Al amanecer, llegaron a la manada. Las personas que notaron la presencia de los caballos, vieron a una joven de cabellos rojizos y ojos violetas con la mirada perdida. De inmediato una mujer al saber de quien se trataba comenzó a insultarla.
—¡Capturaron a la bruja! ¡Que lleven a la horca a la bruja! La diosa Selene escuchó nuestras plegarias, pronto nos libraremos de la maldición.
La gente comenzó a rodear el caballo que montaba Aradne. Los insultos brotaron de sus bocas como una tormenta, acompañados de piedras que volaban hacia ella. Aterrorizada, Aradne vio en los ojos de la gente una mezcla de crueldad y rabia. Aquellas miradas la hicieron tambalearse y, presa del miedo, cerró los ojos, temiendo lo peor.
Gedeón, al ver a la gente alterada, jaló la cuerda de su caballo y se posicionó al lado del caballo de Aradne. Con furia, volvió a jalar la cuerda, haciendo que su caballo relinchara y se levantara en dos patas.
—¡Basta de insultos! Regresen a sus obligaciones. Si llegan a hacerle daño a la chica sin permiso de su rey, se atenderán a las consecuencias —expulsó con una mirada sombría.
La gente asustada por la actitud del alfa, se dispersaron murmurando y apretando los dientes. Algunos guerreros estaban aliviados de que su gente no le hicieron daño a Aradne, se miraban entre sí, sintiendo pena por ella, conscientes de que no podían hacer nada.
Aradne, al escuchar esas frías palabras, abrió los ojos y miró a Gedeón. Al ver su rostro rígido y sin ninguna expresión, sintió cómo su corazón se apretaba en su pecho y las pocas esperanzas que tenía de salir ilesa de esas tierras se desvanecían. Solo le quedó agachar la mirada y sentir el caballo moverse con lentitud.
Nefer estaba en su despacho cuando uno de sus hombres entró para informarle que habían capturado a la bruja. La hija de la mujer a la que había odiado desde el momento en que la vio entrar en la mansión. Recordó las lágrimas derramadas de su madre por el amor de un hombre que ni siquiera la miraba, y el distanciamiento de su padre hacia él, por una simple extraña que no pertenecía a su raza, pero que su padre se había obsesionado con ella hasta su muerte. Estaba lleno de resentimiento y solo quería hacer sufrir a la hija de esa bruja.
Se levantó bruscamente de su asiento y, acompañado de su amigo, camino a pasos acelerados hacia la entrada de la mansión.
Nefer observaba cómo se acercaban los caballos y se detenían frente a él. Al ver a un guerrero ayudar a bajar a una joven de cabello rojizo, sus labios se curvaron en una sonrisa agria. Luego Gedeón tomaba a la joven por los hombros y la arrastraba hacia él, Nefer fijó sus ojos en los encrespados ojos violetas de la joven. La escaneó con la mirada y pensó: " Esta vez encontraron a la verdadera hija de la hechicera. Contigo en mis manos podré ejecutar mi venganza".
—Su majestad, Hemos encontrado a la hija de la bruja escondida en las tierras altas de Drion, entre las montañas rocosas, Tal como ordenó su padre he cumplido con la misión —informó Gedeón, empujándola con fuerza hacia adelante.
Aradne se tambaleó y cayó de rodillas, sintiendo un dolor punzante que la obligó a apretar los puños con fuerza. Levantó bruscamente la cabeza para echar un vistazo al hombre frente a ella, un escalofrió recorrió su cuerpo al percibir la malicia en su mirada.
—Buen trabajo, alfa Gedeón. Como siempre, mostrando lealtad a tu líder y a tu gente —pronunció Nefer. Sin apartar la mirada de Aradne—. Así que tú eres la hija de la bruja que hechizó a mi padre y nos trajo desgracias a nuestra manada. Por fin conozco a la bastarda, eres tan hermosa como tu madre.
