—¡Tiene que pujar, señorita! ¡Ambos niños van a morir!
El sudor recorre su frente como si no hubiese más nada en este mundo aparte del dolor que siente sus entrañas, el mismo dolor que alguna vez creyó que no sería capaz de soportar pero que ahora mismo, es lo único que la mantiene consciente entre la vida y la muerte.—¡Por Dios! —sus gritos son desgarradores. Sus ojos están rojos por la incapacidad de cubrir con terneza la situación que se ha presentado de repente, sin tiempo para poder pensar en las consecuencias. El sudor inunda su frente y los mechones de su cabello están adheridos a las mejillas, sien y cuello. Las venas de su frente se marcan con cada dolor y una descarga de tortura hace que se arquee, gritando de dolor—. ¡No puedo más…!—¡Señorita! Tiene que pujar, veo la cabeza del primer niño —advierte la partera, quien no es más que la señora dueña de este lugar moribundo, pobre y descuidado.Está dando a luz en un edificio menestero en un barrio pobre de la ciudad.Cuando se había levantado esa mañana, colocó la mano en su vientre ya de nueve meses. Se sentía pesada, incapaz e inútil. No tenía a nadie salvo los dos perros que han sido sus ángeles en todo ese trayecto, sola, sin nadie. Esa misma mañana observó el pequeño televisor en su pequeño salón, y el primer canal había transmitido las campañas de los candidatos para elegir el nuevo presidente.No quisó darle importancia…no debía pensar en nadie más. Sólo en su embarazo.Con su bata blanca y un pequeño suéter tejido se sentó, y volvió a acariciar su barriga. Sólo se había ido a hacerse un chequeo a los cinco meses de gestación. Y le dijeron lo que nunca había imaginado: esperaba dos bebés.¿Cómo podía criar a dos hijos…sola? Volvió su mirada una vez más hacia el televisor y no encontró más que caras desconocidas y gente apoyando a sus candidatos preferidos.La pregunta era: ¿El padre de sus hijos…?Las sombras de sus ojos se oscurecieron cuando se dio cuenta que estaba pensándolo, y sin medir otro segundo, negó con la cabeza. Quiso sentir que estaba sólo sensible por el tan avanzado embarazo que hasta incluso, no se había dado cuenta que ahí estaba él, frente a ella, pero detrás de una pantalla…Se levantó y se arqueó hacia adelante, tocando el comienzo de su vientre al sentir que el punzante dolor en sus piernas, útero y barriga explotaban de una manera descomunal y enfermiza.Cayó al suelo.—Dios —llevó los dedos hacia su pierna y…—. Dios mío —jadeó.Sus gritos de dolor una vez se tumbó en el suelo fueron oídos por Ronalda, la vieja dueña del edificio.Y ahora, es la única en el mundo que se ha apiadado de ella para que trajera al mundo a esos dos niños.—¡Puja, Clara! ¡Puja ahora mismo!—¡Te lo ruego! —llora, incapaz de contenerse por el dolor. Toma sus piernas, y ella misma se clava las uñas en sus muslos—. No puedo más, no puedo más —repite, cansada y con la basta necesidad de implorar al cielo que ésta agonía se acabe. ¿Cuánta más agonía tendría que sufrir?—Clara, veo su cabeza. La veo, linda. Sólo sigue así.Los ojos de Ronalda se iluminan y no puede oír otra cosa más porque…otra voz se alza entre ambas.—¡Clara!Oye su nombre entre las paredes curtidas por sus gritos, sus llantos y su sudor.Abre los ojos de golpe cuando la nota, cuando nota a la última mujer que aparecería en su vida. Las manos se congelan en su sitio y también su corazón. El jadeo que sale desde su garganta se desgarra con el llanto perpetuado sin consideración.—Virginia —solloza. Y ésta nueva mujer se arrodilla ante ambas para tomar su mano—. Virginia, estás aquí.