9. Un segundo infierno

Nunca antes había visto a Ronalda tan pálida como en estos momentos, porque siempre la creyó una mujer por caracterizarse ajena a los miedos o al terror del mundo. Mantener la cabeza fría se lo debe a ésta mujer enfrente suyo que sólo observa las noticias como si el mundo se hubiese acabado, como si se estuviera acabando.

No sólo la palidez inunda a Ronalda porque antes de mencionar algo más, Clara da unos pasos mientras todavía el nombre de Virginia está plasmado en su mente.

—Ronalda, explícame —pide Clara, entre la sorpresa y la preocupación—. ¿Por qué has mencionado el nombre de Virginia…?

—¡No! —y Ronalda comienza a limpiarse las manos con el vestido que lleva puesto, expresando esa rotunda negativa tal cual viese a un espanto frente a sus ojos—. ¡No! No, no. Escuchaste mal, querida. Yo no mencioné nada. ¿De qué hablas?

—Nombraste una mujer que conozco. ¡¿Cómo me dices que no dijiste nada?! ¡¿Por qué dices que van a matarte?! ¿Quién va a matarte?

—Es un error lo que digo y lo e
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