Clara duró un día más en el hospital de Estocolmo antes de subir al avión privado del Ryan junto con un centenar de escoltas y con los mellizos sanos y salvos. Aún debía recuperarse de la herida en la pierna pero no resultó ser nada grave. Volvería a caminar dentro de unas semanas sin ningún problema. Cuando pisaron tierra, Ryan debía continuar con sus deberes y mientras tanto, quien se quedaría a cargo de ella y los niños cuando no estuviera sería Martín.—Ryan me ordenó quedarme aquí —dijo Martin cuando volvieron a verse en la casa presidencial—, porque las sospechas decían que tenían a Sarah aquí-—Por Dios, ¡Mi tía! —Clara trató de levantarse de la cama pero de una vez Martín la detuvo—. ¿¡Dónde está Sarah, Martin?! ¿¡Qué sucedió con…?!—Ella está bien —Martin pudo sentarla y tranquilizar con sus palabras—, Virginia la tenía secuestrada aquí mismo en la capital, y —suspiró—, Grace confesó que es cómplice de Virginia, Clara. Y nos dijo exactamente donde estaba Sarah. —¿Pero está
Estar frente a Virginia una vez más significa recordar todo lo que ha vivido, desde el instante en que puso un pie en el sanatorio y creyó haber muerto, desde que creyó que su hija había muerto, desde que creyó que Ryan la había engañado…Virginia no es la misma mujer que se crió junto a ella hace tanto tiempo atrás. Su mirada está enrojecida, sus pómulos están acentuados y su rostro tiene la misma oscuridad que siempre. La tensión en su cuerpo la siente Ryan y baja la mirada hacia Clara.—Todo saldrá bien —le murmura—, mientras yo esté aquí nadie te hará daño —con ese color ámbar en sus ojos puede perder las fuerzas y tenerlas al mismo tiempo.Clara vuelve la mirada hacia el frente. —Señora Edevane —comienza el abogado—, se le acusa de secuestro de menores, de intentos de homicidios, de falsificación de ADN, de homicio, de complicidad en el complot contra la señora Salvatore, y de agravación física hacia quien la acusa —deja el abogado el papel en el escritorio—, su señoría, me gust
—¡¿Embarazada?! Por Dios —Clara parece bastante impresionada, casi con los ojos desorbitando ya fuera de sus cuencas y comienza a caminar otra vez hacia donde antes se encontraba. Se sienta. Luego se levanta. Y vuelve a sentarse. —¡Julieta! —Oye, oye. Calma. Todo está bien, es que tienes los síntomas y si me dices que no has tenido tu mestruación, tengo que dudar. Escucha —Julieta toma sus manos—, vamos hacer un examen de sangre y luego una ecografía de una vez, si me dices que es de hace un mes que no ves tu período ese niño —se ríe Julieta—, puede estar creciendo y tú ni siquiera lo sabes. —Ah, Dios mío —Clara une las manos delante de sus labios—, dios Mío. Julieta, tengo que salir de ésta duda. —Vayamos de inmediato al hospital. —De acuerdo, eh, dejaré a los niños con Emily y luego —balbucea Clara mientras toma su cartera—, y por Dios, no le digas nada a Ryan, no hasta que estemos bastante seguras. —No te preocupes. Pero hoy mismo salimos de esa duda. Clara se siente d
Ryan se queda en silencio unos segundos. Segundos donde cree que cada palabra que sale de Clara pertenece a un sueño y por lo tanto, está soñando y no deambulando en la realidad. Su mirada cambia por completo, sus cejas se doblan en la impresión y Clara por fin nota un gesto que cubre el pasmo de Ryan: sus ojos comienzan a inundarse de lágrimas.—¿Qué has dicho…?Cuando Clara se lleva la mano a su vientre, da unos cuantos pasos para llegar hasta él, y como si nunca antes hubiese experimentado el toque de sus manos contra las suyas, esa mirada que siempre la volvió loca y el tono de su voz que la vuelve una tonta, busca una de sus manos, también busca su mirada y encierra en su palma la mejilla de Ryan. Coloca la mano de Ryan en su vientre.—Vamos a ser padres…—murmura Clara en este mundo que sólo le pertenece a ellos. Donde ya no existe más el odio, ni la guerra, ni los secretos. Sólo ésta vida repleta de amor que nunca se acabó entre ellos. No quiere llorar así que pese a que sus l
