3. Señor presidente

—¿¡Clara?! ¿¡Estás loca?!

Le advierte devuelta Martin cuando dura un momento fija en las personas que siguen transitando en la recepción. Pasa el teléfono hacia la otra oreja.

—Tienes los contactos necesarios para entrar a la secretaría nacional —responde, sin dejar de ver con fijeza la misma puerta en la que salen la mayoría de personas. Observa su carnet y suspira. Ya no es Clara Salvatore, sino Clara D'Alessio. Además, no sabe porqué razón Martin está tan alterado.

Trabaja en la secretaría del estado en la capital del país hace un año ya, y es fácil para ella comprender el movimiento. Es una de las secretarias del director del departamento de defensa. Su idea es bastante sencilla, y por los momentos, su única condición es subir de puesto.

Cuatro años. Cuatro años donde los McGrey y su familia creen que está muerta. El presidente es el padre de sus hijos y aún así, por lo que está enterada, ya tiene una familia. Sin embargo, no sabe quién es su esposa y mucho menos le interesa.

Sólo un plan: reunir las pruebas necesarias para hundir a la familia McGrey de corrupción y de difamación, y a su paso, hundir al presidente del país. Consigo, también a los Salvatore.

Tan sólo espera la llegada de su jefe, que en cualquier momento entrará por esa puerta y estará lista para comenzar tanto con su trabajo como investigar lo que por años se ha convertido en la razón para levantarse por las mañanas.

—No sé qué tanto te sorprende —le deja saber en claro lo que piensa a Martin. Se ve en el espejo, y toca su labial rojo con suavidad. Ahora es una mujer que poco llora. Se ha vuelto fría, astuta, leyendo cada gesto de las facciones a su alrededor y conociendo si alguien está jugando sucio con ella o no. Pero eso no quiere decir que haya pérdido el rostro de niña buena porque es lo que la ha ayudado a escalar a donde está—. Necesito seguir, comenzaré a trabajar en cualquier momento.

—Me parece que te estás adelantando mucho —Martin se oye serio del otro lado—. Sí, trabajas para el gobierno, pero trabajar para la posición cercana del presidente es mucho peor.

—Aparte de secretaria, soy abogada, Martin. No me subestimes —se concentra en las caras conocidas y sonríe. Se da la vuelta a su carnet y se levanta. Existe mucha más gente que trabaja para el jefe del departamento de defensa aparte de ella, y ve que ya se dirigen hacia las oficinas. El trabajo es recibir a su jefe y comenzar el día con el conocimiento que depara para esa jornada y los acontecimientos del país en el ámbito de los crímenes. Ve su reloj—, voy a colgar.

—Clara —Martin la detiene, lo que hace que arrugue el ceño y alce las cejas—, aún falta mucho para acusar…

—Tengo lo necesario guardado en una carpeta. Lo único que estoy esperando es tener el momento necesario para cobrarlas —dice, caminando—. Es hora de que, con mucho pesar, este país sepa la clase de gobierno que eligió. Igual tengo que buscar a los periodistas que publicarán los informes.

—De todas maneras, hay que estar preparados para salir del país. Nunca sabremos…

—No huiré como una cobarde —su voz es fuerte una vez enfrenta a Martin—. Te dejo. Dale un beso a Liam y dile a Ronalda que no me espere despierta.

Y cuelga sin más.

No deja que el tono preocupado de Martin afecte su rostro, porque al fin y al cabo, pertenece a una de las familias con más renombre del país, que se caracterizan por mantener siempre en alto su rostro, pese a que no sea considerada ahora una Salvatore.

—Señora D'Alessio —oye Clara a su lado y sólo gira sus ojos hacia el llamado, sin mover la cabeza—. Todo listo como pidió, aunque el señor secretario estará aquí en unos poco minutos. ¿Quieres que algo más sea buscado?

Vuelve sus ojos hacia la entrada, ya ve los carros negros acercándose entre la vista que ahora parece deleitarte. Le niega a Danielle, la mujer que está a su lado, un poco más joven que ella, del departamento de administración.

—Deniego. Lo único que quiero ahora son los papeles que tiene que firmar el señor Robinson —le deja saber, mientras le entrega la carpeta. La señala—. Aquí están todos los reportes que el departamento de defensa tiene que evaluar, mientras los llevas me quedaré aquí, esperando al secretario.

—Como ordene, señora —Danielle le sonríe y se da la vuelta.

Una vez la pierde de vista, observa su télefono.

9:46AM.

Se acomoda el cabello negro que cae por su hombro y se acerca hacia el círculo de hombres que una vez al verla, saludan sin distinción.

—Espero se preparen en la puerta —señala la entrada rodeada apenas por vidrios transparentes que dejan ver el trajín que comienza desde la parte de afuera. La astucia en sus ojos comprende que, tarde o temprano, no sólo el secretario llegará.

—Supongo, señora, que estará bien que se rodee el carro del secretario —uno de los guardias de seguridad se abre entre los demás para dar a entender que falta un poco más para salir.

Asiente.

—Por supuesto —Clara stá de acuerdo y fija la mirada en la mujer que se tropieza con alguno de ellos, que usa lente y trae una gran carpeta que llama su atención—. Saben qué hacer —deja saber a los hombres.

