5. ¿Mamá?

Mientras Clara se da cuenta que el lugar donde está es nada más ni nada menos que la oficina oval, traga saliva, comprendiendo que el hombre frente a ustedes dos es Ryan McGrey, el presidente y el hombre más rico e importante de todo un país entero.

Juliete incluso siente la tensión con la que éste hombre se presenta, pero lo hace a solas y el guardia se pone en posición de saludo cuando lo ve entrar.

Viste un traje de dos piezas pero no está interesada en él, sino en su expresión: fría, oscura.

—Necesito hablar con ésta mujer a solas.

—Señor, es necesario que guarde reposo porque recibió-

—Cinco minutos —interrumpe el señor presidente, sin dejar de verla—, en cinco minutos volverán.

Tanto el guardia y Julieta se observan, y asienten, sin ya nada qué decir, por ende, salen de la oficina antes de que el presidente incluso parpadee.

La tensión que la recorre entera es abismal y no hay nada en esta vida que puede disipar todos los pensamientos que Clara tiene ahora y que ni siquiera va a lograr controlarlos porque si éste hombre sigue mirándola de la forma en la que lo hace, perderá la cordura por completo, pero por la indiferencia y la frivolidad con la que también devuelve la mirada.

Se pone de pie. Y ya de pie, alza el rostro, suspirando todo el aire necesario para mantener una respiración calmada, una posición rígida y enderezada, y un disfraz en sus gestos que para cualquiera sólo serían de seriedad y neutralidad.

Entonces él, sin esperarlo, se atreve a tomar su cintura antes de que Clara diga algo y se queje, llevándola hacia las cortinas de la suite, en un rincón.

—¿¡Qué está haciendo…?!

—Las cámaras —responde el presidente.

Calla de golpe cuando se da cuenta a lo que se refiere, y sus gestos deben ser anonadados cuando siente la palma de su mano sobre su cintura. Se remueve en su sitio y consigue estar lo más lejos posible de él para alzar el rostro y observar lo que significa estar cara a cara con Ryan McAdams.

—¿Me puede explicar por qué razón estoy aquí…? —su voz lucha para mantenerse firme, sin ningún titubeo. Pero sabe muy bien que teniéndolo tan cerca, va a perder los estribos de tranquilidad.

—¿En serio me lo preguntas…?

Un deje de incredulidad herida sale de sus labios, y el sonido es desgarrador incluso para Clara.

Ryan se lleva la mano hacia la frente y se da la vuelta, buscando las palabras, perdiéndose en su propio mundo, y aprovecha para dejar salir el aire que se acopló dentro de los pulmones pidiendo para que se calme de una vez por todas.

—Clara —pronuncia su nombre ante la tenue luz de la suite presidencial, y niega, incomprendido—, me dijeron…me dijeron que habías muerto.

Su cuerpo pierde un poco el equilibrio cuando lo oye, dejándola incapaz de pronunciar algo. Pero pensándolo bien, había sido lo obvio después de su desaparición, del parto y de la muerte de su hija Sin embargo, no creerá nada de lo que él le diga, y no le causa ningún efecto lo que él pueda decirle…aunque quiera buscar las respuestas de todas las preguntas.

—Clara, estabas muerta. ¿Cómo es posible que…?

—Viva —rezonga, con una expresión vívida en la seriedad—, estoy viva, señor presidente. No entiendo qué tiene qué ver eso con que esté yo aquí.

—¿Por qué actúas como si no me conocieras? —Ryan se acerca hacia Clara para tomar sus brazos, pero el brazo sano de ella lo zanja de una vez buena vez—. Clara, ¿Qué pasó después de que desapareciste…?

—Le diré una cosa, señor presidente —Clara esquiva sus ojos y sus preguntas. No tiene porqué seguir ahí porque esa bala arruinó todos sus planes y esa no había sido la manera de regresar a la vida de los McAdams y a los Salvatore—. Es mejor que yo me vaya.

—No actúes como si no me conocieras —dice Ryan, aunque serio, con voz calmada—. Un segundo creo que estás muerta y al otro estás aquí, delante de mí, viva. ¡Necesito que me expliques…!

