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Capítulo 10 : La voz en el viento

La luz de la luna bañaba el claro, convirtiendo cada hoja en un espejo plateado. Eirik estaba allí, esperándome como siempre, con esa mirada que parecía verlo todo. La hebra de mi capa colgaba de sus dedos, un recordatorio de lo cerca que había estado del desastre.

—Eirik… —mi voz se quebró al pronunciar su nombre.

Él alzó la vista, y en sus ojos no vi reproche, sino algo más profundo, algo que me desarmó por completo.

Yo había estado preocupada de cubrir su rastro, y nunca pensé en el mío.  Los dos habíamos estado en el claro,  nos habíamos amado allí, él había borrado su aroma,  no había quedado una huella de su presencia en el lugar.

Pero a mí se me había escapado un detalle.  Mi olfato había fallado dejando un rastro inconfundible de mi presencia en ese lugar.

Me  había puesto en peligro y a él también. 

—Lo siento —susurré, incapaz de sostener su mirada.

—No tienes porqué disculparte, Lyra. Lo que hice, lo hice para protegerte, te amo… ¿Lo recuerdas? —Sus palabras fueron demasiado grandes. dichas desde lo más profundo de su corazón —, tú significas todo para mí Lyra. 

Me acerqué lentamente, sintiendo cómo el viento jugaba con mi cabello, como si el bosque mismo me empujara hacia él.

Deseaba sentirme en sus brazos,  refugiarme en ellos después de que el miedo de que lo encontraran helara mis huesos.

Nos abrazamos fuerte, confesando nuestro amor sin palabras,  un beso profundo y suave como la brisa fue la mejor manera de decirnos:

— Te amo.

Después de unos minutos de silencio en mi cabeza volvió a aparecer la pregunta que me había traído a su encuentro:

—Eirik,  ¿Cómo lo hiciste? —pregunté. Mi voz era apenas un susurro, pero la pregunta estaba cargada de todas las emociones que había contenido.

—  Los aullidos, la niebla, los ciervos… la voz… ¿Qué fue todo eso? No lo pudiste hacer solo. ¿Quién te ayudó?

Eirik suspiró y desvió la mirada hacia las sombras de los árboles.

—Tienes razón… No fui solo yo —admitió. Su tono era grave, pero había un matiz de ternura en él—. Fue mi madre.

Me quedé en silencio, tratando de entender.

—¿Tu madre? Pero… ella… Creí que vivías solo en el bosque. ¿Dónde está tu madre ahora? Me gustaría conocerla,  agradecerle qué…

—Murió hace años, Lyra —dijo, interrumpiéndome suavemente—. Pero su espíritu, su esencia, nunca dejó este bosque.

Su respuesta me dejó perpleja,  no comprendía a qué se refería,  este bosque siempre había sido territorio de lobos por generaciones.

Mi rostro reflejaba perfectamente mis pensamientos. 

—Mi madre no era humana, Lyra. Ella  era una loba.

— ¿Una loba? — pregunté con asombro. 

— Ella pertenecía a la manada que habitada en las márgenes de este bosque —continuó Eirik.

—  Mi madre se enamoró de un humano, un artesano del pueblo de los cazadores. Mi padre era un hombre bueno, jamás le hizo daño a nadie. Tenía  un gran corazón. 

— Ella lo amó tanto, que decidió dejarlo todo por él. Se casaron en secreto  y mi padre la llevó a vivir al pueblo.

—¿Y era feliz? —pregunté, incapaz de contener mi curiosidad.

—Mucho. Mi padre era un hombre sencillo, pero la amaba demasiado. Siempre la protegió,  y en el pueblo la trataban con respeto.

— Nadie preguntó nunca por el linaje o el pasado de mi madre. Yo nací y crecí en un hogar feliz. Éramos una familia muy unida. 

— Pero un día, cuando menos lo esperábamos papá murió, ella no pudo soportar la vida en el pueblo sin papá.  

— Mamá empezó a añorar el bosque donde nació. Así que me trajo aquí, siendo yo apenas un niño. A la cabaña que había sido su hogar. 

— Se convirtió en la guardiana del bosque, cuidando de cada animal y bestia que lo habitada, su conexión con estas tierras era muy profunda. 

— La manada de mi madre fue la primera en habitar este bosque.  

Las palabras de Eirik dibujaron una imagen en mi mente: una mujer fuerte, dejando atrás su manada por perseguir  su felicidad al lado del humano que amaba,  la misma mujer que despues de perderlo decidió  proteger lo que quedaba de su mundo.

—Se convirtió en una curandera —dijo Eirik, con una sonrisa nostálgica—. Conocía cada planta, cada raíz, cada rincón del bosque. La gente la respetaba, pero pocos se atrevían a acercarse demasiado. Había algo en ella, una conexión con el bosque que la hacía diferente.

— Nadie sabía que mamá era en esencia una loba. Nunca lo supieron. Cuando murió el bosque reclamó su espíritu,  el viento su amigo de toda la vida se llevó sus cenizas en una llama dorada. 

—¿Ella… era la voz que escuché? —pregunté.

Eirik asintió, como si hubiera esperado esa pregunta.

—Mi madre solía decir que el bosque cuida de quienes lo respetan. Me prometió estar conmigo siempre.  Desde ese entonces,  escucho su voz, especialmente cuando más la necesito.

El aire a nuestro alrededor pareció volverse más cálido, y por un momento, creí escuchar un suave susurro en el viento, como una canción lejana.

Las hojas secas se arremolinaron a mi alrededor como si me abrazaran.

—Es ella, ¿verdad? —murmuré.

Eirik se giró hacia mí, sus ojos brillando bajo la luz de la luna.

—Sí… Es mi madre.  Ella fue quien te salvó hoy.

Un nudo se formó en mi garganta, pero antes de que pudiera hablar, Eirik dio un paso hacia mí, acercándose tanto que el aroma del bosque en su piel me envolvió.

—Lyra —dijo, su voz apenas un murmullo—, mi madre dejó este mundo, pero nunca se fue del todo. Así como yo nunca me iré de tu lado.

No supe qué decir. Mi corazón latía con fuerza,  algo mucho más grande de lo que imaginé nos había unido. 

Cliffhanger 

En ese bosque no solo estaba el espíritu de mi madre, sino el espíritu de la madre de Eirik.

— ¿Se habrían conocido  nuestras madres? ¿Alguna vez sus caminos se habrían cruzado en este bosque?

Dentro de mí,  me emocionaba la idea de saber que el hombre del que amaba  tuviera en sus venas sangre lobo, aunque su apariencia fuera completamente humana.

La historia de su madre me ayudó a entender el porqué de su fortaleza, su conexión con el bosque y, sobre todo, su capacidad de amar intensamente. 

Esa noche, bajo la mirada atenta de la luna, comprendí que Eirik era  el puente entre dos mundos. Y que, tal vez, su madre había dejado un camino para que ambos encontráramos nuestra propia libertad.

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