IDRIS DOYLE
La paleta con el número cinco descansaba sobre mi regazo mientras la subasta seguía con la siguiente pieza. Estaba esperando pacientemente la obra de arte por la que había venido. Solo tenía un único trabajo, comprar la pintura que tanto ansiaba mi jefe y podía disponer de todo el dinero que fuera necesario para luchar por ella.
En ese momento mi teléfono sonó, irrumpiendo en la calma de la sala, haciendo que todas las miradas se posaran sobre mí de manera acusatoria. Me levanté del asiento y saliendo con la cara llena de vergüenza, contesté.
—¿Señora Doyle? —reconocí la voz de mi vecina, quien cuidaba a mi hijo mientras trabajaba, sonaba angustiada.
—¿Qué ocurre?
—Oliver se puso muy mal y lo traje al hospital, no sabía qué más hacer —contestó haciendo que mi alma se despegara de mis huesos.
Mi pequeño Oliver había estado enfermo recientes días, todo indicaba que era solo un resfriado, incluso había pensado, hoy por la mañana, que estaba mejor de salud. Abandoné el lugar sin avisar y me dirigí al hospital, ni siquiera pensé en cómo le explicaría a mi jefe que había permitido que alguien más se quedara con su pintura.
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—Señora Doyle… No me es grato decirle esto, pero… —El doctor que había atendido a mi pequeño revisaba los estudios en su mano, apenado por no saber cómo explicarse—. Le hicimos estudios a su hijo y lamento decirle que tiene un cuadro leucemoide.
—¿Cuadro leucemoide? —pregunté con el ceño fruncido.
—Sí, me refiero a que lo que en realidad tiene es leucemia.
Abrí la boca, pero no fui capaz de decir ni una sola palabra, la garganta se me cerró, me sentí insignificante y los oídos me zumbaban.
—Podemos controlar su malestar con medicamentos, pero necesitará un trasplante de médula, cuanto antes, mejor.
—¿Yo puedo ser la donadora? Lo haré en este preciso momento —contesté levantándome del asiento.
—Tenemos que hacer pruebas de histocompatibilidad. En este momento están definiendo el grupo sanguíneo de su hijo.
—Es mi hijo, debemos de tener la misma sangre —contesté apurada.
—Eso esperamos.
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Había dado un poco de mi sangre para que hicieran pruebas de compatibilidad, y mientras los resultados estaban listos, yo permanecía al lado de mi pequeño, acariciando su cabello, besando sus mejillas y consolándolo con infinita ternura.
Era idéntico a su padre, con esos enormes ojos azules y cabellos negros como el ébano, pero por el contrario a su progenitor, su mirada era dulce y gentil.
—Mami, ¿ya nos vamos a ir a casa? —preguntó melancólico, buscando refugio contra mi pecho.
—Pronto, mi amor. Primero te tienes que curar —respondí sintiendo como mi corazón se estrujaba.
De pronto mi teléfono volvió a sonar, era Liam. Después de disculparme con mi hijo, salí al pasillo para contestar.
—¿Por qué no me has devuelto la llamada? —preguntó el señor Blake, con ese tono frío y firme. No tenía que alzar la voz para hacer que mi piel se erizara del miedo—. ¿Tienes el cuadro que quería?
Colgué de inmediato, sin darle una respuesta. No sabía cómo explicarle que no lo había comprado y que ni siquiera estaba en la casa de subastas. En este momento mi hijo me necesitaba más.
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—No hay compatibilidad… —dijo la enfermera al entregarle los resultados al doctor.
—¡¿Cómo que no hay compatibilidad?! —No necesitaba ser doctora para comprender a lo que se refería, pero aun así necesitaba explicaciones. ¡Yo era su madre! ¡¿Cómo no podía ser compatible con mi propio hijo?!
—Señora Doyle, su hijo tiene un tipo de sangre muy extraño —dijo el doctor asombrado, viendo los estudios más de cerca—. Tiene sangre dorada.