Aradne se sobresaltó al escuchar esas palabras. Ella desconocía por completo la historia de su verdadera madre; todo lo que sabía era lo que su madre adoptiva le había contado y los comentarios que escuchaba en la aldea cuando los guerreros llegaban en busca de jóvenes con su misma apariencia, llevándoselas sin que se supiera más de ellas. Las lágrimas no tardaron en nublar sus ojos. Con desesperación Aradne suplicó con voz temblorosa.
— Señor, no sé de qué habla. No conocí a mi madre ni su historia. ¡Por favor, déjeme ir! ¡No me mate! —Las lágrimas inundaron rápidamente sus mejillas. Con temblor en sus manos, se llevó los dedos a los ojos para apartar la humedad que bloqueaba su visión—. Está equivocado, yo soy ninguna bruja.
—Eso es lo que dicen todas las brujas condenadas a la horca —respondió tranquilamente, moviendo la cabeza de un lado a otro—. Me gusta que supliques por tu vida, bastardita.
—¡Porrr favor…! ¡No me mate! —Rogó nuevamente. Notó que él no gritaba, pero su desprecio era palpable en cada palabra que pronunciaba, y la vena que se marcaba en su cuello la hizo sentir una oleada de escalofríos en su cuerpo, presentía que podría desmayarse en cualquier momento.
—Debemos cumplir con la profecía revelada por la diosa Selene a los viejos lobos. Los ancianos, a través del oráculo, informaron a mi padre que una maldición había caído sobre nosotros desde el momento en que tu madre salió de esta mansión. Para disolverla y restaurar todo como antes, debemos erradicar la maldad y a sus descendientes —explicó con una sonrisa sarcástica—. Y tú, bastarda, vas a pagar por los pecados de tu madre.
Ella anhelaba sobrevivir, pero en el fondo sabía que un monstruo como él no la dejaría con vida.
Gedeón permanecía en silencio, sudando frío. Su pecho se contraía mientras luchaba por controlar a su lobo, que buscaba desesperadamente tomar el control. No podía permitir que eso sucediera. Había pasado muchos años preparando a Aitor para que rechazara a su mate, y ahora todo parecía desmoronarse en ese momento.
Nefer la observó con dureza durante un rato antes de hablar. Se regocijaba internamente al verla indefensa y débil. Luego, giró la cabeza hacia uno de sus hombres.
—Llévenla a los calabozos. Después, Ramsés se ocupará de ella.
—Su majestad, si me permites, yo me ocuparé de ella antes de su ejecución —intervino Gedeón con voz áspera pero serena.
—Como quieras, Gedeón. Confío en que no caerás en los hechizos de esta bruja —vociferó chenqueando los dientes.
—Descuide su majestad, hice una promesa a tu padre, y soy un leal servidor de mi sangre.
Nefer asintió con la cabeza, dio media vuelta y se alejó.
Gedeón dio tres zancadas hacia Aradne y, tomándola bruscamente por los hombros desde atrás, provocó que ella soltara un chillido ahogado desde el fondo de su garganta.
—No me encierres, por favor.
—Camina —fue lo único que pronunció. La llevaba casi alzada, notando cómo su cuerpo se estremecía. Con la mirada gélida, la condujo a la parte trasera de la mansión real hacia los calabozos. Bajaron unas tenebrosas escaleras; el lugar olía a humedad y tenía poca luz. Al llegar, ordenó a un guardia que se encontraba allí:
—Abre la reja.
Al ver la puerta abierta, Gedeón, sin compasión, la empujó hacia adentro y, sin mirarla, salió de ese lugar a toda prisa.