—¿¡Por qué no nos dijiste nada?! ¿¡Por qué…?! —exaspera Virginia con lágrimas en los ojos—. ¿Por qué no le dijiste nada a Ryan…? —Virginia observa su estado, llena de sangre, débil y moribunda.—Porque me amenazaron —su garganta está seca cada vez que abre la boca. Con vigor toma las fuerza necesarias—, me mostraron un audio donde él decía que no quería volver a verme más, y era su voz…—Es mentira. Él no pudo ser. Clara, te mintieron porque él…está como un loco buscándote. Cree que algo te paso. ¡Te creemos muerta! ¡Él te cree muerta!—¡No le creo! —exclama Clara, adolorida por cada tirón de los músculos, por cada recuerdo. Tiembla por el otro empujón—. Me mintió, me echó a la borda porque no quería tener escándalos. ¡Así lo oí yo misma!—Clara...—¡Señorita, empuje! No hable más —Ronalda le da unas palmadas en la pierna para que continue ejerciendo presión y el desgarro de su voz es fatal. Cree que no será fuerte.Pero toma sus muslos y grita lo tanto que puede. Una vez más, el sonido de algo que estalla en el cuarto sucio, mugriento y desbaratado es capaz de iluminarlo, entre los sonidos de los perros ladrando y sus propios lloriqueos.Es la voz de un bebé.—¡No hemos terminado! —Ronalda exclama—. ¡Falta un niño!—¡No puedo más! ¡No puedo más! —su voz se ahoga pero aún así su cuerpo responde y su propia mente también. su respiración entrecortada sale desde lo más profundo de la garganta—. Vamos, vamos. ¡Sácalo…!—¡Ya estás a punto!Las manos de Virginia están en su frente, mientras observa el alrededor con susto, llena de pánico. El sonido de los perros hacen que el escenario grite miedo y miseria.—¡Clara, puja!Y así lo hace porque su determinación nubla todo su cuerpo y su mente. Las ganas que tiene por recuperar su estabilidad, oír a su primer hijo y saciar esta desventura la hacen enfriar la mente y puja.—Vamos, vamos —dice Virginia.Toma aire, el dolor parece que la quebrará en dos pero vuelve a pujar.Y cae al piso, jadeando como si se le hubiera rasgado la voz, sudando, con apenas sus piernas llenas de sangre y el mundo a su alrededor desvaneciéndose.—Una niña —exclama Ronalda—. Es una niña.Está demasiado aturdida por todo lo que ocurre, pero de un momento a otro siente a sus dos hijos en su regazo. Y rompe a llorar, tanto, que ni siquiera dar a luz se compara con el dolor que siente ahora mismo.—Mis bebés —enfatiza a través de su llanto—. Mis niños…—Clara —Virginia la mira con fijeza—. ¿Son los hijos de Ryan?Alzas sus ojos para verla. Asiente con un llanto.—Son suyos. Pero son más míos —contesta.—Es hora de limpiar todo esto —Ronalda se alza del suelo.Virginia también y ambas le quitan a los niños.—¿Clara? —repite Virginia.—¡¿Clara?! —exclama Ronalda con susto.El miedo se hace realidad: parece que no respira, que no suspira ni abre los ojos.—¡Dios mío! —exclama Ronalda, sosteniendo al varón sobre sus brazos para arrodillarse y tocarla—. ¡Se ha desmayado!—¿Está muerta? —menciona Virginia.—No lo está, no…—Ronalda comienza a balbucear. Pero su voz se queda en su garganta cuando, de repente, Virginia toma a la niña entre sus brazos y se levanta, acurrucando en una manta a la niña —¿Señorita? —pregunta Ronalda, confundida. Su alarma se dispara cuando observa que Virginia está alejándose de ambas—¿A dónde va?—Clara está muerta —enfatiza Virginia, observando a la niña recién nacida entre sus brazos. Sus gimoteos poco a poco se calman, y su cuerpo, ligeramente bañado en sangre, está manchado su blusón blanco.Entonces alza su mirada hacia Ronalda, y ordena, con la voz más fría que Ronalda pudo haber escuchado en su vida—Cuando se despierte, le dirás que su hija murió.Ronalda se calla de golpe. Ve los billetes frente suyo.