IDRIS DOYLE
—¡Qué gusto me da conocerte por fin! —exclamó la rubia en la mesa mientras me veía con aparente diversión—. Entonces, tú eres Idris, la asistente personal de Liam.
—Así es, señorita Spencer —contesté con una sonrisa mecanizada y tomando su abrigo del armario—. Su taxi la espera.
Mi deber siempre era despedir a las mujeres con las que se citaba mi jefe, entregarles educadamente su abrigo y encaminarlas hacia el auto que las estaría esperando para llevarlas a su casa, pero cada vez era más complicado convencerlas.
—Pero si la noche aún es joven y pienso divertirme en la cama de Liam —dijo entre risas mientras tomaba su copa—. Mejor guarda mi abrigo y danos privacidad, ¿quieres?
Liam estaba refrescándose en el baño, esperando a que, al regresar, la señorita Spencer ya no estuviera.
—No entiende, necesito que se retire, ya es muy noche y el señor Blake necesita descansar.
—No, tú eres la que no entiende. —Se levantó altiva y presuntuosa—. Se dice que te gusta frustrar los encuentros de tu jefe con otras mujeres. ¿Estás celosa de que él no te vea como nos ve a nosotras? ¿No entiendes cual es tu papel como su asistente?
—Señorita Spencer… —¿Cómo le podía explicar que sacarla de este lugar era petición de él y no mía?
—Idris… ¿qué hace ella todavía aquí? —preguntó detrás de mí Liam, haciendo que un escalofrío recorriera toda mi espalda.
—¡Liam! Creo que tu ayudante está celosa —dijo la mujer divertida, mordiendo el borde de su copa como niña pícara cometiendo una travesura—. Me imagino que se ha enamorado de ti y no parece dispuesta a compartirte.
Liam me miró fijamente a los ojos, como si dudara de lo que le había dicho esa mujer. Antes de que las manos de esa chica se posaran en su pecho, él se movió hacia la puerta. —Clark, lleva a la señorita Spencer afuera. El taxi ya debe de estar esperando.
De esa manera, su chofer, que al mismo tiempo era su mano derecha, se asomó por la puerta, mientras que Liam me arrebató el abrigo de la mano y se lo aventó a la señorita Spencer, antes de tomarla con brusquedad del brazo y arrastrarla hacia la puerta.
—¿Qué estás haciendo? ¿Por qué me tratas así? —preguntó desconcertada sin poder detenerse.
—No pienso desperdiciar mi noche contigo, así que… largo. —La arrojó a los brazos de Clark y, antes de cerrar la puerta, le dedicó una mirada de repulsión que la recorrió de pies a cabeza—. Tal vez si tu plática no hubiera sido tan burda y vacía, de escaso gusto y refinamiento, las cosas serían diferentes… No me llames, yo te llamo.
Cerró la puerta antes de que la mujer pudiera quejarse y podía apostar que Clark se la llevó evitando que Liam pudiera escuchar los gritos de desaprobación. Con paso firme y la camisa desabotonada, trazó una línea recta con su andar, de la puerta a la habitación. Justo al llegar a mi lado, se detuvo, me vio con atención, como si quisiera leer mi mente, y suspiró.
—Tienes dos minutos… —Siguió su camino, haciendo que todo dentro de mí se revolucionara. Llevaba tanto tiempo trabajando para él que no podía creer que aún no me acostumbrara a su voz o a sus órdenes.
La única sirvienta con la que contaba el departamento corrió hacia mí, ayudándome a soltarme el cabello y retirarme el saco. Desde que comencé a trabajar para él, mi uniforme era un traje sastre entallado con una falda que dejara ver mis piernas desde la mitad de mis muslos hasta mis tobillos.
Entré a la habitación, desanudando mi corbatín mientras la sirvienta se precipitaba hacia el baño para preparar la tina con sales que perfumaran mi piel, pero antes de seguir desnudándome, la mano de Liam me sujetó con fuerza por la muñeca.
—Déjanos solos —le pidió a la sirvienta que parecía desconcertada y de un brinco se alejó de la tina y salió de la habitación.
—Fue mi error por no saber cómo despedir a la señorita Spencer a tiempo —acepté mientras él se plantaba frente a mí y seguía desabotonando mi blusa—. Si me da un minuto más…
—Shhh… —dijo con suavidad despojándome de la prenda.
Era la asistente personal de uno de los hombres más poderosos del país, dueño de una farmacéutica que dominaba el mercado y el hombre más codiciado no solo por su fortuna, sino por su belleza tan compleja. Era atractivo y su personalidad fría e inalcanzable lo hacía tan deseado.
No había mujer que no ambicionara su corazón y era común que él saliera cada semana por lo menos con tres diferentes, pero ninguna llegaba a su cama, ese era mi territorio.
