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Capítulo 9: Sombras en el bosque

El bosque despertaba con el sol apenas acariciando las copas de los árboles. Mi padre lideraba el grupo, con su figura imponente y su mirada firme. Cada paso resonaba en el suelo cubierto de hojas secas.

Los guerreros caminaban en silencio, atentos a cada sonido, a cada movimiento. Yo, en cambio, sentía el peso de sus miradas. Mi prometido estaba cerca, demasiado cerca, y su presencia me inquietaba.

—Hoy, Lyra, demostrarás que estás lista para ser mi sucesora —dijo mi padre sin mirarme.

Asentí, pero mis pensamientos estaban lejos, con Eirik. ¿Había logrado ocultarse en el lugar sagrado? ¿Había borrado todas las huellas?

Mi corazón latía con la preocupación de que hallaran su rastro.

Nos adentramos más en el bosque, siguiendo un rastro fresco. Mi corazón latía con fuerza cada vez que alguno de los guerreros olfateaba el aire. Temía que, en cualquier momento, alguien detectara algo más que el rastro de una presa.

Mi prometido se acercó a mí.

—¿Estás nerviosa? —preguntó, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—No más de lo habitual —respondí, manteniendo la calma.

—Huele a algo interesante por aquí —comentó, como si hablara para sí mismo, pero sus ojos estaban fijos en mí.

Tragué saliva y aparté la mirada, rezando para que no descubriera nada.

—¡Aquí! —gritó uno de los guerreros. Había encontrado un rastro. Mi padre se adelantó, olfateó el aire y asintió.

—Es un ciervo. Vamos.

Respiré aliviada, fuimos tras el ciervo y para mi fortuna fui la primera en llegar y cazar al ciervo. Esa era nuestra primera presa.

Mientras seguíamos encontraron otro rastro, noté algo extraño. Una sombra pasó entre los árboles, demasiado rápida para ser un animal común. Mi corazón se aceleró. Era Eirik, debía ser él.

—¿Lo vieron? —pregunté, intentando no sonar alarmada.

—Un lobo —dijo mi prometido, con una sonrisa torcida.

—Podría ser un solitario. No es raro en estas zonas —dijo mi padre.

—O un intruso —replicó mi prometido, con una mirada que me hizo estremecer.

Avanzamos en silencio, pero cada paso me acercaba más al abismo. Finalmente, llegamos a un claro. El lugar me era familiar, demasiado. Era aquí donde Eirik y yo habíamos pasado nuestra última noche juntos.

—El rastro se detiene aquí —dijo uno de los guerreros.

—No —murmuré, sintiendo que el suelo se desmoronaba bajo mis pies.

—Busca, Lyra. Este es tu momento —ordenó mi padre, señalando el claro.

Con manos temblorosas, comencé a buscar, rogando que no encontraran nada. Pero entonces, mi prometido se inclinó y recogió algo del suelo. Una pequeña hebra de tela, negra como la noche.

—¿Reconoces esto? —preguntó, sosteniéndola frente a mí.

Mi mente se paralizó. Era de la capa que me había puesto la noche anterior.

—No —mentí, con la voz quebrada.

Su sonrisa se ensanchó.

—Curioso. Huele igual que tú.

Mi padre frunció el ceño y se acercó, olfateando la tela. Su expresión se endureció, y sus ojos oscuros se posaron sobre mí.

—Lyra, ¿qué es esto?

Sentí el mundo derrumbarse a mi alrededor. Mis palabras eran inútiles, y el silencio me delataba.

En ese instante, un aullido resonó en la distancia, fuerte y claro. Era Eirik. Había roto nuestro pacto de silencio.

Mi padre se giró hacia los guerreros.

—¡Seguid ese sonido!

—¡No! —grité en mi cabeza.

El aullido volvió a sonar, esta vez en dos direcciones desconcertando a los guerreros.

— Son dos lobos —dijo mi padre con voz firme.

— Están en nuestro territorio — dijo mi prometido.

