La niebla cubría Aerisport como un manto inquietante, suavizando los contornos de las altas torres y los puentes de hierro que conectaban la ciudad en una maraña de calles adoquinadas. Los faroles a gas iluminaban las esquinas con una luz parpadeante, como si la ciudad misma respirara, viva y vigilante. Aerisport no era un lugar ordinario. Bajo su bulliciosa superficie de comerciantes y carrozas, existía un mundo oculto, donde lo mágico y lo humano convivían en un frágil equilibrio.
Kael Orin caminaba a paso firme por una de las callejuelas, el eco de sus botas resonando en las piedras húmedas. Las sombras parecían seguirlo, estirándose y contrayéndose con cada farol que dejaba atrás. Había patrullado esas mismas calles durante años, pero algo aquella noche era diferente. El aire estaba cargado, espeso, como si algo invisible acechara entre las grietas de la ciudad.
A su izquierda, el Mercado Oculto bullía de actividad. Puestos de madera improvisados ofrecían mercancías que no podrían encontrarse en ninguna otra parte del mundo: escamas de dragón, cristales que brillaban con una luz interna, dagas encantadas que prometían atravesar cualquier barrera. Kael pasó junto a un vendedor de pociones, quien agitó un frasco burbujeante hacia él. No hizo caso; su objetivo estaba más allá, en las profundidades de la ciudad.
—¡Oye, muchacho! —gritó un anciano encorvado desde un puesto abarrotado de libros polvorientos—. ¿Buscas algo raro esta noche? Tengo mapas de lugares que ni siquiera el Consejo se atreve a nombrar.
Kael ni siquiera giró la cabeza. El anciano se encogió de hombros y volvió a atender a una clienta con ojos dorados que claramente no era humana.
Al salir del mercado, Kael sintió el cambio en el ambiente. La brisa fresca se transformó en un viento helado que arañó su piel, cargado de un olor a azufre y metal quemado. Su mano derecha se movió instintivamente hacia la empuñadura de su espada, un arma forjada con un núcleo de esencia mágica que brillaba débilmente incluso dentro de su vaina.
Un grito cortó el aire, seguido de un rugido gutural. Kael giró en redondo y corrió hacia el sonido. A medida que se adentraba en un callejón oscuro, su mente repasaba el protocolo. Identificar. Neutralizar. Proteger. Siempre en ese orden.
El callejón era estrecho y húmedo, las paredes cubiertas de musgo y hollín. En el centro, una figura alta y encorvada estaba de pie sobre el cuerpo de un hombre, su pecho subiendo y bajando con una respiración errática. Kael desenfundó su espada en un movimiento rápido. La hoja emitió un destello azul, iluminando brevemente la criatura: un licántropo, sus ojos amarillos brillando como faroles en la penumbra.
—Basta —ordenó Kael con una voz firme. El licántropo levantó la cabeza y gruñó, mostrando dientes afilados manchados de sangre.
No había tiempo para hablar. Con un rugido, la criatura se lanzó hacia él. Kael esquivó, su espada trazando un arco perfecto mientras cortaba el aire. El licántropo retrocedió, evaluando a su oponente. Era más grande de lo que esperaba, y su pelaje oscuro estaba salpicado de cicatrices, señales de batallas pasadas.
Kael atacó primero esta vez, moviéndose con precisión calculada. La criatura bloqueó el golpe con una garra, pero el contacto con la espada mágica le arrancó un aullido de dolor. Kael dio un paso atrás, con la respiración pesada, evaluando su siguiente movimiento. No podía dejar que escapara; los licántropos descontrolados no eran comunes, pero cuando lo hacían, las consecuencias eran devastadoras.
De repente, una sombra se movió en la periferia de su visión. Alguien más estaba allí.
—No está solo —murmuró para sí mismo, sus sentidos en alerta máxima.
Un sonido suave, casi imperceptible, llegó desde su derecha. Antes de que pudiera girarse, una figura encapuchada emergió de las sombras y arrojó una pequeña esfera brillante hacia el licántropo. El objeto estalló en una nube de polvo plateado que envolvió a la criatura. El licántropo aulló de nuevo, pero esta vez con un tono más desesperado, y luego se desplomó en el suelo, inconsciente.
Kael apuntó su espada hacia la figura encapuchada, quien levantó las manos en señal de paz.
—Tranquilo, Vigilante. No estoy aquí para causar problemas.
La voz era masculina, baja y cargada de un acento que Kael no reconoció de inmediato.
—¿Quién eres y qué haces aquí? —preguntó Kael, sin bajar la guardia.