—Lo harás, o sino yo misma me encargaré de que la muerta sea otra —Virgina ve sobre su hombro—, ni una palabra a nadie. Esta mujer no existe, y ese niño tampoco. Y esta niña menos, porque está muerta. Y ellos también. Llévatelos lejos de esta ciudad, y nunca más dejes que regreses.Ronalda retrocede, asustada, cargando al niño.Virginia baja la mirada y sonríe a la niña.—Vámonos, mi amor —susurra—. Mamá ahora estará contigo…y le diremos a tu padre…y formaremos una familia...estaremos unidos por siempre —verla de esa forma produce en Ronalda lo mismo que ver el mayor terror de uno mismo haciéndose realidad, porque Virginia mantiene a la niña entre sus brazos y le habla tal cual fuese su madre. Vuelve a mirarla y le lanza esa bestial ojeada que es capaz de hacerla congelar en su sitio—. Te encargarás de llevartéla lejos de aquí y nunca más vas a aparecer. ¿Entendiste?Congelada en su sitio, Ronalda asiente.—La dan por muerta, la creen una loca —deja saber Virgina cuando observa a Clara desmayada a solo unos pasos. Sonríe y luego vuelve sus ojos rasgados hacia la bebé—, nadie la extrañará.Y así sin más, desaparece del lugar, llevando consigo la verdad y dejando a Ronalda en la mentira.Ronalda siente su cuerpo frío pero se apresura hacia Clara minutos después de que sale del aturdimiento, con los billetes en sus manos. Se los guarda de inmediato cuando, de repente, hay un jadeo que viene desde su sitio. Sale disparada hacia ella.—Mis bebés —y es lo primero que menciona Clara, aturdida, abriendo los ojos—. ¡Mis bebés!—Aquí tienes a su hijo, Clara —Ronalda se acerca hacia ella para arrodillarse, entregándole a su bebé envuelto en una manta—. Aquí está.Su temblor es innegable cuando puedes sostenerlo.—Eran dos….—expresa Clara, confundida—, yo tuve dos hijos —comienza a temer—, Los tuve aquí conmigo. ¿Dónde está...?Ronalda siente su corazón frío…más que helado.—Tu hija…murió.El golpe sobre su pecho al oírla es lo mismo que caer de cualquier piso alto y estrellarse en el suelo. Tanto la puntada en el vientre y en su pecho hacen que se arquee y se ahogue en su grito.—No —suelta Clara con un jadeo—. ¡No! ¡Mi hija no está muerta! ¡No está muerta! ¡Ella no está muerta!—Calmate, Clara —Ronalda la abraza, sintiendo como sus fuerzas se desvanecen cada vez más, con tanta dolor—¡Mi hija no está muerta…!En el abrazo que Ronalda le da, Clara observa el televisor.Y lo ve. Lo ve en ese lugar, saludando a las personas.Su corazón da un vuelvo, sintiendo como reúne la fuerza para mantenerse cuerda y no perder la cordura."Cuadragésimo tercer presidente de la república.” comienza a escuchar. Su corazón sigue sufriendo cada vez más. "Ryan McGrey."Cuando se da cuenta, el padre de sus hijos y el único culpable de su sufrimiento es el nuevo presidente.—Cuatro años después—Apena da la vuelta en la esquina, juntando papeles que debió haber llevado desde el momento en que colocó un pie en el tribunal, cuando tiene la vaga oportunidad de chocar con alguien que viene en el sentido contrario. Su cuerpo se tambalea por el choque pero sólo unos momentos dura porque se estabiliza al instante. No se enoja al momento, pero el camino que toma para lograr ver a quien enfrenta hace la vaga sensación que observaba a alguien más, pero no es así. Tan sólo es un hombre más. —Discúlpame —oye al hombre, quien recoge sus papeles—. Esta ciudad es un caos, así que perdoname. —Descuide —toma Clara los papeles devuelta a su vez que mira alrededor y al reloj del edificio. Abre los ojos con impresión—. ¡Descuide, en serio! Pero tengo que irme. —Oye, pero- Sin embargo, no lo deja continuar porque sus zapatos resuenan cuando pasa la calle atestada de la ciudad y advierte el edificio que alberga las dos cámaras del congreso frente a sus ojos. No ha llegad
