IDRIS DOYLE
—Pagaré todos los gastos médicos de Oliver hasta que encuentren a un posible donador para él. Después de todo es mi hijo y no voy a dejarlo solo —contestó Liam con frialdad. No parecía preocupado ni ansioso. ¿En verdad le importaba Oliver?
Guardé silencio. Ya había decidido no volver a trabajar para él, necesitaba alejarme de esa relación extraña. Ya era suficiente de hacerme falsas ideas, era tan tonta como esas mujeres que creían poder alcanzar el corazón de Liam con actos de gentileza y educación. En mi caso, un hijo de cinco años y ocho años de mi vida dedicados a él y a sus exigencias no fueron suficientes.
Cuando el auto se detuvo me di cuenta de que habíamos llegado al edificio de departamentos donde vivía. Abrí la puerta y antes de salir del asiento, me quité el abrigo y lo volteé a ver, pero su rostro seguía frío y apacible, con la mirada clavada en la ventana, ignorándome por completo.
—Gracias… —dije en un susurro sin recibir respuesta. Bajé del auto y subí a mi departamento, necesitaba un baño caliente, ropa seca y hacer planes.
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LIAM BLAKE
Como cada mañana llegué temprano a la empresa, recibiendo saludos llenos de cortesía y miedo. Llegué hasta el escritorio donde debería de estar Idris esperándome, pero no estaba. Tenía que estar con Oliver, no la creía capaz de cumplir su palabra de abandonarme, o ¿sí?
¿Sospechaba de los sentimientos de Idris? Después de cómo se comportó el día anterior, me temía que la afirmación de la señorita Spencer fuera real y en algún momento de nuestra convivencia, Idris se hubiera enamorado. —Qué decepción… —dije en un susurro, dejando atrás su escritorio.
Cuando estaba a punto de entrar a mi oficina, escuché unos susurros insistentes y molestos que me hicieron agudizar más el oído.
—¿Crees que por fin la despidió? —preguntaba una voz femenina, acompañada de una risita irritante.
—Lo más seguro. Esa zorra siempre llega puntual.
—¡Qué horror con esa mujer! ¿Qué no tenía algo de amor propio? Eso de ser la amante del jefe es tan patético.
—Así son las mujeres que no se saben dar a respetar. Todos ya sabíamos que era una cualquiera y la única forma de mantener su trabajo era abriéndole las piernas al jefe.
Escuchar a ese par de arpías burlarse de Idris hizo que la sangre me hirviera. ¿Cómo se atrevían a hablar así de ella? Me asomé sutilmente reconociendo al par de trabajadoras que estaban entretenidas criticando.
—Clark… —pronuncié el nombre de mi chofer y mi asistente. Era como mi sombra.
—¿Señor?
—Encárgate de ellas. No las quiero volver a ver aquí —contesté furioso, apretando los dientes.
—Sí, señor —agregó mi asistente y de inmediato detuvo su parloteo y las llevó directo a recursos humanos para que dispusieran de ellas.
Entré furioso a la oficina, sobándome la cabeza, indeciso si llamar a Idris o darle tiempo para que ella sola se presentara y tomara su lugar de siempre. No podía creer que sus amenazas de abandonarme eran reales. ¿No le había dado lo que necesitaba en estos años? ¿No me debía más respeto y fidelidad de la que estaba demostrando?
—¡Liam! Sabía que te encontraría aquí…
Giré hacia la puerta, descubriendo a mi madre entrando como toda una celebridad, con esa ropa fina y sonrisa deslumbrante.
—¿Por qué no has contestado mis llamadas? Parece que me evitas.
—No parece, en realidad lo hago —contesté sin remordimiento ni pesar mientras me servía un trago.
—El fin de semana es el cumpleaños de tu abuelo —dijo molesta, cruzada de brazos—. No puedes faltar.
—¿Por qué debería de asistir?
