Gedeon entró en la habitación con cautela. Desde la puerta, la vio dormida. Avanzó pausadamente hacia la cama, sus movimientos eran lentos y silenciosos. Se quedó mirándola con el ceño fruncido al notar su mano maltratada y observó que quedaba poca solución intravenosa. Abrió la bolsa que traía y sacó el contenido, colocándolo en la mesa junto a la cama.Tomó la crema y desenroscó la tapa. Con el dedo índice, aplicó un poco y se sentó al lado de la cama, quedando inmóvil por unos segundos. Inhaló su aroma, una exquisita mezcla de múltiples flores que llenaban la habitación con una fragancia embriagadora.Extendió su mano izquierda para acariciar su largo y ondulado cabello rojizo, y sus dedos rozaron suavemente su cuello, blanco como la nieve. Percibió cómo su pecho subía y bajaba rítmicamente con cada respiración pausada. El sonido de su respiración era relajante, como el murmullo de una cascada. Posó sus intensos zafiros en su rostro, sus facciones tiernas y delicadas le parecían tan
Aradne, al pensar que tendría a ese hombre de casi dos metros de altura, de cabello castaño y mirada frígida dándole la comida, se ruborizó, pero no protestó. Lo siguió con sus ojos brillosos hasta la puerta, viéndolo abrirla y desaparecer.Ella se acomodó en la cama y cerró los ojos, intentando encontrar alguna lógica en lo que él estaba haciendo por ella. No comprendía por qué quería cuidarla si antes la había tratado mal.Una hora después, Gedeón abrió la puerta con una bandeja en las manos. Aradne lo observaba con los ojos muy abiertos, siguiendo cada uno de sus movimientos mientras él se acercaba y se sentaba junto a su cama. Cuando vio que colocaba la bandeja en su regazo, ella estiró las manos para tomarla, pero una voz áspera la detuvo.—¡No! Tienes que dejar que yo te lo dé. —Levantó la cuchara y se la acercó a la boca.—Puedo comer sola, el medicamento ha calmado mi malestar. Me niego a que me den la comida —expresó haciendo puchero y cruzando los brazos.—Última oportunidad,
Cleo bajó la mirada y, uniendo sus manos nerviosas, confesó:—Al principio, yo quería que la ejecutaran para que las tierras volvieran a ser como mi abuelita me contaba. Pero ahora siento compasión por usted y la ayudaré hasta donde pueda.—¿Tus padres dónde están? —preguntó Aradne, extrañada de que solo mencionara a su abuela.—Mi madre murió de una enfermedad. No teníamos dinero para los medicamentos y mi padre no soportó su pérdida; se suicidó. El amor de su hija no pudo llenar el vacío que dejó mi madre —dijo Cleo con palabras ahogadas, sintiendo el resentimiento por lo que tuvo que vivir en ese tiempo, sin sus padres, quedando sola con su abuela y pasando muchas noches con el estómago vacío.—Tu vida tampoco ha sido fácil. Lamento lo de tus padres.—Mi abuelita me crió desde que tenía apenas 12 años. Desde entonces, empecé a trabajar para evitar que nos muriéramos de hambre, ya que ella tenía problemas en las piernas y no podía salir de casa.—¿A esa edad empezaste a trabajar para
Días después, Gedeón tras un extenuante día de trabajo estresante, cruzó el umbral de su despacho con el ánimo sombrío, se dirigió hacia un lateral y abrió una puerta que llevaba a una habitación oculta, un dormitorio amueblado en blanco y negro, conocido por pocos de sus hombres. Era aquí donde se refugiaba para escapar del mundo exterior y hallar un breve respiro de paz.Sus pensamientos se agitaban mientras luchaba con el peso de saber que pronto Adnare sería juzgada. Se enteró de que los ancianos habían fijado una fecha para que fuera presentada ante la corte del rey y recibir el veredicto de su ejecución. Él sabía que debía adelantar sus planes. En ese momento, la necesidad de verla lo embargaba intensamente, pero sabía que era mejor mantener la distancia.Se dirigió al baño necesitaba calmarse, y despejar la mente. Abrió la ducha y permitió que el agua fría cayera sobre su cuerpo, una sensación que intentaba sofocar la tormenta emocional que lo envolvía. El frío se filtraba en su
