Capítulo 2: Sangre dorada

IDRIS DOYLE

La paleta con el número cinco descansaba sobre mi regazo mientras la subasta seguía con la siguiente pieza. Estaba esperando pacientemente la obra de arte por la que había venido. Solo tenía un único trabajo, comprar la pintura que tanto ansiaba mi jefe y podía disponer de todo el dinero que fuera necesario para luchar por ella. 

En ese momento mi teléfono sonó, irrumpiendo en la calma de la sala, haciendo que todas las miradas se posaran sobre mí de manera acusatoria. Me levanté del asiento y saliendo con la cara llena de vergüenza, contesté. 

—¿Señora Doyle? —reconocí la voz de mi vecina, quien cuidaba a mi hijo mientras trabajaba, sonaba angustiada.

—¿Qué ocurre? 

—Oliver se puso muy mal y lo traje al hospital, no sabía qué más hacer —contestó haciendo que mi alma se despegara de mis huesos. 

Mi pequeño Oliver había estado enfermo recientes días, todo indicaba que era solo un resfriado, incluso había pensado, hoy por la mañana, que estaba mejor de salud. Abandoné el lugar sin avisar y me dirigí al hospital, ni siquiera pensé en cómo le explicaría a mi jefe que había permitido que alguien más se quedara con su pintura. 

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—Señora Doyle… No me es grato decirle esto, pero… —El doctor que había atendido a mi pequeño revisaba los estudios en su mano, apenado por no saber cómo explicarse—. Le hicimos estudios a su hijo y lamento decirle que tiene un cuadro leucemoide. 

—¿Cuadro leucemoide? —pregunté con el ceño fruncido. 

—Sí, me refiero a que lo que en realidad tiene es leucemia.

Abrí la boca, pero no fui capaz de decir ni una sola palabra, la garganta se me cerró, me sentí insignificante y los oídos me zumbaban. 

—Podemos controlar su malestar con medicamentos, pero necesitará un trasplante de médula, cuanto antes, mejor. 

—¿Yo puedo ser la donadora? Lo haré en este preciso momento —contesté levantándome del asiento. 

—Tenemos que hacer pruebas de histocompatibilidad. En este momento están definiendo el grupo sanguíneo de su hijo. 

—Es mi hijo, debemos de tener la misma sangre —contesté apurada.

—Eso esperamos. 

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Había dado un poco de mi sangre para que hicieran pruebas de compatibilidad, y mientras los resultados estaban listos, yo permanecía al lado de mi pequeño, acariciando su cabello, besando sus mejillas y consolándolo con infinita ternura.

Era idéntico a su padre, con esos enormes ojos azules y cabellos negros como el ébano, pero por el contrario a su progenitor, su mirada era dulce y gentil. 

—Mami, ¿ya nos vamos a ir a casa? —preguntó melancólico, buscando refugio contra mi pecho.

—Pronto, mi amor. Primero te tienes que curar —respondí sintiendo como mi corazón se estrujaba.

De pronto mi teléfono volvió a sonar, era Liam. Después de disculparme con mi hijo, salí al pasillo para contestar. 

—¿Por qué no me has devuelto la llamada? —preguntó el señor Blake, con ese tono frío y firme. No tenía que alzar la voz para hacer que mi piel se erizara del miedo—. ¿Tienes el cuadro que quería? 

Colgué de inmediato, sin darle una respuesta. No sabía cómo explicarle que no lo había comprado y que ni siquiera estaba en la casa de subastas. En este momento mi hijo me necesitaba más. 

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—No hay compatibilidad… —dijo la enfermera al entregarle los resultados al doctor. 

—¡¿Cómo que no hay compatibilidad?! —No necesitaba ser doctora para comprender a lo que se refería, pero aun así necesitaba explicaciones. ¡Yo era su madre! ¡¿Cómo no podía ser compatible con mi propio hijo?!

