Las llamas de las antorchas apenas lograban iluminar las paredes de piedra, talladas con símbolos que se perdían en la historia. Las sombras danzaban sobre el suelo húmedo, alargándose como espectros que aguardaban en la penumbra.
Draven avanzó con paso firme, pero su mirada traicionaba una cautela inusual en él. No era miedo lo que sentía, sino una tensión latente, un presentimiento que se aferraba a su pecho como un anzuelo.
El pasadizo subterráneo en el que se encontraba era mucho más antiguo que la ciudad de Aerisport. No había sido construido por humanos, al menos no en la forma en que los humanos de la superficie lo entendían.
Y en su profundidad, esperándolo como un depredador paciente, estaba él.
El Errante.
No era la primera vez que Draven se reunía con aquella figura, pero cada encuentro le recordaba por qué nunca debía bajar la guardia.
Unas puertas de piedra tallada se abrieron ante él con un leve crujido, revelando una cámara más grande, donde las sombras parecían más densas, más vivas.
En el centro, rodeado por un círculo de inscripciones resplandecientes, un hombre de figura delgada se encontraba de pie. Vestía un manto negro con bordados de un tono opaco, imposible de definir. Pero lo que más llamaba la atención era su rostro: pálido, de facciones afiladas, con ojos tan oscuros que reflejaban la luz como si fueran pozos sin fondo.
—Llegas tarde, Draven.
La voz del Errante no era fuerte, pero resonaba en la caverna como un eco prolongado, como si cada palabra fuera pronunciada por múltiples bocas.
Draven se detuvo a unos pasos de él, manteniendo la espalda recta y el rostro inescrutable.
—Tienes que dejar de esconderte en estos túneles. No es buena señal cuando alguien como tú teme ser visto.
El Errante sonrió, pero el gesto no alcanzó sus ojos.
—Yo no temo nada, Draven. Son los demás los que deberían temerme.
Un movimiento sutil de su mano y la temperatura de la sala descendió bruscamente. De entre las sombras, criaturas comenzaron a emerger. Seres que no deberían existir en el mundo humano, algunos con piel translúcida que dejaba ver un sistema de venas negras palpitantes, otros con extremidades demasiado largas para ser naturales.
Draven no se movió, pero sus músculos se tensaron.
—Un espectáculo innecesario. —Dio un paso al frente, cruzándose de brazos—. Si me llamaste aquí, quiero saber qué necesitas.
El Errante ladeó la cabeza, observándolo con intensidad.
—¿Es que ya olvidaste tu propósito?
Draven apretó la mandíbula.
—No lo he olvidado. Pero eso no significa que confíe en ti.
El Errante dejó escapar una risa suave.
—Oh, Draven… Eres listo. Pero incluso los más listos deben entender que hay cosas más grandes que ellos.
Se acercó un poco más, su sombra alargándose a su alrededor como si fuera parte de su propio ser.
—Has conseguido la primera pieza, ¿no es así?
Draven no respondió de inmediato. Sabía que admitirlo significaba darle al Errante la ventaja.
Pero lo cierto era que el hombre ya lo sabía.
—La tengo —dijo finalmente.
—Bien. —El Errante inclinó la cabeza—. Entonces el siguiente paso es claro.
Draven no pudo evitar fruncir el ceño.
—¿Y cuál es ese “siguiente paso”?
El Errante sonrió de nuevo, pero esta vez hubo algo más en su expresión. Algo que hizo que la desconfianza de Draven se encendiera aún más.
—El sello bajo la ciudad. Debe ser roto.
Draven sintió un nudo formarse en su estómago.
—Eso no era parte del trato.
El Errante extendió una mano, con la palma hacia arriba, y la piedra que Draven había robado en el Mercado Oculto comenzó a brillar en su interior, como si respondiera a su presencia.
