La Biblioteca de los Vigilantes, oculta en las profundidades del Bastión, era un lugar que no muchos tenían el privilegio de ver. Se encontraba escondida detrás de una serie de túneles protegidos con runas que repelían a cualquier intruso no autorizado. Incluso para los que tenían acceso, el ambiente del lugar era intimidante. Altos estantes llenos de libros encuadernados en cuero oscuro se alzaban hasta el techo abovedado. Antiguas lámparas de cristal colgaban de cadenas, llenando la estancia con una luz tenue y parpadeante, que apenas lograba disipar las sombras que parecían acechar en cada rincón.
Elyra Meris estaba en su rincón favorito, rodeada de montones de libros abiertos. Sus manos, cubiertas de tinta, hojeaban cuidadosamente un tomo viejo y quebradizo mientras murmuraba palabras en un idioma que nadie en la superficie entendía. Aunque la biblioteca siempre estaba silenciosa, Elyra podía sentir el susurro de la magia fluyendo entre las páginas, un zumbido apenas audible que la conectaba con los secretos que los textos contenían.
A pesar de ser una aprendiz de magia, Elyra había demostrado una afinidad inusual con los artefactos antiguos. Desde que era niña, había sido capaz de sentir la energía que emanaba de los objetos mágicos, como si compartiera un vínculo intrínseco con ellos. Sin embargo, había uno en particular que la mantenía despierta por las noches: el Talismán de Arkenis, un pequeño colgante que guardaba en una caja de cristal reforzado con runas y que estaba escondido bajo llave en una cámara detrás de su escritorio.
El talismán era una joya ovalada de un material oscuro que parecía absorber la luz. Había pertenecido a los Vigilantes durante siglos, pero nadie sabía con exactitud para qué servía. Solo había dos cosas claras: el objeto era peligrosamente poderoso, y respondía únicamente a Elyra.
“Lo siento en mi sangre,” había dicho una vez a Kael cuando él le preguntó por qué se mostraba tan reacia a dejar que alguien más lo estudiara. “Es como si estuviera vivo… como si me estuviera esperando.”
Esa conexión con el talismán había sido tanto una bendición como una carga. Aunque lo mantenía oculto, no podía evitar la sensación de que alguien lo buscaba. Algo lo buscaba.
Elyra levantó la vista de su libro cuando escuchó pasos apresurados en el pasillo exterior. Frunció el ceño, dejando la pluma en el tintero, y se giró hacia la puerta. Era raro que alguien interrumpiera su trabajo, especialmente a esas horas. Cuando la puerta se abrió, apareció un hombre de aspecto desaliñado, envuelto en una capa raída. Sus ojos oscuros tenían un brillo inquietante, y sus movimientos eran nerviosos, como si estuviera constantemente mirando por encima del hombro.
—¿Quién eres? —preguntó Elyra, poniéndose de pie con cautela.
—Un amigo, si decides escucharme. —El hombre alzó las manos, mostrando que no estaba armado. Dejó caer una bolsa de cuero sobre la mesa con un ruido metálico. Elyra no necesitaba abrirla para saber que contenía monedas.
—Esto no es una tienda. —Elyra cruzó los brazos, manteniendo su tono neutral, aunque su mano rozaba el medallón de protección que llevaba colgado al cuello.
—Lo sé, pero esto… —El hombre sacó un pergamino enrollado de su capa y lo colocó frente a ella— es algo que solo tú puedes descifrar.
Elyra estudió al hombre con cautela antes de tomar el pergamino. Su superficie estaba desgastada, con bordes quemados como si hubiera sido rescatado de un incendio. Al desenrollarlo, sintió un hormigueo en las yemas de los dedos, una señal clara de que el objeto estaba impregnado de magia.
—¿De dónde sacaste esto? —preguntó mientras leía las palabras garabateadas en tinta descolorida.
—Eso no importa. —El hombre parecía más inquieto con cada segundo que pasaba—. Lo que importa es que está conectado con algo que viene. Algo que ya se está moviendo bajo la ciudad.
Elyra levantó la mirada con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir?
—El Errante —susurró el hombre, como si pronunciar el nombre pudiera atraerlo—. El mapa lo señala, o eso creo. Pero no soy lo suficientemente loco para confirmarlo por mí mismo.
Elyra sintió un escalofrío. Había oído ese nombre antes, en sus lecturas y en los susurros de los Vigilantes veteranos. “El Errante” era una figura de leyenda, un ser antiguo que, según las historias, dormía en las profundidades de Aerisport, aguardando el momento en que el mundo estuviera lo suficientemente débil para reclamarlo.