—Solo un curioso. —El hombre dio un paso atrás, manteniéndose en las sombras—. Parece que tienes tus manos llenas esta noche.
Kael avanzó un paso, pero el hombre ya estaba retrocediendo hacia un pasaje lateral.
—¡Espera! —Kael corrió tras él, pero cuando llegó a la esquina, el encapuchado había desaparecido, dejando solo el eco de sus pasos.
Frustrado, Kael regresó al callejón. El licántropo seguía inconsciente, pero el hombre que había sido atacado no había tenido tanta suerte. Su cuerpo estaba inmóvil, los ojos abiertos y vacíos mirando al cielo.
Kael apretó la mandíbula. Otra vida perdida. Otro recordatorio de que la paz de Aerisport era precaria, un delicado equilibrio que podía romperse en cualquier momento.
Con un suspiro, limpió su espada y envió una señal mágica al Consejo para que enviaran refuerzos. Mientras esperaba, miró hacia las luces del Mercado Oculto que parpadeaban a la distancia. A pesar de toda su bulliciosa actividad, Aerisport siempre había tenido un aire de tragedia oculta, una ciudad construida sobre secretos que pocos se atrevían a desenterrar.
Y esa noche, Kael no pudo evitar preguntarse cuánto tiempo más podrían mantener todo bajo control.
Kael se arrodilló junto al cuerpo del hombre, sus dedos buscando automáticamente el collar que todos los habitantes de Aerisport portaban, una insignia con el emblema de su distrito. El metal frío estaba manchado de sangre, pero el diseño grabado seguía siendo visible: un círculo cruzado por una estrella. El Distrito del Anillo Dorado. Era una de las zonas más acomodadas de la ciudad.
—¿Qué hacía aquí alguien del Anillo Dorado? —murmuró Kael, observando las ropas del hombre. Eran de buena calidad, demasiado para alguien que frecuentara este barrio. El misterio se sumaba al caos.
De repente, un leve zumbido resonó en el aire, un sonido que solo alguien como Kael podía escuchar. La niebla que había estado cubriendo el callejón pareció moverse con vida propia, arremolinándose y deslizándose hacia un punto específico, como atraída por una fuerza invisible.
Kael se puso de pie de inmediato, su espada todavía en la mano. Observó cómo la niebla formaba espirales en el suelo, justo donde había caído el licántropo. Era un fenómeno que había presenciado antes, pero nunca dejaba de ponerle los pelos de punta. La niebla no era solo una característica atmosférica de Aerisport; era una presencia antigua, un vestigio de la magia que había moldeado la ciudad desde sus cimientos. Y, a veces, actuaba por cuenta propia.
El licántropo, ahora rodeado por la bruma, emitió un gruñido bajo. Sus garras temblaron, como si luchara por recuperar la conciencia. Kael levantó su espada, pero antes de que pudiera actuar, un destello azul se propagó desde el centro del remolino. La criatura se desplomó de nuevo, inmóvil, y la niebla se desvaneció como si nunca hubiera estado allí.
—Definitivamente algo no está bien esta noche —dijo Kael en voz alta, más para sí mismo que para cualquier otro.
Antes de que pudiera reflexionar más, un suave crujido detrás de él lo puso en alerta. Se giró rápidamente, apuntando su espada hacia las sombras. Un hombre joven, delgado y con un uniforme desgastado de los Vigilantes de la Niebla, emergió del callejón con los ojos muy abiertos.
—Capitán Orin —dijo el joven, haciendo una torpe reverencia—. Recibimos su señal.
Kael relajó un poco la postura, pero no del todo. A pesar de ser parte de los Vigilantes, sabía que no podía confiar ciegamente en nadie.
—¿Dónde están los demás? —preguntó Kael, con la voz firme.
—Vienen en camino, señor. Fui el primero en llegar.
Kael asintió, señalando al licántropo con la cabeza.
—Prepárate para transportarlo. Quiero que lo lleven al Bastión y lo mantengan bajo vigilancia estricta. Algo lo descontroló, y quiero saber qué fue.
El joven asintió rápidamente, sacando un conjunto de grilletes de su cinturón. Estos no eran grilletes comunes; estaban encantados para neutralizar a las criaturas mágicas sin causarles daño permanente. Mientras el joven trabajaba, Kael volvió su atención al hombre muerto.
Algo en la escena lo inquietaba. Había demasiadas preguntas: ¿por qué alguien del Anillo Dorado estaba en esta zona? ¿Por qué el licántropo lo había atacado específicamente? Y, más importante, ¿quién era el encapuchado que había intervenido?