—¿¡Explicarle qué?! —grita Clara devuelta, enervada por sus palabras—. ¿¡Explicarle, qué? ¿Qué me ha de importar si me creía muerta o no? ¡No estoy aquí por eso! ¿O sí?

—Basta de este teatro —Ryan se observa ya perdiendo la paciencia, porque su expresión se vuelve fija en la rabia y la confusión—. Me dirás la verdad. Me dirás qué has hecho todos estos años y por qué todo el mundo me dijo que moriste en un incendio de un sanatorio. ¿¡Cómo quieres que esté después de que le he llorado todos estos años a una tumba vacía?!

La reacción de Ryan hace que su comprensión por la verdad de los hechos se vea afectada por todo lo que había pasado hace tantos años. Embarazada en un sanatorio mental, dando a luz en un lugar pobre y lleno de ratas, la muerte de su hija y el renacer como una mujer completamente diferente viene hacia su mente sin ninguna piedad. La expresión de Clara endurece.

—Me interesa un comino lo que usted piense y me interesa menos aún más quien es usted. Deje que me vaya y termine esto de una vez. Debe estar confundiendome con alguien más —expresa Clara, ubicando sus pensamientos fríos en la mente, pese a estar muriendo por dentro.

—¿Confundirte? Reconocería el olor de tu cuerpo a millas de aquí y lo sabes —Ryan masculla, hirviendo de ira—. ¿Por qué dijeron que estabas muerta? ¿Por qué desapareciste? ¿Por qué apareces ahora que…?

—¿Muerta? Sí, estuve muerta —finalmente responde, y el dolor de la herida se intensifica. No le da importancia—, muerta estuve después de que me traicionaste, después de que me abandonaste cuando más te necesité y ¡Después de tratarme como una mentirosa y una traidora! Si alguien me mató ese fuiste tú. ¿Es lo que quieres saber, señor? Apártese de mi lado. ¡Julieta! —grita Clara, pero de una vez Ryan toma su mejilla y hace que lo vea.

—Yo —comienza Ryan, y pasa saliva—, todo eso me lo dijo Enzo, me dijo lo que tu familia quería hacer con la mía, y te nombró a ti como una infiltrada.

—Le creíste —enfatiza Clara con lentitud, moviendo su rostro lejos de su mano—. Eres un maldito, no vuelvas a tocarme.

—Traté de buscarte, de hablar contigo pero-

—Eres un mentiroso. Nunca me buscate. ¡Apártate de mí! —grita Clara.

—¡Pero te llevaron lejos! ¡Todos decían que estabas loca, que habías perdido la razón! ¡Hasta tu propia familia te trató así! Y cuando quise hablar contigo, ya no estabas. Habías desaparecido y el sanatorio se incendió. Todos dijeron que habías muerto.

—¿¡Piensas que voy a creerte?! —la voz de Clara se quiebra pese a que trata de hablar con fuerza, sin importarle lo que éste hombre le diga o trate de hacerle cambiar de opinión. Lo señala—, te advierto algo. Eres el presidente de éste país pero para mí eres el mismo traidor y ambicioso hombre que conocí hace mucho tiempo. Saldré de esta habitación y nunca más me volverás a saber de mí. ¿Estoy muerta? Lo seguiré estando para ti hasta que realmente dejé de respirar. Actuarás como si no me conocieras porque eres un experto en eso. No me vengas ahora con arrepentimientos porque las palabras, escúchame, sólo es m****a cuando ya es demasiado tarde.

—Clara —Ryan es un hombre corpulento, y mucho más alto que ella, porque apenas le llega al pecho, y sus treinta y ocho años indican ya la madurez que todos estos años lo han formado. Su seriedad y su impaciencia se hace notar cuando pronuncia su nombre con severidad, dejando unos escalofríos sobre el cuerpo de Clara—. ¿Acaso no ves que estoy perdiendo la cordura y que saldré de este lugar sabiendo que respiras, que nunca moriste…y que tengo que lidiar con la idea de que has sufrido…?