— Búsquelos y saquenlos de nuestras tierras — Ordenó mi padre.

Mi prometido decidió encabezar la busqueda. El hilo de mi capa quedó entre las hojas muertas y un viento se lo llevó ocultando de ellos.

En mi interior dije aliviada:

— Gracias mamá.

Pude sentir su presencia en el viento. Aunque estaba aliviada de que su atención no estuviera sobre mí, el temor por Eirik hacía que me doliera el corazón.

— Si lo encuentran no tendrán piedad de él – pensé.

— Madre, cuida de él, no permitas que lo encuentren.

De repente se oyó otro aullido detrás de nosotros. Mi padre se tensó, los guerreros que estaban con nosotros se tensaron también. Todos esperaban un ataque.

— Son varios lobos, estén atentos — ordenó mi padre.

Los aullidos continuaron, uno detrás del otro sonando en diferentes direcciones, el viento parecía volverse cómplice de aquellos lobos.

Entre las sombras de los árboles se veían sombras, una detrás, otras parecían venir por los costados. Aquello anunciaba un ataque inminente.

Mi prometido y los guerreros que se habían ido con él volvieron para proteger a su Alfa y a mí, pero una vez regresaron todo quedó en silencio.

El bosque se cubrió de una repentina niebla, nuestros músculos se pusieron en alerta de ataque, el aroma a tierra mojada y a musgo fresco inundaba el lugar.

De repente el silencio fue roto por un golpe, la niebla se disipó, dejándonos ver dos ciervos, sus cuerpos aún estaban tibios.

Nuestras miradas se cruzaron confundidas. ¿Cómo habían llegado esos ciervos allí? ¿Quién los había cazado? ¿Y por qué nos los entregaban?

Nadie se atrevía a acercarse temiendo que aquello fuera una trampa. Pero un susurro en el viento trajo una voz que decía:

— Tómenlos y váyanse.

Aquella voz no parecía una amenaza, era una voz suave, de mujer.

Mi padre decidió inspeccionar con cautela el lugar, olfateo el aire por unos minutos, después de unos minutos dijo:

— No hay peligro. Tomen a los ciervos y volvamos con la manada.

— ¿Y los lobos? — preguntó mi prometido.

— No son enemigos. Si así lo fueran nos habrían atacado en la niebla, no habrían dejarían esta ofrenda y se habrían ido. Probablemente estaban de paso por nuestras tierras y con esta ofrenda de paz se alejaron para evitar malos entendidos.

A mi prometido no le pareció la idea de no buscar a esos lobos, pero mi padre no quería ningún enfrentamiento, ni crear enemigos. Habíamos vivido por años en paz en nuestras tierras, respetando los límites de las otras manadas.

Si los lobos que habían estado en el bosque nos habían dejado una ofrenda de paz, nosotros la aceptariamos y nos iríamos en paz.

Molesto, mi prometido tomó uno de los ciervos y lo puso en su lomo. Él deseaba que yo lo viera cazar, que admirara su fuerza y valor, no cargar una presa de ofrenda de paz.

Volvimos con la manada qué feliz recibió la abundante comida que había traído su líder.

Esa noche todos se fueron a dormir temprano, satisfechos del festín que se había dado en la manada.

Cliffhanger

Esa noche me escabullí entre las sombras hasta el claro, ansiosa de verlo. Al llegar allí estaba él, con el hijo negro de mi capa en su mano.

Mi voz se quebró al susurrar su nombre:

—Eirik…

En ese instante comprendí que había sido él quien había cuidado de que no me descubrieran, había sido él el que ofreció la ofrenda de paz, y había sido él el que se movió entre la sombras haciendo los aullidos que confundieron a los guerreros y a mi padre.

Había comprendido todo eso, solo había algo que no entendía. ¿Cómo había hecho eso? ¿Alguien lo había ayudado? ¿De quién era esa voz de mujer?

El viento había sido su aliado, pero, ¿Por qué?

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