Una tormenta de emociones embargó a Aradne, y las lágrimas inundaron sus ojos mientras contemplaba el tétrico lugar. Las paredes húmedas y cubiertas de moho, y un olor rancio se colaba por sus fosas nasales, revolviéndole el estómago. Se llevó una mano a la boca, tratando de contener la náusea que subía por su garganta. Sus ojos se posaron en lo único que había allí: una cama de piedras toscamente apiladas.
De repente, un ruido seco resonó en la penumbra, haciéndola saltar. Giró la mirada hacia la esquina cerca de las rejas, y su corazón se aceleró al ver que eran ratas corriendo por el suelo húmedo. Un grito agudo escapó de sus labios antes de que pudiera contenerlo.
De un salto, se subió a la cama y se acurrucó abrazando sus piernas, estaba temblando de miedo. La confusión se apoderó de su mente. No entendía por qué su madre y su existencia eran la culpable de la desgracia de esa manada. Un pensamiento repentino apareció en su cabeza “¿Cómo podía yo, una simple mortal, ser la causa del sufrimiento de esta gente? Y aún más, ¿cómo pueden ser tan malvados estos lobos?”
Aradne no sabía cuánto tiempo había pasado. Escuchó el tintineo de unas llaves y el crujido de la puerta, levanto la cabeza al oír una voz áspera, era el guardia que entraba con una bandeja en la mano.
—Traje la comida del día. —Colocó la bandeja a un lado de la cama. Luego le dio la espalda, cerró la reja y salió rápidamente.
Aradne giró la cabeza hacia la bandeja sobre la cama, ojeo que contenía un pedazo de pan y un vaso desechable con agua.
—Joven, será mejor que comas. Esa es lo único que veras por hoy. Si no comes, no tendrás fuerzas para llevar la carga de tus pecados.
Aradne se sobresaltó y buscó con la mirada la procedencia de esa voz apagada. Contemplo que no estaba sola, en la celda del frente distinguió una figura femenina. Se levantó de la cama y caminó hacia adelante, aferrándose a los barrotes preguntó.
—¿Quién es usted? ¿También la tienen prisionera injustamente?
—Me llamo Sara. Solía trabajar en esta mansión y llevo purgando mis pecados en este calabozo desde hace 20 años, solo por ayudar a escapar a una moribunda mujer.
Aradne vio a una mujer de mediana edad, canosa y en un estado deprimente. Tragó saliva al ver lo delgada y frágil que se veía.
—¡Por la diosa Selene! —grito sorprendida—. ¡Tanto tiempo en este lugar! Yo no podría soportar vivir tanto tiempo encerrada.
—Al principio lloras, gritas, crees volverte loca, pero con el tiempo te acostumbras. Cuéntame, ¿por qué te encerraron?
—Yooo... no sé bien qué he hecho. Me sacaron de mi casa por mi apariencia. Según ellos, mi madre y yo somos las culpables de lo que les pasa tu gente.
Sara se acercó lentamente hacia los barrotes y, con sorpresa, echó un vistazo a Aradne. Sus labios se curvaron con entusiasmo.
—¿Tú eres la hija de Helíades? la diosa que cautivó al líder alfa Keseo. —Se llevó las manos a la cabeza—. No puede ser, ¡estás viva! Lograste sobrevivir, muchacha.
—¿Usted conoció a mi madre? —Aradne sintió curiosidad por saber quién era su madre y por qué la odiaban tanto.
Sara soltó un suspiro amargo, retrocedió hacia su cama y comenzó a relatar:
—Hace 20 años ayudé a una moribunda Helíades a escapar de las garras de la luna Delia. Por celos, esa loba era cruel con tu madre.
—¿Por favor cuénteme lo que sepas de mi madre? —suplicó Aradne con una voz desesperada.
—Te contaré primero quién era tu madre, según lo que me contaba cada vez que entraba a su habitación. —Soltó un suspiro ahogado—. Helíades venía del valle de los dioses. Le encantaba juguetear y bañarse en una hermosa cascada rodeada de naturaleza. Un día escuchó un ruido entre las malezas. Asustada, esperó un rato y, al no ver a nadie aproximarse, salió del agua y se acercó al lugar del ruido. Allí vio a un hombre desangrándose, tenía una espantosa herida. Temerosa, buscó un poco de agua, la revolvió con su magia, luego la echó sobre la herida de ese hombre moribundo, logrando curarlo. El hombre que había curado era el líder alfa del imperio de Nadis.