—No quiero volver a oír que sientes lástima por mí, porque te juro que te haré tragar tus palabras. No necesito tú lástima porque no voy a comer ni vivir de eso —enfrenta Clara la verdad de las palabras y finalmente ve en los ojos de Ryan una sumisión que se quiebran en sus cejas, en esa expresión de dolor que lo hace parpadear una vez la contempla, como si fuese algo que nunca logrará reparar, tocar, admirar como antes…

—Traté de hablarte, de suplicarte que creyeras en mí, pero simplemente me tiraste como si fuera una basura, y nunca más volviste a hablarme —pronuncia Clara estas palabras solo con seriedad. Ya había aprendido a superar todos esos años de sufrimientos y meses llenos de calumnias y sin nadie que estuviera ahí para ayudarla—, ¿Qué crees? —inquiere, calmada—, te agradezco, porque me dejaste ver la verdadera persona que eras.

—Clara, necesitamos hablar. Había tantas pruebas en tu contra que sentí que había sido traicionado por la mujer que más amaba…

—Señor presidente, le pediré, por favor, que se aparte de mí y me haga salir de este lugar porque sospecharán de usted en las cámaras. Además, no estoy interesada en lo que me diga, porque soy una mujer casada y tengo un hijo. Apártese —ordena Clara, tan fuerte para que pueda quedarle claro.

Ryan cambia su expresión de tristeza a una oscura, mientras sus ojos claros se pierden en la sombra que se apodera de su facciones cuando la oye decir lo que acaba de decirle.

—¿Casada? —escupe, fijo en ella—. ¿Estás casada con alguien que no soy yo, Clara?

—Esto no le interesa. Quítese de mi camino.

—¿Quién m****a es ese hombre?

Pero Clara ya rodea su cuerpo, dejándolo la palabra en la boca y buscando lo más posible la puerta de la suite presidencial pero Ryan vuelve arrinconarla en el rincón, haciéndola jadear, pero no es nada del otro mundo que no pueda controlar. Ryan le alza la barbilla.

—¿Te atreves a decirme que estás casada? ¿Que perteneces a otro hombre…?

—¡Me casaría con cualquier hombre antes que contigo! Y menos mal fue así, porque siendo tu prometida lo último que te importó fui yo. No me vuelvas a tocar. Soy una muerta —Clara lo vuelve a esquivar.

—Maldita sea, ¡Clara! —habla Ryan con fuerza, pero ésta lo suficiente fuerte para abrir esa puerta y salir de ahí—. ¡Clara! —vuelve a llamarla, pero se detiene al saber que todo lo que ha construido se verá afectado si sale de aquí, pero luego de ver su cabello zarandeando, suelta otra maldición y tira con fuerza la puerta para ir detrás de ella.

No obstante, ya no vuelven a estar a solas otra vez porque Julieta se levanta y simplemente le dice:

—Iré al hospital, señorita. ¿Puede llevarme?

Y Clara la toma del hombro mientras camina con rapidez hacia la salida, mientras los demás hombres, guardaespaldas en su mayoría, la observan alejarse del lugar hacia el patio para tomar la misma camioneta que ve a las afueras, donde el guardia que la ayudó está allí esperando.

Julieta ni siquiera puede decir algo por lo tan rápido que pasan las cosas, pero hará todo lo que pide Clara sin titubeos.

—Señorita, debe esperar —Julieta la detiene, cuando observan los murmullos de los hombres—. Debemos…

Se para abruptamente cuando los hombres en traje de negro detienen al presidente, que sigue mirandola, desesperado por llegar a Clara, pero ella sólo sigues caminando como si no tuviera un mañana pese a las contradicciones de Julieta.

—¡Señorita!

Y la vida siente que se paraliza por completo.

Una pequeña niña se encamina hacia ambas, sosteniendo un peluche de un oso, con flequillo y cabello largo que cae sobre su espalda. Abraza su peluche con fuerza mientras sigue mirando a Clara con atención.

Sus ojos se abren, estupefacta, mientras la observa.

—¿Mamá…? —y la pregunta de ésta hermosa niña le quita el aliento.

Se queda muda.

Ésta niña…

Es idéntica…A su hijo.

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