—Sabes que tu abuelo está muy delicado de salud y cada fiesta es importante pasarla juntos. Además, te tengo una sorpresa.
—No me gustan las sorpresas.
—Lo sé, pero esta te encantará. Ya lo verás —contestó dichosa, acercándose más a mí y acomodándome la corbata—. Por favor, no faltes. Si no lo haces por mí, hazlo por tu abuelo, ¿quieres?
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Los días pasaron e Idris no aparecía en su escritorio. Intenté llamarla un par de veces, pero siempre estaba ocupada. Clark era el único que me mantenía informado del avancé del caso de Oliver y como la salud del pequeño se deterioraba al igual que la de Idris. ¡Esa tonta!
—Está buscando trabajo… —dijo Clark sin hacer contacto visual, sabiendo que la noticia me haría rabiar.
—¿Trabajo? ¿Dónde?
—Ha ido a diferentes empresas para solicitar el puesto de secretaria o recepcionista…
—Prepara el auto —pedí rompiendo la pluma que tenía en mi puño.
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IDRIS DOYLE
No recordaba lo cómodo que era usar pantalones de mezclilla y playeras amplias, así como ropa interior de algodón. No tenía nada en contra de la lencería de encaje, pero a veces me sentía tan desnuda y vulnerable.
El departamento solo me servía de bodega, mis días pasaban en el hospital, junto a mi hijo, jugando con él para distraerlo de los medicamentos y las terapias, y durante la noche me dormía en uno de los sillones junto a su cama, vigilando su sueño y consolándolo.
El dinero comenzaba a escasear, pero me sentía tranquila de saber que Liam no había faltado a su palabra y seguía depositando lo necesario para la hospitalización de Oliver.
Mientras tomaba algo de aire en el pasillo del hospital, empecé a escuchar murmullos que auguraban oscuridad y miedo. Cuando busqué con la mirada al otro extremo del pasillo, vi a Liam caminando directo hacia mí, sus ojos me dejaron congelada y mi instinto de supervivencia me pedía que corriera y me escondiera en el lugar más alejado, pero era demasiado tarde, mis pies estaban clavados al suelo.
Pese a su aura maligna, su belleza varonil era cautivante. Era la clase de hombre que por su elegancia y apariencia peligrosa podría pasar por algún mafioso o capo importante, joven y atractivo.
—Has faltado ya bastante tiempo… —dijo en cuanto se plantó delante de mí.
—No he faltado, señor Blake. Renuncié…
—¿Renunciaste? ¿Con permiso de quién? —preguntó altanero.
—No necesito permiso para hacerlo. Era una empleada, no su esclava.
—Teníamos un trato…
—¡¿Estás hablando de tratos frente a la puerta de tu hijo enfermo?! —exclamé desesperada ante su frialdad—. ¿No hay nada dentro de ti? ¿No hay ni siquiera una pizca de compasión?
—La hay, por algo estoy dándote dinero para el tratamiento del niño, lo que esperaría como mínimo es que sigas haciendo tu trabajo.
—Tan solo escúchate… frío y sin sentimientos… —dije sorprendida y al mismo tiempo herida. Me acerqué un poco más, buscando en el fondo de sus pupilas una pizca de piedad. Acerqué mi mano hasta su mejilla, acariciando su piel fría. Sentí como apretó los dientes, molesto, como si mi tacto lo lastimara. Me tomó por la muñeca y alejó mi mano, iracundo.
—Regresarás al trabajo y…
—No lo haré… Ya fue demasiado frío y demasiada indiferencia… —De pronto me animé a decir algo que de seguro lo terminaría de ahuyentar—. Tal vez la señorita Spencer tenía razón y si me estaba enamorando, pero es cansado esperar un milagro para ese corazón vacío y vuelto piedra.