—¿El alfa de esta manada? —´preguntó una atónita Aradne.
Sara vio la mirada expectante de la joven y con voz tranquila continuó.
—Sí, nuestro rey Keseo. Tu madre quedó impresionada por el porte varonil de aquel hombre. Conversaron un rato y él prometió visitarla en ese lugar, Keseo siempre volvía a la cascada para hablar con ella. Un día, él la convenció de irse con él y ella aceptó sin saber que le esperaba en esta manada. Al llegar nuestra gente la rechazó por no ser una loba, y también fue humillada por la mate de Keseo.
—¿Keseo tenía pareja y se atrevió a traer a mi madre aquí? —Aradne apretó los puños—. No puedo creer que mi madre haya sido tan ingenua, como pudo enamorarse de un hombre casado.
—También tenía un hijo de 15 años, Nefer que ya conociste. Tiempo después, otros alfas la codiciaban y Keseo, celoso la encerró, permitiendo que la luna Delia la maltratara. Yo era la que entraba en la habitación con la comida. Sentía pena al ver a Helíades cada día más frágil y débil. Además, estaba embarazada. Un día, me pidió ayuda porque decía que la estaban envenenando y ella usaba su don para proteger a su bebé.
—Estaban matando a mi madre —expresó Aradne mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas y su corazón se encogía—. Y ese Keseo no hizo nada, ese miserable no tuvo compasión por su bebé.
—Helíades sospechaba que era la luna Delia quien la quería ver muerta, sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida. Me rogaba que la sacara de allí, y logró que me apiadara de ella, pues ya no soportaba verla sufrir. Un día, distraje a los guardias y la ayudé a salir de la mansión. Luego se enteraron de que fui yo quien la ayudó, y me apresaron por traición al imperio.
Aradne trataba de controlar sus lágrimas, pero el sentimiento de tristeza no la dejaba. Un escalofrío recorrió su cuerpo al pensar en todo el sufrimiento que su madre había atravesado por enamorarse de un lobo cruel.
—Pobre de mi madre, ¿por qué tuvo que seguir a ese Keseo? Seguro la engañó para tenerla encerrada.
—Mi niña, ella llegó aquí por su propia voluntad. Dejó su paraíso, como solía decir, para vivir entre buitres por amor.
—Ahora comprendo el doloroso destino de mi madre.
—Desde la huida de Helíades, esta región se volvió sombría. Las cosechas se secaban y las pocas cosas que crecen en estas tierras son para Nefer o para las criaturas que atacan al pueblo.
—Gracias por aclararme por qué me odia tanto tu gente.
Sara percibía la melancolía en cada palabra de la joven. Para concluir lo que sabía, continuó.
— Después de que me encerraron, escuché a los guardias decir que los ancianos lobos avisaron a Keseo que la diosa Selene, a través del oráculo, se manifestó informándoles que una maldición había caído sobre nosotros. Para disolverla y que todo volviera a ser como antes, se debía matar al culpable de esa maldición y a sus descendientes. Se rumoreó que cuando los guerreros encontraron el cuerpo de Helíades ensangrentado y con señales de parto, ella se convirtió en polvo blanco y una luz violeta se elevó a los cielos. Desde entonces pensaron que era una bruja y que los había maldecido. Como tú no estabas cerca de tu madre, comenzaron a buscarte. Keseo enloqueció buscándote para matarte, culpándote de que su vida fuera un desastre.
Aturdida, Aragne se despegó de los barrotes de la celda y caminó lentamente hacia la cama. Se recostó y comenzó a procesar la triste información sobre la vida de su madre. Comprendió que había huido por su bien y la había colocado en aquella cesta para salvarla de la muerte. En ese momento, solo podía llorar. Sentía sus ojos pesados, estaba tan cansada que se quedó dormida.