El hombre retrocedió hacia la puerta, como si ya hubiera dicho más de lo que debería.
—Cuídalo bien, aprendiz. La advertencia está hecha.
Sin esperar respuesta, desapareció tan rápidamente como había llegado.
Elyra se quedó sola en la sala, con el pergamino todavía en sus manos. El zumbido que había sentido antes en la biblioteca era ahora un rugido sordo en sus oídos. Las palabras en el pergamino parecían bailar ante sus ojos, cambiando de forma cada vez que intentaba enfocarse.
—Esto no puede ser real —murmuró para sí misma.
Pero entonces, sucedió algo que la dejó sin aliento. Una visión, como una ráfaga de imágenes, atravesó su mente. Vio un río subterráneo fluyendo bajo la ciudad, sus aguas negras como la obsidiana. Vio una figura encapuchada caminando entre sombras, y al final, un par de ojos rojos como la sangre que la miraban desde la oscuridad.
Elyra jadeó, soltando el pergamino como si la hubiera quemado. Las imágenes desaparecieron tan rápido como habían llegado, pero el miedo persistió.
Con manos temblorosas, envolvió el pergamino y lo colocó en una caja de madera con cerraduras encantadas. No podía permitir que alguien más lo tocara, no hasta que entendiera lo que significaba.
Esa noche, mientras los ecos de la ciudad se desvanecían en la tranquilidad del Bastión, Elyra se quedó despierta, estudiando el mapa y las notas que había tomado. Las palabras “El Errante” seguían resonando en su mente.
Sabía que algo antiguo y oscuro estaba despertando bajo Aerisport. Y aunque no lo admitiera en voz alta, tenía el terrible presentimiento de que el Talismán de Arkenis estaba relacionado con ello.
Elyra cerró la caja con un chasquido seco, sus dedos temblando al pasar las cerraduras encantadas. Por primera vez en años, sentía que la calma estudiada de la biblioteca no era suficiente para contener la inquietud que la invadía. Se recostó contra la silla, clavando la mirada en el techo abovedado, donde intrincados grabados representaban los símbolos de los Vigilantes.
El silencio parecía pesado, opresivo. Las lámparas de cristal titilaron, proyectando sombras danzantes que, en su nerviosismo, le parecían moverse demasiado rápido. No podía sacudirse la sensación de que algo la observaba, aunque sabía que estaba sola.
Elyra sacudió la cabeza para despejarse y volvió a enfocar su atención en la caja que ahora contenía el pergamino. Su mirada se desvió hacia la cámara detrás de su escritorio, donde el Talismán de Arkenis permanecía resguardado. El artefacto había permanecido inerte durante meses, pero ahora sentía como si vibrara con una energía que no podía ignorar.
—No seas paranoica —se dijo en voz baja. Pero incluso a sus propios oídos, sus palabras sonaban huecas.
Decidida a no quedarse de brazos cruzados, Elyra se levantó y comenzó a recorrer la biblioteca, buscando cualquier libro o registro que mencionara “El Errante”. Mientras sus dedos deslizaban los lomos de los libros, una voz conocida la sobresaltó.
—Estás demasiado tensa, Elyra. Si sigues así, vas a desgastar los estantes.
Elyra giró la cabeza, visiblemente sorprendida, para encontrarse con Kael, apoyado despreocupadamente en el marco de la puerta. Llevaba su habitual expresión entre seria y burlona, con una ceja arqueada.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, tratando de sonar tranquila, aunque sabía que su rostro la traicionaba.
—Podría preguntarte lo mismo. —Kael señaló los libros apilados sobre la mesa—. Estás trabajando demasiado para alguien que se supone que debería estar descansando.
—Alguien tiene que hacerlo. No todos podemos dedicarnos a pasear por callejones oscuros jugando al héroe.
Kael esbozó una sonrisa torcida y cruzó los brazos.
—Bueno, algunos de nosotros hacemos más que leer libros polvorientos. Pero déjame adivinar, encontraste algo interesante, ¿verdad?
Elyra suspiró, sabiendo que no tenía sentido tratar de evitar la conversación. Kael tenía una habilidad molesta para leer entre líneas, una de las razones por las que se había ganado su rango entre los Vigilantes.
—Recibí una visita inesperada. Un hombre me trajo un mapa antiguo… y mencionó algo que podría ser importante.
Kael frunció el ceño, su tono burlón desapareciendo.
—¿Qué clase de mapa?
Elyra se apartó hacia la caja, la abrió con un gesto cuidadoso y le mostró el pergamino. Kael lo tomó con delicadeza, estudiando las marcas que cubrían la superficie.
—¿Esto es sangre seca?