—¿Sangre dorada? —pregunté confundida. De inmediato me imaginé un líquido dorado corriendo por sus venas, como si fuera oro puro.
—Sí… es complejo de explicar. —Se levantó de detrás de su escritorio y comenzó a caminar por el consultorio—. Los humanos nos regimos por tipos de sangre: A, B y O… que en realidad la O solo significa la ausencia de A y B. No solo eso, también tenemos el factor Rh. En el caso de su hijo, no tiene nada, no hay A, no hay B y mucho menos Rh…
—Entonces es O negativo —contesté. Conocía personas que tenían ese tipo de sangre, no comprendía lo complejo del caso de Oliver, pero el rostro incómodo del doctor me dijo que iba más allá.
—Dentro del abanico de factores Rh, los O negativo solo carecen de uno de los cuarenta y cinco tipos, en el caso de Oliver, carece de todos.
—Eso… ¿qué significa? —pregunté desconcertada.
—Su hijo no tiene ningún antígeno, sus glóbulos rojos están limpios y lo hace el donador universal por excelencia… pero lamentablemente, no puede recibir transfusiones ni trasplantes con la misma facilidad. Necesita de otra persona que tenga el mismo tipo de sangre tan pura… Ni siquiera un O negativo nos sirve.
—Y… ¿Dónde…? ¿Cómo puedo llegar a alguien así? —Comencé a perder la fuerza y las esperanzas.
—La sangre es tan rara que solo existen cuarenta y tres personas con ese tipo, distribuidas en todo el mundo —dijo apenado y agachando la mirada—. Por precaución, sus nombres e identidades son desconocidas para el resto de la comunidad médica.
—Entonces… mi hijo…
—Podríamos intentar hacerle pruebas al padre —dijo la enfermera viendo la desesperación en mi rostro—. Tal vez él tenga la misma sangre.
—¿Eso es posible? —pregunté angustiada.
—El gen que rige el tipo de sangre de Oliver no es dominante, así que la probabilidad de que el padre tenga la misma sangre es difícil, pero no imposible.
En ese momento mi jefe volvió a llamar, podía apostar que estaba furioso. Salí del consultorio y por fin contesté.
—Idris, te recuerdo que tienes responsabilidades hacia mí, eres mi ayudante y como tal, espero que hayas hecho lo necesario para conseguir ese cuadro, aunque noté en mi cuenta bancaria que no se ha tomado ni un solo centavo…
Apreté mis dientes lo más fuerte que pude, pero no fue suficiente para evitar que mi dolor se desparramara de mi boca y terminara llorando en el teléfono, dejando al señor Blake en completo silencio. A veces no podía comprender lo frío e insensible que podía ser hacia mí.
—Soy su ayudante, su secretaría, soy quién agenda cada asunto en su vida, quién ordena sus trajes, soy quién lidia con todas esas mujeres adineradas que insisten en pasar la noche en su cama y quién acude a cada subasta para conseguir sus obras caras y sin coherencia.
»Pero no se olvide que no solo he sido su asistente personal, sino también su jodida amante, la que está siempre lista en su habitación cuando usted chasquea los dedos. Quién nunca se queja de un dolor de cabeza y lo recibe entre sus piernas cada vez que así lo desea. Llevo siendo la mujer que esconde del mundo por ocho largos años y no solo eso…
»Soy la madre de su hijo, el pequeño que justo en este momento está luchando por su vida en una cama de hospital mientras ha decidido regañarme por no tener listo su estúpido y tonto cuadro.
De inmediato colgué al no tener voz para discutir con él. Ya estaba cansada y demasiado dolida, pero ahora estaba arrepentida. ¿Qué haría si por mi imprudencia él se rehusaba a hacerse las pruebas y dejaba morir a mi hijo?