Me hacía cargo de su agenda, de su café por la mañana y de organizar sus trajes para la semana. Realizaba cualquier encargo, compraba lo que él deseaba y contactaba a quien él quisiera, pero tenía reglas que no cualquiera tenía. Siempre debía de portar la lencería que él escogía para mí, debajo de mi uniforme y siempre debía de estar dispuesta a dejar que me tomara cuando así lo quisiera.
—Dime, Idris… ¿Tenía razón esa mujer? ¿Te estás enamorando? —preguntó mientras besaba mi cuello, haciendo que me derritiera.
—No, señor —contesté luchando porque mi voz sonara firme.
—¿Estás segura? —volvió a preguntar, tomándome por la cintura y girándome, buscando el cierre de mi falda para hacerla caer.
—Segura, señor… Esto es solo trabajo —contesté con las manos contra la pared mientras las suyas me tomaban con firmeza de la cintura y sus labios besaban mi espalda.
—Que nunca se te olvide —dijo contra mi oído mientras su mano me tomaba por el cuello—. Solo hay dos cosas que siempre debes de tener en mente. Uno, esto solo es trabajo, nada de sentimentalismos tontos. Dos, solo yo puedo tocarte, tu cuerpo es mío.
Y eso intentaba, siempre pensar que él era un hombre sin sentimientos, que solo buscaba placer y dinero, pero ¿cómo podía convencerme si había días que sus labios me besaban con ternura? ¿Cómo podía ignorar sus caricias tan suaves? ¿Cómo podía fingir que mi alma no vibraba cuando, después de follar, besaba mi espalda lentamente, dejando miel sobre mi piel?
Había noches en las que me hacía sentir especial sin necesidad de emitir ni una sola palabra. Estaba perdiendo la cabeza entre fingir que no me importaba y disfrutar de esos momentos de intimidad donde él dejaba de ser Liam Blake, el cruel CEO sin corazón.
IDRIS DOYLELa paleta con el número cinco descansaba sobre mi regazo mientras la subasta seguía con la siguiente pieza. Estaba esperando pacientemente la obra de arte por la que había venido. Solo tenía un único trabajo, comprar la pintura que tanto ansiaba mi jefe y podía disponer de todo el dinero que fuera necesario para luchar por ella. En ese momento mi teléfono sonó, irrumpiendo en la calma de la sala, haciendo que todas las miradas se posaran sobre mí de manera acusatoria. Me levanté del asiento y saliendo con la cara llena de vergüenza, contesté. —¿Señora Doyle? —reconocí la voz de mi vecina, quien cuidaba a mi hijo mientras trabajaba, sonaba angustiada.—¿Qué ocurre? —Oliver se puso muy mal y lo traje al hospital, no sabía qué más hacer —contestó haciendo que mi alma se despegara de mis huesos. Mi pequeño Oliver había estado enfermo recientes días, todo indicaba que era solo un resfriado, incluso había pensado, hoy por la mañana, que estaba mejor de salud. Abandoné el lug
LIAM BLAKECon el teléfono aún en la mano, le pedí a mi chofer que se detuviera, quería comprender qué era lo que había escuchado. Desde hacía ocho años tenía a mi servicio a Idris, una mujer de mirada fría y cabello tan rojo como el fuego. Su belleza era sublime y única, jamás había visto una mujer tan encantadora, pero, sobre todo, que parecía poder distinguir muy bien entre el placer y el trabajo, eso era lo que necesitaba, una mujer que no le costara involucrar el corazón. Durante ocho años fue mi asistente, cumpliendo mis antojos y esperándome en la cama cada vez que regresaba de viaje. Cuando ella se embarazó de Oliver, no entró en pánico, habló con tanta calma y parsimonia que tomé las cosas con tranquilidad. Ella me pidió tener al niño y firmó un contrato donde aceptaba que en un futuro no haría uso de la criatura para chantajearme ni querer obtener un beneficio extra. Me sorprendió lo rápido que aceptó firmarlo. Después de tener al niño y tomarse la licencia de maternidad,
IDRIS DOYLE—Pagaré todos los gastos médicos de Oliver hasta que encuentren a un posible donador para él. Después de todo es mi hijo y no voy a dejarlo solo —contestó Liam con frialdad. No parecía preocupado ni ansioso. ¿En verdad le importaba Oliver?Guardé silencio. Ya había decidido no volver a trabajar para él, necesitaba alejarme de esa relación extraña. Ya era suficiente de hacerme falsas ideas, era tan tonta como esas mujeres que creían poder alcanzar el corazón de Liam con actos de gentileza y educación. En mi caso, un hijo de cinco años y ocho años de mi vida dedicados a él y a sus exigencias no fueron suficientes. Cuando el auto se detuvo me di cuenta de que habíamos llegado al edificio de departamentos donde vivía. Abrí la puerta y antes de salir del asiento, me quité el abrigo y lo volteé a ver, pero su rostro seguía frío y apacible, con la mirada clavada en la ventana, ignorándome por completo. —Gracias… —dije en un susurro sin recibir respuesta. Bajé del auto y subí a