—Draven, Draven… Tú y yo queremos lo mismo. Un mundo donde los Vigilantes no sean los amos del destino. Donde el equilibrio no sea dictado por su Consejo decadente.
Draven mantuvo su mirada firme.
—Lo que tú quieres es mucho más que eso.
—Y lo que tú quieres no es más que una mentira. —La voz del Errante descendió a un susurro cortante—. No sigas pretendiendo que no lo sabes.
Draven sintió cómo la tensión en su pecho aumentaba. Desde que había tomado el artefacto, había comenzado a notar cosas. Fragmentos de recuerdos que no eran suyos. Sensaciones que no podía explicar.
Y la peor parte era que el Errante tenía razón en algo: los Vigilantes no eran lo que aparentaban ser.
Pero aún así, no podía entregarle su lealtad ciega.
El Errante dio un paso atrás y dejó caer la piedra en las manos de Draven.
—Ve y piénsalo. Pero no tardes demasiado. El tiempo se está acabando.
Las criaturas en la sala emitieron un sonido bajo, gutural. Draven lanzó una última mirada al Errante antes de girarse y salir de la cámara.
No confiaba en él.
Pero tampoco confiaba en los Vigilantes.
Y eso lo dejaba en un lugar peligroso.
***
En otro rincón de Aerisport, Elyra despertó con un jadeo ahogado.
Su piel estaba fría, y un sudor helado cubría su frente.
Había vuelto a tener una visión.
Las imágenes aún danzaban en su mente: la sombra del Errante, el resplandor de la piedra robada, y una voz que murmuraba una profecía incompleta.
El guardián y el traidor.
Elyra tembló. No era la primera vez que escuchaba esas palabras, pero esta vez, sentía que su significado estaba más cerca que nunca.
Se levantó con dificultad y se dirigió a la mesa donde el mapa aún estaba desplegado.
Sus dedos lo recorrieron casi por instinto, hasta que se detuvieron en el punto exacto donde el sello de la ciudad se ocultaba.
Algo se avecinaba.
Algo que cambiaría todo.
Y Elyra no estaba segura de si quería conocer la verdad.
Pero la verdad la encontraría a ella.
El aire nocturno en Aerisport estaba impregnado de un aroma denso, una mezcla de madera húmeda, hollín y el persistente olor a especias provenientes de los mercados aún abiertos en las zonas bajas de la ciudad. Draven avanzó por las calles adoquinadas con pasos rápidos, evitando los ojos curiosos de los comerciantes y ladrones que acechaban en las sombras.
Su encuentro con el Errante había dejado una sensación incómoda en su pecho, como si una advertencia sin pronunciar se aferrara a su subconsciente.
"El guardián y el traidor."
No eran palabras desconocidas para él. Se rumoreaban en los círculos de los que pocas personas hablaban en voz alta. Historias de una profecía fragmentada, un destino escrito en los cimientos de Aerisport, oculto bajo generaciones de secretos y conspiraciones.
Pero Draven nunca había creído en profecías.
Hasta ahora.
Con la piedra oculta dentro de su abrigo, giró en un callejón estrecho, desapareciendo en la penumbra. No podía permitirse ser visto con algo tan valioso en su posesión, especialmente cuando no estaba seguro de lo que realmente significaba.
Si el Errante decía la verdad, entonces la piedra era una pieza clave para desbloquear el sello bajo la ciudad.
Pero la pregunta real era… qué estaba sellado ahí abajo.
Y si realmente quería ser él quien lo liberara.
Elyra apoyó las palmas de las manos en la mesa, tratando de calmar los temblores en sus dedos. La visión la había dejado débil, como si la energía hubiera sido drenada de su cuerpo.
Su respiración aún era entrecortada cuando sus ojos recorrieron el mapa extendido frente a ella. Sabía que había algo allí, algo enterrado en los túneles de Aerisport. Algo que había permanecido oculto durante siglos.
El guardián y el traidor.
