¿Si es verdad que cuando quieres algo no lo quieres soltar? ¡Pues eso me pasa a mí! 😭❤️ pero tengo que decirles que ya sólo falta el epílogo. Así que nos vemos mañana para dar adiós a esta historia. Pero hay algo que me emociona y es que...¡La historia de Román ya está en camino! 🥳 ¡Si llegaste hasta aquí, creeme que tienes un pedazo de mi corazón, muchas gracias en verdad. ¡Nos vemos en el epílogo que es completamente el final! un gran abrazo
Son niños: los gemelos son dos hermosos niños. Clara dio a luz en el hospital central. Fue cesárea aquella vez. Pesaron tres kilos cada uno y todavía no comprende cómo fue que esos tan gordos bebés preciosos crecían dentro de ella. Una nación estaba bastante pendiente por el nacimiento de los gemelos del presidente, al igual que Reino Unido lo estaba con sus descendientes a la corona, o así lo sentía Clara cuando vió a mucha gente rodeando la casa presidencial para saludar a la próxima primera dama con sus recién nacidos. Las cosas se apaciguaron, y ahora se encuentran en casa después de un largo día extenuante. Ryan siempre se la mantiene ocupado en sus obligaciones pero prometió que estaría al lado de su mujer para cuidar a los cuatro niños que ahora rondaban por la casa. En estos momentos, tan sólo con una bata y siendo las 3:00AM, Clara sigue meciendo al único gemelo que no se ha dormido frente a su corral. —Calma, mi amor. Calma…—susurra Clara al sostener a tan hermoso niño
—¡Tiene que pujar, señorita! ¡Ambos niños van a morir!El sudor recorre su frente como si no hubiese más nada en este mundo aparte del dolor que siente sus entrañas, el mismo dolor que alguna vez creyó que no sería capaz de soportar pero que ahora mismo, es lo único que la mantiene consciente entre la vida y la muerte. —¡Por Dios! —sus gritos son desgarradores. Sus ojos están rojos por la incapacidad de cubrir con terneza la situación que se ha presentado de repente, sin tiempo para poder pensar en las consecuencias. El sudor inunda su frente y los mechones de su cabello están adheridos a las mejillas, sien y cuello. Las venas de su frente se marcan con cada dolor y una descarga de tortura hace que se arquee, gritando de dolor—. ¡No puedo más…! —¡Señorita! Tiene que pujar, veo la cabeza del primer niño —advierte la partera, quien no es más que la señora dueña de este lugar moribundo, pobre y descuidado. Está dando a luz en un edificio menestero en un barrio pobre de la ciudad. Cuan
—Cuatro años después—Apena da la vuelta en la esquina, juntando papeles que debió haber llevado desde el momento en que colocó un pie en el tribunal, cuando tiene la vaga oportunidad de chocar con alguien que viene en el sentido contrario. Su cuerpo se tambalea por el choque pero sólo unos momentos dura porque se estabiliza al instante. No se enoja al momento, pero el camino que toma para lograr ver a quien enfrenta hace la vaga sensación que observaba a alguien más, pero no es así. Tan sólo es un hombre más. —Discúlpame —oye al hombre, quien recoge sus papeles—. Esta ciudad es un caos, así que perdoname. —Descuide —toma Clara los papeles devuelta a su vez que mira alrededor y al reloj del edificio. Abre los ojos con impresión—. ¡Descuide, en serio! Pero tengo que irme. —Oye, pero- Sin embargo, no lo deja continuar porque sus zapatos resuenan cuando pasa la calle atestada de la ciudad y advierte el edificio que alberga las dos cámaras del congreso frente a sus ojos. No ha llegad
—¿¡Clara?! ¿¡Estás loca?! Le advierte devuelta Martin cuando dura un momento fija en las personas que siguen transitando en la recepción. Pasa el teléfono hacia la otra oreja. —Tienes los contactos necesarios para entrar a la secretaría nacional —responde, sin dejar de ver con fijeza la misma puerta en la que salen la mayoría de personas. Observa su carnet y suspira. Ya no es Clara Salvatore, sino Clara D'Alessio. Además, no sabe porqué razón Martin está tan alterado. Trabaja en la secretaría del estado en la capital del país hace un año ya, y es fácil para ella comprender el movimiento. Es una de las secretarias del director del departamento de defensa. Su idea es bastante sencilla, y por los momentos, su única condición es subir de puesto. Cuatro años. Cuatro años donde los McGrey y su familia creen que está muerta. El presidente es el padre de sus hijos y aún así, por lo que está enterada, ya tiene una familia. Sin embargo, no sabe quién es su esposa y mucho menos le interesa.
