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En la cueva, cuando al fin se habían quedado solos tras irse Ibrahim, Martín y su padre se habían concentrado en sus respectivas respiraciones.

La oscuridad era absoluta y Martín trataba desesperado de que sus ojos se acostumbraran y le permitieran ver a aquel hombre, a su padre. Pero no era posible porque al estar en una cueva no entraba ni un resquicio de luz por ningún lugar.

Alargó las manos en el aire golpeando el vacío. Quería hablarle, pero no dejaba de ser un desconocido para él y no sabía cómo comenzar la conversación.

Entonces fue el hombre quien lo hizo.

—Llevo catorce años viviendo en la oscuridad y atado con grilletes.

Martín estiró los brazos hacia la voz.

—¿Puedes tocarme?

—No, nos mantienen a la distancia justa para que no podamos hacerlo —el hombre detuvo la voz un momento—. Si

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