Su mente repitió las palabras una y otra vez, tratando de encontrarles sentido.
Elyra había leído innumerables textos en la biblioteca de los Vigilantes, había traducido antiguos manuscritos y descifrado lenguas que pocos conocían. Y sin embargo, nunca había encontrado un relato claro sobre esa profecía.
Hasta esta noche.
La visión le había mostrado imágenes fugaces, pero lo suficiente para atar cabos.
La piedra.
Draven la tenía.
Y aunque no conocía la razón, Elyra sabía que él era parte de todo esto.
Sin perder más tiempo, enrolló el mapa con manos temblorosas y se levantó de su asiento. Sabía exactamente a quién debía buscar.
Las calles estaban más vacías de lo habitual cuando Elyra se acercó a la taberna de "El Cormorán Tuerto". A simple vista, el lugar no parecía más que un refugio para borrachos y mercenarios en busca de trabajo fácil, pero ella sabía que bajo sus cimientos se cerraban tratos que cambiaban el destino de la ciudad.
Y entre esos mercenarios, Draven siempre tenía un sitio reservado.
Elyra empujó la puerta de madera con seguridad, ignorando las miradas que algunos clientes le dirigieron. Su túnica oscura la hacía resaltar entre el ambiente rudo del lugar, pero no le importó.
—Busco a Draven. —Su voz cortó el bullicio con una firmeza inesperada.
El tabernero, un hombre de barba canosa y brazos cruzados, arqueó una ceja antes de soltar una risa ronca.
—¿Y qué querría una Vigilante con un hombre como Draven?
Elyra sostuvo su mirada sin parpadear.
—Es un asunto urgente.
El tabernero pareció debatirse entre burlarse o ignorarla, pero al final inclinó la cabeza hacia el fondo de la taberna.
—Lo vi hace un rato. No me dijo a dónde iba, pero si quieres encontrarlo, revisa el viejo almacén al otro lado de la calle.
Elyra no esperó más. Salió de la taberna con pasos rápidos, la adrenalina latiendo en su sangre.
Algo en su interior le decía que el tiempo se estaba agotando.
Draven estaba en el almacén, tal como el tabernero había insinuado. No se sorprendió cuando la puerta se abrió de golpe y Elyra apareció en el umbral.
—Tardaste más de lo que esperaba.
Elyra lo fulminó con la mirada mientras avanzaba hacia él.
—No tengo tiempo para tus juegos. —Sus ojos se dirigieron inmediatamente a su abrigo, donde sentía la presencia de la piedra—. Sé lo que tienes.
Draven dejó escapar una leve risa, pero no hubo diversión en ella.
—No sé de qué hablas.
Elyra apretó los puños.
—No juegues conmigo, Draven. La profecía… las visiones… todo apunta a esto. Y tú estás en el centro de ello.
Draven se apoyó contra una mesa, observándola con cautela.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que te la entregue y confíe en que los Vigilantes harán lo correcto con ella?
Elyra se tensó.
—No confío en el Consejo más de lo que tú confías en el Errante.
La expresión de Draven se endureció ante la mención de ese nombre.
—Así que también sabes sobre él.
Elyra asintió.
—No sé exactamente qué es, pero lo vi en mi visión. Y sé que está manipulando criaturas míticas. Que está en las sombras moviendo los hilos. Y tú… —su voz se tornó más baja—, tú tienes una conexión con él.
Draven no respondió de inmediato. Sus ojos se oscurecieron mientras una sombra de duda cruzaba su rostro.
—No soy su sirviente —dijo al final—. Pero no voy a fingir que no hay algo en él que me inquieta.
Elyra dio un paso adelante.
—Si tienes dudas, entonces dímelo. ¿Qué es lo que realmente buscas, Draven?
Draven no respondió de inmediato. Durante años había pensado que conocía su objetivo: desafiar a los Vigilantes, demostrar que su autoridad no era absoluta. Pero ahora…
Ahora no estaba seguro de nada.