—¡Hola, Aradne! ¿Cómo te ha tratado mi manada?Aradne se inquietó al escuchar una voz seductora que provenía desde fuera de su celda. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver a un hombre alto, con las cejas arqueadas y unos ojos lujuriosos que la devoraban con una mirada perturbadora. Forzando las palabras a salir de su garganta, preguntó:—¿Quién eres tú?—No tengas miedo, no te voy a hacer daño —comentó, aunque en su mente pensaba lo contrario. “Nos vamos a divertir” Abrió la reja y dio varios pasos hacia el frente. Con una sonrisa codiciosa continuó—. Nesfer no nos presentó, soy Ramsés.La desconfianza en Aradne se incrementó al verlo entrar. Retrocedió un paso, pegando su cuerpo a la pared.—Señor, ¿qué hace aquí? Yo... yo solo quiero que me saquen de aquí —expulsó de sus labios temblorosos. Ella llevaba días encerrada, sintiéndose al borde de la locura. A pesar de los intentos de consuelo de Sara, su único deseo era regresar a su hogar, junto a su mamá. Abrió los ojos con angustia
De repente, un estruendo resonó en la habitación. La puerta fue derribada de un solo golpe. Ramsés giró la cabeza y, furioso, gritó:—¿Vienes a unirte a la fiesta? Lástima que no estés invitado.Unos ojos negros como la noche y una mirada asesina se posaron sobre él.—¡Suéltala u olvidaré quién eres! —su voz gutural resonaba en la habitación. Gedeón luchaba por controlar a su lobo, que anhelaba acabar con ese alfa en ese mismo instante, usaba todas sus fuerzas para mantener el dominio de Aitor.—No me digas que también te hechizó la bruja, o mejor aún, te diste cuenta de que es una híbrida y quieres darle una probadita —comentó, levantándose de la cama con un movimiento rápido y brusco. Se agachó para recoger su camisa del suelo y se la puso mientras avanzaba hacia Gedeón, sus ojos ardían con una mezcla de desdén y advertencia—. No eres bienvenido en esta reunión. Esta omega la vi primero. Si no quieres que Nefer te destituya de tu rango, date la vuelta y márchate de aquí.Gedeón no se
Después de unos minutos, Gedeón abrió la puerta con un gesto brusco y le arrancó lo que quedaba de su vestido, dejando a Aragne atónita y vulnerable. Con el corazón acelerado y la adrenalina corriendo por sus venas, ella lo empujó con todas sus fuerzas, pero él era como una roca inamovible. Desesperada y con la voz temblorosa, lo increpó.—Espera, ¿qué haces?—Voy a borrar la feromona de otro alfa de tu cuerpo. No soporto ese maldito olor, tengo que desinfectarte.—¡Eres un loco, degenerado, pervertido! —vociferó, sin fuerzas. Sus piernas temblaban como gelatina y temía que en cualquier momento se desplomara. La desesperación se reflejaba en sus ojos, pero no dejaba de luchar contra la sensación de impotencia que sentía.Gedeón trataba de poner la mente en blanco y controlar su instinto animal. Estiró una mano hacia la jabonera y agarró una barra de jabón, comenzando a frotársela en su cuerpo. Ella lo empujó, provocando que él gruñera con frustración.—Quédate tranquila. Puedo sentir e
Horus irrumpió en el despacho sin tocar la puerta. Levantó la vista con sorpresa al ver a Gedeón sentado cómodamente en su sillón de cuero, sosteniendo un vaso de licor en la mano. Sobre la mesa, tenía una botella de cristal casi vacía que reflejaba su angustia. Los ojos de Horus chispeaban de rabia, y sin perder un segundo, vociferó.—¡¿Cómo te atreves a beber en un momento como este?! ¿Así crees que vas a resolver el problema en el que te has metido? Nesfer solicita tu presencia. ¿Qué demonios hiciste para que el grupo de viejos decrépitos esté tan alterado?Gedeon lo miró por unos segundos, recordando cómo se habían criado juntos hasta la muerte de sus padres. Años después, se reencontraron con el propósito de vengar juntos a sus familias. Con un largo suspiro se inclinó hacia adelante y coloco los codos sobre la mesa, comenzó a menear el líquido dorado que contenía el vaso, viéndolo como se hacía un remolino.—No es tan simple, Horus. Lo que hice era necesario, aunque ahora todo pa
Gedeón conducía a toda velocidad hacia su residencia, iba reflexionando sobre lo ocurrido desde la llegada de Aradne a su vida. Al llegar, uno de sus guerreros se le acercó y le entregó una bolsa.—¡Alfa! Horus trajo este paquete.Gedeón tomó la bolsa y, sin inmutarse, se dirigió a su habitación. Abrió la puerta sin tocar y vio una figura menuda frente a la ventana. Sin perder tiempo, menciono.—Aquí te traje ropa para que te cambies. Todo lo que traías lo mandé a quemar.Ella se inquietó al escuchar esa voz áspera. Se giró lentamente hacia Gedeón y con voz calmada preguntó.—¿Qué va a pasar conmigo?—De momento, vístete. Te llevaré a otro lugar donde permanecerás encerrada sin derecho a salir.Aradne lo miró fijamente, pero pronto desvió la vista, sintiendo la intensidad de su mirada como si la escaneara de arriba a abajo. Envuelta en una sábana, avanzó con pasos inseguros hacia Gedeón. Estiró la mano sin atreverse a mirarlo a los ojos y, al ver que él le ofrecía la bolsa, la tomó con
Aradne se sentía como si un rayo eléctrico la hubiera atravesado. Después de un largo rato en silencio, esperando que el dolor se volviera soportable, se levantó tambaleándose y salió de la tina. Frente al espejo, se desnudó lentamente, mientras la imagen de su madre se proyectaba en su mente. Entre dientes, murmuró.—Ay, mamá Gloria, ya nunca más volveré a escuchar tus regaños ni a ver tu sonrisa.Se quedó inmóvil un instante, contemplando su reflejo débil y deprimente en el espejo. Dos semanas en esa manada habían dejado cicatrices visibles en su cuerpo y una tristeza abrumadora en su alma. Con una mueca de agonía en los labios, balbuceó.—Jamás imaginé que la manada de mi padre estuviera llena de tanta maldad. Si este es el precio que debo pagar por su pecado y mi destino es morir, solo te pido, diosa Selene, que te apiades de mí.Ella percibió que abrían la puerta, pero no volteó a ver quién entraba.—¡Por la diosa Selene, ¿qué te ha pasado?! —exclamó Cleo, sus ojos se agrandaron c
Jonás tocó la puerta. Desde el otro lado, una voz gutural se escuchó, provocando en Cleo un deseo de huir.—Pasen.Jonás abrió la puerta, permitiendo la entrada de Ramón y Cleo, y luego se retiró para comprar los medicamentos.Gedeón, al verlos entrar, fijó su mirada en cada uno de ellos. Sus ojos no reflejaban emoción alguna; eran fríos y distantes, como el hielo. Sentado en su silla de cuero, preguntó con tono inquebrantable.—Cuéntenme, ¿qué pasó con Aradne? ¿Por qué estaba en ese estado?Cleo estaba aterrada; sentía que le faltaba la respiración. Al ver la mirada penetrante del alfa sobre ella, se obligó a hablar.—Señor, yo no sé qué le pasó a la señora Aradne. Hace cinco días llevé la comida a la habitación y me sorprendió verla en el baño, desnuda frente al espejo, con una mancha roja en su espalda, empapada de agua y con la mirada perdida. Le pregunté qué le pasaba y solo me respondió que la dejara sola. Le llevé una pomada para el moretón que observé en su espalda, pero sigue
Gedeon entró en la habitación con cautela. Desde la puerta, la vio dormida. Avanzó pausadamente hacia la cama, sus movimientos eran lentos y silenciosos. Se quedó mirándola con el ceño fruncido al notar su mano maltratada y observó que quedaba poca solución intravenosa. Abrió la bolsa que traía y sacó el contenido, colocándolo en la mesa junto a la cama.Tomó la crema y desenroscó la tapa. Con el dedo índice, aplicó un poco y se sentó al lado de la cama, quedando inmóvil por unos segundos. Inhaló su aroma, una exquisita mezcla de múltiples flores que llenaban la habitación con una fragancia embriagadora.Extendió su mano izquierda para acariciar su largo y ondulado cabello rojizo, y sus dedos rozaron suavemente su cuello, blanco como la nieve. Percibió cómo su pecho subía y bajaba rítmicamente con cada respiración pausada. El sonido de su respiración era relajante, como el murmullo de una cascada. Posó sus intensos zafiros en su rostro, sus facciones tiernas y delicadas le parecían tan