—Probablemente. —Elyra cruzó los brazos, observándolo mientras examinaba el mapa.
Kael trazó las líneas del pergamino con los dedos, su expresión volviéndose sombría.
—Esto… —comenzó, pero luego negó con la cabeza—. No me gusta. Hay algo en esto que me pone los pelos de punta.
—¿Tú también lo sientes? —Elyra preguntó, su tono casi aliviado.
—Definitivamente. —Kael dejó el pergamino sobre la mesa y se apartó, como si necesitara distancia—. ¿Qué más te dijo ese tipo?
Elyra dudó por un momento antes de responder.
—Habló de “El Errante”.
Kael se quedó inmóvil, sus ojos clavados en los de ella.
—Eso no es un nombre que se mencione a la ligera.
—Lo sé. —Elyra dejó escapar un suspiro tembloroso—. Y lo peor es que… creo que está conectado con algo más.
Kael esperó, pero cuando Elyra no continuó, dio un paso adelante.
—¿Con qué, Elyra?
Ella apretó los labios, claramente indecisa. Finalmente, tomó una decisión y se giró hacia la cámara donde guardaba el Talismán.
—Con esto.
Kael la siguió mientras abría la pesada puerta de metal, revelando el objeto en su caja de cristal. La joya oscura brillaba débilmente, pulsando con una luz que parecía respirar.
—Por todos los dioses… —susurró Kael, mirando el artefacto—. ¿Está… vivo?
—No lo sé. —Elyra se acercó lentamente, sus ojos fijos en el talismán—. Pero cada vez que sucede algo extraño en la ciudad, parece responder. Como si estuviera vinculado a todo lo que ocurre.
Kael observó el talismán con una mezcla de fascinación y recelo.
—¿Y qué piensas hacer al respecto?
—Descifrar el mapa. Averiguar qué está despertando bajo la ciudad. —Elyra cerró la cámara con un chasquido y lo miró con determinación—. No podemos ignorarlo, Kael. Si realmente es “El Errante”, debemos estar preparados.
Kael asintió lentamente, aunque su expresión mostraba que no estaba completamente convencido.
—Está bien. Pero no hagas esto sola.
—No planeo hacerlo. —Elyra esbozó una pequeña sonrisa—. Aunque probablemente necesitaré que alguien me cubra cuando decidan que estoy demasiado metida en asuntos peligrosos.
Kael se rió entre dientes y se pasó una mano por el cabello.
—Para eso estoy aquí, ¿no?
Mientras los dos salían de la cámara, Elyra no pudo evitar sentir que algo había cambiado. Había comenzado esa noche creyendo que solo sería otro día más en la biblioteca, pero ahora todo parecía más incierto. Y aunque no lo admitiera en voz alta, sabía que el talismán, el mapa y las visiones eran solo el comienzo de algo mucho más grande.
Aerisport estaba a punto de despertar.
El Mercado Oculto estaba más bullicioso que de costumbre, iluminado por linternas flotantes y adornado con colores vibrantes que contrastaban con la opacidad de las calles superiores de Aerisport. El aire estaba impregnado de especias exóticas y aromas mágicos, mezclados con la música de un laúd encantado que resonaba entre los puestos. Criaturas mágicas y humanos caminaban lado a lado, negociando productos que jamás se encontrarían en la superficie: plumas de grifo, cristales de maná, pociones curativas y libros de hechizos prohibidos.Kael patrullaba entre los puestos con paso decidido, sus ojos recorriendo la multitud en busca de algo fuera de lo común. A pesar de la calma aparente, algo en el ambiente no le parecía del todo correcto. Las criaturas mágicas parecían inquietas, y los mercaderes evitaban mirarlo directamente.Se detuvo junto a un puesto que vendía dagas encantadas, examinando el filo de una mientras intentaba ignorar el creciente zumbido en el fondo de su mente. Era e
La sala del Consejo de los Vigilantes se alzaba en el corazón de la fortaleza, un recinto antiguo construido con piedra oscura y adornado con tapices que representaban gestas olvidadas por el resto del mundo. Aquel lugar siempre olía a pergaminos viejos, cera de vela y la tenue humedad que impregnaba cada rincón de Aerisport.Kael avanzó por el pasillo con pasos firmes, sujetando con fuerza el artefacto envuelto en un paño de terciopelo azul. Lo llevaba pegado al pecho, como si su proximidad pudiera protegerlo de los ojos inquisitivos de los ancianos que lo esperaban en la cámara.Las puertas de madera se abrieron con un chirrido y, al otro lado, los miembros del Consejo estaban sentados en un semicírculo. Ocho figuras vestidas con túnicas de distintos colores, cada uno representando su posición y linaje dentro de la orden. En el centro, Lord Aldric, el más antiguo entre ellos, observaba con mirada severa.—Kael Verran. —Su voz era grave, cada palabra un peso que caía sobre la sala—.