Con un suspiro, sacó la piedra de su abrigo y la sostuvo frente a ella.
—Esta cosa… reacciona ante mí. No sé por qué, pero lo hace. Y el Errante cree que es la clave para romper el sello bajo la ciudad.
Elyra sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Y tú quieres romperlo?
Draven la miró fijamente, sin responder.
Elyra tragó saliva.
—Si lo haces sin saber qué hay ahí dentro, podrías condenarnos a todos.
Draven bajó la mirada hacia la piedra, cuyos destellos parecían intensificarse con cada segundo que pasaba.
Algo en su interior le decía que Elyra tenía razón.
Pero otra parte…
Otra parte sentía que era demasiado tarde para detener lo que estaba por venir.
***
Desde la profundidad de los túneles, bajo la ciudad, una grieta comenzó a formarse en el suelo de piedra.
Un temblor recorrió la tierra, lo suficientemente leve como para que la mayoría de los habitantes de Aerisport no lo notaran.
Pero para aquellos que estaban atentos…
Para aquellos que estaban conectados con el poder latente en las sombras…
Fue un llamado.
El Errante sonrió en la oscuridad.
Todo iba según lo planeado.
La noche en Aerisport traía consigo un velo de misterio y peligro. Las calles adoquinadas, iluminadas apenas por faroles de aceite, parecían más estrechas y opresivas cuando la luz menguaba. Kael caminaba con paso firme, la mano reposando en la empuñadura de su espada, atento a cualquier movimiento en la penumbra.Desde hacía semanas, rumores oscuros circulaban entre los ciudadanos de Aerisport. Personas desapareciendo. Criaturas mágicas esfumándose sin dejar rastro.Y lo peor: no había testigos, ni cuerpos. Solo el silencio y un rastro de incertidumbre.Kael había seguido pistas por toda la ciudad, desde los distritos más pobres hasta los pasillos del Consejo de los Vigilantes, pero cuanto más investigaba, menos respuestas encontraba.Esta noche, sin embargo, tenía un nuevo hilo del que tirar.***La biblioteca oculta de los Vigilantes era un lugar silencioso, repleto de estanterías desbordadas de libros antiguos y pergamin
El acceso a los túneles subterráneos de Aerisport estaba oculto detrás de una vieja herrería abandonada en las afueras del distrito mercantil. Elyra se estremeció al notar cómo la humedad impregnaba las piedras del suelo y el aire se volvía denso con un olor metálico.—Esto es una pésima idea —murmuró Kael mientras deslizaba una daga de su cinturón, preparándose para cualquier cosa.—Lo sé —susurró Elyra, concentrándose en la energía mágica a su alrededor. La oscuridad aquí no era natural. Algo se agitaba en ella, observándolos.El suelo bajo sus pies tembló levemente cuando descendieron por una escalera de piedra en espiral. Kael avanzaba primero, su postura alerta, mientras Elyra iluminaba el camino con un orbe de luz flotante conjurado en su palma.