Las puntadas que recorren su brazo una vez siente el ardor, el escozor de la sangre que mancha su blusa y se desborda por su piel, comienza a pasarle factura conforme es guiada.Las voces se aglomeran en su entendimiento, mientras los pasos se vuelven torpes y el bullicio, al igual que los disparos, se apoderan del alrededor. No basta simplemente con ser muy inteligente para saber que un infierno se ha desatado, y siendo el peor de los casos, recibió un disparo justo en el brazo. Sus posibilidades de sobrevivir son casi nulas si cualquiera se gira a verla, desprendiéndose el líquido rojo de su cuerpo, tratando de caminar lo más lejos posible y decirle a su propia mente que no va a estar completamente segura de morir sin antes haber cumplido su meta y de haber dado las buenas noches a su hijo que espera en casa. Es inevitable que no sienta como su vida sigue desvaneciéndose por la debilidad. Aprieta la herida con la mano, pero en vano, sigue perdiendo sangre. Sus ojos comienzan a sen
Mientras Clara se da cuenta que el lugar donde está es nada más ni nada menos que la oficina oval, traga saliva, comprendiendo que el hombre frente a ustedes dos es Ryan McGrey, el presidente y el hombre más rico e importante de todo un país entero.Juliete incluso siente la tensión con la que éste hombre se presenta, pero lo hace a solas y el guardia se pone en posición de saludo cuando lo ve entrar. Viste un traje de dos piezas pero no está interesada en él, sino en su expresión: fría, oscura.—Necesito hablar con ésta mujer a solas.—Señor, es necesario que guarde reposo porque recibió-—Cinco minutos —interrumpe el señor presidente, sin dejar de verla—, en cinco minutos volverán. Tanto el guardia y Julieta se observan, y asienten, sin ya nada qué decir, por ende, salen de la oficina antes de que el presidente incluso parpadee. La tensión que la recorre entera es abismal y no hay nada en esta vida que puede disipar todos los pensamientos que Clara tiene ahora y que ni siquiera va
Clara necesita respirar para que su vida no se desmorone por completo, y vea que delante de sus ojos hay una niña que la mira con unos hermosos ojos ámbar que la hacen creer de algo que no puede ser cierto. Por un pequeño instante su mente colapsa, y son casi unos segundos donde no puede admirar otra cosa que ésta hermosa niña delante de sus ojos. Incluso puede creer que ha visto un ángel, que ha venido a buscarla porque no sobrevivió a la herida y su vida acabó de la forma más trágica. Pero no puede permitirse creer de esta manera cuando en realidad su vida está en peligro de todas formas.Pero de pronto balbucea, y tiene que apartar la mirada de la pequeña de pie al lado suyo mientras oye que Julieta le indica al Fabio que abra la puerta conforme avanzan hacia él. Y así Febo lo hace. Una vez Clara nota que está a punto de entrar al carro, tiene que girar hacia atrás, por última vez, una última vez que dolerá desde el instante que salga de este sitio y lo que creía que era lo corre
Esto debe ser quizás la peor manera de reaparecer después de tantos años muerta, y antes de poder escuchar lo que las noticias tienen que decir sobre el atentado contra el presidente hace horas en la mañanas como “Breaking News,” jala la cortina azul y dejar salir un aliento seco que desgarra su garganta. La enfermera delante de ella también se queda impresionada pero continúa escribiendo cuando vuelve a verla. —Señorita, ¿Cuál es que era su nombre? Pero Clara no va a contestar si es que de eso se trata de que no la conozca ahora como la amante de un hombre como él. ¿¡De dónde diablos salió ese rumor?! Alza la mirada hacia la enfermera para sonreírle. —No se preocupe. Yo esperaré a salir de aquí —medita un poco para ver si es capaz de decir otra cosa. Lo consigue—, pero quiero que le diga a la señorita Julieta que si puede venir… —¿Julieta? ¡Oh, sí! Por supuesto —la enfermera carraspea, tapando el lapicero y dando un paso hacia atrás—, de inmediato la llamó. Cuando se da cuenta q