LIAM BLAKEHacía ocho años había asistido a una fiesta de beneficencia para un orfanato de la ciudad, el único motivo que me llevó a presentarme era que habría una subasta y esperaba encontrarme con alguna pieza de arte que me convenciera, en su lugar me di cuenta de que la dueña del orfanato había hecho una jugada muy arriesgada. Juntó a todas las chicas que habían cumplido dieciocho años y por tanto ya no podrían seguir viviendo en sus instalaciones, y las ofreció. Se me hizo desagradable notar como los viejos ricos del lugar parecían interesados en la carne fresca y, con respecto a las víctimas, todas destilaban inocencia y miedo, no me imaginaba bajo qué mentiras las habían convencido de ser parte de esta venta de esclavas. Cuando estaba a punto de irme, me percaté de un manchón rojo que se movía entre la gente. Resaltaba de entre todos no solo por el intenso color de su cabello, sino que tenía unos hermosos ojos azules, fríos y penetrantes. A diferencia de todas las presentes,
LIAM BLAKE—¿No te da gracia como todos intentan ser agradables y perfectos ante tus ojos solo para tener tu benevolencia? —pregunté mientras veía a la familia reunida. Todos fingiendo ser almas buenas para tener el favor de mi abuelo.—Es el ciclo de la vida… Solo se acercan al anciano cuando aspiran tener una parte de la herencia —contestó mi abuelo entre risas y terminó tosiendo su alegría. Mi madre tenía razón, se veía enfermo y decaído, pero no borraba esa sonrisa burlona de su rostro—. Dime, Liam, ¿cuándo planeas traer a casa una mujer y tener una familia? La última mujer que había pisado la mansión me había roto el corazón y me había humillado frente a todos. ¿En verdad tenía motivos para volverlo a intentar?—No puedes juzgar a todas las mujeres por culpa de una sola. Además, eran demasiado jóvenes para saber lo que en verdad querían. —Abuelo, me iba a casar con ella y me abandonó en el altar argumentando que era demasiado débil para una relación de verdad. Gritó frente a to
IDRIS DOYLEEn cuanto llegamos al restaurante entendí a lo que se refería. El señor Rogers era un hombre entrado en años, barrigón y de aspecto bonachón. Noté como le brillaban los ojos en cuanto vio mis largas piernas y, para terminar de arruinar mi día, tuve que sentarme a su lado.Con cada copa que se tomaba, sentía que se recorría sobre el sillón, acercándose cada vez más a mí. Durante toda la comida permanecí con la misma copa de vino, bebiendo con tragos pequeños. No era mi plan embriagarme. —¡No pienso firmar nada hasta que esta encantadora señorita se acabe su copa! —exclamó divertido, con las mejillas y la nariz enrojecidas. Entre risas y suaves codazos, me tomé el vino. El alcohol me ardió en la garganta y al dejar la copa de regreso en la mesa, el señor Rogers la volvió a llenar pese a mi negativa. —¿Qué tan buena es bebiendo, señorita Doyle? —preguntó entre risas. —No muy buena —respondí angustiada al ver mi copa casi llena hasta el borde. —Tómese otra conmigo —insist
IDRIS DOYLE—¡No me puedes llevar a la fuerza! ¡Suéltame! —grité furiosa mientras Liam me llevaba bien agarrada de la muñeca. Aunque todos en el restaurante podían verme forcejear para liberarme, nadie hacía el mínimo esfuerzo por ayudarme.—Deja de comportarte como una niña —respondió Liam perdiendo la paciencia y metiéndome al auto.Quise salir por el otro lado, pero cuando intenté abrir la puerta, esta no cedía, tenía el seguro. De inmediato entró Liam, acomodándose del otro lado. Con un movimiento de cabeza, le indicó a Clark que emprendiera el viaje hacia no sé dónde.—¡Tengo que ir con Oliver! ¡Me n