—Señora Doyle, su hijo tiene un tipo de sangre muy extraño —dijo el doctor asombrado, viendo los estudios más de cerca—. Tiene sangre dorada. 

—¿Sangre dorada? —pregunté confundida. De inmediato me imaginé un líquido dorado corriendo por sus venas, como si fuera oro puro. 

—Sí… es complejo de explicar. —Se levantó de detrás de su escritorio y comenzó a caminar por el consultorio—. Los humanos nos regimos por tipos de sangre: A, B y O… que en realidad la O solo significa la ausencia de A y B. No solo eso, también tenemos el factor Rh. En el caso de su hijo, no tiene nada, no hay A, no hay B y mucho menos Rh… 

—Entonces es O negativo —contesté. Conocía personas que tenían ese tipo de sangre, no comprendía lo complejo del caso de Oliver, pero el rostro incómodo del doctor me dijo que iba más allá. 

—Dentro del abanico de factores Rh, los O negativo solo carecen de uno de los cuarenta y cinco tipos, en el caso de Oliver, carece de todos. 

—Eso… ¿qué significa? —pregunté desconcertada.

—Su hijo no tiene ningún antígeno, sus glóbulos rojos están limpios y lo hace el donador universal por excelencia… pero lamentablemente, no puede recibir transfusiones ni trasplantes con la misma facilidad. Necesita de otra persona que tenga el mismo tipo de sangre tan pura… Ni siquiera un O negativo nos sirve. 

—Y… ¿Dónde…? ¿Cómo puedo llegar a alguien así? —Comencé a perder la fuerza y las esperanzas.

—La sangre es tan rara que solo existen cuarenta y tres personas con ese tipo, distribuidas en todo el mundo —dijo apenado y agachando la mirada—. Por precaución, sus nombres e identidades son desconocidas para el resto de la comunidad médica. 

—Entonces… mi hijo… 

—Podríamos intentar hacerle pruebas al padre —dijo la enfermera viendo la desesperación en mi rostro—. Tal vez él tenga la misma sangre. 

—¿Eso es posible? —pregunté angustiada.

—El gen que rige el tipo de sangre de Oliver no es dominante, así que la probabilidad de que el padre tenga la misma sangre es difícil, pero no imposible. 

En ese momento mi jefe volvió a llamar, podía apostar que estaba furioso. Salí del consultorio y por fin contesté.

—Idris, te recuerdo que tienes responsabilidades hacia mí, eres mi ayudante y como tal, espero que hayas hecho lo necesario para conseguir ese cuadro, aunque noté en mi cuenta bancaria que no se ha tomado ni un solo centavo…

Apreté mis dientes lo más fuerte que pude, pero no fue suficiente para evitar que mi dolor se desparramara de mi boca y terminara llorando en el teléfono, dejando al señor Blake en completo silencio. A veces no podía comprender lo frío e insensible que podía ser hacia mí. 

—Soy su ayudante, su secretaría, soy quién agenda cada asunto en su vida, quién ordena sus trajes, soy quién lidia con todas esas mujeres adineradas que insisten en pasar la noche en su cama y quién acude a cada subasta para conseguir sus obras caras y sin coherencia. 

»Pero no se olvide que no solo he sido su asistente personal, sino también su jodida amante, la que está siempre lista en su habitación cuando usted chasquea los dedos. Quién nunca se queja de un dolor de cabeza y lo recibe entre sus piernas cada vez que así lo desea. Llevo siendo la mujer que esconde del mundo por ocho largos años y no solo eso… 

»Soy la madre de su hijo, el pequeño que justo en este momento está luchando por su vida en una cama de hospital mientras ha decidido regañarme por no tener listo su estúpido y tonto cuadro. 

De inmediato colgué al no tener voz para discutir con él. Ya estaba cansada y demasiado dolida, pero ahora estaba arrepentida. ¿Qué haría si por mi imprudencia él se rehusaba a hacerse las pruebas y dejaba morir a mi hijo?

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