido que una mujer que ni siquiera estaba casada conmigo tuviera un hijo mío. De hecho, estuve tentado a pagar para que algún doctor interrumpiera el embarazo de Idris.
Me acerqué lo suficiente para ver mejor sus rasgos y ese cabello negro como el mío, cuando entreabrió sus ojos, fue como verme cuando era niño. No podía negar mi paternidad, era mi viva imagen.
—Señor Blake… —dijo en un susurro antes de volver a cerrar los ojos.
Tomé su pequeña mano entre mis dedos enguantados con piel y sentí un atisbo de tristeza por esta criatura. Salí de la habitación en busca de esa odiosa enfermera, estaba listo para someterme a las pruebas, pero aún no estaba muy seguro de si aceptaría ser su donador en caso de que fuéramos compatibles.
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IDRIS DOYLE
Necesitaba aire, necesitaba pensar en lo que tenía que hacer. Veía el celular en mi mano y no me sentía suficientemente valiente para poder llamar a Liam y pedirle que viniera y se sometiera a las pruebas. ¿Qué haría si se negaba? ¿En verdad sería capaz de darle la espalda a su hijo?
Estaba tan ansiosa que no me importó cuando las primeras gotas de lluvia se precipitaron hacia mí, ni siquiera cuando el frío arreció con fuerza. Estaba completamente empapada y no fue suficiente para pensar en otra cosa que no fuera mi bebé.
No me di cuenta de que me había alejado un poco del hospital hasta que los faros de un auto me iluminaron, deslumbrándome y haciéndome retroceder. El vehículo se detuvo a mi lado y la puerta trasera se abrió.
Perdí el color en cuanto reconocí a Liam saliendo del auto, dedicándome una mirada cargada de molestia. Estaba enojado, podría apostar que incluso furioso, aunque conservara ese gesto frío y contenido, sus ojos llameaban.
Se acercó hasta plantarse delante de mí, obligándome a tragar saliva. Abrí la boca, pero no tenía nada que decir, la mente me había quedado en blanco. En ese momento se quitó el abrigo de los hombros y lo colocó sobre los míos, cobijándome con su calor y aroma. —Entra al auto —dijo con voz metálica y extendió su mano, señalando el asiento trasero.
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Aunque el abrigo era cálido, no paraba de temblar por la ropa mojada. Me asomé por la ventana, pero no sabía a dónde nos dirigíamos, cuando volteé hacia Liam noté que estaba absorto, con la mirada clavada en su ventana. No parecía tener ganas de hablar, pero en cuanto abrí la boca, él se me adelantó.
—Mi sangre no coincide con la de Oliver —dijo con frialdad, frustrando mis ganas de responder.
Si su sangre tampoco servía, eso significaba que mi niño no tendría el trasplante que necesitaba. Mi corazón crujió y el dolor de mi alma migró a cada hueso y músculo. De pronto la idea de perderlo en cualquier momento me destrozó, me hizo pedazos. Mi bebé me necesitaba y no había forma de que pudiera salvarlo.
Me desmoroné frente a Liam, sin importar si le agradaba o no, comencé a llorar. Me mostré como la humana con sentimientos que él nunca quiso a su lado, y me di cuenta de que se venían tiempos difíciles donde no podría controlar mis emociones y esconderlas de él, además… este era el momento donde esperaría algo más de su parte que solo apatía y repudio. Él no era la persona indicada con la cual enfrentarme a esto.
—Supongo que… entonces esto se acabó… —dije con voz rota, limpiando mis ojos.
—¿Cómo?
—Nunca fue mi intención tener a Oliver con el fin de descubrir si en verdad podrías sentir algo por alguien más que no fueras tú mismo —dije con tristeza, aunque en el fondo, tenía esperanzas—, pero ahora más que nunca necesito a mi lado a alguien con empatía, y no me siento capaz de seguir controlándome como lo he venido haciendo, ya no puedo seguir siendo ese robot que solo recibe órdenes.
