4

La sala del Consejo de los Vigilantes se alzaba en el corazón de la fortaleza, un recinto antiguo construido con piedra oscura y adornado con tapices que representaban gestas olvidadas por el resto del mundo. Aquel lugar siempre olía a pergaminos viejos, cera de vela y la tenue humedad que impregnaba cada rincón de Aerisport.

Kael avanzó por el pasillo con pasos firmes, sujetando con fuerza el artefacto envuelto en un paño de terciopelo azul. Lo llevaba pegado al pecho, como si su proximidad pudiera protegerlo de los ojos inquisitivos de los ancianos que lo esperaban en la cámara.

Las puertas de madera se abrieron con un chirrido y, al otro lado, los miembros del Consejo estaban sentados en un semicírculo. Ocho figuras vestidas con túnicas de distintos colores, cada uno representando su posición y linaje dentro de la orden. En el centro, Lord Aldric, el más antiguo entre ellos, observaba con mirada severa.

—Kael Verran. —Su voz era grave, cada palabra un peso que caía sobre la sala—. Nos han informado de la situación en el Mercado Oculto. ¿Es cierto que Draven robó un artefacto de la bóveda?

Kael apretó la mandíbula y asintió.

—Sí. Y no solo eso. Hubo criaturas desatadas en el mercado, invocadas con un propósito específico. No fue un ataque al azar.

El Consejo intercambió miradas, pero fue la mujer a la derecha de Aldric, Lady Ilyana, quien habló.

—¿Y el artefacto restante?

Sin pronunciar palabra, Kael avanzó y colocó el objeto sobre la mesa de piedra del centro de la sala. Con un movimiento preciso, retiró el paño que lo cubría.

La joya que yacía allí no era ostentosa, pero irradiaba un brillo etéreo, una piedra alargada incrustada en un marco de metal antiguo, grabado con inscripciones en una lengua que incluso los más sabios luchaban por descifrar.

Lord Aldric extendió una mano arrugada, pero no llegó a tocarlo.

—El sello de los Primordiales. Hace siglos que no veíamos uno de estos.

Lady Ilyana frunció el ceño.

—Draven sabía exactamente qué estaba buscando. No creo en coincidencias.

—Ni yo. —Kael miró a cada uno de los miembros del Consejo, su tono cargado de desconfianza—. Alguien le dijo que estaba allí.

El silencio que siguió fue pesado, casi opresivo. Los ojos de Kael recorrieron la sala, buscando la menor señal de incomodidad, el gesto más leve que delatara culpabilidad. Pero los ancianos eran maestros en el arte de la intriga.

Finalmente, Lord Aldric habló.

—Una acusación grave, Verran. Debemos proceder con cautela.

Kael no apartó la mirada.

—Si hay un traidor entre nosotros, no hay tiempo para la cautela.

Las palabras quedaron flotando en la sala, pero el Consejo no respondería a provocaciones. Finalmente, Lady Ilyana desvió la conversación.

—Por ahora, aseguraremos el artefacto restante en un lugar más seguro. Y tú, Kael, mantén la vigilancia sobre Draven. No podemos permitir que consiga lo que sea que esté buscando.

Kael tensó la mandíbula pero asintió. Sabía que seguir insistiendo no serviría de nada. Se giró sobre sus talones y salió de la sala con la sensación de que lo estaban observando, que alguien en esa cámara no quería que se descubriera la verdad.

El entrenamiento nocturno había sido brutal. Kael se había quedado hasta tarde, golpeando los muñecos de práctica con una intensidad casi enfermiza, intentando disipar la frustración que el Consejo le había dejado.

Así que cuando Elyra lo encontró en el patio de la fortaleza, estaba cubierto de sudor y con las manos envueltas en vendajes empapados.

—Esto es nuevo. No suelo verte descargando tus frustraciones en muñecos de paja.

Kael resopló, sin volverse hacia ella.

—No tenía con quién pelear esta noche.

Elyra cruzó los brazos, mirándolo con el ceño fruncido.

—Desde que regresaste del Consejo, has estado más insoportable de lo normal.

—No estoy de humor para esto, Elyra.

—Y yo no estoy de humor para que sigas actuando como si fueras el único que lleva el peso de esta ciudad en los hombros.