Las llamas de las antorchas apenas lograban iluminar las paredes de piedra, talladas con símbolos que se perdían en la historia. Las sombras danzaban sobre el suelo húmedo, alargándose como espectros que aguardaban en la penumbra.Draven avanzó con paso firme, pero su mirada traicionaba una cautela inusual en él. No era miedo lo que sentía, sino una tensión latente, un presentimiento que se aferraba a su pecho como un anzuelo.El pasadizo subterráneo en el que se encontraba era mucho más antiguo que la ciudad de Aerisport. No había sido construido por humanos, al menos no en la forma en que los humanos de la superficie lo entendían.Y en su profundidad, esperándolo como un depredador paciente, estaba él.El Errante.No era la primera vez que Draven se reunía con aquella figura, pero cada encuentro le recordaba por qué nunca debía bajar la guardia.Unas puertas de piedra tallada se abrieron ante él con un leve crujido, revelando una cámara más grande, donde las sombras parecían más den
La noche en Aerisport traía consigo un velo de misterio y peligro. Las calles adoquinadas, iluminadas apenas por faroles de aceite, parecían más estrechas y opresivas cuando la luz menguaba. Kael caminaba con paso firme, la mano reposando en la empuñadura de su espada, atento a cualquier movimiento en la penumbra.Desde hacía semanas, rumores oscuros circulaban entre los ciudadanos de Aerisport. Personas desapareciendo. Criaturas mágicas esfumándose sin dejar rastro.Y lo peor: no había testigos, ni cuerpos. Solo el silencio y un rastro de incertidumbre.Kael había seguido pistas por toda la ciudad, desde los distritos más pobres hasta los pasillos del Consejo de los Vigilantes, pero cuanto más investigaba, menos respuestas encontraba.Esta noche, sin embargo, tenía un nuevo hilo del que tirar.***La biblioteca oculta de los Vigilantes era un lugar silencioso, repleto de estanterías desbordadas de libros antiguos y pergamin
El acceso a los túneles subterráneos de Aerisport estaba oculto detrás de una vieja herrería abandonada en las afueras del distrito mercantil. Elyra se estremeció al notar cómo la humedad impregnaba las piedras del suelo y el aire se volvía denso con un olor metálico.—Esto es una pésima idea —murmuró Kael mientras deslizaba una daga de su cinturón, preparándose para cualquier cosa.—Lo sé —susurró Elyra, concentrándose en la energía mágica a su alrededor. La oscuridad aquí no era natural. Algo se agitaba en ella, observándolos.El suelo bajo sus pies tembló levemente cuando descendieron por una escalera de piedra en espiral. Kael avanzaba primero, su postura alerta, mientras Elyra iluminaba el camino con un orbe de luz flotante conjurado en su palma.
Draven deslizó el artefacto sobre la mesa de madera gastada. La luz de la lámpara parpadeante proyectaba sombras alargadas sobre su superficie dorada, reflejando las antiguas inscripciones que recorrían su contorno como raíces de un árbol ancestral.Había esperado que el objeto reaccionara de inmediato, que la magia latente en su interior cobrara vida al contacto con su piel. Pero no ocurrió nada.Nada, excepto el eco de su propia respiración en la guarida subterránea.Exhaló con impaciencia y apoyó los codos sobre la mesa. Sus pensamientos estaban enredados, una maraña de dudas que lo inquietaban más de lo que estaba dispuesto a admitir.Esto no estaba saliendo como debía.El E
La niebla cubría Aerisport como un manto inquietante, suavizando los contornos de las altas torres y los puentes de hierro que conectaban la ciudad en una maraña de calles adoquinadas. Los faroles a gas iluminaban las esquinas con una luz parpadeante, como si la ciudad misma respirara, viva y vigilante. Aerisport no era un lugar ordinario. Bajo su bulliciosa superficie de comerciantes y carrozas, existía un mundo oculto, donde lo mágico y lo humano convivían en un frágil equilibrio.Kael Orin caminaba a paso firme por una de las callejuelas, el eco de sus botas resonando en las piedras húmedas. Las sombras parecían seguirlo, estirándose y contrayéndose con cada farol que dejaba atrás. Había patrullado esas mismas calles durante años, pero algo aquella noche era diferente. El aire estaba cargado, espeso, como si algo invisible acechara entre las grietas de la ciudad.A su izquierda, el Mercado Oculto bullía de actividad. Puestos de madera improvisados ofrecían mercancías que no podrían