»Lo mejor será que esto se acabe. Que esta relación retorcida y enferma llegue a su fin. Sé que podrás encontrar a alguien mejor para que sea tu amante.
IDRIS DOYLE—Pagaré todos los gastos médicos de Oliver hasta que encuentren a un posible donador para él. Después de todo es mi hijo y no voy a dejarlo solo —contestó Liam con frialdad. No parecía preocupado ni ansioso. ¿En verdad le importaba Oliver?Guardé silencio. Ya había decidido no volver a trabajar para él, necesitaba alejarme de esa relación extraña. Ya era suficiente de hacerme falsas ideas, era tan tonta como esas mujeres que creían poder alcanzar el corazón de Liam con actos de gentileza y educación. En mi caso, un hijo de cinco años y ocho años de mi vida dedicados a él y a sus exigencias no fueron suficientes. Cuando el auto se detuvo me di cuenta de que habíamos llegado al edificio de departamentos donde vivía. Abrí la puerta y antes de salir del asiento, me quité el abrigo y lo volteé a ver, pero su rostro seguía frío y apacible, con la mirada clavada en la ventana, ignorándome por completo. —Gracias… —dije en un susurro sin recibir respuesta. Bajé del auto y subí a
LIAM BLAKEHacía ocho años había asistido a una fiesta de beneficencia para un orfanato de la ciudad, el único motivo que me llevó a presentarme era que habría una subasta y esperaba encontrarme con alguna pieza de arte que me convenciera, en su lugar me di cuenta de que la dueña del orfanato había hecho una jugada muy arriesgada. Juntó a todas las chicas que habían cumplido dieciocho años y por tanto ya no podrían seguir viviendo en sus instalaciones, y las ofreció. Se me hizo desagradable notar como los viejos ricos del lugar parecían interesados en la carne fresca y, con respecto a las víctimas, todas destilaban inocencia y miedo, no me imaginaba bajo qué mentiras las habían convencido de ser parte de esta venta de esclavas. Cuando estaba a punto de irme, me percaté de un manchón rojo que se movía entre la gente. Resaltaba de entre todos no solo por el intenso color de su cabello, sino que tenía unos hermosos ojos azules, fríos y penetrantes. A diferencia de todas las presentes,
LIAM BLAKE—¿No te da gracia como todos intentan ser agradables y perfectos ante tus ojos solo para tener tu benevolencia? —pregunté mientras veía a la familia reunida. Todos fingiendo ser almas buenas para tener el favor de mi abuelo.—Es el ciclo de la vida… Solo se acercan al anciano cuando aspiran tener una parte de la herencia —contestó mi abuelo entre risas y terminó tosiendo su alegría. Mi madre tenía razón, se veía enfermo y decaído, pero no borraba esa sonrisa burlona de su rostro—. Dime, Liam, ¿cuándo planeas traer a casa una mujer y tener una familia? La última mujer que había pisado la mansión me había roto el corazón y me había humillado frente a todos. ¿En verdad tenía motivos para volverlo a intentar?—No puedes juzgar a todas las mujeres por culpa de una sola. Además, eran demasiado jóvenes para saber lo que en verdad querían. —Abuelo, me iba a casar con ella y me abandonó en el altar argumentando que era demasiado débil para una relación de verdad. Gritó frente a to
IDRIS DOYLEEn cuanto llegamos al restaurante entendí a lo que se refería. El señor Rogers era un hombre entrado en años, barrigón y de aspecto bonachón. Noté como le brillaban los ojos en cuanto vio mis largas piernas y, para terminar de arruinar mi día, tuve que sentarme a su lado.Con cada copa que se tomaba, sentía que se recorría sobre el sillón, acercándose cada vez más a mí. Durante toda la comida permanecí con la misma copa de vino, bebiendo con tragos pequeños. No era mi plan embriagarme. —¡No pienso firmar nada hasta que esta encantadora señorita se acabe su copa! —exclamó divertido, con las mejillas y la nariz enrojecidas. Entre risas y suaves codazos, me tomé el vino. El alcohol me ardió en la garganta y al dejar la copa de regreso en la mesa, el señor Rogers la volvió a llenar pese a mi negativa. —¿Qué tan buena es bebiendo, señorita Doyle? —preguntó entre risas. —No muy buena —respondí angustiada al ver mi copa casi llena hasta el borde. —Tómese otra conmigo —insist