Kael finalmente giró la cabeza hacia ella, su mirada helada.

—Si no lo hago yo, ¿quién lo hará? ¿El Consejo? ¿Los mercaderes que solo se preocupan por sus propios bolsillos?

Elyra suspiró, avanzando unos pasos.

—Sé que crees que tienes que cargar con todo, pero no estás solo en esto.

Kael apretó los dientes, su instinto diciéndole que rechazara la mano que Elyra le extendía, que mantuviera la distancia como siempre lo hacía. Pero por un instante, la posibilidad de dejar entrar a alguien más en su lucha pareció tentadora.

Solo por un instante.

Se pasó una mano por el rostro y dio un paso atrás.

—Gracias por la preocupación, pero estaré bien.

Elyra lo observó con una mezcla de irritación y resignación.

—Siempre dices eso.

Pero antes de que pudiera insistir, Kael se alejó, dejando el entrenamiento atrás y desapareciendo en las sombras del pasillo.

Muy lejos de allí, en una guarida oculta en los barrios bajos de Aerisport, Draven observaba el artefacto robado.

La piedra, mucho más oscura que la que Kael había entregado al Consejo, descansaba sobre una mesa cubierta de pergaminos y herramientas alquímicas. Alrededor de él, una decena de velas proyectaban sombras largas contra las paredes de piedra.

Draven pasó un dedo por la superficie del artefacto y sintió un cosquilleo en la yema.

—Interesante…

La piedra reaccionaba a su toque. Un resplandor púrpura comenzó a emanar de su interior, pulsando con una frecuencia casi hipnótica.

—Parece que me estabas esperando.

Draven sonrió para sí mismo. Había esperado años para encontrar algo así. Algo que demostrara que todo lo que le habían contado sobre los Vigilantes, sobre su destino, no era más que una mentira.

Tomó la piedra entre sus manos, sintiendo cómo la energía fluía hacia él, como si estuviera reconociendo su presencia.

Si el Consejo creía que podían detenerlo, estaban más equivocados de lo que jamás imaginarían.

El resplandor de la piedra aumentó, proyectando sombras oscilantes en las paredes de la guarida de Draven. El mercenario observaba la gema con una mezcla de fascinación y cautela. No había esperado que el artefacto reaccionara a su toque, pero en el fondo, algo en él lo había sabido.

La energía que emanaba de la piedra no era simplemente magia; era algo más antiguo, más primitivo. Se deslizó por su piel como un veneno cálido, acelerando su pulso y tensando sus músculos con una oleada de adrenalina.

Draven cerró los ojos por un instante y dejó que la sensación lo recorriera. Podía sentir el latido del artefacto, como si tuviera vida propia. Y en el momento en que su mente se sumergió en esa conexión, imágenes fugaces irrumpieron en su conciencia.

Un gran túnel bajo la ciudad. Muros tallados con símbolos olvidados. Una puerta de piedra sellada con la misma energía que la piedra en su mano. Y una figura en sombras, esperando…

Draven entrecerró los ojos cuando la visión se disipó, su respiración agitada.

—Así que esto es lo que querías mostrarme…

Dejó la piedra sobre la mesa y retrocedió unos pasos, frotándose la mandíbula con el ceño fruncido. El artefacto era mucho más que un simple objeto mágico. Era una llave.

Y él acababa de recibir la primera pista sobre lo que debía hacer a continuación.

Las calles de Aerisport estaban casi desiertas cuando Elyra salió de la fortaleza. La noche cubría la ciudad como un manto de terciopelo oscuro, interrumpido solo por la luz de los faroles y las ventanas de las tabernas aún abiertas.

No estaba segura de por qué había decidido salir a esas horas. Quizás porque, después de su conversación con Kael, había sentido la necesidad de despejar su mente. Quizás porque una parte de ella no podía sacudirse la sensación de que algo estaba a punto de suceder.

Sus pasos la llevaron instintivamente hasta la biblioteca secreta de los Vigilantes, su refugio. Se deslizó dentro sin esfuerzo, cerrando la puerta tras de sí con un leve clic.

La biblioteca estaba sumida en la penumbra, pero Elyra conocía cada rincón de aquel lugar. Con un chasquido de sus dedos, encendió las lámparas flotantes, iluminando las estanterías repletas de tomos antiguos, mapas y pergaminos.