Una tormenta de emociones embargó a Aradne, y las lágrimas inundaron sus ojos mientras contemplaba el tétrico lugar. Las paredes húmedas y cubiertas de moho, y un olor rancio se colaba por sus fosas nasales, revolviéndole el estómago. Se llevó una mano a la boca, tratando de contener la náusea que subía por su garganta. Sus ojos se posaron en lo único que había allí: una cama de piedras toscamente apiladas.De repente, un ruido seco resonó en la penumbra, haciéndola saltar. Giró la mirada hacia la esquina cerca de las rejas, y su corazón se aceleró al ver que eran ratas corriendo por el suelo húmedo. Un grito agudo escapó de sus labios antes de que pudiera contenerlo.De un salto, se subió a la cama y se acurrucó abrazando sus piernas, estaba temblando de miedo. La confusión se apoderó de su mente. No entendía por qué su madre y su existencia eran la culpable de la desgracia de esa manada. Un pensamiento repentino apareció en su cabeza “¿Cómo podía yo, una simple mortal, ser la causa
—¡Hola, Aradne! ¿Cómo te ha tratado mi manada?Aradne se inquietó al escuchar una voz seductora que provenía desde fuera de su celda. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver a un hombre alto, con las cejas arqueadas y unos ojos lujuriosos que la devoraban con una mirada perturbadora. Forzando las palabras a salir de su garganta, preguntó:—¿Quién eres tú?—No tengas miedo, no te voy a hacer daño —comentó, aunque en su mente pensaba lo contrario. “Nos vamos a divertir” Abrió la reja y dio varios pasos hacia el frente. Con una sonrisa codiciosa continuó—. Nesfer no nos presentó, soy Ramsés.La desconfianza en Aradne se incrementó al verlo entrar. Retrocedió un paso, pegando su cuerpo a la pared.—Señor, ¿qué hace aquí? Yo... yo solo quiero que me saquen de aquí —expulsó de sus labios temblorosos. Ella llevaba días encerrada, sintiéndose al borde de la locura. A pesar de los intentos de consuelo de Sara, su único deseo era regresar a su hogar, junto a su mamá. Abrió los ojos con angustia
De repente, un estruendo resonó en la habitación. La puerta fue derribada de un solo golpe. Ramsés giró la cabeza y, furioso, gritó:—¿Vienes a unirte a la fiesta? Lástima que no estés invitado.Unos ojos negros como la noche y una mirada asesina se posaron sobre él.—¡Suéltala u olvidaré quién eres! —su voz gutural resonaba en la habitación. Gedeón luchaba por controlar a su lobo, que anhelaba acabar con ese alfa en ese mismo instante, usaba todas sus fuerzas para mantener el dominio de Aitor.—No me digas que también te hechizó la bruja, o mejor aún, te diste cuenta de que es una híbrida y quieres darle una probadita —comentó, levantándose de la cama con un movimiento rápido y brusco. Se agachó para recoger su camisa del suelo y se la puso mientras avanzaba hacia Gedeón, sus ojos ardían con una mezcla de desdén y advertencia—. No eres bienvenido en esta reunión. Esta omega la vi primero. Si no quieres que Nefer te destituya de tu rango, date la vuelta y márchate de aquí.Gedeón no se
Después de unos minutos, Gedeón abrió la puerta con un gesto brusco y le arrancó lo que quedaba de su vestido, dejando a Aragne atónita y vulnerable. Con el corazón acelerado y la adrenalina corriendo por sus venas, ella lo empujó con todas sus fuerzas, pero él era como una roca inamovible. Desesperada y con la voz temblorosa, lo increpó.—Espera, ¿qué haces?—Voy a borrar la feromona de otro alfa de tu cuerpo. No soporto ese maldito olor, tengo que desinfectarte.—¡Eres un loco, degenerado, pervertido! —vociferó, sin fuerzas. Sus piernas temblaban como gelatina y temía que en cualquier momento se desplomara. La desesperación se reflejaba en sus ojos, pero no dejaba de luchar contra la sensación de impotencia que sentía.Gedeón trataba de poner la mente en blanco y controlar su instinto animal. Estiró una mano hacia la jabonera y agarró una barra de jabón, comenzando a frotársela en su cuerpo. Ella lo empujó, provocando que él gruñera con frustración.—Quédate tranquila. Puedo sentir e