—¿¡Clara?! ¿¡Estás loca?! Le advierte devuelta Martin cuando dura un momento fija en las personas que siguen transitando en la recepción. Pasa el teléfono hacia la otra oreja. —Tienes los contactos necesarios para entrar a la secretaría nacional —responde, sin dejar de ver con fijeza la misma puerta en la que salen la mayoría de personas. Observa su carnet y suspira. Ya no es Clara Salvatore, sino Clara D'Alessio. Además, no sabe porqué razón Martin está tan alterado. Trabaja en la secretaría del estado en la capital del país hace un año ya, y es fácil para ella comprender el movimiento. Es una de las secretarias del director del departamento de defensa. Su idea es bastante sencilla, y por los momentos, su única condición es subir de puesto. Cuatro años. Cuatro años donde los McGrey y su familia creen que está muerta. El presidente es el padre de sus hijos y aún así, por lo que está enterada, ya tiene una familia. Sin embargo, no sabe quién es su esposa y mucho menos le interesa.
Las puntadas que recorren su brazo una vez siente el ardor, el escozor de la sangre que mancha su blusa y se desborda por su piel, comienza a pasarle factura conforme es guiada.Las voces se aglomeran en su entendimiento, mientras los pasos se vuelven torpes y el bullicio, al igual que los disparos, se apoderan del alrededor. No basta simplemente con ser muy inteligente para saber que un infierno se ha desatado, y siendo el peor de los casos, recibió un disparo justo en el brazo. Sus posibilidades de sobrevivir son casi nulas si cualquiera se gira a verla, desprendiéndose el líquido rojo de su cuerpo, tratando de caminar lo más lejos posible y decirle a su propia mente que no va a estar completamente segura de morir sin antes haber cumplido su meta y de haber dado las buenas noches a su hijo que espera en casa. Es inevitable que no sienta como su vida sigue desvaneciéndose por la debilidad. Aprieta la herida con la mano, pero en vano, sigue perdiendo sangre. Sus ojos comienzan a sen
Mientras Clara se da cuenta que el lugar donde está es nada más ni nada menos que la oficina oval, traga saliva, comprendiendo que el hombre frente a ustedes dos es Ryan McGrey, el presidente y el hombre más rico e importante de todo un país entero.Juliete incluso siente la tensión con la que éste hombre se presenta, pero lo hace a solas y el guardia se pone en posición de saludo cuando lo ve entrar. Viste un traje de dos piezas pero no está interesada en él, sino en su expresión: fría, oscura.—Necesito hablar con ésta mujer a solas.—Señor, es necesario que guarde reposo porque recibió-—Cinco minutos —interrumpe el señor presidente, sin dejar de verla—, en cinco minutos volverán. Tanto el guardia y Julieta se observan, y asienten, sin ya nada qué decir, por ende, salen de la oficina antes de que el presidente incluso parpadee. La tensión que la recorre entera es abismal y no hay nada en esta vida que puede disipar todos los pensamientos que Clara tiene ahora y que ni siquiera va