LIAM BLAKEHacía ocho años había asistido a una fiesta de beneficencia para un orfanato de la ciudad, el único motivo que me llevó a presentarme era que habría una subasta y esperaba encontrarme con alguna pieza de arte que me convenciera, en su lugar me di cuenta de que la dueña del orfanato había hecho una jugada muy arriesgada. Juntó a todas las chicas que habían cumplido dieciocho años y por tanto ya no podrían seguir viviendo en sus instalaciones, y las ofreció. Se me hizo desagradable notar como los viejos ricos del lugar parecían interesados en la carne fresca y, con respecto a las víctimas, todas destilaban inocencia y miedo, no me imaginaba bajo qué mentiras las habían convencido de ser parte de esta venta de esclavas. Cuando estaba a punto de irme, me percaté de un manchón rojo que se movía entre la gente. Resaltaba de entre todos no solo por el intenso color de su cabello, sino que tenía unos hermosos ojos azules, fríos y penetrantes. A diferencia de todas las presentes,
LIAM BLAKE—¿No te da gracia como todos intentan ser agradables y perfectos ante tus ojos solo para tener tu benevolencia? —pregunté mientras veía a la familia reunida. Todos fingiendo ser almas buenas para tener el favor de mi abuelo.—Es el ciclo de la vida… Solo se acercan al anciano cuando aspiran tener una parte de la herencia —contestó mi abuelo entre risas y terminó tosiendo su alegría. Mi madre tenía razón, se veía enfermo y decaído, pero no borraba esa sonrisa burlona de su rostro—. Dime, Liam, ¿cuándo planeas traer a casa una mujer y tener una familia? La última mujer que había pisado la mansión me había roto el corazón y me había humillado frente a todos. ¿En verdad tenía motivos para volverlo a intentar?—No puedes juzgar a todas las mujeres por culpa de una sola. Además, eran demasiado jóvenes para saber lo que en verdad querían. —Abuelo, me iba a casar con ella y me abandonó en el altar argumentando que era demasiado débil para una relación de verdad. Gritó frente a to
IDRIS DOYLEEn cuanto llegamos al restaurante entendí a lo que se refería. El señor Rogers era un hombre entrado en años, barrigón y de aspecto bonachón. Noté como le brillaban los ojos en cuanto vio mis largas piernas y, para terminar de arruinar mi día, tuve que sentarme a su lado.Con cada copa que se tomaba, sentía que se recorría sobre el sillón, acercándose cada vez más a mí. Durante toda la comida permanecí con la misma copa de vino, bebiendo con tragos pequeños. No era mi plan embriagarme. —¡No pienso firmar nada hasta que esta encantadora señorita se acabe su copa! —exclamó divertido, con las mejillas y la nariz enrojecidas. Entre risas y suaves codazos, me tomé el vino. El alcohol me ardió en la garganta y al dejar la copa de regreso en la mesa, el señor Rogers la volvió a llenar pese a mi negativa. —¿Qué tan buena es bebiendo, señorita Doyle? —preguntó entre risas. —No muy buena —respondí angustiada al ver mi copa casi llena hasta el borde. —Tómese otra conmigo —insist
IDRIS DOYLE—¡No me puedes llevar a la fuerza! ¡Suéltame! —grité furiosa mientras Liam me llevaba bien agarrada de la muñeca. Aunque todos en el restaurante podían verme forcejear para liberarme, nadie hacía el mínimo esfuerzo por ayudarme.—Deja de comportarte como una niña —respondió Liam perdiendo la paciencia y metiéndome al auto.Quise salir por el otro lado, pero cuando intenté abrir la puerta, esta no cedía, tenía el seguro. De inmediato entró Liam, acomodándose del otro lado. Con un movimiento de cabeza, le indicó a Clark que emprendiera el viaje hacia no sé dónde.—¡Tengo que ir con Oliver! ¡Me n
LIAM BLAKEEn cuanto me apoderé de su boca, ella terminó de ceder, dejando que su cuerpo se retorciera de esa manera tan dulce que tanto me encantaba. Subí su falda y bajé sus pantaletas, dejando que colgaran de uno de sus delicados tobillos mientras me acomodaba entre sus piernas, bajando lentamente la bragueta de mi pantalón.Atrapada contra mi cuerpo y víctima de mi erección, di rienda suelta a mi lujuria, tomándola con fuerza de las caderas, arrancando los botones de su blusa y pegándola a mi cuerpo mientras las embestidas se volvían más violentas y vigorosas. Su calor y humedad me volvían loco y esos delicados ronroneos y gimoteos sacaban lo peor de mí.Mordí su espalda y me aferré a sus caderas mientras cada movimien