Horus irrumpió en el despacho sin tocar la puerta. Levantó la vista con sorpresa al ver a Gedeón sentado cómodamente en su sillón de cuero, sosteniendo un vaso de licor en la mano. Sobre la mesa, tenía una botella de cristal casi vacía que reflejaba su angustia. Los ojos de Horus chispeaban de rabia, y sin perder un segundo, vociferó.—¡¿Cómo te atreves a beber en un momento como este?! ¿Así crees que vas a resolver el problema en el que te has metido? Nesfer solicita tu presencia. ¿Qué demonios hiciste para que el grupo de viejos decrépitos esté tan alterado?Gedeon lo miró por unos segundos, recordando cómo se habían criado juntos hasta la muerte de sus padres. Años después, se reencontraron con el propósito de vengar juntos a sus familias. Con un largo suspiro se inclinó hacia adelante y coloco los codos sobre la mesa, comenzó a menear el líquido dorado que contenía el vaso, viéndolo como se hacía un remolino.—No es tan simple, Horus. Lo que hice era necesario, aunque ahora todo pa
Gedeón conducía a toda velocidad hacia su residencia, iba reflexionando sobre lo ocurrido desde la llegada de Aradne a su vida. Al llegar, uno de sus guerreros se le acercó y le entregó una bolsa.—¡Alfa! Horus trajo este paquete.Gedeón tomó la bolsa y, sin inmutarse, se dirigió a su habitación. Abrió la puerta sin tocar y vio una figura menuda frente a la ventana. Sin perder tiempo, menciono.—Aquí te traje ropa para que te cambies. Todo lo que traías lo mandé a quemar.Ella se inquietó al escuchar esa voz áspera. Se giró lentamente hacia Gedeón y con voz calmada preguntó.—¿Qué va a pasar conmigo?—De momento, vístete. Te llevaré a otro lugar donde permanecerás encerrada sin derecho a salir.Aradne lo miró fijamente, pero pronto desvió la vista, sintiendo la intensidad de su mirada como si la escaneara de arriba a abajo. Envuelta en una sábana, avanzó con pasos inseguros hacia Gedeón. Estiró la mano sin atreverse a mirarlo a los ojos y, al ver que él le ofrecía la bolsa, la tomó con
Aradne se sentía como si un rayo eléctrico la hubiera atravesado. Después de un largo rato en silencio, esperando que el dolor se volviera soportable, se levantó tambaleándose y salió de la tina. Frente al espejo, se desnudó lentamente, mientras la imagen de su madre se proyectaba en su mente. Entre dientes, murmuró.—Ay, mamá Gloria, ya nunca más volveré a escuchar tus regaños ni a ver tu sonrisa.Se quedó inmóvil un instante, contemplando su reflejo débil y deprimente en el espejo. Dos semanas en esa manada habían dejado cicatrices visibles en su cuerpo y una tristeza abrumadora en su alma. Con una mueca de agonía en los labios, balbuceó.—Jamás imaginé que la manada de mi padre estuviera llena de tanta maldad. Si este es el precio que debo pagar por su pecado y mi destino es morir, solo te pido, diosa Selene, que te apiades de mí.Ella percibió que abrían la puerta, pero no volteó a ver quién entraba.—¡Por la diosa Selene, ¿qué te ha pasado?! —exclamó Cleo, sus ojos se agrandaron c
Jonás tocó la puerta. Desde el otro lado, una voz gutural se escuchó, provocando en Cleo un deseo de huir.—Pasen.Jonás abrió la puerta, permitiendo la entrada de Ramón y Cleo, y luego se retiró para comprar los medicamentos.Gedeón, al verlos entrar, fijó su mirada en cada uno de ellos. Sus ojos no reflejaban emoción alguna; eran fríos y distantes, como el hielo. Sentado en su silla de cuero, preguntó con tono inquebrantable.—Cuéntenme, ¿qué pasó con Aradne? ¿Por qué estaba en ese estado?Cleo estaba aterrada; sentía que le faltaba la respiración. Al ver la mirada penetrante del alfa sobre ella, se obligó a hablar.—Señor, yo no sé qué le pasó a la señora Aradne. Hace cinco días llevé la comida a la habitación y me sorprendió verla en el baño, desnuda frente al espejo, con una mancha roja en su espalda, empapada de agua y con la mirada perdida. Le pregunté qué le pasaba y solo me respondió que la dejara sola. Le llevé una pomada para el moretón que observé en su espalda, pero sigue