LIAM BLAKECon el teléfono aún en la mano, le pedí a mi chofer que se detuviera, quería comprender qué era lo que había escuchado. Desde hacía ocho años tenía a mi servicio a Idris, una mujer de mirada fría y cabello tan rojo como el fuego. Su belleza era sublime y única, jamás había visto una mujer tan encantadora, pero, sobre todo, que parecía poder distinguir muy bien entre el placer y el trabajo, eso era lo que necesitaba, una mujer que no le costara involucrar el corazón. Durante ocho años fue mi asistente, cumpliendo mis antojos y esperándome en la cama cada vez que regresaba de viaje. Cuando ella se embarazó de Oliver, no entró en pánico, habló con tanta calma y parsimonia que tomé las cosas con tranquilidad. Ella me pidió tener al niño y firmó un contrato donde aceptaba que en un futuro no haría uso de la criatura para chantajearme ni querer obtener un beneficio extra. Me sorprendió lo rápido que aceptó firmarlo. Después de tener al niño y tomarse la licencia de maternidad,
IDRIS DOYLE—Pagaré todos los gastos médicos de Oliver hasta que encuentren a un posible donador para él. Después de todo es mi hijo y no voy a dejarlo solo —contestó Liam con frialdad. No parecía preocupado ni ansioso. ¿En verdad le importaba Oliver?Guardé silencio. Ya había decidido no volver a trabajar para él, necesitaba alejarme de esa relación extraña. Ya era suficiente de hacerme falsas ideas, era tan tonta como esas mujeres que creían poder alcanzar el corazón de Liam con actos de gentileza y educación. En mi caso, un hijo de cinco años y ocho años de mi vida dedicados a él y a sus exigencias no fueron suficientes. Cuando el auto se detuvo me di cuenta de que habíamos llegado al edificio de departamentos donde vivía. Abrí la puerta y antes de salir del asiento, me quité el abrigo y lo volteé a ver, pero su rostro seguía frío y apacible, con la mirada clavada en la ventana, ignorándome por completo. —Gracias… —dije en un susurro sin recibir respuesta. Bajé del auto y subí a
LIAM BLAKEHacía ocho años había asistido a una fiesta de beneficencia para un orfanato de la ciudad, el único motivo que me llevó a presentarme era que habría una subasta y esperaba encontrarme con alguna pieza de arte que me convenciera, en su lugar me di cuenta de que la dueña del orfanato había hecho una jugada muy arriesgada. Juntó a todas las chicas que habían cumplido dieciocho años y por tanto ya no podrían seguir viviendo en sus instalaciones, y las ofreció. Se me hizo desagradable notar como los viejos ricos del lugar parecían interesados en la carne fresca y, con respecto a las víctimas, todas destilaban inocencia y miedo, no me imaginaba bajo qué mentiras las habían convencido de ser parte de esta venta de esclavas. Cuando estaba a punto de irme, me percaté de un manchón rojo que se movía entre la gente. Resaltaba de entre todos no solo por el intenso color de su cabello, sino que tenía unos hermosos ojos azules, fríos y penetrantes. A diferencia de todas las presentes,
LIAM BLAKE—¿No te da gracia como todos intentan ser agradables y perfectos ante tus ojos solo para tener tu benevolencia? —pregunté mientras veía a la familia reunida. Todos fingiendo ser almas buenas para tener el favor de mi abuelo.—Es el ciclo de la vida… Solo se acercan al anciano cuando aspiran tener una parte de la herencia —contestó mi abuelo entre risas y terminó tosiendo su alegría. Mi madre tenía razón, se veía enfermo y decaído, pero no borraba esa sonrisa burlona de su rostro—. Dime, Liam, ¿cuándo planeas traer a casa una mujer y tener una familia? La última mujer que había pisado la mansión me había roto el corazón y me había humillado frente a todos. ¿En verdad tenía motivos para volverlo a intentar?—No puedes juzgar a todas las mujeres por culpa de una sola. Además, eran demasiado jóvenes para saber lo que en verdad querían. —Abuelo, me iba a casar con ella y me abandonó en el altar argumentando que era demasiado débil para una relación de verdad. Gritó frente a to