LIAM BLAKEEn cuanto me apoderé de su boca, ella terminó de ceder, dejando que su cuerpo se retorciera de esa manera tan dulce que tanto me encantaba. Subí su falda y bajé sus pantaletas, dejando que colgaran de uno de sus delicados tobillos mientras me acomodaba entre sus piernas, bajando lentamente la bragueta de mi pantalón.Atrapada contra mi cuerpo y víctima de mi erección, di rienda suelta a mi lujuria, tomándola con fuerza de las caderas, arrancando los botones de su blusa y pegándola a mi cuerpo mientras las embestidas se volvían más violentas y vigorosas. Su calor y humedad me volvían loco y esos delicados ronroneos y gimoteos sacaban lo peor de mí.Mordí su espalda y me aferré a sus caderas mientras cada movimien
IDRIS DOYLELos días pasaron y yo regresé a la rutina, servir a Liam de día y de noche, saliendo de su cama en cuanto se saciaba y huyendo hacia el hospital para vigilar el sueño de mi bebé. Cada vez me sentía más cansada y consumida, además, la culpabilidad de meterme en su compromiso me estaba enloqueciendo. Me juré nunca lastimar a otra mujer, y ahí estaba, fingiendo que no había nada entre él y yo, mientras que, a espaldas de Annie, nos revolcábamos cada noche. Pobre mujer. Por fin había llegado mi día libre, pero eso no significaba que fuera a descansar. Estaba afuera del hospital, caminando de un lado para otro, dándome una pausa antes de quedarme el resto de la noche con mi pequeño. En cuanto iba a regresar al hospital, me detuve, como si una fuerza invisible estuviera susurrándome al oído, pidiéndome que volteara. Mi mirada migró hacia un hombre viejo y con bastón, completamente pálido y ojeroso, su semblante no auguraba nada bueno. Se recargó sobre la pared, con la mano en
IDRIS DOYLE—¡Mami! —exclamó Oliver al despertar, emocionado, estirando sus brazos hacia mí.Muerta de sueño, cansada y sin fuerzas, me levanté del sillón con una enorme sonrisa y lo estreché, llenándolo de besos y frotando mi mejilla contra sus suaves cabellos. Su aroma me daba energías y me hacía sentir viva. Él era mi motivo para seguir moviéndome en este mundo, por muy duro que fuera. —Y a eso es a lo que yo llamo un «verdadero milagro» —dijo el señor Thomas asomado a la habitación—. El amor de una madre que siempre está presente contra viento y marea. Un don que Dios le ha dado a las mujeres de buen corazón, porque no cualquiera es buena madre.—¿Mami? ¿Quién es ese señor? —preguntó Oliver viéndolo con atención. —¡Soy tu abuelo! —exclamó el hombre acercándose con una gran sonrisa.—¿Mi abuelo? Yo no tengo abuelo, ni siquiera tengo papá —contestó Oliver receloso. —Bueno, pues hoy has descubierto que si tienes abuelo —agregó con una gran sonrisa antes de revolver el cabello de m
IDRIS DOYLEMis primeros días en la mansión fueron completamente diferentes. Acudí a la habitación del señor Thomas para acomodar la ropa que se pondría ese día. Revisé su agenda y confirmé las citas a las que acudiría. Lo llevé del brazo hasta el comedor para que desayunara mientras yo seguía haciendo mi trabajo con singular gusto. Cuando llegó la hora de ir al hospital a ver a mi bebé, él no dudó en acompañarme, parecía sentir una empatía muy especial por Oliver y, de camino, había decidido comprarle golosinas y un pequeño camioncito de juguete. Era como si su instinto le dijera que ese niño en verdad era su nieto. En el caso de Oliver, fue para él una alegría poder ver al señor Thomas, la idea de tener un abuelo parecía excepcional. —Sé lo importante que es para ti tener a tu hijo cerca… —dijo el señor Thomas cuando salimos del hospital—. No quiero ser el motivo de que te alejes de él durante las noches, por la preocupación de hacer tu trabajo. Ya hablé con el médico responsable