—Señor —dijo el joven, interrumpiendo sus pensamientos—, ¿cree que esto tiene que ver con los rumores?
Kael entrecerró los ojos.
—¿Qué rumores?
El joven vaciló, como si temiera haber dicho demasiado.
—Bueno… hay rumores de que algo grande se está moviendo en los túneles. Algunos dicen que han visto criaturas que no deberían estar allí. Y… que alguien está reuniendo a las bandas de licántropos y otras bestias.
Kael apretó los dientes. No era la primera vez que escuchaba esas historias, pero había esperado que fueran solo eso: rumores.
—Por ahora, concéntrate en asegurar al prisionero. Deja los rumores para los historiadores.
El joven bajó la cabeza, claramente avergonzado, y continuó con su tarea.
Kael decidió que no podía esperar más para actuar. Había demasiadas señales, y todas apuntaban a algo mucho más grande que un simple ataque. Con un movimiento ágil, sacó un pequeño amuleto de su cinturón. El cristal en el centro comenzó a brillar suavemente cuando murmuró unas palabras en un idioma antiguo.
—Elyra, ¿estás ahí?
La voz de una mujer respondió al instante, clara pero distante, como si viniera de un lugar muy lejano.
—Estoy aquí, Kael. ¿Qué sucede?
—Necesito que investigues algo para mí. Un hombre del Anillo Dorado ha aparecido muerto en el Distrito de las Sombras. Fue atacado por un licántropo, pero esto no es un incidente aislado. Hay algo más detrás de esto.
Hubo un breve silencio antes de que Elyra respondiera.
—Entendido. Revisaré los registros. También hay algo que necesito contarte. Encontré un texto en la biblioteca que podría estar relacionado con los recientes disturbios. Habla de una fuerza oscura que manipula a las criaturas mágicas.
Kael sintió un escalofrío.
—Lo discutiremos cuando regrese al Bastión. Mantente alerta.
—Siempre lo estoy —respondió Elyra, con un toque de sarcasmo antes de cortar la conexión.
Kael guardó el amuleto y miró una vez más al callejón. Las luces del Mercado Oculto brillaban a lo lejos, y los sonidos de la ciudad seguían como si nada hubiera pasado. Pero él sabía la verdad. La calma superficial de Aerisport era solo una fachada.
Mientras el joven Vigilante terminaba de asegurar al licántropo y los refuerzos finalmente llegaban, Kael se apartó, sintiendo el peso de la noche sobre sus hombros. No sería la última vez que enfrentaría algo así, pero no podía evitar sentir que esta vez sería diferente.
Algo estaba cambiando en la niebla, y Aerisport estaba a punto de descubrirlo.
La Biblioteca de los Vigilantes, oculta en las profundidades del Bastión, era un lugar que no muchos tenían el privilegio de ver. Se encontraba escondida detrás de una serie de túneles protegidos con runas que repelían a cualquier intruso no autorizado. Incluso para los que tenían acceso, el ambiente del lugar era intimidante. Altos estantes llenos de libros encuadernados en cuero oscuro se alzaban hasta el techo abovedado. Antiguas lámparas de cristal colgaban de cadenas, llenando la estancia con una luz tenue y parpadeante, que apenas lograba disipar las sombras que parecían acechar en cada rincón.Elyra Meris estaba en su rincón favorito, rodeada de montones de libros abiertos. Sus manos, cubiertas de tinta, hojeaban cuidadosamente un tomo viejo y quebradizo mientras murmuraba palabras en un idioma que nadie en la superficie entendía. Aunque la biblioteca siempre estaba silenciosa, Elyra podía sentir el susurro de la magia fluyendo entre las páginas, un zumbido apenas audible que l
El Mercado Oculto estaba más bullicioso que de costumbre, iluminado por linternas flotantes y adornado con colores vibrantes que contrastaban con la opacidad de las calles superiores de Aerisport. El aire estaba impregnado de especias exóticas y aromas mágicos, mezclados con la música de un laúd encantado que resonaba entre los puestos. Criaturas mágicas y humanos caminaban lado a lado, negociando productos que jamás se encontrarían en la superficie: plumas de grifo, cristales de maná, pociones curativas y libros de hechizos prohibidos.Kael patrullaba entre los puestos con paso decidido, sus ojos recorriendo la multitud en busca de algo fuera de lo común. A pesar de la calma aparente, algo en el ambiente no le parecía del todo correcto. Las criaturas mágicas parecían inquietas, y los mercaderes evitaban mirarlo directamente.Se detuvo junto a un puesto que vendía dagas encantadas, examinando el filo de una mientras intentaba ignorar el creciente zumbido en el fondo de su mente. Era e
La sala del Consejo de los Vigilantes se alzaba en el corazón de la fortaleza, un recinto antiguo construido con piedra oscura y adornado con tapices que representaban gestas olvidadas por el resto del mundo. Aquel lugar siempre olía a pergaminos viejos, cera de vela y la tenue humedad que impregnaba cada rincón de Aerisport.Kael avanzó por el pasillo con pasos firmes, sujetando con fuerza el artefacto envuelto en un paño de terciopelo azul. Lo llevaba pegado al pecho, como si su proximidad pudiera protegerlo de los ojos inquisitivos de los ancianos que lo esperaban en la cámara.Las puertas de madera se abrieron con un chirrido y, al otro lado, los miembros del Consejo estaban sentados en un semicírculo. Ocho figuras vestidas con túnicas de distintos colores, cada uno representando su posición y linaje dentro de la orden. En el centro, Lord Aldric, el más antiguo entre ellos, observaba con mirada severa.—Kael Verran. —Su voz era grave, cada palabra un peso que caía sobre la sala—.