Clara necesita respirar para que su vida no se desmorone por completo, y vea que delante de sus ojos hay una niña que la mira con unos hermosos ojos ámbar que la hacen creer de algo que no puede ser cierto. Por un pequeño instante su mente colapsa, y son casi unos segundos donde no puede admirar otra cosa que ésta hermosa niña delante de sus ojos. Incluso puede creer que ha visto un ángel, que ha venido a buscarla porque no sobrevivió a la herida y su vida acabó de la forma más trágica. Pero no puede permitirse creer de esta manera cuando en realidad su vida está en peligro de todas formas.Pero de pronto balbucea, y tiene que apartar la mirada de la pequeña de pie al lado suyo mientras oye que Julieta le indica al Fabio que abra la puerta conforme avanzan hacia él. Y así Febo lo hace. Una vez Clara nota que está a punto de entrar al carro, tiene que girar hacia atrás, por última vez, una última vez que dolerá desde el instante que salga de este sitio y lo que creía que era lo corre
Esto debe ser quizás la peor manera de reaparecer después de tantos años muerta, y antes de poder escuchar lo que las noticias tienen que decir sobre el atentado contra el presidente hace horas en la mañanas como “Breaking News,” jala la cortina azul y dejar salir un aliento seco que desgarra su garganta. La enfermera delante de ella también se queda impresionada pero continúa escribiendo cuando vuelve a verla. —Señorita, ¿Cuál es que era su nombre? Pero Clara no va a contestar si es que de eso se trata de que no la conozca ahora como la amante de un hombre como él. ¿¡De dónde diablos salió ese rumor?! Alza la mirada hacia la enfermera para sonreírle. —No se preocupe. Yo esperaré a salir de aquí —medita un poco para ver si es capaz de decir otra cosa. Lo consigue—, pero quiero que le diga a la señorita Julieta que si puede venir… —¿Julieta? ¡Oh, sí! Por supuesto —la enfermera carraspea, tapando el lapicero y dando un paso hacia atrás—, de inmediato la llamó. Cuando se da cuenta q
—Virginia —Clara pronuncia su nombre, sin entenderlo. Ésta actitud, inesperada y tan distante, es para Clara como una daga en su corazón. Virginia Edevane fue una de sus mejores amigas de la infancia, y luego de su adolescencia. Incluso estuvo ahí cuando fue acusada injustamente por los McGrey. Y no pareció molesta cuando Clara le expresó lo tan contenta que estaba por casarse con Ryan. “—Estoy tan feliz por ti —había dicho Virginia al saber la noticia—, estoy realmente muy feliz." Y Clara la había abrazado con fuerza. “—Gracias por estar a mi lado —le había susurrado con sinceridad—, eres de las pocas personas que considero mi amiga, mi hermana. Te quiero, Virginia.” “—También te aprecio como la hermana que nunca tuve, Clara.” Se había enterado después por Martin que de hecho, las familias de Virginia y de Ryan eran tan amigas hasta el punto de comprometerlos desde niños, pero ni siquiera lo sabía y jamás Virginia mostró índice de reproches contra ella. Entonces…¿Virginia estaba
Nunca antes había visto a Ronalda tan pálida como en estos momentos, porque siempre la creyó una mujer por caracterizarse ajena a los miedos o al terror del mundo. Mantener la cabeza fría se lo debe a ésta mujer enfrente suyo que sólo observa las noticias como si el mundo se hubiese acabado, como si se estuviera acabando. No sólo la palidez inunda a Ronalda porque antes de mencionar algo más, Clara da unos pasos mientras todavía el nombre de Virginia está plasmado en su mente. —Ronalda, explícame —pide Clara, entre la sorpresa y la preocupación—. ¿Por qué has mencionado el nombre de Virginia…?—¡No! —y Ronalda comienza a limpiarse las manos con el vestido que lleva puesto, expresando esa rotunda negativa tal cual viese a un espanto frente a sus ojos—. ¡No! No, no. Escuchaste mal, querida. Yo no mencioné nada. ¿De qué hablas?—Nombraste una mujer que conozco. ¡¿Cómo me dices que no dijiste nada?! ¡¿Por qué dices que van a matarte?! ¿Quién va a matarte?—Es un error lo que digo y lo e