Días después, Gedeón tras un extenuante día de trabajo estresante, cruzó el umbral de su despacho con el ánimo sombrío, se dirigió hacia un lateral y abrió una puerta que llevaba a una habitación oculta, un dormitorio amueblado en blanco y negro, conocido por pocos de sus hombres. Era aquí donde se refugiaba para escapar del mundo exterior y hallar un breve respiro de paz.Sus pensamientos se agitaban mientras luchaba con el peso de saber que pronto Adnare sería juzgada. Se enteró de que los ancianos habían fijado una fecha para que fuera presentada ante la corte del rey y recibir el veredicto de su ejecución. Él sabía que debía adelantar sus planes. En ese momento, la necesidad de verla lo embargaba intensamente, pero sabía que era mejor mantener la distancia.Se dirigió al baño necesitaba calmarse, y despejar la mente. Abrió la ducha y permitió que el agua fría cayera sobre su cuerpo, una sensación que intentaba sofocar la tormenta emocional que lo envolvía. El frío se filtraba en su
—¡No puedo! ¡Te necesito y tú me necesitas! —Como un lobo hambriento, acercó sus labios a los de ella. Con su mano derecha rodeó su cintura, mientras que con la otra mano sostuvo firmemente su nuca. Se inclinó y cargado de deseo la besó, sintiendo la calidez de sus labios. Con su lengua, buscó entrar en su boca.Aradne estaba aturdida. Abrió la boca, y sus labios se encontraron en una danza ansiosa y desesperada, explorándose mutuamente con urgencia. Sus respiraciones se entrecortaban, y sus suspiros agitados resonaban en la habitación.—Esto no está bien, déjame tomarme la pastilla. Luego te vas a arrepentir —balbuceó Aradne, jadeando entre palabras.Gedeón se apartó y, con la respiración agitada, apoyó su frente contra la de ella.—Ya es tarde para eso —dijo, con voz grave y excitada—. Cuando surjan los efectos de la pastilla será demasiado tarde. Sabes, no quería llegar a esto contigo. Hasta ahora, he tratado de mantenerme lo más alejado y discreto posible.Aradne experimentó una se
—¿Ya terminamos? —murmuró ella, respirando con dificultad, aún embriagada por las intensas sensaciones que acababa de experimentar.Gedeón la miró con una intensidad que sólo los lobos conocen. Sus ojos brillaban con un destello azul profundo, reflejando la pasión que sentía. Su cuerpo reaccionó instintivamente, sintiendo cómo su miembro se endurecía de nuevo dentro de ella.—Soy tu alfa y esto apenas comienza, mi lobita hermosa —soltó con un tono de voz cargada de posesivo y seductor.Ella tragó saliva, su piel se encendió al sentir el deseo palpable en su mirada, y sus labios temblaron.—Pensé que esto se había acabado —titubeó, su tono era una mezcla de sorpresa y deseo, mientras su cuerpo seguía calentándose.Gedeón se inclinó sobre ella, apoyando sus antebrazos a ambos lados de su cara. Con un movimiento firme y decidido, comenzó a embestirla de nuevo.—¿Quieres que pare? Si es lo que deseas, pídemelo —dijo él, viendo en sus ojos violetas el mismo fuego ardiente que reflejaba la p
Una semana después, al atardecer, la manada quedó repentinamente sin electricidad. Los Skotos, criaturas que se mantenían en la oscuridad, emergieron del bosque y avanzaron hacia la aldea y las casas que rodeaban el bosque. Las personas que se encontraban en las calles, al ver a las criaturas, corrieron asustadas a ocultarse. Los Skotos buscaban entrar por las ventanas y espacios abiertos, picoteando y rasgando con sus plumas afiladas, mientras los gritos desesperados de mujeres y niños hacían eco en el aire. Los guerreros intentaban defender a la gente con sus escudos, pero la situación se tornaba cada vez más caótica.Desde su habitación, Ariadne escuchaba los gritos y el alboroto que resonaban en la oscuridad. Al asomarse por la ventana, iluminada solo por la fría luz de la luna llena, vio una escena desoladora: aves deformes atacaban a los empleados que intentaban desesperadamente entrar a la mansión. Con horror observó cómo Gedeón y algunos hombres se enfrentaban a las criaturas.
