—¡¿Embarazada?! Por Dios —Clara parece bastante impresionada, casi con los ojos desorbitando ya fuera de sus cuencas y comienza a caminar otra vez hacia donde antes se encontraba. Se sienta. Luego se levanta. Y vuelve a sentarse. —¡Julieta! —Oye, oye. Calma. Todo está bien, es que tienes los síntomas y si me dices que no has tenido tu mestruación, tengo que dudar. Escucha —Julieta toma sus manos—, vamos hacer un examen de sangre y luego una ecografía de una vez, si me dices que es de hace un mes que no ves tu período ese niño —se ríe Julieta—, puede estar creciendo y tú ni siquiera lo sabes. —Ah, Dios mío —Clara une las manos delante de sus labios—, dios Mío. Julieta, tengo que salir de ésta duda. —Vayamos de inmediato al hospital. —De acuerdo, eh, dejaré a los niños con Emily y luego —balbucea Clara mientras toma su cartera—, y por Dios, no le digas nada a Ryan, no hasta que estemos bastante seguras. —No te preocupes. Pero hoy mismo salimos de esa duda. Clara se siente d
Ryan se queda en silencio unos segundos. Segundos donde cree que cada palabra que sale de Clara pertenece a un sueño y por lo tanto, está soñando y no deambulando en la realidad. Su mirada cambia por completo, sus cejas se doblan en la impresión y Clara por fin nota un gesto que cubre el pasmo de Ryan: sus ojos comienzan a inundarse de lágrimas.—¿Qué has dicho…?Cuando Clara se lleva la mano a su vientre, da unos cuantos pasos para llegar hasta él, y como si nunca antes hubiese experimentado el toque de sus manos contra las suyas, esa mirada que siempre la volvió loca y el tono de su voz que la vuelve una tonta, busca una de sus manos, también busca su mirada y encierra en su palma la mejilla de Ryan. Coloca la mano de Ryan en su vientre.—Vamos a ser padres…—murmura Clara en este mundo que sólo le pertenece a ellos. Donde ya no existe más el odio, ni la guerra, ni los secretos. Sólo ésta vida repleta de amor que nunca se acabó entre ellos. No quiere llorar así que pese a que sus l
——Ocho meses antes—— Todavía recuerda lo impactada que estaba cuando escuchó nuevamente la propuesta de matrimonio de Ryan: saltó de la cama y lo tumbó mientras lo abrazaba y le decía una y mil veces: —¡Sí! ¡Sí quiero ser tu esposa! ¡Acepto ser tu esposa! ¡Sí quiero! Decía entre lágrimas junto a los mellizos que de una vez volvieron a saltar en la cama y ,de esa manera, volver su vida una dicha mucho más grande, más de lo que era. Lo que sucedió en todo su embarazo fue exactamente lo mismo que con los mellizos. La diferencia: ahora tenía a Ryan a su lado las 24 horas del día cuando podía ya que todavía siguieron la disconformidad de la gente desde que se hizo público el informe de la familia McGrey, porque el escándalo salpicó a la casa presidencial, el gobierno de Ryan y los negocios de Román, y durante meses estuvieron los dos hermanos enfrentándose cara a cara con los negocios sucios de Peter que llevó casi a la ruina la compañía de la familia McGrey: una franquicia de servicio
Son niños: los gemelos son dos hermosos niños. Clara dio a luz en el hospital central. Fue cesárea aquella vez. Pesaron tres kilos cada uno y todavía no comprende cómo fue que esos tan gordos bebés preciosos crecían dentro de ella. Una nación estaba bastante pendiente por el nacimiento de los gemelos del presidente, al igual que Reino Unido lo estaba con sus descendientes a la corona, o así lo sentía Clara cuando vió a mucha gente rodeando la casa presidencial para saludar a la próxima primera dama con sus recién nacidos. Las cosas se apaciguaron, y ahora se encuentran en casa después de un largo día extenuante. Ryan siempre se la mantiene ocupado en sus obligaciones pero prometió que estaría al lado de su mujer para cuidar a los cuatro niños que ahora rondaban por la casa. En estos momentos, tan sólo con una bata y siendo las 3:00AM, Clara sigue meciendo al único gemelo que no se ha dormido frente a su corral. —Calma, mi amor. Calma…—susurra Clara al sostener a tan hermoso niño