Draven deslizó el artefacto sobre la mesa de madera gastada. La luz de la lámpara parpadeante proyectaba sombras alargadas sobre su superficie dorada, reflejando las antiguas inscripciones que recorrían su contorno como raíces de un árbol ancestral.Había esperado que el objeto reaccionara de inmediato, que la magia latente en su interior cobrara vida al contacto con su piel. Pero no ocurrió nada.Nada, excepto el eco de su propia respiración en la guarida subterránea.Exhaló con impaciencia y apoyó los codos sobre la mesa. Sus pensamientos estaban enredados, una maraña de dudas que lo inquietaban más de lo que estaba dispuesto a admitir.Esto no estaba saliendo como debía.El E
La niebla cubría Aerisport como un manto inquietante, suavizando los contornos de las altas torres y los puentes de hierro que conectaban la ciudad en una maraña de calles adoquinadas. Los faroles a gas iluminaban las esquinas con una luz parpadeante, como si la ciudad misma respirara, viva y vigilante. Aerisport no era un lugar ordinario. Bajo su bulliciosa superficie de comerciantes y carrozas, existía un mundo oculto, donde lo mágico y lo humano convivían en un frágil equilibrio.Kael Orin caminaba a paso firme por una de las callejuelas, el eco de sus botas resonando en las piedras húmedas. Las sombras parecían seguirlo, estirándose y contrayéndose con cada farol que dejaba atrás. Había patrullado esas mismas calles durante años, pero algo aquella noche era diferente. El aire estaba cargado, espeso, como si algo invisible acechara entre las grietas de la ciudad.A su izquierda, el Mercado Oculto bullía de actividad. Puestos de madera improvisados ofrecían mercancías que no podrían
La Biblioteca de los Vigilantes, oculta en las profundidades del Bastión, era un lugar que no muchos tenían el privilegio de ver. Se encontraba escondida detrás de una serie de túneles protegidos con runas que repelían a cualquier intruso no autorizado. Incluso para los que tenían acceso, el ambiente del lugar era intimidante. Altos estantes llenos de libros encuadernados en cuero oscuro se alzaban hasta el techo abovedado. Antiguas lámparas de cristal colgaban de cadenas, llenando la estancia con una luz tenue y parpadeante, que apenas lograba disipar las sombras que parecían acechar en cada rincón.Elyra Meris estaba en su rincón favorito, rodeada de montones de libros abiertos. Sus manos, cubiertas de tinta, hojeaban cuidadosamente un tomo viejo y quebradizo mientras murmuraba palabras en un idioma que nadie en la superficie entendía. Aunque la biblioteca siempre estaba silenciosa, Elyra podía sentir el susurro de la magia fluyendo entre las páginas, un zumbido apenas audible que l
El Mercado Oculto estaba más bullicioso que de costumbre, iluminado por linternas flotantes y adornado con colores vibrantes que contrastaban con la opacidad de las calles superiores de Aerisport. El aire estaba impregnado de especias exóticas y aromas mágicos, mezclados con la música de un laúd encantado que resonaba entre los puestos. Criaturas mágicas y humanos caminaban lado a lado, negociando productos que jamás se encontrarían en la superficie: plumas de grifo, cristales de maná, pociones curativas y libros de hechizos prohibidos.Kael patrullaba entre los puestos con paso decidido, sus ojos recorriendo la multitud en busca de algo fuera de lo común. A pesar de la calma aparente, algo en el ambiente no le parecía del todo correcto. Las criaturas mágicas parecían inquietas, y los mercaderes evitaban mirarlo directamente.Se detuvo junto a un puesto que vendía dagas encantadas, examinando el filo de una mientras intentaba ignorar el creciente zumbido en el fondo de su mente. Era e
La sala del Consejo de los Vigilantes se alzaba en el corazón de la fortaleza, un recinto antiguo construido con piedra oscura y adornado con tapices que representaban gestas olvidadas por el resto del mundo. Aquel lugar siempre olía a pergaminos viejos, cera de vela y la tenue humedad que impregnaba cada rincón de Aerisport.Kael avanzó por el pasillo con pasos firmes, sujetando con fuerza el artefacto envuelto en un paño de terciopelo azul. Lo llevaba pegado al pecho, como si su proximidad pudiera protegerlo de los ojos inquisitivos de los ancianos que lo esperaban en la cámara.Las puertas de madera se abrieron con un chirrido y, al otro lado, los miembros del Consejo estaban sentados en un semicírculo. Ocho figuras vestidas con túnicas de distintos colores, cada uno representando su posición y linaje dentro de la orden. En el centro, Lord Aldric, el más antiguo entre ellos, observaba con mirada severa.—Kael Verran. —Su voz era grave, cada palabra un peso que caía sobre la sala—.