IDRIS DOYLE—¡No me puedes llevar a la fuerza! ¡Suéltame! —grité furiosa mientras Liam me llevaba bien agarrada de la muñeca. Aunque todos en el restaurante podían verme forcejear para liberarme, nadie hacía el mínimo esfuerzo por ayudarme.—Deja de comportarte como una niña —respondió Liam perdiendo la paciencia y metiéndome al auto.Quise salir por el otro lado, pero cuando intenté abrir la puerta, esta no cedía, tenía el seguro. De inmediato entró Liam, acomodándose del otro lado. Con un movimiento de cabeza, le indicó a Clark que emprendiera el viaje hacia no sé dónde.—¡Tengo que ir con Oliver! ¡Me n
LIAM BLAKEEn cuanto me apoderé de su boca, ella terminó de ceder, dejando que su cuerpo se retorciera de esa manera tan dulce que tanto me encantaba. Subí su falda y bajé sus pantaletas, dejando que colgaran de uno de sus delicados tobillos mientras me acomodaba entre sus piernas, bajando lentamente la bragueta de mi pantalón.Atrapada contra mi cuerpo y víctima de mi erección, di rienda suelta a mi lujuria, tomándola con fuerza de las caderas, arrancando los botones de su blusa y pegándola a mi cuerpo mientras las embestidas se volvían más violentas y vigorosas. Su calor y humedad me volvían loco y esos delicados ronroneos y gimoteos sacaban lo peor de mí.Mordí su espalda y me aferré a sus caderas mientras cada movimien
IDRIS DOYLELos días pasaron y yo regresé a la rutina, servir a Liam de día y de noche, saliendo de su cama en cuanto se saciaba y huyendo hacia el hospital para vigilar el sueño de mi bebé. Cada vez me sentía más cansada y consumida, además, la culpabilidad de meterme en su compromiso me estaba enloqueciendo. Me juré nunca lastimar a otra mujer, y ahí estaba, fingiendo que no había nada entre él y yo, mientras que, a espaldas de Annie, nos revolcábamos cada noche. Pobre mujer. Por fin había llegado mi día libre, pero eso no significaba que fuera a descansar. Estaba afuera del hospital, caminando de un lado para otro, dándome una pausa antes de quedarme el resto de la noche con mi pequeño. En cuanto iba a regresar al hospital, me detuve, como si una fuerza invisible estuviera susurrándome al oído, pidiéndome que volteara. Mi mirada migró hacia un hombre viejo y con bastón, completamente pálido y ojeroso, su semblante no auguraba nada bueno. Se recargó sobre la pared, con la mano en
IDRIS DOYLE—¡Mami! —exclamó Oliver al despertar, emocionado, estirando sus brazos hacia mí.Muerta de sueño, cansada y sin fuerzas, me levanté del sillón con una enorme sonrisa y lo estreché, llenándolo de besos y frotando mi mejilla contra sus suaves cabellos. Su aroma me daba energías y me hacía sentir viva. Él era mi motivo para seguir moviéndome en este mundo, por muy duro que fuera. —Y a eso es a lo que yo llamo un «verdadero milagro» —dijo el señor Thomas asomado a la habitación—. El amor de una madre que siempre está presente contra viento y marea. Un don que Dios le ha dado a las mujeres de buen corazón, porque no cualquiera es buena madre.—¿Mami? ¿Quién es ese señor? —preguntó Oliver viéndolo con atención. —¡Soy tu abuelo! —exclamó el hombre acercándose con una gran sonrisa.—¿Mi abuelo? Yo no tengo abuelo, ni siquiera tengo papá —contestó Oliver receloso. —Bueno, pues hoy has descubierto que si tienes abuelo —agregó con una gran sonrisa antes de revolver el cabello de m