Las llamas de las antorchas apenas lograban iluminar las paredes de piedra, talladas con símbolos que se perdían en la historia. Las sombras danzaban sobre el suelo húmedo, alargándose como espectros que aguardaban en la penumbra.Draven avanzó con paso firme, pero su mirada traicionaba una cautela inusual en él. No era miedo lo que sentía, sino una tensión latente, un presentimiento que se aferraba a su pecho como un anzuelo.El pasadizo subterráneo en el que se encontraba era mucho más antiguo que la ciudad de Aerisport. No había sido construido por humanos, al menos no en la forma en que los humanos de la superficie lo entendían.Y en su profundidad, esperándolo como un depredador paciente, estaba él.El Errante.No era la primera vez que Draven se reunía con aquella figura, pero cada encuentro le recordaba por qué nunca debía bajar la guardia.Unas puertas de piedra tallada se abrieron ante él con un leve crujido, revelando una cámara más grande, donde las sombras parecían más den
La noche en Aerisport traía consigo un velo de misterio y peligro. Las calles adoquinadas, iluminadas apenas por faroles de aceite, parecían más estrechas y opresivas cuando la luz menguaba. Kael caminaba con paso firme, la mano reposando en la empuñadura de su espada, atento a cualquier movimiento en la penumbra.Desde hacía semanas, rumores oscuros circulaban entre los ciudadanos de Aerisport. Personas desapareciendo. Criaturas mágicas esfumándose sin dejar rastro.Y lo peor: no había testigos, ni cuerpos. Solo el silencio y un rastro de incertidumbre.Kael había seguido pistas por toda la ciudad, desde los distritos más pobres hasta los pasillos del Consejo de los Vigilantes, pero cuanto más investigaba, menos respuestas encontraba.Esta noche, sin embargo, tenía un nuevo hilo del que tirar.***La biblioteca oculta de los Vigilantes era un lugar silencioso, repleto de estanterías desbordadas de libros antiguos y pergamin
El acceso a los túneles subterráneos de Aerisport estaba oculto detrás de una vieja herrería abandonada en las afueras del distrito mercantil. Elyra se estremeció al notar cómo la humedad impregnaba las piedras del suelo y el aire se volvía denso con un olor metálico.—Esto es una pésima idea —murmuró Kael mientras deslizaba una daga de su cinturón, preparándose para cualquier cosa.—Lo sé —susurró Elyra, concentrándose en la energía mágica a su alrededor. La oscuridad aquí no era natural. Algo se agitaba en ella, observándolos.El suelo bajo sus pies tembló levemente cuando descendieron por una escalera de piedra en espiral. Kael avanzaba primero, su postura alerta, mientras Elyra iluminaba el camino con un orbe de luz flotante conjurado en su palma.
Draven deslizó el artefacto sobre la mesa de madera gastada. La luz de la lámpara parpadeante proyectaba sombras alargadas sobre su superficie dorada, reflejando las antiguas inscripciones que recorrían su contorno como raíces de un árbol ancestral.Había esperado que el objeto reaccionara de inmediato, que la magia latente en su interior cobrara vida al contacto con su piel. Pero no ocurrió nada.Nada, excepto el eco de su propia respiración en la guarida subterránea.Exhaló con impaciencia y apoyó los codos sobre la mesa. Sus pensamientos estaban enredados, una maraña de dudas que lo inquietaban más de lo que estaba dispuesto a admitir.Esto no estaba saliendo como debía.El E