—¡Tiene que pujar, señorita! ¡Ambos niños van a morir!El sudor recorre su frente como si no hubiese más nada en este mundo aparte del dolor que siente sus entrañas, el mismo dolor que alguna vez creyó que no sería capaz de soportar pero que ahora mismo, es lo único que la mantiene consciente entre la vida y la muerte. —¡Por Dios! —sus gritos son desgarradores. Sus ojos están rojos por la incapacidad de cubrir con terneza la situación que se ha presentado de repente, sin tiempo para poder pensar en las consecuencias. El sudor inunda su frente y los mechones de su cabello están adheridos a las mejillas, sien y cuello. Las venas de su frente se marcan con cada dolor y una descarga de tortura hace que se arquee, gritando de dolor—. ¡No puedo más…! —¡Señorita! Tiene que pujar, veo la cabeza del primer niño —advierte la partera, quien no es más que la señora dueña de este lugar moribundo, pobre y descuidado. Está dando a luz en un edificio menestero en un barrio pobre de la ciudad. Cuan
—Cuatro años después—Apena da la vuelta en la esquina, juntando papeles que debió haber llevado desde el momento en que colocó un pie en el tribunal, cuando tiene la vaga oportunidad de chocar con alguien que viene en el sentido contrario. Su cuerpo se tambalea por el choque pero sólo unos momentos dura porque se estabiliza al instante. No se enoja al momento, pero el camino que toma para lograr ver a quien enfrenta hace la vaga sensación que observaba a alguien más, pero no es así. Tan sólo es un hombre más. —Discúlpame —oye al hombre, quien recoge sus papeles—. Esta ciudad es un caos, así que perdoname. —Descuide —toma Clara los papeles devuelta a su vez que mira alrededor y al reloj del edificio. Abre los ojos con impresión—. ¡Descuide, en serio! Pero tengo que irme. —Oye, pero- Sin embargo, no lo deja continuar porque sus zapatos resuenan cuando pasa la calle atestada de la ciudad y advierte el edificio que alberga las dos cámaras del congreso frente a sus ojos. No ha llegad
—¿¡Clara?! ¿¡Estás loca?! Le advierte devuelta Martin cuando dura un momento fija en las personas que siguen transitando en la recepción. Pasa el teléfono hacia la otra oreja. —Tienes los contactos necesarios para entrar a la secretaría nacional —responde, sin dejar de ver con fijeza la misma puerta en la que salen la mayoría de personas. Observa su carnet y suspira. Ya no es Clara Salvatore, sino Clara D'Alessio. Además, no sabe porqué razón Martin está tan alterado. Trabaja en la secretaría del estado en la capital del país hace un año ya, y es fácil para ella comprender el movimiento. Es una de las secretarias del director del departamento de defensa. Su idea es bastante sencilla, y por los momentos, su única condición es subir de puesto. Cuatro años. Cuatro años donde los McGrey y su familia creen que está muerta. El presidente es el padre de sus hijos y aún así, por lo que está enterada, ya tiene una familia. Sin embargo, no sabe quién es su esposa y mucho menos le interesa.
Las puntadas que recorren su brazo una vez siente el ardor, el escozor de la sangre que mancha su blusa y se desborda por su piel, comienza a pasarle factura conforme es guiada.Las voces se aglomeran en su entendimiento, mientras los pasos se vuelven torpes y el bullicio, al igual que los disparos, se apoderan del alrededor. No basta simplemente con ser muy inteligente para saber que un infierno se ha desatado, y siendo el peor de los casos, recibió un disparo justo en el brazo. Sus posibilidades de sobrevivir son casi nulas si cualquiera se gira a verla, desprendiéndose el líquido rojo de su cuerpo, tratando de caminar lo más lejos posible y decirle a su propia mente que no va a estar completamente segura de morir sin antes haber cumplido su meta y de haber dado las buenas noches a su hijo que espera en casa. Es inevitable que no sienta como su vida sigue desvaneciéndose por la debilidad. Aprieta la herida con la mano, pero en vano, sigue perdiendo sangre. Sus ojos comienzan a sen