—¡No puedo! ¡Te necesito y tú me necesitas! —Como un lobo hambriento, acercó sus labios a los de ella. Con su mano derecha rodeó su cintura, mientras que con la otra mano sostuvo firmemente su nuca. Se inclinó y cargado de deseo la besó, sintiendo la calidez de sus labios. Con su lengua, buscó entrar en su boca.Aradne estaba aturdida. Abrió la boca, y sus labios se encontraron en una danza ansiosa y desesperada, explorándose mutuamente con urgencia. Sus respiraciones se entrecortaban, y sus suspiros agitados resonaban en la habitación.—Esto no está bien, déjame tomarme la pastilla. Luego te vas a arrepentir —balbuceó Aradne, jadeando entre palabras.Gedeón se apartó y, con la respiración agitada, apoyó su frente contra la de ella.—Ya es tarde para eso —dijo, con voz grave y excitada—. Cuando surjan los efectos de la pastilla será demasiado tarde. Sabes, no quería llegar a esto contigo. Hasta ahora, he tratado de mantenerme lo más alejado y discreto posible.Aradne experimentó una se
—¿Ya terminamos? —murmuró ella, respirando con dificultad, aún embriagada por las intensas sensaciones que acababa de experimentar.Gedeón la miró con una intensidad que sólo los lobos conocen. Sus ojos brillaban con un destello azul profundo, reflejando la pasión que sentía. Su cuerpo reaccionó instintivamente, sintiendo cómo su miembro se endurecía de nuevo dentro de ella.—Soy tu alfa y esto apenas comienza, mi lobita hermosa —soltó con un tono de voz cargada de posesivo y seductor.Ella tragó saliva, su piel se encendió al sentir el deseo palpable en su mirada, y sus labios temblaron.—Pensé que esto se había acabado —titubeó, su tono era una mezcla de sorpresa y deseo, mientras su cuerpo seguía calentándose.Gedeón se inclinó sobre ella, apoyando sus antebrazos a ambos lados de su cara. Con un movimiento firme y decidido, comenzó a embestirla de nuevo.—¿Quieres que pare? Si es lo que deseas, pídemelo —dijo él, viendo en sus ojos violetas el mismo fuego ardiente que reflejaba la p
Una semana después, al atardecer, la manada quedó repentinamente sin electricidad. Los Skotos, criaturas que se mantenían en la oscuridad, emergieron del bosque y avanzaron hacia la aldea y las casas que rodeaban el bosque. Las personas que se encontraban en las calles, al ver a las criaturas, corrieron asustadas a ocultarse. Los Skotos buscaban entrar por las ventanas y espacios abiertos, picoteando y rasgando con sus plumas afiladas, mientras los gritos desesperados de mujeres y niños hacían eco en el aire. Los guerreros intentaban defender a la gente con sus escudos, pero la situación se tornaba cada vez más caótica.Desde su habitación, Ariadne escuchaba los gritos y el alboroto que resonaban en la oscuridad. Al asomarse por la ventana, iluminada solo por la fría luz de la luna llena, vio una escena desoladora: aves deformes atacaban a los empleados que intentaban desesperadamente entrar a la mansión. Con horror observó cómo Gedeón y algunos hombres se enfrentaban a las criaturas.
Aradne no sabía qué le preocupaba más: si las criaturas o la gente del lugar. La idea de escuchar que había muerto alguien a quien ella podría haber salvado la atormentaba. Con voz cargada de amargura, dijo.—No podré dormir con el peso del remordimiento por no haber ayudado a tu gente, Cloe. Mi corazón no soporta sentir y escuchar el sufrimiento de estas personas. Si es mi destino morir aquí, lo aceptaré.—Está bien, voy a buscar el carro —interrumpió Jonás antes de salir corriendo.—Yo también los acompaño —dijo Cleo, temiendo por la vida de Aradne. Desde que la conocía, le había tenido simpatía. Solo había visto cosas buenas en ella y sentía la necesidad de ayudarla, incluso si eso significaba salir lastimada en el proceso.Jonás llegó en un Jeep Wrangler negro. Las dos mujeres subieron rápidamente al vehículo, y tomaron el camino a través del bosque hasta alcanzar la entrada de la manada. Cuando la camioneta se detuvo, Aradne avistó un grupo de pájaros que rodeaban a una niña peque