Aradne no sabía qué le preocupaba más: si las criaturas o la gente del lugar. La idea de escuchar que había muerto alguien a quien ella podría haber salvado la atormentaba. Con voz cargada de amargura, dijo.—No podré dormir con el peso del remordimiento por no haber ayudado a tu gente, Cloe. Mi corazón no soporta sentir y escuchar el sufrimiento de estas personas. Si es mi destino morir aquí, lo aceptaré.—Está bien, voy a buscar el carro —interrumpió Jonás antes de salir corriendo.—Yo también los acompaño —dijo Cleo, temiendo por la vida de Aradne. Desde que la conocía, le había tenido simpatía. Solo había visto cosas buenas en ella y sentía la necesidad de ayudarla, incluso si eso significaba salir lastimada en el proceso.Jonás llegó en un Jeep Wrangler negro. Las dos mujeres subieron rápidamente al vehículo, y tomaron el camino a través del bosque hasta alcanzar la entrada de la manada. Cuando la camioneta se detuvo, Aradne avistó un grupo de pájaros que rodeaban a una niña peque
—Si el rey no hace nada y el alfa Gedeón está hechizado, nosotros debemos sacrificar a esta bruja para que los dioses nos permitan vivir como antes: sin criaturas deformes que nos atacan, sin hambrunas y bendecidos por la diosa Selene —declaró el hombre con voz llena de rencor. Sus ojos recorrieron el entorno hasta que vislumbró un palo en el suelo. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia él y lo agarró con fuerza, se acercó a Aradne, alzándolo listo para descargar su ira. Pero justo cuando se preparaba para golpear, una mano firme detuvo su brazo en el aire.—Nadie va a hacer nada. Si la golpean, también lo harán conmigo —Kirian soltó la mano del hombre y, en un parpadeo, se transformó en un imponente lobo gris. Mostrando sus colmillos amenazantes y sus garras arañaron la tierra con la pata derecha, dejando claro que estaba dispuesto a defender a Aradne a cualquier costo.Jonás se había quedado con los heridos a petición del doctor, pero al vislumbrar la escena desde lejos, avanzó con g
Tres días después, Aradne se encontraba en la parte trasera de la mansión, mirando un pequeño estanque que yacía vacío y sin vida, rodeado de hierbas marchitas. Echaba de menos los colores de la naturaleza en la tierra donde había vivido.—Señora, el rey ha venido a visitarla. Desea hablar con usted —anunció Cleo, acercándose con una expresión de preocupación en su pálido rostro.Aradne sintió una oleada de pánico recorrer cada rincón de su cuerpo. Al levantar la vista, vio a un hombre alto, con una mirada sombría, acercarse lentamente hacia ella.—Aradne, espero que estés a gusto bajo el cuidado del alfa Gedeón —comentó con sarcasmo—. He venido personalmente a agradecerte por salvar a nuestra gente de los Skotos anoche. Sin tu ayuda, nuestra manada habría sido un caos.Ella estaba tan aterrada que intentaba hablar, pero las palabras no salían.—Vamos a un lugar donde no nos interrumpan. Vamos a tu habitación.Aradne palideció y solo pudo asentir con la cabeza. No podía desobedecer al
Gedeón llevaba días sin poder conciliar el sueño. Se encontraba recostado al lado de la puerta de su habitación cuando un ruido lo inquietó. Con cautela, entró en la habitación y se acercó a la cama.Aradne murmuraba en sueños, repitiendo las mismas palabras una y otra vez.—No puedo matarte, mamá, ayúdame a escapar. No puedo hacerlo.Él luchaba por abrazarla, por despertarla de ese sueño inquieto. Estaba a punto de darse la vuelta cuando volvió a escuchar su voz.—¡Rey, tenga piedad de mí! No pude asesinar a Gedeón, no soy una asesina, no, no, nooo… —un alarido desesperado resonó en la habitación.Él se agachó para verla mover la cabeza de un lado a otro, con unas finas lágrimas recorriendo sus mejillas. Incapaz de soportarlo más, se sentó a su lado en la cama, estiró sus manos y, suavemente, la estrechó entre sus brazos, mientras le susurraba.—Es una pesadilla, no pasó nada, yo estoy bien.La apretó contra su pecho para tranquilizarla. Al sentir cómo se removía y emitía un sonido de