——Ocho meses antes—— Todavía recuerda lo impactada que estaba cuando escuchó nuevamente la propuesta de matrimonio de Ryan: saltó de la cama y lo tumbó mientras lo abrazaba y le decía una y mil veces: —¡Sí! ¡Sí quiero ser tu esposa! ¡Acepto ser tu esposa! ¡Sí quiero! Decía entre lágrimas junto a los mellizos que de una vez volvieron a saltar en la cama y ,de esa manera, volver su vida una dicha mucho más grande, más de lo que era. Lo que sucedió en todo su embarazo fue exactamente lo mismo que con los mellizos. La diferencia: ahora tenía a Ryan a su lado las 24 horas del día cuando podía ya que todavía siguieron la disconformidad de la gente desde que se hizo público el informe de la familia McGrey, porque el escándalo salpicó a la casa presidencial, el gobierno de Ryan y los negocios de Román, y durante meses estuvieron los dos hermanos enfrentándose cara a cara con los negocios sucios de Peter que llevó casi a la ruina la compañía de la familia McGrey: una franquicia de servicio
Son niños: los gemelos son dos hermosos niños. Clara dio a luz en el hospital central. Fue cesárea aquella vez. Pesaron tres kilos cada uno y todavía no comprende cómo fue que esos tan gordos bebés preciosos crecían dentro de ella. Una nación estaba bastante pendiente por el nacimiento de los gemelos del presidente, al igual que Reino Unido lo estaba con sus descendientes a la corona, o así lo sentía Clara cuando vió a mucha gente rodeando la casa presidencial para saludar a la próxima primera dama con sus recién nacidos. Las cosas se apaciguaron, y ahora se encuentran en casa después de un largo día extenuante. Ryan siempre se la mantiene ocupado en sus obligaciones pero prometió que estaría al lado de su mujer para cuidar a los cuatro niños que ahora rondaban por la casa. En estos momentos, tan sólo con una bata y siendo las 3:00AM, Clara sigue meciendo al único gemelo que no se ha dormido frente a su corral. —Calma, mi amor. Calma…—susurra Clara al sostener a tan hermoso niño
—¡Tiene que pujar, señorita! ¡Ambos niños van a morir!El sudor recorre su frente como si no hubiese más nada en este mundo aparte del dolor que siente sus entrañas, el mismo dolor que alguna vez creyó que no sería capaz de soportar pero que ahora mismo, es lo único que la mantiene consciente entre la vida y la muerte. —¡Por Dios! —sus gritos son desgarradores. Sus ojos están rojos por la incapacidad de cubrir con terneza la situación que se ha presentado de repente, sin tiempo para poder pensar en las consecuencias. El sudor inunda su frente y los mechones de su cabello están adheridos a las mejillas, sien y cuello. Las venas de su frente se marcan con cada dolor y una descarga de tortura hace que se arquee, gritando de dolor—. ¡No puedo más…! —¡Señorita! Tiene que pujar, veo la cabeza del primer niño —advierte la partera, quien no es más que la señora dueña de este lugar moribundo, pobre y descuidado. Está dando a luz en un edificio menestero en un barrio pobre de la ciudad. Cuan
—Cuatro años después—Apena da la vuelta en la esquina, juntando papeles que debió haber llevado desde el momento en que colocó un pie en el tribunal, cuando tiene la vaga oportunidad de chocar con alguien que viene en el sentido contrario. Su cuerpo se tambalea por el choque pero sólo unos momentos dura porque se estabiliza al instante. No se enoja al momento, pero el camino que toma para lograr ver a quien enfrenta hace la vaga sensación que observaba a alguien más, pero no es así. Tan sólo es un hombre más. —Discúlpame —oye al hombre, quien recoge sus papeles—. Esta ciudad es un caos, así que perdoname. —Descuide —toma Clara los papeles devuelta a su vez que mira alrededor y al reloj del edificio. Abre los ojos con impresión—. ¡Descuide, en serio! Pero tengo que irme. —Oye, pero- Sin embargo, no lo deja continuar porque sus zapatos resuenan cuando pasa la calle atestada de la ciudad y advierte el edificio que alberga las dos cámaras del congreso frente a sus ojos. No ha llegad