IDRIS DOYLEEn cuanto llegamos al restaurante entendí a lo que se refería. El señor Rogers era un hombre entrado en años, barrigón y de aspecto bonachón. Noté como le brillaban los ojos en cuanto vio mis largas piernas y, para terminar de arruinar mi día, tuve que sentarme a su lado.Con cada copa que se tomaba, sentía que se recorría sobre el sillón, acercándose cada vez más a mí. Durante toda la comida permanecí con la misma copa de vino, bebiendo con tragos pequeños. No era mi plan embriagarme. —¡No pienso firmar nada hasta que esta encantadora señorita se acabe su copa! —exclamó divertido, con las mejillas y la nariz enrojecidas. Entre risas y suaves codazos, me tomé el vino. El alcohol me ardió en la garganta y al dejar la copa de regreso en la mesa, el señor Rogers la volvió a llenar pese a mi negativa. —¿Qué tan buena es bebiendo, señorita Doyle? —preguntó entre risas. —No muy buena —respondí angustiada al ver mi copa casi llena hasta el borde. —Tómese otra conmigo —insist
IDRIS DOYLE—¡No me puedes llevar a la fuerza! ¡Suéltame! —grité furiosa mientras Liam me llevaba bien agarrada de la muñeca. Aunque todos en el restaurante podían verme forcejear para liberarme, nadie hacía el mínimo esfuerzo por ayudarme.—Deja de comportarte como una niña —respondió Liam perdiendo la paciencia y metiéndome al auto.Quise salir por el otro lado, pero cuando intenté abrir la puerta, esta no cedía, tenía el seguro. De inmediato entró Liam, acomodándose del otro lado. Con un movimiento de cabeza, le indicó a Clark que emprendiera el viaje hacia no sé dónde.—¡Tengo que ir con Oliver! ¡Me n
LIAM BLAKEEn cuanto me apoderé de su boca, ella terminó de ceder, dejando que su cuerpo se retorciera de esa manera tan dulce que tanto me encantaba. Subí su falda y bajé sus pantaletas, dejando que colgaran de uno de sus delicados tobillos mientras me acomodaba entre sus piernas, bajando lentamente la bragueta de mi pantalón.Atrapada contra mi cuerpo y víctima de mi erección, di rienda suelta a mi lujuria, tomándola con fuerza de las caderas, arrancando los botones de su blusa y pegándola a mi cuerpo mientras las embestidas se volvían más violentas y vigorosas. Su calor y humedad me volvían loco y esos delicados ronroneos y gimoteos sacaban lo peor de mí.Mordí su espalda y me aferré a sus caderas mientras cada movimien
IDRIS DOYLELos días pasaron y yo regresé a la rutina, servir a Liam de día y de noche, saliendo de su cama en cuanto se saciaba y huyendo hacia el hospital para vigilar el sueño de mi bebé. Cada vez me sentía más cansada y consumida, además, la culpabilidad de meterme en su compromiso me estaba enloqueciendo. Me juré nunca lastimar a otra mujer, y ahí estaba, fingiendo que no había nada entre él y yo, mientras que, a espaldas de Annie, nos revolcábamos cada noche. Pobre mujer. Por fin había llegado mi día libre, pero eso no significaba que fuera a descansar. Estaba afuera del hospital, caminando de un lado para otro, dándome una pausa antes de quedarme el resto de la noche con mi pequeño. En cuanto iba a regresar al hospital, me detuve, como si una fuerza invisible estuviera susurrándome al oído, pidiéndome que volteara. Mi mirada migró hacia un hombre viejo y con bastón, completamente pálido y ojeroso, su semblante no auguraba nada bueno. Se recargó sobre la pared, con la mano en