Cuando vuelve la vista hacia ella, la sostiene del hombro y sonríe.

—¿Qué sucede, Amalia? ¿Por qué tanta prisa?

—¡Señora D'Alessio! —la nueva mujer enfrente de Clara lleva gafas grandes, cabello corto hasta los hombros y un flequillo desordenado al igual que sus ideas, por lo que ve. No obstante, continúa viéndola con una sonrisa—. El senado quiere que el secretario parta de inmediato mañana mismo a reunirse con el jefe de la policía nacional, para el desfile del nombramiento de coroneles y generales.

—Oh, bueno. Eso no es un problema. Yo me encargaré de las citas del señor Robinson. Ahora vuelve a tu trabajo antes de que esto se vuelva un caos. Te esperaré allá en la oficina.

Amalia desaparece. Y oye por el altavoz del auricular el llamado del jefe de guardia de seguridad del secretario que ya es hora de que lo espere. Confirma mientras se apresura hacia la entrada.

—¿Cerca de la entrada? —le pregunta el jefe de seguridad.

—Sí, ya casi —y Clara sale de hacia la entrada. Varios periodistas ya están en la espera de la llegada del secretario, como un montón de policías. Lo común en estos casos. Recupera el aliento—. Atentos —cuelga.

Clara mira detrás de su hombro para encontrar el carro blindado de negro que ya se acerca, como muchos otros más. Se arregla sublazer negro. Será la primera en recibir al secretario una vez salga del carro y se haga paso entre la gente. Ve el reloj. La hora exacta se aproxima.

Aparte de ese carro, se consiguen otros muchos que bajan por la calle y giran hacia el edificio. Está atenta y sin mover ningún gesto.

Cuando la camioneta frena delante de todos comienzan los micrófonos de los periodistas a estirarse lo tanto que puedan, y las cámaras de los flashes empiezan a protagonizar un poco su vista. Vuelve la mirada y asiente a los de seguridad para que estén atentos.

Sin embargo, hay algo que la deja pensando y es que no es el mismo equipo del secretario quienes rodean la camioneta para estar atento y abrir la puerta. Aún así se acerca.

Gira hacia el edificio, la mayoría consigue estar atento al igual que ella, pero mantiene el rostro frío.

Y…pierde las fuerzas.

El rostro que ve no pertenece a las capas arrugadas del secretario de defensa Wilson Robinson que ha visto cada día desde hace meses y se había vuelto costumbre en su vida.

No: y saberlo es peor para Clara porque se congela en su sitio.

—¡Presidente! ¿Cómo van las negociaciones con China?

—¡Señor presidente! ¿Usted sabe del rumor que hay en oriente sobre una nueva guerra?

—¡Presidente! —las voces se oyen con fuerzas y los flashes comienzan de una vez hacia el hombre al que, sin querer, Clara ha ofrecido su mano como muchas otra veces para caminar y rodear a todas estas tropas que impiden el camino.

Sus ojos son unas entradas abiertas de par en par. No hace falta estar desprevenido para saber que en el rostro de Clara corre la palidez, y el congelamiento que por instantes, le arrebatan cualquier índice de cordura y peor, no tiene escapatoria.

Y no sólo es ella, porque los ojos ámbares, tan nítidos que la observan, son el reflejo de la consternación, la impresión y peor aún, la preocupación.

—¿Clara…?

Su nombre sale de sus labios. El mundo colapsa a su vez, porque no había nada en aquel mundo capaz de hacer que las piernas flaqueen a excepción de aquella voz.

El presidente del país está frente a frente a sus ojos. El padre de sus hijos…su ex-prometido...su…

Sin embargo, todo lo que alguna vez pensó queda a la deriva cuando, sin pensarlo y repentinamente, el sonido de los disparos atraviesan la multitud y todos se agachan al suelo, mientras los hombres de la seguridad nacional encargada de proteger al presidente los toman tanto a él como a Clara y los cubren.

—¡Protejan al presidente!

Clara oye alrededor mientras los disparos se siguen escuchando y los gritos de conmoción arrasan con lo que ocurre.

Cada vez que se encaminan hacia el edificio, siente que el aire va a dejar su cuerpo o la asfixiará, pero Clara está siendo rodeada no sólo por los hombres que disparan de vuelta y cubren, sino por la propia persona que ha venido a cambiar su mundo.

—No te detengas —escucha, de pronto, frente al zumbido que no es capaz de hacerla sentir menos y de hacer algo a menos que quiera perder la vida. Su voz es la perdición ahora para Clara—. Vamos, camina junto a mí.

Y así lo hace, sin detenerse mientras los cubren.

No obstante, es tan rápido cada segundo que ni siquiera siente la bala que llega a su lugar. El jadeo que sale de su boca confirma el horror.

El brazo de Clara se llena de sangre al mismo tiempo que trata de tapar la herida.

Y antes de poder desmayarse o siquiera gritar de dolor, Ryan McGrey la carga entre sus brazos sin siquiera pensar en algo más mientras sus hombres cubren detrás de ambos.

—¡No quiero que nadie se atreva a acercarse a ésta mujer! —y oye su voz exigiendo con fuerza—. ¡Nadie!

Su vida ya no volverá a ser igual.

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