Se dirigió a una de las mesas y dejó caer su bolso de cuero sobre la superficie de madera. Había algo que no la dejaba en paz, una sensación persistente desde que el mercader misterioso le había entregado el mapa.

Sacó el pergamino y lo extendió con cuidado.

El mapa representaba Aerisport, pero no la ciudad que todos conocían. Bajo las calles, bajo los edificios y mercados, había túneles. Pasajes secretos que se entrelazaban como un laberinto. Y en el centro…

Elyra pasó los dedos por la marca que destacaba en el mapa. Una señal que indicaba algo enterrado bajo la ciudad.

Algo importante.

Frunció el ceño y entrecerró los ojos.

Fue entonces cuando sintió la primera punzada en su mente.

Un dolor agudo, como una aguja de hielo perforando su cráneo. Se tambaleó y apoyó una mano en la mesa, tratando de recuperar el aliento. La biblioteca se desdibujó a su alrededor y, en su lugar, la visión la envolvió.

Vio la misma puerta de piedra de la visión de Draven. Las mismas inscripciones antiguas. Pero esta vez, escuchó algo más.

Una voz. Susurrante, grave. Llamándola.

Elyra.

La joven abrió los ojos de golpe, jadeando. Sus dedos temblaban sobre el mapa, y el sudor perlaba su frente.

Algo estaba despertando bajo Aerisport. Y ella no era la única que lo sabía.

Kael no era de los que se dejaban llevar por impulsos irracionales. Era un estratega, alguien que calculaba cada movimiento antes de actuar. Pero esa noche, su instinto lo guiaba.

Después de su discusión con Elyra, había intentado descansar, pero el sueño lo había eludido. En su lugar, se encontró deambulando por la fortaleza, hasta que sus pasos lo llevaron al pasillo que conducía a las bóvedas.

Allí, en la penumbra, encontró lo que su subconsciente había estado buscando.

Las puertas de la bóveda estaban cerradas, selladas con runas que solo el Consejo podía manipular. Pero algo estaba mal.

Kael se acercó con cautela y posó una mano sobre la superficie de la puerta. Las runas seguían allí, pero había una grieta en su energía, una fisura casi imperceptible.

Alguien había alterado el sello.

Su cuerpo se tensó.

Si el artefacto que Draven robó era solo una parte de algo más grande, entonces el verdadero peligro aún no había comenzado.

Kael apretó los puños.

—Maldición.

No podía quedarse de brazos cruzados.

Se giró sobre sus talones y se dirigió al único lugar donde sabía que encontraría respuestas.

Elyra todavía estaba en la biblioteca cuando escuchó la puerta abrirse con fuerza.

Alzó la vista justo a tiempo para ver a Kael irrumpiendo en la habitación, su expresión oscura.

—¿Tú también lo sentiste? —preguntó Elyra, sin rodeos.

Kael entrecerró los ojos.

—¿Sentí qué?

Elyra deslizó el mapa hacia él.

—Algo está ocurriendo bajo la ciudad. Este mapa muestra un sistema de túneles del que nunca habíamos oído hablar. Y algo dentro de ellos… me llamó.

Kael se quedó en silencio por un momento, sus ojos recorriendo el mapa con rapidez. Luego, levantó la vista hacia ella.

—Draven.

Elyra asintió.

—Él también lo sabe.

Kael pasó una mano por su cabello, frustrado.

—Si hay algo oculto ahí abajo y Draven está detrás de ello, no podemos esperar a que el Consejo nos dé permiso para actuar.

Elyra sonrió con un destello desafiante en la mirada.

—Nunca pensé que te escucharía decir algo así.

Kael le dirigió una mirada seca.

—No te acostumbres.

Elyra se puso de pie y recogió el mapa.

—Bien, entonces será mejor que nos movamos antes de que Draven nos gane la ventaja.

Kael la miró por un instante, como si estuviera midiendo algo en su interior. Luego, asintió.

—Nos encontraremos en la salida norte en una hora. No le digas a nadie.

Elyra lo observó desaparecer por la puerta, su corazón latiendo con fuerza.

Las sombras de Aerisport escondían muchos secretos.

Y esa noche, iban a descubrir uno de ellos.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP