—¡Hola, Aradne! ¿Cómo te ha tratado mi manada?
Aradne se inquietó al escuchar una voz seductora que provenía desde fuera de su celda. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver a un hombre alto, con las cejas arqueadas y unos ojos lujuriosos que la devoraban con una mirada perturbadora. Forzando las palabras a salir de su garganta, preguntó:
—¿Quién eres tú?
—No tengas miedo, no te voy a hacer daño —comentó, aunque en su mente pensaba lo contrario. “Nos vamos a divertir” Abrió la reja y dio varios pasos hacia el frente. Con una sonrisa codiciosa continuó—. Nesfer no nos presentó, soy Ramsés.
La desconfianza en Aradne se incrementó al verlo entrar. Retrocedió un paso, pegando su cuerpo a la pared.
—Señor, ¿qué hace aquí? Yo... yo solo quiero que me saquen de aquí —expulsó de sus labios temblorosos. Ella llevaba días encerrada, sintiéndose al borde de la locura. A pesar de los intentos de consuelo de Sara, su único deseo era regresar a su hogar, junto a su mamá. Abrió los ojos con angustia y continuó rogando—. Tenga piedad.
Como si sus súplicas no importaran, él dio un paso más hacia ella y tomó un mechón de su cabello rojizo, inhalando su aroma.
—Tu aroma apenas se percibe, pero es como si estuviera inhalando flores frescas de diferentes olores —volvió a aspirar profundamente—. Qué olor tan exquisito.
—¿De qué habla? —Se frotaba las manos para darse fuerza—. No pertenezco a los lobos. Aunque mi padre haya sido un lobo, no tengo alteraciones ni rastro de loba.
—Interesante, eres una lobita pura. —Agrandando la curva de sus labios con malicia prosiguió—. Yo puedo sentir tu verdadera naturaleza, aunque no se haya revelado.
Ella no quiso dar importancia a lo que él decía; solo quería salir de allí. Se inclinó hacia adelante, arrodillándose frente a él levantó la cara y con las manos juntas frente su rostro, rogó.
—Señor, sáqueme de aquí., yo no tengo nada que ver con los pecados de otras personas.
—Es una dolorosa decisión que se debe ejecutar, mi querida Aradne. Además, si tu madre no hubiera huido, nuestras tierras y nuestra gente no estarían en esta situación de decadencia —se inclinó y la tomó por los hombros levantándola bruscamente—. Mejor ven conmigo. —La tomo de la mano izquierda y la sacó de allí rápidamente.
—¡Maldito, suéltala, no le hagas daño! —gritaba Sara con impotencia, tenía las manos aferradas a los barrotes viendo la figura de Aradne desaparecer frente a ella.
—¡Me está lastimando, suélteme, déjeme ir! —expresó Aradne, mientras era llevada por un pasillo con rapidez. Sentía que se iba a caer por lo apresurado que iba el hombre.
—Cállate y camina.
Al llegar frente a una habitación, Ramsés se llevó la mano a la chaqueta y sacó una llave. La colocó en la cerradura y giró rápidamente la manilla, abrió la puerta y jaló a Aradne hacia el interior, luego cerró la puerta detrás de él con el pie. Dio unos pasos hacia la cama y empujo a Aradne.
Ella cayó de espaldas en la cama, sintiendo un nudo en el estómago mientras el miedo se apoderaba de su cuerpo. No podía creer que ese hombre fuera a abusar de ella; en ese momento se dio cuenta de que no tenía escapatoria.
—Quiero darte una probadita antes de que empiece tu condena. Había escuchado la historia de tu madre, debió de ser hermosa para que el líder alfa perdiera la cabeza por ella. Con tus rasgos delicados, eres aún más hermosa de lo que imaginaba.
Ella rápidamente se inclinó y se arrastró hacia la cabecera de la cama. La mirada peligrosa de ese hombre la aterrorizaba, y su cuerpo comenzó a temblar. Deseaba con todas sus fuerzas que lo que estaba viviendo fuera una pesadilla. Arrinconada y en un intento desesperado por escapar, comenzó a gritar.
—¡Auxilio! ¡Ayúdenme, sáquenme de aquí!
—Grita todo lo que quieras, nadie vendrá por ti, tampoco podrás salir de esta habitación.
—¿Por qué ustedes son tan salvajes?
—Porque es nuestra naturaleza, es divertido ver el miedo en los ojos de nuestra presa —aspiró el aire con suavidad—. Y tú eres una omega deliciosa.
—¿Qué? ¿Omega? No soy loba, ya te lo dicho. No me puedes utilizar como una de ustedes.
—No te resistas —Entrecerró los ojos y curvó los labios de forma maliciosa—, Tengo una nariz sensible capaz de oler tus feromonas.
—Yo no huelo nada. Por favor no me haga daño —Rogó tragando saliva para no desvanecerse, mientras los nervios hacían estragos en su cuerpo.
—¡Yo sí! Hueles a omega, tus feromonas son una emanación dulce y suave que llama a los alfas a aparearse contigo. Siento un fuerte deseo sexual que no puedo controlar.
Ramsés caminó hacia ella, desabotonándose la camisa lentamente. Aradne sentía una profunda repulsión por ese hombre. Él la jaló por los pies, inclinándose hasta quedar frente a ella. Puso sus labios sobre los de ella, y al notar que ella apretaba la boca, gritó furioso.
—¡Abre la boca! —Llevo su mano derecha a la boca de ella e intentando abrírsela con dos dedos. Aradne abrió la boca y, ágilmente, mordió los dedos con todas sus fuerzas. Ramsés, al sentir el intenso dolor y buscando la manera de que lo soltara, levantó la otra mano y le dio un golpe en la cara.
—¡Maldita, cómo te atreves a morderme! Deberías dar gracias de que sea yo el primero en poseer tu cuerpo, o ¿quieres que te exponga a los demás lobos para que te profanen y no dejen nada de tu esencia?
Si me tocas buscare la manera de matarte —gritó furiosa.
Una carcajada resonó en la habitación. Ramsés, con una mirada oscurecida, desgarró de un tirón la parte delantera del vestido de ella, dejando sus senos expuestos. La lujuria se reflejó en su rostro. Con una mano, le agarró las dos muñecas y las colocó detrás de su cabeza.
—Tienes dos hermosas y redondas bellezas, podría perderme en ellas. Quédate quieta, si colaboras no tendrás laceraciones —colocó una de sus piernas en medio de las de ella tratando de abrírselas, con voz grave vociferó—. Abre las piernas.
Aradne no podía evitar que sus lágrimas se desbordaran como un río bajo una tormenta. Utilizaba todas sus fuerzas para mantener sus piernas cerradas. El lobo que tenía encima era robusto y sabía que no podría resistir por mucho tiempo, pero no se lo pondría fácil. Lucharía por su vida hasta el final.
—De mis garras no te vas a escapar. No conocerás a tu pareja destinada, pero antes de irte infierno, tendrás la dicha de estar con un alfa de tu misma casta —expresó, mientras le pasaba la lengua por el rostro y con la mano libre tocaba sus senos.
Aradne quería vomitar; sentía una repulsión profunda por el monstruo sobre ella. Se removía desesperadamente para quitárselo de encima, pero estaba agotada, sus fuerzas menguaban. El pánico nublaba su mente, deseaba no sentir, no escuchar, no ver esa cara retorcida. Cada vez más débil, su única esperanza era que todo terminara pronto.
De repente, un estruendo resonó en la habitación. La puerta fue derribada de un solo golpe. Ramsés giró la cabeza y, furioso, gritó:—¿Vienes a unirte a la fiesta? Lástima que no estés invitado.Unos ojos negros como la noche y una mirada asesina se posaron sobre él.—¡Suéltala u olvidaré quién eres! —su voz gutural resonaba en la habitación. Gedeón luchaba por controlar a su lobo, que anhelaba acabar con ese alfa en ese mismo instante, usaba todas sus fuerzas para mantener el dominio de Aitor.—No me digas que también te hechizó la bruja, o mejor aún, te diste cuenta de que es una híbrida y quieres darle una probadita —comentó, levantándose de la cama con un movimiento rápido y brusco. Se agachó para recoger su camisa del suelo y se la puso mientras avanzaba hacia Gedeón, sus ojos ardían con una mezcla de desdén y advertencia—. No eres bienvenido en esta reunión. Esta omega la vi primero. Si no quieres que Nefer te destituya de tu rango, date la vuelta y márchate de aquí.Gedeón no se
Después de unos minutos, Gedeón abrió la puerta con un gesto brusco y le arrancó lo que quedaba de su vestido, dejando a Aragne atónita y vulnerable. Con el corazón acelerado y la adrenalina corriendo por sus venas, ella lo empujó con todas sus fuerzas, pero él era como una roca inamovible. Desesperada y con la voz temblorosa, lo increpó.—Espera, ¿qué haces?—Voy a borrar la feromona de otro alfa de tu cuerpo. No soporto ese maldito olor, tengo que desinfectarte.—¡Eres un loco, degenerado, pervertido! —vociferó, sin fuerzas. Sus piernas temblaban como gelatina y temía que en cualquier momento se desplomara. La desesperación se reflejaba en sus ojos, pero no dejaba de luchar contra la sensación de impotencia que sentía.Gedeón trataba de poner la mente en blanco y controlar su instinto animal. Estiró una mano hacia la jabonera y agarró una barra de jabón, comenzando a frotársela en su cuerpo. Ella lo empujó, provocando que él gruñera con frustración.—Quédate tranquila. Puedo sentir e
Horus irrumpió en el despacho sin tocar la puerta. Levantó la vista con sorpresa al ver a Gedeón sentado cómodamente en su sillón de cuero, sosteniendo un vaso de licor en la mano. Sobre la mesa, tenía una botella de cristal casi vacía que reflejaba su angustia. Los ojos de Horus chispeaban de rabia, y sin perder un segundo, vociferó.—¡¿Cómo te atreves a beber en un momento como este?! ¿Así crees que vas a resolver el problema en el que te has metido? Nesfer solicita tu presencia. ¿Qué demonios hiciste para que el grupo de viejos decrépitos esté tan alterado?Gedeon lo miró por unos segundos, recordando cómo se habían criado juntos hasta la muerte de sus padres. Años después, se reencontraron con el propósito de vengar juntos a sus familias. Con un largo suspiro se inclinó hacia adelante y coloco los codos sobre la mesa, comenzó a menear el líquido dorado que contenía el vaso, viéndolo como se hacía un remolino.—No es tan simple, Horus. Lo que hice era necesario, aunque ahora todo pa
Gedeón conducía a toda velocidad hacia su residencia, iba reflexionando sobre lo ocurrido desde la llegada de Aradne a su vida. Al llegar, uno de sus guerreros se le acercó y le entregó una bolsa.—¡Alfa! Horus trajo este paquete.Gedeón tomó la bolsa y, sin inmutarse, se dirigió a su habitación. Abrió la puerta sin tocar y vio una figura menuda frente a la ventana. Sin perder tiempo, menciono.—Aquí te traje ropa para que te cambies. Todo lo que traías lo mandé a quemar.Ella se inquietó al escuchar esa voz áspera. Se giró lentamente hacia Gedeón y con voz calmada preguntó.—¿Qué va a pasar conmigo?—De momento, vístete. Te llevaré a otro lugar donde permanecerás encerrada sin derecho a salir.Aradne lo miró fijamente, pero pronto desvió la vista, sintiendo la intensidad de su mirada como si la escaneara de arriba a abajo. Envuelta en una sábana, avanzó con pasos inseguros hacia Gedeón. Estiró la mano sin atreverse a mirarlo a los ojos y, al ver que él le ofrecía la bolsa, la tomó con
Aradne se sentía como si un rayo eléctrico la hubiera atravesado. Después de un largo rato en silencio, esperando que el dolor se volviera soportable, se levantó tambaleándose y salió de la tina. Frente al espejo, se desnudó lentamente, mientras la imagen de su madre se proyectaba en su mente. Entre dientes, murmuró.—Ay, mamá Gloria, ya nunca más volveré a escuchar tus regaños ni a ver tu sonrisa.Se quedó inmóvil un instante, contemplando su reflejo débil y deprimente en el espejo. Dos semanas en esa manada habían dejado cicatrices visibles en su cuerpo y una tristeza abrumadora en su alma. Con una mueca de agonía en los labios, balbuceó.—Jamás imaginé que la manada de mi padre estuviera llena de tanta maldad. Si este es el precio que debo pagar por su pecado y mi destino es morir, solo te pido, diosa Selene, que te apiades de mí.Ella percibió que abrían la puerta, pero no volteó a ver quién entraba.—¡Por la diosa Selene, ¿qué te ha pasado?! —exclamó Cleo, sus ojos se agrandaron c
Jonás tocó la puerta. Desde el otro lado, una voz gutural se escuchó, provocando en Cleo un deseo de huir.—Pasen.Jonás abrió la puerta, permitiendo la entrada de Ramón y Cleo, y luego se retiró para comprar los medicamentos.Gedeón, al verlos entrar, fijó su mirada en cada uno de ellos. Sus ojos no reflejaban emoción alguna; eran fríos y distantes, como el hielo. Sentado en su silla de cuero, preguntó con tono inquebrantable.—Cuéntenme, ¿qué pasó con Aradne? ¿Por qué estaba en ese estado?Cleo estaba aterrada; sentía que le faltaba la respiración. Al ver la mirada penetrante del alfa sobre ella, se obligó a hablar.—Señor, yo no sé qué le pasó a la señora Aradne. Hace cinco días llevé la comida a la habitación y me sorprendió verla en el baño, desnuda frente al espejo, con una mancha roja en su espalda, empapada de agua y con la mirada perdida. Le pregunté qué le pasaba y solo me respondió que la dejara sola. Le llevé una pomada para el moretón que observé en su espalda, pero sigue
Gedeon entró en la habitación con cautela. Desde la puerta, la vio dormida. Avanzó pausadamente hacia la cama, sus movimientos eran lentos y silenciosos. Se quedó mirándola con el ceño fruncido al notar su mano maltratada y observó que quedaba poca solución intravenosa. Abrió la bolsa que traía y sacó el contenido, colocándolo en la mesa junto a la cama.Tomó la crema y desenroscó la tapa. Con el dedo índice, aplicó un poco y se sentó al lado de la cama, quedando inmóvil por unos segundos. Inhaló su aroma, una exquisita mezcla de múltiples flores que llenaban la habitación con una fragancia embriagadora.Extendió su mano izquierda para acariciar su largo y ondulado cabello rojizo, y sus dedos rozaron suavemente su cuello, blanco como la nieve. Percibió cómo su pecho subía y bajaba rítmicamente con cada respiración pausada. El sonido de su respiración era relajante, como el murmullo de una cascada. Posó sus intensos zafiros en su rostro, sus facciones tiernas y delicadas le parecían tan
Aradne, al pensar que tendría a ese hombre de casi dos metros de altura, de cabello castaño y mirada frígida dándole la comida, se ruborizó, pero no protestó. Lo siguió con sus ojos brillosos hasta la puerta, viéndolo abrirla y desaparecer.Ella se acomodó en la cama y cerró los ojos, intentando encontrar alguna lógica en lo que él estaba haciendo por ella. No comprendía por qué quería cuidarla si antes la había tratado mal.Una hora después, Gedeón abrió la puerta con una bandeja en las manos. Aradne lo observaba con los ojos muy abiertos, siguiendo cada uno de sus movimientos mientras él se acercaba y se sentaba junto a su cama. Cuando vio que colocaba la bandeja en su regazo, ella estiró las manos para tomarla, pero una voz áspera la detuvo.—¡No! Tienes que dejar que yo te lo dé. —Levantó la cuchara y se la acercó a la boca.—Puedo comer sola, el medicamento ha calmado mi malestar. Me niego a que me den la comida —expresó haciendo puchero y cruzando los brazos.—Última oportunidad,